Leo en algún medio que los sindicatos de funcionarios del Estado ya están comenzando a organizar una huelga para reivindicar mejoras salariales. Era una cuestión de tiempo que esto pasara, tal y como está subiendo la inflación (medida por el IPC). Y la forma más probable en que el Gobierno resolverá el conflicto será otorgando dicho incremento. Si no lo hace sacrificando otras partidas del creciente gasto público (¿alguien puede imaginar esto en un gobierno del PSOE?), la única salida será subirnos los impuestos para poder afrontar los mayores gastos.
La inflación consiste en la fabricación de billetes por parte de los Gobiernos, billetes que no reflejan ningún crecimiento de riqueza y que carecerían de valor si el Gobierno no lo impusiera.
El nuevo dinero fabricado se canaliza por el Gobierno hacia los sectores de su preferencia, por lo que suben los precios de estos bienes y servicios (más demanda, igual oferta). Los nuevos receptores del dinero generado, aumentan su consumo a su vez en otros sectores, en los que eventualmente se vuelven a subir los precios, y así hasta llegar a los últimos elementos de la cadena.
¿Quiénes son estos, los más perjudicados por la inflación? Aquellos colectivos que no pueden subir de la noche a la mañana el precio de sus servicios: trabajadores por cuenta ajena, funcionarios y pensionistas. Cuando el nuevo dinero les llega, se encuentran ya todos los precios subidos, por lo que se han visto netamente perjudicados por la inflación, mientras que los primeros receptores (el Gobierno, los bancos) se han visto netamente beneficiados.
Esto es muy manifiesto en el caso de los pensionistas, a los que se les sube el IPC precisamente cuando ya ha subido la inflación, por lo que mantienen su capacidad adquisitiva (?) pero siempre van un año desfasados.
¿Qué pasa con los funcionarios? Pues lo que ya expliqué en una entrada previa http://ferhergon.blogspot.com/2008/05/huelgas-en-los-servicios-pblicos.html
El único mecanismo para actualizar su sueldo es la huelga.
¿Qué ocurre si el Gobierno cede a sus reclamaciones? Pues como la inflación no la controla toda él (la tiene que dirimir dentro del BCE, ¿alguien se imagina dónde estaría el IPC si la inflación estuviera en manos de ZP?), tiene pinta de que no conseguirá toda la moneda "falsa" que desea, por lo que no podrá pagar ese incremento sin reclasificar otras partidas de gasto. Como esto no lo va a hacer, tachán, se inventarán algún impuesto nuevo o nos subiran a escondidas los existentes.
Al tiempo...
miércoles, 18 de junio de 2008
martes, 17 de junio de 2008
Pataleta en austriaco
Vaya por delante que no oculto nada, desde el título de la entrada. Y es que estoy hasta las narices de la huelga de controladores del parquímetro que viene asolando Madrid desde hace un mes. En mi barrio ya no hay forma de aparcar, o sea que los que hemos construido nuestra vida cotidiana sobre el uso del coche (probablemente de forma equivocada), estamos empezando a agobiarnos con el tema.
Desgraciadamente para los huelguistas (e indirectamente para los sufridores), no consiguen repercusión, ni pasa el filtro de los medios, por lo que sus medidas solo hacen que fastidiar al vecino. Porque no se limitan a ejercer su legítimo derecho de huelga, si no que invaden la propiedad pública sellando los parquímetros e informando de la situación con la clara intención de fastidiarnos a todos, primero a los residentes, pero también a los visitantes, que antes encontraban sitio por un módico precio, y ahora no lo encuentran.
A rio revuelto, ya se sabe, y también los hay que se benefician de la situación, porque las calles están llenas de coches aparcados, aparecidos de Dios sabe dónde. Estas aves de rapiña que somos los ciudadanos, nos tiramos a sacar partido de esta situación, pese a que la ordenanza municipal sigue en vigor (por lo que sigue estando prohibida esta conducta) y ante la indiferencia del Ayuntamiento y policia municipal, que digo yo que podría pasarse de vez en cuando a poner multas a los infractores.
¿Qué podemos hacer los ciudadanos ante esta situación? Poco más que fastidiarnos. ¿Nos vamos a poner a denunciar a los coches indebidamente aparcados? ¿Valdría de algo?
Ahora, un poco de análisis económico, para justificar la pataleta: al hacerse los precios cero y estimar los conductores que no hay riesgo de sanción, el valor de mover el coche supera al coste de hacerlo, pues, a corto plazo, creen que van a encontrar sitio gratis. Esto produce un exceso de la demanda sobre la oferta, que da lugar a escasez en el aparcamiento.
La propiedad "gratis" está en manos del Estado, que siempre ve estos servicios como "centro de gastos" y no como "centro de ingresos", por lo que no tiene incentivos a explotarlos de forma adecuada. Por ello, el precio sigue siendo cero, y pocas posibilidades hay de que deje de hacerlo a corto plazo. Si dicha propiedad fuera privada, el dueño tendría todos los incentivos a que la cosa funcionara, y se equilibraría la demanda con la oferta, acabándose la escasez.
A este problema, hay que añadir los costes hundidos de los residentes que hemos pagado la tarjeta anual, que vemos impotentes como no se cumple la parte del contrato, sin recurso (en la práctica) alguno para forzar el cumplimiento del mismo.
Paro aquí, que me duelen los pies.
Desgraciadamente para los huelguistas (e indirectamente para los sufridores), no consiguen repercusión, ni pasa el filtro de los medios, por lo que sus medidas solo hacen que fastidiar al vecino. Porque no se limitan a ejercer su legítimo derecho de huelga, si no que invaden la propiedad pública sellando los parquímetros e informando de la situación con la clara intención de fastidiarnos a todos, primero a los residentes, pero también a los visitantes, que antes encontraban sitio por un módico precio, y ahora no lo encuentran.
A rio revuelto, ya se sabe, y también los hay que se benefician de la situación, porque las calles están llenas de coches aparcados, aparecidos de Dios sabe dónde. Estas aves de rapiña que somos los ciudadanos, nos tiramos a sacar partido de esta situación, pese a que la ordenanza municipal sigue en vigor (por lo que sigue estando prohibida esta conducta) y ante la indiferencia del Ayuntamiento y policia municipal, que digo yo que podría pasarse de vez en cuando a poner multas a los infractores.
¿Qué podemos hacer los ciudadanos ante esta situación? Poco más que fastidiarnos. ¿Nos vamos a poner a denunciar a los coches indebidamente aparcados? ¿Valdría de algo?
Ahora, un poco de análisis económico, para justificar la pataleta: al hacerse los precios cero y estimar los conductores que no hay riesgo de sanción, el valor de mover el coche supera al coste de hacerlo, pues, a corto plazo, creen que van a encontrar sitio gratis. Esto produce un exceso de la demanda sobre la oferta, que da lugar a escasez en el aparcamiento.
La propiedad "gratis" está en manos del Estado, que siempre ve estos servicios como "centro de gastos" y no como "centro de ingresos", por lo que no tiene incentivos a explotarlos de forma adecuada. Por ello, el precio sigue siendo cero, y pocas posibilidades hay de que deje de hacerlo a corto plazo. Si dicha propiedad fuera privada, el dueño tendría todos los incentivos a que la cosa funcionara, y se equilibraría la demanda con la oferta, acabándose la escasez.
A este problema, hay que añadir los costes hundidos de los residentes que hemos pagado la tarjeta anual, que vemos impotentes como no se cumple la parte del contrato, sin recurso (en la práctica) alguno para forzar el cumplimiento del mismo.
Paro aquí, que me duelen los pies.
lunes, 16 de junio de 2008
Hayek ilustrado para niños
El otro día accedí a las demandas de mi hija pequeña al respecto de la lectura de un cuento, experiencia estupenda a la que cada vez voy dedicando menos tiempo. Evidentemente, la elección del cuento le corresponde a la demandante, y en esta ocasión no fue menos. Así que me encontré a las diez de la noche leyendo a la pequeña un cuentecillo de nombre "El perro y el lobo".
La historia es como sigue (más o menos a párrafo por página y con espléndidas ilustraciones): un lobo tenía mucha hambre, y se puso a buscar comida. Primero, irrumpió en el corral de un granjero con la intención de hacerse con una de sus gallinas, a lo que el legítimo propietario opuso la contundencia de sus razones, en forma de porra.
Posteriormente, su objetivo pasó a ser un panal de abejas, cuyas habitantes también tuvieron reparos en compartir con el lobo el fruto de sus esfuerzos, con la consecuencia de que el lobo hubo de ocultarse bajo el agua ante la previsible acometida del enjambre.
Eventualmente, acudió a un cubo de basura, y, en ese momento, aparece en escena el otro protagonista de la historia, el perro. Bien vestido, bien alimentado, inquiere del lobo las razones de su triste actuación, y opone su cómoda situación, proponiéndole que se busque un amo que le cuide y le dé de comer. El lobo pregunta qué tiene que hacer a cambio. Y el resto del cuento no me resisto a transcribirlo literalmente:
"-Llevar este collar para que mi amo me ate siempre que quiera.
El lobo pensó en el consejo dado por el perro, pero decidió que a él no le gustaba ir atado.
- Yo prefiero pasar hambre y ser libre para ir adonde quiera, antes que tener la barriga llena siendo un esclavo."
Creo que van a poner este cuento como lectura recomendada en Educación para la Ciudadanía.
PD: Desgraciadamente, no puedo dar la referencia del volumen de cuentos pues, como buen libro de uso infantil, hace mucho que desaparecieron su portada y contraportada.
La historia es como sigue (más o menos a párrafo por página y con espléndidas ilustraciones): un lobo tenía mucha hambre, y se puso a buscar comida. Primero, irrumpió en el corral de un granjero con la intención de hacerse con una de sus gallinas, a lo que el legítimo propietario opuso la contundencia de sus razones, en forma de porra.
Posteriormente, su objetivo pasó a ser un panal de abejas, cuyas habitantes también tuvieron reparos en compartir con el lobo el fruto de sus esfuerzos, con la consecuencia de que el lobo hubo de ocultarse bajo el agua ante la previsible acometida del enjambre.
Eventualmente, acudió a un cubo de basura, y, en ese momento, aparece en escena el otro protagonista de la historia, el perro. Bien vestido, bien alimentado, inquiere del lobo las razones de su triste actuación, y opone su cómoda situación, proponiéndole que se busque un amo que le cuide y le dé de comer. El lobo pregunta qué tiene que hacer a cambio. Y el resto del cuento no me resisto a transcribirlo literalmente:
"-Llevar este collar para que mi amo me ate siempre que quiera.
El lobo pensó en el consejo dado por el perro, pero decidió que a él no le gustaba ir atado.
- Yo prefiero pasar hambre y ser libre para ir adonde quiera, antes que tener la barriga llena siendo un esclavo."
Creo que van a poner este cuento como lectura recomendada en Educación para la Ciudadanía.
PD: Desgraciadamente, no puedo dar la referencia del volumen de cuentos pues, como buen libro de uso infantil, hace mucho que desaparecieron su portada y contraportada.
domingo, 15 de junio de 2008
Del matrimonio como contrato
¿Alguien se ha planteado por qué es necesario firmar un contrato para que dos personas puedan vivir juntas? Hombre, la verdad es que no es necesario, hay muchas parejas de hecho que no han cumplido dicho trámite. La pregunta es, ¿por qué las hay que se toman las molestias? ¿Cuál es la ventaja de tener el contrato, respecto a no tenerlo, a parte de la "regularización" de la situación y constar en algún registro?
Por supuesto, en muchos casos hay una motivación religiosa, de fe. Pero no creo que en esos casos sean necesario ningún contrato civil estrictamente. La pareja (heterosexual) se casa por la Iglesia, por ejemplo, y su compromiso tiene como testigo a Dios. Lo hacen por sus convicciones religiosas. Punto.
Entonces, ¿qué sentido tienen los contratos civiles de convivencia, casarse por lo "civil"? Fácil: que se generan unos derechos a favor de las partes, derechos que "otorga" graciosamente el Estado a los que se registren según su procedimiento. Y, como tales derechos, los pagamos entre todos, incluyendo los propios contratantes.
Así que es un contrato muy "sui generis", ya que, si bien la voluntad es entre dos partes (en principio), compromete también a una tercera (el Estado) con independencia de su voluntad. Es como si el Estado actuara de garante en las transacciones comerciales, que en algunas lo hace.
Profundizando un poco más, este otorgamiento mutuo de los derechos que el Estado nos concede tras quitarnos coercitivamente parte de nuestra renta, tiene cierto sentido: ¿por qué no se va a beneficiar otra parte de los derechos pasivos que estoy generando, aunque sea obligadamente? Por supuesto, sería más sencillo que el Estado me dejara mis cosas, y yo las usara como quisiera, compartiéndolas posiblemente con mi cónyuge. Pero no es así como funciona.
Pero, llegados a este punto, ¿por qué limitar las posibilidades de este contrato civil? ¿Por qué no puedo otorgar mis derechos pasivos a otros sujetos, con independencia de si tengo o no relación sexual con ellos? ¿Por qué no puedo hacer relaciones de más de dos individuos? Está claro: hay un límite a los recursos que el Estado puede dedicar a incentivar estos contratos, a otorgar derechos.
Por eso, tenemos un contrato que se llama "matrimonio homosexual" y no tenemos ninguno de "relación de cuidado", o de "tres amigos". Una arbitrariedad más de nuestros legisladores.
PD: Seguro que he cometido numerosas imprecisiones jurídicas en el texto; al menos, espero que quede clara la reflexión conceptual.
Por supuesto, en muchos casos hay una motivación religiosa, de fe. Pero no creo que en esos casos sean necesario ningún contrato civil estrictamente. La pareja (heterosexual) se casa por la Iglesia, por ejemplo, y su compromiso tiene como testigo a Dios. Lo hacen por sus convicciones religiosas. Punto.
Entonces, ¿qué sentido tienen los contratos civiles de convivencia, casarse por lo "civil"? Fácil: que se generan unos derechos a favor de las partes, derechos que "otorga" graciosamente el Estado a los que se registren según su procedimiento. Y, como tales derechos, los pagamos entre todos, incluyendo los propios contratantes.
Así que es un contrato muy "sui generis", ya que, si bien la voluntad es entre dos partes (en principio), compromete también a una tercera (el Estado) con independencia de su voluntad. Es como si el Estado actuara de garante en las transacciones comerciales, que en algunas lo hace.
Profundizando un poco más, este otorgamiento mutuo de los derechos que el Estado nos concede tras quitarnos coercitivamente parte de nuestra renta, tiene cierto sentido: ¿por qué no se va a beneficiar otra parte de los derechos pasivos que estoy generando, aunque sea obligadamente? Por supuesto, sería más sencillo que el Estado me dejara mis cosas, y yo las usara como quisiera, compartiéndolas posiblemente con mi cónyuge. Pero no es así como funciona.
Pero, llegados a este punto, ¿por qué limitar las posibilidades de este contrato civil? ¿Por qué no puedo otorgar mis derechos pasivos a otros sujetos, con independencia de si tengo o no relación sexual con ellos? ¿Por qué no puedo hacer relaciones de más de dos individuos? Está claro: hay un límite a los recursos que el Estado puede dedicar a incentivar estos contratos, a otorgar derechos.
Por eso, tenemos un contrato que se llama "matrimonio homosexual" y no tenemos ninguno de "relación de cuidado", o de "tres amigos". Una arbitrariedad más de nuestros legisladores.
PD: Seguro que he cometido numerosas imprecisiones jurídicas en el texto; al menos, espero que quede clara la reflexión conceptual.
sábado, 14 de junio de 2008
Seguridad Social ¿a cargo de la empresa?
Es importante que, siguendo la estela de Rothbard, sigamos tratando de eliminar mitos económicos que pueden tener a la gente confundida, aunque sea meramente con la terminología. Solo por esa vía podremos eventualmente comprender los efectos que, en todos los plazos, tienen las intervenciones del Gobierno sobre nuestras vidas.
Hoy le toca el turno a esa llamada Seguridad Social a cargo de la empresa. Como es bien sabido, los Gobiernos obligan a las empresas a pagar unas determinadas cantidades a la Seguridad Social por cada trabajador contratado; dicha aportación es considerablemente mayor de la que se exige al propio trabajador (ésta sí reflejada en la nómina) y depende del salario del mismo.
La mayor parte de los trabajadores asumen que eso no tiene nada que ver con ellos: tienen su sueldo, del que le quitan el IRPF y su SS, y lo demás se lo quitan a la empresa, con lo que a ellos no les incumbe. Que pague el empresario.
Sin embargo, por supuesto que no es así. Cuando la empresa contrata al trabajador y le ofrece un determinado sueldo, está contando con que los costes TOTALES de contratarle han de ser superiores al beneficio que prevé poder obtener de él. Y claro, en estos costes entran el sueldo, pero también esa SS a su cargo, o la prorrata que haya que dedicar al liberado del Comité de Empresa, o el hecho de un mes vaya a estar de vacaciones, o la probabilidad de absentismo o retraso.
A ninguno se nos ocurre comprar una consola de videojuegos sin mirar cuánto nos va a costar el vídeojuego. Pues los que piensan que la SS a cargo de la empresa no les afecta, creen que la empresa actúa así. Dicho de otra forma, si la empresa no tuviera que pagar esa parte a la Administración (o no tuviera que mantener a comités de Empresa y tantas otras obligaciones), incrementaría el sueldo que nos ofrece. Recordad que la empresa toma la decisión de contratar un trabajador si los ingresos que espera gracias a él son superiores a los gastos; si bajan estos (al no tener que pagar la SS) hay más margen para elevar el sueldo manteniendo la decisión. Y habrá de subirlo, en un entorno de libre mercado.
En definitiva, la SS a cargo de la empresa, es realmente a cargo del producto del esfuerzo del trabajador. Lo que pasa es que, con ese nombre, los Gobiernos consiguen distraernos de la verdad e impedir el considerable mosqueo consiguiente. Y muchos se quedan tranquilos creyendo que palma el malvado capitalista. Por cierto, efecto colateral inmediato de la existencia de este cargo es el incremento del paro, ya que el trabajador debe generar un producto de valor superior a su salario en este cargo para que pueda ser contratado.
Por cierto, según las bandas salariales, este pretendido cargo de la empresa podría suponer un incremento del 20% en el sueldo. No está mal, eh?
Hoy le toca el turno a esa llamada Seguridad Social a cargo de la empresa. Como es bien sabido, los Gobiernos obligan a las empresas a pagar unas determinadas cantidades a la Seguridad Social por cada trabajador contratado; dicha aportación es considerablemente mayor de la que se exige al propio trabajador (ésta sí reflejada en la nómina) y depende del salario del mismo.
La mayor parte de los trabajadores asumen que eso no tiene nada que ver con ellos: tienen su sueldo, del que le quitan el IRPF y su SS, y lo demás se lo quitan a la empresa, con lo que a ellos no les incumbe. Que pague el empresario.
Sin embargo, por supuesto que no es así. Cuando la empresa contrata al trabajador y le ofrece un determinado sueldo, está contando con que los costes TOTALES de contratarle han de ser superiores al beneficio que prevé poder obtener de él. Y claro, en estos costes entran el sueldo, pero también esa SS a su cargo, o la prorrata que haya que dedicar al liberado del Comité de Empresa, o el hecho de un mes vaya a estar de vacaciones, o la probabilidad de absentismo o retraso.
A ninguno se nos ocurre comprar una consola de videojuegos sin mirar cuánto nos va a costar el vídeojuego. Pues los que piensan que la SS a cargo de la empresa no les afecta, creen que la empresa actúa así. Dicho de otra forma, si la empresa no tuviera que pagar esa parte a la Administración (o no tuviera que mantener a comités de Empresa y tantas otras obligaciones), incrementaría el sueldo que nos ofrece. Recordad que la empresa toma la decisión de contratar un trabajador si los ingresos que espera gracias a él son superiores a los gastos; si bajan estos (al no tener que pagar la SS) hay más margen para elevar el sueldo manteniendo la decisión. Y habrá de subirlo, en un entorno de libre mercado.
En definitiva, la SS a cargo de la empresa, es realmente a cargo del producto del esfuerzo del trabajador. Lo que pasa es que, con ese nombre, los Gobiernos consiguen distraernos de la verdad e impedir el considerable mosqueo consiguiente. Y muchos se quedan tranquilos creyendo que palma el malvado capitalista. Por cierto, efecto colateral inmediato de la existencia de este cargo es el incremento del paro, ya que el trabajador debe generar un producto de valor superior a su salario en este cargo para que pueda ser contratado.
Por cierto, según las bandas salariales, este pretendido cargo de la empresa podría suponer un incremento del 20% en el sueldo. No está mal, eh?
viernes, 13 de junio de 2008
Las mayorías no hacen avanzar al mundo
En el referendum de ayer, 3 millones de Irlandeses han dicho NO al tratado de Lísboa, el plan B de la Constitución Europea, para la que al parecer no hay plan C. El discurso de los medios es que una minoría de menos del 1% de los Europeos bloquea el proyecto de los 500 millones restantes. Obviamente, no se trata del proyecto de 500 millones de europeos, si no de unos cuantos burócratas que buscan conseguir más poder a costa de otras entidades gubernamentales de menor ámbito territorial.
Con independencia de ello, me cabe la reflexión de hasta qué punto están las minorias legitimadas para oponerse a proyectos de la mayoría. Un aspecto se relaciona con la inexistencia de intereses colectivos: como ya comenté en una entrada previa, los intereses colectivos actúan únicamente como la disculpa para que unos individuos impongan sus intereses individuales a los restantes, usando la coerción del Estado.
Conforme disminuye el número de individuos de una entidad, más fácil es encontrar intereses comunes entre ellos, y más divergentes de los restantes colectivos. Por ello, existen unos intereses catalanes que son más identificables que los intereses españoles, y que facilitan a sus políticos la persecución de políticas nacionalistas. De la misma forma, los intereses de Barcelona son más reales que los catalanes, y lo mismo con los del barrio de Gracia respecto a los de Barcelona, y así hasta los del individuo.
Hecha esta disgresión, sigo con la reflexión. Que me lleva a concluir que, precisamente si el mundo avanza, es gracias a las minorías, gracias a individuos o pequeños grupos que, en un momento dado, son capaces de mantener opiniones distintas de las de la mayoría. Poco a poco, estas opiniones van encontrando su camino en la sociedad, y la hacen avanzar, cuando son generalmente aceptadas.
En el fondo, en eso consiste la innovación. En un momento dado, todo el mundo usa cámaras analógicas y revela su carrete, y un buen día alguien decide, contra la mayoría, que hay que usar cámaras digitales. Puede que tenga éxito o que no, pero solo los que se apartan del pensamiento de la mayoría pueden hacer avanzar al resto, pueden hacer avanzar al mundo.
Cada uno de los grandes personajes de la historia lo ha sido, precisamente, porque hizo algo distinto de la mayoría, que eventualmente fue reconocido como excepcional por sus congéneres: Jesús, Galileo o Shakespeare.
Así que, adelante minorías, dadnos alternativas a lo predecible, actuad como espolón contra lo establecido, sed valientes, que nos tenéis enfrente a casi todos.
Con independencia de ello, me cabe la reflexión de hasta qué punto están las minorias legitimadas para oponerse a proyectos de la mayoría. Un aspecto se relaciona con la inexistencia de intereses colectivos: como ya comenté en una entrada previa, los intereses colectivos actúan únicamente como la disculpa para que unos individuos impongan sus intereses individuales a los restantes, usando la coerción del Estado.
Conforme disminuye el número de individuos de una entidad, más fácil es encontrar intereses comunes entre ellos, y más divergentes de los restantes colectivos. Por ello, existen unos intereses catalanes que son más identificables que los intereses españoles, y que facilitan a sus políticos la persecución de políticas nacionalistas. De la misma forma, los intereses de Barcelona son más reales que los catalanes, y lo mismo con los del barrio de Gracia respecto a los de Barcelona, y así hasta los del individuo.
Hecha esta disgresión, sigo con la reflexión. Que me lleva a concluir que, precisamente si el mundo avanza, es gracias a las minorías, gracias a individuos o pequeños grupos que, en un momento dado, son capaces de mantener opiniones distintas de las de la mayoría. Poco a poco, estas opiniones van encontrando su camino en la sociedad, y la hacen avanzar, cuando son generalmente aceptadas.
En el fondo, en eso consiste la innovación. En un momento dado, todo el mundo usa cámaras analógicas y revela su carrete, y un buen día alguien decide, contra la mayoría, que hay que usar cámaras digitales. Puede que tenga éxito o que no, pero solo los que se apartan del pensamiento de la mayoría pueden hacer avanzar al resto, pueden hacer avanzar al mundo.
Cada uno de los grandes personajes de la historia lo ha sido, precisamente, porque hizo algo distinto de la mayoría, que eventualmente fue reconocido como excepcional por sus congéneres: Jesús, Galileo o Shakespeare.
Así que, adelante minorías, dadnos alternativas a lo predecible, actuad como espolón contra lo establecido, sed valientes, que nos tenéis enfrente a casi todos.
jueves, 12 de junio de 2008
La culpa de la huelga es, por supuesto, del Gobierno
La huelga de transportistas que, poco a poco, vamos sufriendo todos en nuestras carnes es del Gobierno. No creo decir nada especialmente original ni innovador, pero sí voy a aprovechar para dar una razón no tan generalmente conocida.
En una primera aproximación, se le puede echar la culpa al Gobierno por los impuestos que fija sobre el precio de gasóleo, por lo que esta es una causa de que esté tan caro.
Pero también se le puede echar la culpa por el tema de la inflación, que produce subidas generalizadas en los bienes. Según algún economista, el dinero que ahora están fabricando los bancos centrales se está dirigiendo al petróleo (de la misma forma que se dirigía a la vivienda hasta hace nada), lo que estaría provocando una burbuja en su precio. En todo caso, si los Gobiernos no se dedicarán a inflar el dinero, no pasaría.
Otra razón para echar la culpa al Gobierno es que sus servicios de seguridad (esa ficción de Matrix) no están garantizando la libertad de aquellos transportistas que quieren seguir con su negocio, que según parece son más del 80%. Tienen miedo a realizar sus trayectos.
Sin embargo, me voy a centrar en la razón estructural: básicamente es que, si no existiera Estado, no se habría producido esta huelga. Me explico: los huelguistas lo que piden es que el Gobierno utilice su poder coercitivo para favorecerlas de una determinada forma, sea la fijación (y soporte de violencia para forzar el cumplimiento) de precios mínimos, o la detracción de recursos de otras áreas del gasto público hacia sus intereses.
Y como no lo pueden o saben hacer de otra forma, acuden para presionar a estas herramientas violentas. Otros sujetos lo hacen de forma más sútil, con el llamado "lobby" y argumentaciones de interés general, o de forma más ilícita, con el soborno. Pero el problema es en todo caso el mismo: el Gobierno está dotado de unos poderes coercitivos que los distintos grupos de interés tratan de encauzar hacia sus objetivos. En resumen: si no hubiera Gobierno al que presionar, no se hubiera producido esta huelga.
En el libre mercado, son los precios quienes dan las señales para encauzar los recursos; en ausencia de estos mecanismos, el único criterio es, paradójicamente, la ley del más fuerte, que, en muchos casos, se disfraza de ley de la mayoría.
En una primera aproximación, se le puede echar la culpa al Gobierno por los impuestos que fija sobre el precio de gasóleo, por lo que esta es una causa de que esté tan caro.
Pero también se le puede echar la culpa por el tema de la inflación, que produce subidas generalizadas en los bienes. Según algún economista, el dinero que ahora están fabricando los bancos centrales se está dirigiendo al petróleo (de la misma forma que se dirigía a la vivienda hasta hace nada), lo que estaría provocando una burbuja en su precio. En todo caso, si los Gobiernos no se dedicarán a inflar el dinero, no pasaría.
Otra razón para echar la culpa al Gobierno es que sus servicios de seguridad (esa ficción de Matrix) no están garantizando la libertad de aquellos transportistas que quieren seguir con su negocio, que según parece son más del 80%. Tienen miedo a realizar sus trayectos.
Sin embargo, me voy a centrar en la razón estructural: básicamente es que, si no existiera Estado, no se habría producido esta huelga. Me explico: los huelguistas lo que piden es que el Gobierno utilice su poder coercitivo para favorecerlas de una determinada forma, sea la fijación (y soporte de violencia para forzar el cumplimiento) de precios mínimos, o la detracción de recursos de otras áreas del gasto público hacia sus intereses.
Y como no lo pueden o saben hacer de otra forma, acuden para presionar a estas herramientas violentas. Otros sujetos lo hacen de forma más sútil, con el llamado "lobby" y argumentaciones de interés general, o de forma más ilícita, con el soborno. Pero el problema es en todo caso el mismo: el Gobierno está dotado de unos poderes coercitivos que los distintos grupos de interés tratan de encauzar hacia sus objetivos. En resumen: si no hubiera Gobierno al que presionar, no se hubiera producido esta huelga.
En el libre mercado, son los precios quienes dan las señales para encauzar los recursos; en ausencia de estos mecanismos, el único criterio es, paradójicamente, la ley del más fuerte, que, en muchos casos, se disfraza de ley de la mayoría.
miércoles, 11 de junio de 2008
Hasta el gorro de publicidad mentirosa
Llegan las vacaciones y se llenan los periódicos de anuncios, a toda plana, de los maravillosos precios por los que te puedes ir al Caribe, a Túnez o a Canarias. Precios gancho que atraen totalmente la atención: joe, si son más baratos que quedarse en casa...
Por supuesto, todos conocemos el viejo truco del "Desde", que significa básicamente que ese precio solo es aplicable en unas conjunciones astronómicas de suma improbabilidad, pero aún así vale de indicador. Luego, justo en la fecha del precio mínimo, y aunque sea una fecha razonable, no habrá vuelo, hotel o coche, y habrá que subir un poquillo, pero no acaba de ser una mala señal.
Sin embargo, lo indignante de los anuncios de los últimos tiempos es que se te llevan a la letra pequeña partidas como el "suplemento por carburante" o las "tasas de aeropuerto" que, conjuntamente, pueden duplicar directamente el precio publicado. Me fijo en Túnez: 275 Euros la semana, 145 Euros por suplemento de carburante,95 por tasas, total, 515 Euros. Nada que ver con el precio publicado.
A mí el suplemento del carburante me tiene especialmente intrigado por dos razones:
1) Si no hay opción a no pagarlo, por qué leches lo separan del precio total? (Aparte de la obvia, para engañarte-engancharte)
2) He comprado unos cuantos billetes de avión en mi vida, y ningún punto de venta (rumbo, la propia compañía...) me ha desglosado nunca el precio en ese concepto. ¿Por qué sí lo desglosan cuando es un viaje combinado?
La transmisión de la información a los posibles clientes es parte del proceso de producción de un bien: si el cliente no se entera de su existencia, es difícil que lo pueda comprar.
Con estas prácticas, las agencias consiguen emborronar uno de los medios más eficientes de transmitir información sobre su producto, por lo que se dificultan en el medio plazo esta función. De hecho, ya hace un par de años me indigné tanto con el tema, que me juré no volver a mirar estos anuncios (aunque los precios publicados siguen siendo tan atractivos que me traiciono a mí mismo). O sea, que pan para hoy y hambre para mañana.
Es justo decir que hay excepciones, que redundarán en su beneficio. Por ejemplo, El Corte Inglés siempre publica el precio completo, aunque, claro, es mucho más caro. Pero por lo menos no destroza su publicidad para el futuro.
PS: No caigo en la tentación de pedir al Gobierno que regule la información publicitada por agencias de viaje. Aunque me lo pide el cuerpo, mi mente austriaca me dice que no valdría para nada y me terminaría fastidiando por alguna otra parte.
Por supuesto, todos conocemos el viejo truco del "Desde", que significa básicamente que ese precio solo es aplicable en unas conjunciones astronómicas de suma improbabilidad, pero aún así vale de indicador. Luego, justo en la fecha del precio mínimo, y aunque sea una fecha razonable, no habrá vuelo, hotel o coche, y habrá que subir un poquillo, pero no acaba de ser una mala señal.
Sin embargo, lo indignante de los anuncios de los últimos tiempos es que se te llevan a la letra pequeña partidas como el "suplemento por carburante" o las "tasas de aeropuerto" que, conjuntamente, pueden duplicar directamente el precio publicado. Me fijo en Túnez: 275 Euros la semana, 145 Euros por suplemento de carburante,95 por tasas, total, 515 Euros. Nada que ver con el precio publicado.
A mí el suplemento del carburante me tiene especialmente intrigado por dos razones:
1) Si no hay opción a no pagarlo, por qué leches lo separan del precio total? (Aparte de la obvia, para engañarte-engancharte)
2) He comprado unos cuantos billetes de avión en mi vida, y ningún punto de venta (rumbo, la propia compañía...) me ha desglosado nunca el precio en ese concepto. ¿Por qué sí lo desglosan cuando es un viaje combinado?
La transmisión de la información a los posibles clientes es parte del proceso de producción de un bien: si el cliente no se entera de su existencia, es difícil que lo pueda comprar.
Con estas prácticas, las agencias consiguen emborronar uno de los medios más eficientes de transmitir información sobre su producto, por lo que se dificultan en el medio plazo esta función. De hecho, ya hace un par de años me indigné tanto con el tema, que me juré no volver a mirar estos anuncios (aunque los precios publicados siguen siendo tan atractivos que me traiciono a mí mismo). O sea, que pan para hoy y hambre para mañana.
Es justo decir que hay excepciones, que redundarán en su beneficio. Por ejemplo, El Corte Inglés siempre publica el precio completo, aunque, claro, es mucho más caro. Pero por lo menos no destroza su publicidad para el futuro.
PS: No caigo en la tentación de pedir al Gobierno que regule la información publicitada por agencias de viaje. Aunque me lo pide el cuerpo, mi mente austriaca me dice que no valdría para nada y me terminaría fastidiando por alguna otra parte.
lunes, 9 de junio de 2008
Sobre la huelga del transporte de mercancias
Ya están en huelga los transportistas, ya se colapsan nuestras carreteras y hay amenazas de desabastecimiento. Se manifiestan contra la subida del gasóleo, y le piden al Gobierno soluciones.
Confieso que, de primeras, no entendía la huelga. Si sube el gasóleo, que cobre más por sus servicios, y ya está. Claro que la demanda es muy tozuda y ante subidas de precios suele reaccionar disminuyendo la demanda, por lo que unos cuantos agentes en distintos eslabones de la cadena de producción tendrán que salirse del mercado. ¿Sería de verdad la huelga por la elasticidad de la demanda, que no permite el alza de los precios?
Pero leo que ya han llegado a un acuerdo con los cargadores (los clientes de los transportistas) para que se revisen las tarifas que les cobran, de forma que dichas tarifas se actualizarán de forma automática con las variaciones del coste de combustible.
No sé si será una imprecisión del periodista, pero las tarifas son precios regulados. ¿Significa esto que los precios de los servicios de transporte están regulados? Si es así, esto explicaría, primero, la necesidad de la huelga para que los precios evolucionen con el mercado. Y, como siempre, la culpa de la situación la tendría la regulación, al introducir rigideces innecesarias en el mercado.
Si, como es más posible, el término se está usando como sinónimo del precio pactado libremente, entonces lo único que han acordado es pasar el riesgo del precio del combustible al cargador (y, eventualmente, al cliente final). Ergo, podemos esperar una subida de precios generalizada en los próximos meses, ya que el precio de gasóleo se ha incrementado respecto a las previsiones iniciales que tenían los transportistas (si no, no habrían ido a la huelga). Y estamos en el segundo párrafo.
O sea, que todo el tema es que el Estado ha actuado como el primo de Zumosol para que los transportistas, no conformes con como les trata el destino este año, le pasen el riesgo del gasóleo a los cargadores. Supongo que cuando baje el gasóleo, si baja, las tarifas irán en el mismo sentido. ¿O no?
En resumen: el mercado había alcanzado más o menos libremente una estructura productiva óptima, en la cual cada eslabón cumplía su papel y asumía su riesgo. Pero uno de los eslabones ha conseguido que el poder coercitivo del Gobierno altere dicha estructura productiva en favor de sus intereses (de hecho, otra de las demandas, de momento inatendida, es la fijación de un precio mínimo, toma colusión por Real Decreto).
Este desequilibrio se irá extendiendo por todas las etapas de una forma u otra, no lo duden, y será necesario que el Gobierno continúe interviniendo para tapar los agujeros que ha creado con esta decisión. La pregunta es... ¿había alguna otra solución?
Confieso que, de primeras, no entendía la huelga. Si sube el gasóleo, que cobre más por sus servicios, y ya está. Claro que la demanda es muy tozuda y ante subidas de precios suele reaccionar disminuyendo la demanda, por lo que unos cuantos agentes en distintos eslabones de la cadena de producción tendrán que salirse del mercado. ¿Sería de verdad la huelga por la elasticidad de la demanda, que no permite el alza de los precios?
Pero leo que ya han llegado a un acuerdo con los cargadores (los clientes de los transportistas) para que se revisen las tarifas que les cobran, de forma que dichas tarifas se actualizarán de forma automática con las variaciones del coste de combustible.
No sé si será una imprecisión del periodista, pero las tarifas son precios regulados. ¿Significa esto que los precios de los servicios de transporte están regulados? Si es así, esto explicaría, primero, la necesidad de la huelga para que los precios evolucionen con el mercado. Y, como siempre, la culpa de la situación la tendría la regulación, al introducir rigideces innecesarias en el mercado.
Si, como es más posible, el término se está usando como sinónimo del precio pactado libremente, entonces lo único que han acordado es pasar el riesgo del precio del combustible al cargador (y, eventualmente, al cliente final). Ergo, podemos esperar una subida de precios generalizada en los próximos meses, ya que el precio de gasóleo se ha incrementado respecto a las previsiones iniciales que tenían los transportistas (si no, no habrían ido a la huelga). Y estamos en el segundo párrafo.
O sea, que todo el tema es que el Estado ha actuado como el primo de Zumosol para que los transportistas, no conformes con como les trata el destino este año, le pasen el riesgo del gasóleo a los cargadores. Supongo que cuando baje el gasóleo, si baja, las tarifas irán en el mismo sentido. ¿O no?
En resumen: el mercado había alcanzado más o menos libremente una estructura productiva óptima, en la cual cada eslabón cumplía su papel y asumía su riesgo. Pero uno de los eslabones ha conseguido que el poder coercitivo del Gobierno altere dicha estructura productiva en favor de sus intereses (de hecho, otra de las demandas, de momento inatendida, es la fijación de un precio mínimo, toma colusión por Real Decreto).
Este desequilibrio se irá extendiendo por todas las etapas de una forma u otra, no lo duden, y será necesario que el Gobierno continúe interviniendo para tapar los agujeros que ha creado con esta decisión. La pregunta es... ¿había alguna otra solución?
domingo, 8 de junio de 2008
Viviendo en Matrix
Cuando se debate sobre los servicios que presta el Estado o que debería prestar, tengo la sensación de que mucha gente vive en Matrix, en una realidad virtual que nada tiene que ver con la real.
Francamente, si el Estado es el único que puede prestar determinados servicios a los individuos, lo llevamos claro. Aunque a lo mejor nos basta para sobrevivir con tener la "sensación" de que los tenemos. Así, podemos tener la "sensación" de que existe justicia, de que la policia nos protege, de que nuestros hijos se educan, o de que tenemos asegurado el futuro cuando nos jubilemos. Y es posible que dicha "sensación" sea imprescindible para poder seguir adelante cada día. Pero no deja de ser una "sensación"; cuando profundizas en ella (y, desgraciadamente, a la mayor parte de la gente nos toca alguna vez en la vida) y te topas con la realidad, te das cuenta de que no pasaba de eso, de mera sensación.
¿Quién puede tener la "sensación" de que existe justicia, después de haber visto hace unos días el interior de los tribunales repletos a rebosar de expedientes desordenados? ¿Quién, sabiendo que los casos más nimios tardan años en resolverse? ¿Quién, sabiendo que la correcta solución de su caso depende del juez que le toque? ¿Quién, conociendo el grado de politización de los órganos superiores, el Tribunal Supremo y el Constitucional? Seguro que hay muchos jueces excelentes, tal vez la mayoría, pero eso no hace que la justicia sea buena. En Matrix, la gente cree que hay tutela judicial; en la realidad española, no la hay.
¿Quién puede tener la "sensación" de que la policia nos protege, después del caso de Mari Luz y de tantos secuestros sin resolver? ¿Quién, después de haber visitado una comisaria y comprobado los medios con que cuentan, y haberse pasado medio día para presentar una denuncia? ¿Quién, cuando sufre en sus bienes las fechorías de los juerguistas nocturnos y trata de que la policia se persone para localizar al culpable? ¿Quién, tras el caso, impune durante muchos años, de Coslada? Y estoy también seguro de que la mayoría de los policias son muy buenos en su trabajo; pero no podemos depender solo de su buena voluntad, necesitamos algo más. En Matrix, la gente cree que la policía le protege y a sus bienes; en la realidad española, eso no ocurre en muchos casos.
Podria seguir con la educación, la sanidad, los seguros de paro y jubilación, el dinero y tantas otras cosas. Pero dejemoslo aquí. En Matrix, la película, son las máquinas quienes mantienen a los humanos en su sueño; y es difícil que las máquinas se equivoquen, por lo que el sueño resulta muy prolongado.
En nuestra Matrix, nos tratan de mantener en el sueño otros seres humanos, como nosotros, que se equivocan. Por ello, la gente se va despertando y viendo la realidad tal y como es. Llegará un momento en que habrá más gente despierta que viviendo en el sueño; veremos entonces qué ocurre.
PS: Me gustaría dar una cifra sobre los años que llevamos viviendo este sueño, para que veais que es relativamente reciente. Desgraciadamente, mis conocimientos de historia no dan tanto de sí. ¿Quizá desde comienzo del siglo XX?
Francamente, si el Estado es el único que puede prestar determinados servicios a los individuos, lo llevamos claro. Aunque a lo mejor nos basta para sobrevivir con tener la "sensación" de que los tenemos. Así, podemos tener la "sensación" de que existe justicia, de que la policia nos protege, de que nuestros hijos se educan, o de que tenemos asegurado el futuro cuando nos jubilemos. Y es posible que dicha "sensación" sea imprescindible para poder seguir adelante cada día. Pero no deja de ser una "sensación"; cuando profundizas en ella (y, desgraciadamente, a la mayor parte de la gente nos toca alguna vez en la vida) y te topas con la realidad, te das cuenta de que no pasaba de eso, de mera sensación.
¿Quién puede tener la "sensación" de que existe justicia, después de haber visto hace unos días el interior de los tribunales repletos a rebosar de expedientes desordenados? ¿Quién, sabiendo que los casos más nimios tardan años en resolverse? ¿Quién, sabiendo que la correcta solución de su caso depende del juez que le toque? ¿Quién, conociendo el grado de politización de los órganos superiores, el Tribunal Supremo y el Constitucional? Seguro que hay muchos jueces excelentes, tal vez la mayoría, pero eso no hace que la justicia sea buena. En Matrix, la gente cree que hay tutela judicial; en la realidad española, no la hay.
¿Quién puede tener la "sensación" de que la policia nos protege, después del caso de Mari Luz y de tantos secuestros sin resolver? ¿Quién, después de haber visitado una comisaria y comprobado los medios con que cuentan, y haberse pasado medio día para presentar una denuncia? ¿Quién, cuando sufre en sus bienes las fechorías de los juerguistas nocturnos y trata de que la policia se persone para localizar al culpable? ¿Quién, tras el caso, impune durante muchos años, de Coslada? Y estoy también seguro de que la mayoría de los policias son muy buenos en su trabajo; pero no podemos depender solo de su buena voluntad, necesitamos algo más. En Matrix, la gente cree que la policía le protege y a sus bienes; en la realidad española, eso no ocurre en muchos casos.
Podria seguir con la educación, la sanidad, los seguros de paro y jubilación, el dinero y tantas otras cosas. Pero dejemoslo aquí. En Matrix, la película, son las máquinas quienes mantienen a los humanos en su sueño; y es difícil que las máquinas se equivoquen, por lo que el sueño resulta muy prolongado.
En nuestra Matrix, nos tratan de mantener en el sueño otros seres humanos, como nosotros, que se equivocan. Por ello, la gente se va despertando y viendo la realidad tal y como es. Llegará un momento en que habrá más gente despierta que viviendo en el sueño; veremos entonces qué ocurre.
PS: Me gustaría dar una cifra sobre los años que llevamos viviendo este sueño, para que veais que es relativamente reciente. Desgraciadamente, mis conocimientos de historia no dan tanto de sí. ¿Quizá desde comienzo del siglo XX?
sábado, 7 de junio de 2008
A vueltas con gasolina y gasóleo
Asistimos a un curioso fenómeno desde hace unas pocas semanas: el precio del gasóleo supera de forma notable al de la gasolina. El combustible diseñado regulatoriamente para transportistas y empresarios, se ha vuelto más caro que el originalmente previsto para el consumidor final, sin repercusiones de coste para el resto de las distintas cadenas de producción.
No es de extrañar la confusión de muchas personas, no sólo empresarios, sino también conductores normales “listos”, quienes se encuentran ahora en una situación en que, tras haber invertido en equipos más costosos, los que usan gasóleo, se enfrentan a un combustible también más caro.
Sin embargo, la situación era predecible y revela, una vez más, lo vanos que son los intentos regulatorios de los Gobiernos, y los nefastos efectos que, tarde o temprano, dichos actos tienen. Aunque se hayan realizado con la mejor de las intenciones.
Es evidente que ambos tipos de combustible cubren un mismo objetivo, son percibidos como sustituibles por los usuarios. Sin embargo, uno se fijaba arbitrariamente más barato que el otro, simplemente por la carga impositiva que soportaba.
¿Cuál es la consecuencia? La gente, no sólo los transportistas, prefieren comprar equipos, esto es, vehículos, que consuman gasóleo por el ahorro que le supone en combustible. Lógicamente, el precio de los coches, que no está regulado, evoluciona inversamente: si hay más demanda, el precio de los vehículos a gasóleo tenderá a subir respecto a los de gasolina. Una vez más, para el usuario, ambos tipos de vehículo son perfectamente sustitutivos, por lo que la única justificación para un precio diferente es precisamente la carga impositiva de cada tipo de combustible.
Conforme más y más conductores optan por vehículos diesel por el pretendido ahorro de combustible, aumenta la demanda del gasóleo, relativamente más que la de la gasolina. Consecuentemente, el precio de aquel sube más que el de ésta, hasta alcanzarse la situación actual.
El objetivo del Gobierno era proporcionar un combustible más barato a los empresarios, de forma que este menor coste tuviera un menor efecto en los precios de los bienes finales. Lo que ha conseguido el Gobierno es que los empresarios hayan tenido que pagar equipos más caros desde el principio, con lo que dicho ahorro ya quedaba atenuado por dicha vía, y que ahora tengan que pagar también el combustible más caro.
Además, los vehículos adquiridos por empresarios y particulares constituyen lo que los economistas llaman “inversiones hundidas”. Vamos, que no los van a dejar de usar, ni se van a comprar vehículos de gasolina de forma inmediata, ante las nuevas circunstancias. El ajuste será lento, como corresponde con bienes de equipo duraderos.
Mientras tanto, y dado que tampoco es automático trasladar la subida de estos costes a los precios del consumidor final, encontraremos pérdidas de margen de los empresarios. ¿Cuál es la única forma en que estos pueden actuar para mantener su capacidad adquisitiva? Ya la estamos viendo: manifestaciones de pescadores, agricultores y transportistas para que se bajen los impuestos del gasóleo.
La duda es si el Gobierno responderá estas presiones, o habrá aprendido de una vez la lección y se estará quietecito. La duda es, por supuesto, meramente retórica.
No es de extrañar la confusión de muchas personas, no sólo empresarios, sino también conductores normales “listos”, quienes se encuentran ahora en una situación en que, tras haber invertido en equipos más costosos, los que usan gasóleo, se enfrentan a un combustible también más caro.
Sin embargo, la situación era predecible y revela, una vez más, lo vanos que son los intentos regulatorios de los Gobiernos, y los nefastos efectos que, tarde o temprano, dichos actos tienen. Aunque se hayan realizado con la mejor de las intenciones.
Es evidente que ambos tipos de combustible cubren un mismo objetivo, son percibidos como sustituibles por los usuarios. Sin embargo, uno se fijaba arbitrariamente más barato que el otro, simplemente por la carga impositiva que soportaba.
¿Cuál es la consecuencia? La gente, no sólo los transportistas, prefieren comprar equipos, esto es, vehículos, que consuman gasóleo por el ahorro que le supone en combustible. Lógicamente, el precio de los coches, que no está regulado, evoluciona inversamente: si hay más demanda, el precio de los vehículos a gasóleo tenderá a subir respecto a los de gasolina. Una vez más, para el usuario, ambos tipos de vehículo son perfectamente sustitutivos, por lo que la única justificación para un precio diferente es precisamente la carga impositiva de cada tipo de combustible.
Conforme más y más conductores optan por vehículos diesel por el pretendido ahorro de combustible, aumenta la demanda del gasóleo, relativamente más que la de la gasolina. Consecuentemente, el precio de aquel sube más que el de ésta, hasta alcanzarse la situación actual.
El objetivo del Gobierno era proporcionar un combustible más barato a los empresarios, de forma que este menor coste tuviera un menor efecto en los precios de los bienes finales. Lo que ha conseguido el Gobierno es que los empresarios hayan tenido que pagar equipos más caros desde el principio, con lo que dicho ahorro ya quedaba atenuado por dicha vía, y que ahora tengan que pagar también el combustible más caro.
Además, los vehículos adquiridos por empresarios y particulares constituyen lo que los economistas llaman “inversiones hundidas”. Vamos, que no los van a dejar de usar, ni se van a comprar vehículos de gasolina de forma inmediata, ante las nuevas circunstancias. El ajuste será lento, como corresponde con bienes de equipo duraderos.
Mientras tanto, y dado que tampoco es automático trasladar la subida de estos costes a los precios del consumidor final, encontraremos pérdidas de margen de los empresarios. ¿Cuál es la única forma en que estos pueden actuar para mantener su capacidad adquisitiva? Ya la estamos viendo: manifestaciones de pescadores, agricultores y transportistas para que se bajen los impuestos del gasóleo.
La duda es si el Gobierno responderá estas presiones, o habrá aprendido de una vez la lección y se estará quietecito. La duda es, por supuesto, meramente retórica.
La catedral del mar: lecciones de historia para no liberales
Esta novela ha sido una de las grandes sorpresas de la literatura española reciente. La recuerdo de moda al mismo tiempo que "La sombra del viento", de Carlos Ruiz Zafón (por citar otra novela que también se desarrolla en Barcelona). Sin embargo, aunque ciertamente no está mal, no es desde mi punto de vista ninguna obra maestra, como sí quizá lo es la segunda. Eso sí, tiene todos los elementos para constituirse en un "Best seller".
En realidad, no pasa de ser una descripción de costumbres en torno a una frágil línea argumental, que lo único que busca es dar lugar a situaciones en que tal descripción costumbrista pueda tener sentido. Y no está mal, porque las descripciones son entretenidas (están bien escritas) y, según parece a partir del apéndice al libro, bien documentadas: se basan en la realidad histórica.
Es un libro que se puede recomendar, sin duda alguna, y que tal vez debieran leer los escépticos del liberalismo para convencerse de que muchas, muchísimas, cosas que pensamos que no podrían existir sin el Estado, han existido sin problemas en otras épocas, sirviendo mejor al ciudadano y sin necesidad de sacrificar libertad. No olvidemos que nuestra perspectiva histórica suele ser limitada y además influida por la educación que nos ha suministrado, precisamente, el Estado.
Solo algunos apuntes para la reflexión:
- La ciudad de Barcelona carece de ejército para defender los derechos de sus ciudadanos; cuando esto es necesario, se convoca a la host con repique de campanas. Son los propios ciudadanos los que, con su iniciativa privada, defienden los derechos de cada individuo, sabiendo que es lo mejor para cada uno, aunque en ese caso no les afecte. Es evidente que el siguiente paso sería mantener un ejército privado (con trabajadores especializados) en lugar de ir a la batalla.
Nada de Estado ni Consejo de los Ciento para esta host.
-Existen varias administraciones de justicia paralelas y que pueden estar enfrentadas. Por ejemplo, la Inquisición, sobre materias religiosas, y que solo tiene jurisdicción sobre cristianos. Tiene sus propios soldados. Pero también existe la administración de asuntos mercantiles, y esta es privada, y tiene su propia fuerza. El protagonista del libro llega a ser nombrado juez de este Tribunal (Cónsul del Mar).
-Se nos cuenta, brevemente, la evolución del negocio de seguros marítimos. Como, al principio, hay mucho sin vergüenza, y poco a poco sólo sobreviven los que prestan un buen servcio. El mercado actúa como filtro y, en poco tiempo, todos los que está engañando a la gente se ven obligados a salir de él. No por la fuerza, si no porque se arruinan.
- Hay libertad de moneda. En un determinado momento se nos habla de todas las monedas que circulan por los alrededores de Barcelona y que un banquero debe conocer. Todas están hechas de metal y se valoran según su peso. Eso sí, el monarca catalán ha intervenido en el cambio, y la ley de Gresham (por la que el dinero malo hace desaparecer al dinero bueno) aplica en toda su magnitud
- Por último, los cambistas (banqueros) que quiebran son decapitados, según decisión del Consul del Mar. Directamente. Si esta norma existiera en la actualidad, tal vez no estaríamos sufriendo la crisis económica en que estamos inmersos. En la Edad Media eran bien conscientes de que el banquero no podía prestar fondos que no tenía y que, dada la gravedad de hacerlo, si no era capaz de responder ante sus depositarios, lo pagaba con la vida.
En realidad, no pasa de ser una descripción de costumbres en torno a una frágil línea argumental, que lo único que busca es dar lugar a situaciones en que tal descripción costumbrista pueda tener sentido. Y no está mal, porque las descripciones son entretenidas (están bien escritas) y, según parece a partir del apéndice al libro, bien documentadas: se basan en la realidad histórica.
Es un libro que se puede recomendar, sin duda alguna, y que tal vez debieran leer los escépticos del liberalismo para convencerse de que muchas, muchísimas, cosas que pensamos que no podrían existir sin el Estado, han existido sin problemas en otras épocas, sirviendo mejor al ciudadano y sin necesidad de sacrificar libertad. No olvidemos que nuestra perspectiva histórica suele ser limitada y además influida por la educación que nos ha suministrado, precisamente, el Estado.
Solo algunos apuntes para la reflexión:
- La ciudad de Barcelona carece de ejército para defender los derechos de sus ciudadanos; cuando esto es necesario, se convoca a la host con repique de campanas. Son los propios ciudadanos los que, con su iniciativa privada, defienden los derechos de cada individuo, sabiendo que es lo mejor para cada uno, aunque en ese caso no les afecte. Es evidente que el siguiente paso sería mantener un ejército privado (con trabajadores especializados) en lugar de ir a la batalla.
Nada de Estado ni Consejo de los Ciento para esta host.
-Existen varias administraciones de justicia paralelas y que pueden estar enfrentadas. Por ejemplo, la Inquisición, sobre materias religiosas, y que solo tiene jurisdicción sobre cristianos. Tiene sus propios soldados. Pero también existe la administración de asuntos mercantiles, y esta es privada, y tiene su propia fuerza. El protagonista del libro llega a ser nombrado juez de este Tribunal (Cónsul del Mar).
-Se nos cuenta, brevemente, la evolución del negocio de seguros marítimos. Como, al principio, hay mucho sin vergüenza, y poco a poco sólo sobreviven los que prestan un buen servcio. El mercado actúa como filtro y, en poco tiempo, todos los que está engañando a la gente se ven obligados a salir de él. No por la fuerza, si no porque se arruinan.
- Hay libertad de moneda. En un determinado momento se nos habla de todas las monedas que circulan por los alrededores de Barcelona y que un banquero debe conocer. Todas están hechas de metal y se valoran según su peso. Eso sí, el monarca catalán ha intervenido en el cambio, y la ley de Gresham (por la que el dinero malo hace desaparecer al dinero bueno) aplica en toda su magnitud
- Por último, los cambistas (banqueros) que quiebran son decapitados, según decisión del Consul del Mar. Directamente. Si esta norma existiera en la actualidad, tal vez no estaríamos sufriendo la crisis económica en que estamos inmersos. En la Edad Media eran bien conscientes de que el banquero no podía prestar fondos que no tenía y que, dada la gravedad de hacerlo, si no era capaz de responder ante sus depositarios, lo pagaba con la vida.
jueves, 5 de junio de 2008
Bien por Solbes
La crisis en que estamos metidos es la consecuencia del pinchazo de la burbuja inmobiliaria. Un exceso de recursos fueron canalizados hacia este sector, ante las continuas expectativas de revalorización. Ese exceso de recursos provenía de las falsas señales dadas por los Gobiernos mediante la fijación de tipos de interés artificialmente bajos... pero esta es otra historia.
Lo cierto es que este es un momento de crisis porque hay muchos recursos metidos en casas, para entendernos. Solo se saldrá de la crisis cuando se ajuste el valor de estos activos a la realidad, y se vayan liberando recursos a otros sectores económicos. Evidentemente, todos aquellos que se equivocaron en sus estimaciones del valor del activo, deberían perder dinero al liquidar la inversión, de la misma forma que lo ganaron los que estimaron acertadamante que iban a subir de precio unos años más atrás.
Lógicamente, la gente es reacia a perder dinero. Pero, desgraciadamente, hay que pagar por los errores cometidos. Mientras esas inversiones erróneas no se liquiden, mientras sus propietarios no asuman las pérdidas, no habrá salida posible de la crisis. Hablando en plata, mientras no se vendan las casas construidas, no se podrá reactivar la economía en otros sectores (por ausencia de recursos), y aquello solo se hará cuando los precios se ajusten a mercado.
En este panorama, es lógico que los inversores errados no quieran perder dinero. Y como el sector de la construcción e inmobiliario es ciertamente poderoso y con grandes influencias políticas, cabe esperar un acoso sobre el Gobierno, para que éste actúe socializando las pérdidas.
Por supuesto, la argumentación de estos lobbys rondará en torno a los males que se ciernen sobre la economia española si no se revitaliza su sector o lo grave que es para los no sé cuantos millones de familias afectadas.
Pero no hay que engañarse. Lo único que pretenden es que la sociedad española se haga cargo de sus pérdidas; que el Estado les otorgue unos priviliegios para mantener su ritmo de vida aún después de equivocarse en sus previsiones. Si el Estado cae en la trampa (que caerá), la situación será terrible: no se podrán liquidar las inversiones mal hechas (no se saldrá de la crisis) y encima lo estaremos pagando entre todos los españoles.
Por eso es encomiable la actitud de Pedro Solbes, vicepresidente económico, ante las primeras presiones de los constructores. Porque, precisamente, la respuesta a esta crisis es la que él está dando: no hay que hacer nada, solo esperar a que se liquiden las inversiones erradas. Cuanto antes les quede claro a los constructores que no van a obtener nada del Gobierno, antes saldremos del pozo.
Me temo, sin embargo, que Solbes esté solo ante el peligro. Pero hay que aguantar, y creo que don Pedro lo sabe. Y van a venir mensajes mucho más catastrofistas, y desde todos los medios de comunicación, que enfrente tiene mucha gente poderosa. Ánimo, don Pedro.
Y, si le sobran arrestos, ¿por qué no utiliza la crisis para cargarse toda la regulación del suelo, y así flexibilizar el mercado y facilitar la liquidación de activos?
Lo repito: BIEN POR SOLBES.
Lo cierto es que este es un momento de crisis porque hay muchos recursos metidos en casas, para entendernos. Solo se saldrá de la crisis cuando se ajuste el valor de estos activos a la realidad, y se vayan liberando recursos a otros sectores económicos. Evidentemente, todos aquellos que se equivocaron en sus estimaciones del valor del activo, deberían perder dinero al liquidar la inversión, de la misma forma que lo ganaron los que estimaron acertadamante que iban a subir de precio unos años más atrás.
Lógicamente, la gente es reacia a perder dinero. Pero, desgraciadamente, hay que pagar por los errores cometidos. Mientras esas inversiones erróneas no se liquiden, mientras sus propietarios no asuman las pérdidas, no habrá salida posible de la crisis. Hablando en plata, mientras no se vendan las casas construidas, no se podrá reactivar la economía en otros sectores (por ausencia de recursos), y aquello solo se hará cuando los precios se ajusten a mercado.
En este panorama, es lógico que los inversores errados no quieran perder dinero. Y como el sector de la construcción e inmobiliario es ciertamente poderoso y con grandes influencias políticas, cabe esperar un acoso sobre el Gobierno, para que éste actúe socializando las pérdidas.
Por supuesto, la argumentación de estos lobbys rondará en torno a los males que se ciernen sobre la economia española si no se revitaliza su sector o lo grave que es para los no sé cuantos millones de familias afectadas.
Pero no hay que engañarse. Lo único que pretenden es que la sociedad española se haga cargo de sus pérdidas; que el Estado les otorgue unos priviliegios para mantener su ritmo de vida aún después de equivocarse en sus previsiones. Si el Estado cae en la trampa (que caerá), la situación será terrible: no se podrán liquidar las inversiones mal hechas (no se saldrá de la crisis) y encima lo estaremos pagando entre todos los españoles.
Por eso es encomiable la actitud de Pedro Solbes, vicepresidente económico, ante las primeras presiones de los constructores. Porque, precisamente, la respuesta a esta crisis es la que él está dando: no hay que hacer nada, solo esperar a que se liquiden las inversiones erradas. Cuanto antes les quede claro a los constructores que no van a obtener nada del Gobierno, antes saldremos del pozo.
Me temo, sin embargo, que Solbes esté solo ante el peligro. Pero hay que aguantar, y creo que don Pedro lo sabe. Y van a venir mensajes mucho más catastrofistas, y desde todos los medios de comunicación, que enfrente tiene mucha gente poderosa. Ánimo, don Pedro.
Y, si le sobran arrestos, ¿por qué no utiliza la crisis para cargarse toda la regulación del suelo, y así flexibilizar el mercado y facilitar la liquidación de activos?
Lo repito: BIEN POR SOLBES.
miércoles, 4 de junio de 2008
Ayer vi morir a Mazinger Z
Y no es una forma de hablar. Supongo que conocereis al fantástico robot que hizo nuestras delicias en la serie de dibujos animados que protagonizaba. "Maziiiinger", "Planeador Abajo". Así empezaba, mientras surgía Mazinger de la piscina bajo la que se cobijaba.
Mazinger Z era dirigido por el incombustible Koji Kabuto, quien lo activaba desde un planeador. A los mandos de Mazinger, Koji protegía al mundo y, más específicamente, al Centro de Investigaciones Científicas, de las bestias mecánicas que, de continúo, con recursos infinitos, enviaba al ataque el malvado Doctor Infierno. Eran, no obstante, sus lugartenientes, el barón Ashler y el conde Brocken, los que normalmente llevaban las acciones en primera línea de batalla, desde sus respectivas fortaleza submarina y volante.
El elenco de personajes se completaba con Sayaka, y su Afrodita A, Shiro (el hermano de Koji), Jefe y sus tres amigos, el profesor Yumi, y los tres profesores despistados encargados del mantenimiento de Mazinger.
¿Qué decir de las armas del robot gigante? "Puños fuera", "fuego de pecho", "rayos ópticos", "misil", "viento mortal"... son gritos que aún seguimos oyendo cuando juegan los niños a batallas.
El caso es que Mazinger, tras un inicio de combate típicamente tambaleante, normalmente acababa con sus enemigos con alguna de estas armas de una forma relativamente sencilla.
De ahí, nuestra consternación (la mía y de los niños) cuando vimos como, golpe a golpe, misil a misil, Mazinger Z caía ante el ataque de las dos bestias enviadas por el duque Gorgon. El invencible robot era fácilmente destruido por dos robots sin piedad, y con él se acababa un mito aparentemente inmortal. ¿Quién lo hubiera podido imaginar?
Pero, así es, incluso Mazinger Z tiene su final. Todo lo bueno (y todo lo malo) tiene un final, aunque mientras uno lo vive, parece que nunca va a llegar. Que se lo digan al doctor Infierno.
Mazinger Z era dirigido por el incombustible Koji Kabuto, quien lo activaba desde un planeador. A los mandos de Mazinger, Koji protegía al mundo y, más específicamente, al Centro de Investigaciones Científicas, de las bestias mecánicas que, de continúo, con recursos infinitos, enviaba al ataque el malvado Doctor Infierno. Eran, no obstante, sus lugartenientes, el barón Ashler y el conde Brocken, los que normalmente llevaban las acciones en primera línea de batalla, desde sus respectivas fortaleza submarina y volante.
El elenco de personajes se completaba con Sayaka, y su Afrodita A, Shiro (el hermano de Koji), Jefe y sus tres amigos, el profesor Yumi, y los tres profesores despistados encargados del mantenimiento de Mazinger.
¿Qué decir de las armas del robot gigante? "Puños fuera", "fuego de pecho", "rayos ópticos", "misil", "viento mortal"... son gritos que aún seguimos oyendo cuando juegan los niños a batallas.
El caso es que Mazinger, tras un inicio de combate típicamente tambaleante, normalmente acababa con sus enemigos con alguna de estas armas de una forma relativamente sencilla.
De ahí, nuestra consternación (la mía y de los niños) cuando vimos como, golpe a golpe, misil a misil, Mazinger Z caía ante el ataque de las dos bestias enviadas por el duque Gorgon. El invencible robot era fácilmente destruido por dos robots sin piedad, y con él se acababa un mito aparentemente inmortal. ¿Quién lo hubiera podido imaginar?
Pero, así es, incluso Mazinger Z tiene su final. Todo lo bueno (y todo lo malo) tiene un final, aunque mientras uno lo vive, parece que nunca va a llegar. Que se lo digan al doctor Infierno.
martes, 3 de junio de 2008
Inflación alta y tipo de interés alto: ¿pero es posible?
Las noticias de la última semana nos mostraron un panórama difícil de explicar desde el punto de vista de la economía neoclásica (Keynesiana). Nos encontramos con una inflación en ascenso (medida por el IPC, en el 4,7%) y con unos tipos de interés también creciendo (MIBOR en torno al 5%, pese a que los tipos de referencias del BCE se mantiene).
Atendiendo a la macroeconomía que estudié en Económicas (y si es que me enteré bien, que podría ser que no), los tipos de interés y la inflación siguen sendas más o menos opuestas. Dado que el tipo de interés viene a representar el precio del dinero, una bajada en los tipos de interés, abarata la pasta y, al haber más pasta circulando, hace que suban los precios (y, en consecuencia, la inflación). Por el contrario, si se suben los precios de interés, se controla la inflación, dado que baja la demanda de dinero.
¿Cómo es, pues, posible que suban a la vez la inflación y los tipos de interés? ¿No hay ningún economista clásico por ahí que nos lo pueda explicar? Eso es lo malo de basarse en teorías económicas ad hoc y que no se incardinan dentro de ningún corpus. Vamos, en teorías económicas falsas, pero que vienen muy bien a los Gobiernos para justificar sus intervenciones.
Desde el punto de vista austriaco, la explicación de la paradoja es inmediata. Primero, no hay relación alguna (al menos, directa) entre inflación y tipos de interés. La inflación la genera el Gobierno mediante la impresión de billetes nuevos (alguien diría falsos) que acrecienta el dinero en circulación y, eventualmente, dado que la riqueza real no ha crecido, los precios de los bienes.
Por su parte, los tipos de interés son un precio, sí, pero no del dinero. El tipo de interés refleja la preferencia temporal de los individuos. Siendo el mismo bien, siempre preferiremos tenerlo antes que más tarde. Sin embargo, estamos dispuestos a retrasar su disposición a cambio de un precio, que se mide con el tipo de interés. Este tipo aplica al dinero, como caso particular de bien, pero permea todos los sectores de la economía.
Por tanto, inflación y tipo de interés no tienen nada que ver, y pueden subir o bajar a la vez, o al contrario, sin ningún tipo de causalidad. La inflación dependerá del Gobierno; el tipo de interés, de las preferencias de los individuos.
En la situación actual, los Gobiernos (léase bancos centrales) se empeñan en meter dinero al sistema a partir del tipo de interés de referencia. Por tanto, sube la inflación. Sin embargo, los individuos (reflejados en los bancos y su MIBOR) hemos aumentado la preferencia por el presente, porque vemos que llegan tiempos duros. Por eso sube el tipo de interés. Y ya pueden los bancos centrales bajar su tipo de referencia, que eso no altera nuestra preferencia por el presente.
Dicho esto, creo que estamos en condiciones de tratar de comprender las causas de la crisis actual, aspecto al que no me resisto a dedicar una entrada en mi blog. Otro día, tranquilos.
Atendiendo a la macroeconomía que estudié en Económicas (y si es que me enteré bien, que podría ser que no), los tipos de interés y la inflación siguen sendas más o menos opuestas. Dado que el tipo de interés viene a representar el precio del dinero, una bajada en los tipos de interés, abarata la pasta y, al haber más pasta circulando, hace que suban los precios (y, en consecuencia, la inflación). Por el contrario, si se suben los precios de interés, se controla la inflación, dado que baja la demanda de dinero.
¿Cómo es, pues, posible que suban a la vez la inflación y los tipos de interés? ¿No hay ningún economista clásico por ahí que nos lo pueda explicar? Eso es lo malo de basarse en teorías económicas ad hoc y que no se incardinan dentro de ningún corpus. Vamos, en teorías económicas falsas, pero que vienen muy bien a los Gobiernos para justificar sus intervenciones.
Desde el punto de vista austriaco, la explicación de la paradoja es inmediata. Primero, no hay relación alguna (al menos, directa) entre inflación y tipos de interés. La inflación la genera el Gobierno mediante la impresión de billetes nuevos (alguien diría falsos) que acrecienta el dinero en circulación y, eventualmente, dado que la riqueza real no ha crecido, los precios de los bienes.
Por su parte, los tipos de interés son un precio, sí, pero no del dinero. El tipo de interés refleja la preferencia temporal de los individuos. Siendo el mismo bien, siempre preferiremos tenerlo antes que más tarde. Sin embargo, estamos dispuestos a retrasar su disposición a cambio de un precio, que se mide con el tipo de interés. Este tipo aplica al dinero, como caso particular de bien, pero permea todos los sectores de la economía.
Por tanto, inflación y tipo de interés no tienen nada que ver, y pueden subir o bajar a la vez, o al contrario, sin ningún tipo de causalidad. La inflación dependerá del Gobierno; el tipo de interés, de las preferencias de los individuos.
En la situación actual, los Gobiernos (léase bancos centrales) se empeñan en meter dinero al sistema a partir del tipo de interés de referencia. Por tanto, sube la inflación. Sin embargo, los individuos (reflejados en los bancos y su MIBOR) hemos aumentado la preferencia por el presente, porque vemos que llegan tiempos duros. Por eso sube el tipo de interés. Y ya pueden los bancos centrales bajar su tipo de referencia, que eso no altera nuestra preferencia por el presente.
Dicho esto, creo que estamos en condiciones de tratar de comprender las causas de la crisis actual, aspecto al que no me resisto a dedicar una entrada en mi blog. Otro día, tranquilos.
lunes, 2 de junio de 2008
Nos devuelven 400 Euros
Si, como parece, ZP cumple su promesa electoral, el Gobierno de España nos devolverá en breve a unos cuantos de los contribuyentes 400 Euros. Eso sí, de una forma un tanto alambicada.
¿Y por qué esto merece comentario? Muy fácil: porque la mayoría de la gente no parece darse cuenta de que se trata de una devolución, no de una donación. Lo que se oye normalmente al respecto de la electoralista medida es: "ZP nos va a dar 400 Euros en junio".
Las palabras son en muchos casos traicioneras, y no es lo mismo que ZP nos dé que nos devuelva. Vamos a ver, si a mí alguien me deja una bici, al devolvérsela no digo que se la he "dado", sino que se le ha "devuelto". Claro, que es mejor dejar caer que reparto y doy, a reconocer que me limito a devolver. Pero el marketing electoral no debe llevarnos a engaño.
Pues bien, los impuestos, de los que van a salir los 400 Euros de la devolución-donación, es un dinero que el Gobierno nos quita por la fuerza, contra nuestra voluntad. Vamos, que los impuestos los pagamos, sí o sí, so pena de ir a la carcel. No conozco a nadie que pague los impuestos voluntariamente. Solo de esa forma consigue el Gobierno sus fondos, arrebatándonos a los individuos el legítimo fruto de nuestro esfuerzo.
Y cuando lo tiene, lo gasta de la forma que considera oportuna, con absoluta opacidad, y dedicándolo a sus intereses, más bien, a los intereses de determinados grupos de presión. Gasta y gasta, y al final nos vende la burra de que ha gestionado bien si tiene superávit, o nos vende la burra la oposición de que la gestión ha sido mala, si tiene déficit. Por suerte, nosotros ya sabemos que eso es trampa, y que lo que hay que mirar es el montante total del gasto público (que, por cierto, no ha dejado de crecer en los últimos 8 años, a ritmos cercanos al 5-10% anual).
Por tanto, los 400 Euros que graciosamente nos otorga ZP, en realidad han salido de lo que nos quitó el año pasado. Así que nada de que nos "los da", sólo nos "los devuelve".
Desde un punto de vista de política económica, hay quien se lleva las manos a la cabeza porque dicha "populista" medida va a cargarse el superávit público en un momento especialmente delicado. Es evidente mi respuesta: mejor que nos lo devuelva y lo gastemos nosotros, los legítimos dueños, como nos dé Dios a entender, a que lo gaste el Gobierno con sus torticeros criterios. Y que no se preocupen tanto por el lado del consumo agregado: ¿qué más da, desde ese punto de vista, que lo gastemos nosotros o el Estado?
Vuelvo al principio: que nadie se engañe, el Gobierno no da nada, sólo quita y devuelve. La mayor parte de las veces, devuelve en especie cosas que no nos gustan ni nos convencen, y solo excepcionalmente nos devuelve algo que nos interesa. Esta vez es una de ellas, que no nos la quiten.
¿Y por qué esto merece comentario? Muy fácil: porque la mayoría de la gente no parece darse cuenta de que se trata de una devolución, no de una donación. Lo que se oye normalmente al respecto de la electoralista medida es: "ZP nos va a dar 400 Euros en junio".
Las palabras son en muchos casos traicioneras, y no es lo mismo que ZP nos dé que nos devuelva. Vamos a ver, si a mí alguien me deja una bici, al devolvérsela no digo que se la he "dado", sino que se le ha "devuelto". Claro, que es mejor dejar caer que reparto y doy, a reconocer que me limito a devolver. Pero el marketing electoral no debe llevarnos a engaño.
Pues bien, los impuestos, de los que van a salir los 400 Euros de la devolución-donación, es un dinero que el Gobierno nos quita por la fuerza, contra nuestra voluntad. Vamos, que los impuestos los pagamos, sí o sí, so pena de ir a la carcel. No conozco a nadie que pague los impuestos voluntariamente. Solo de esa forma consigue el Gobierno sus fondos, arrebatándonos a los individuos el legítimo fruto de nuestro esfuerzo.
Y cuando lo tiene, lo gasta de la forma que considera oportuna, con absoluta opacidad, y dedicándolo a sus intereses, más bien, a los intereses de determinados grupos de presión. Gasta y gasta, y al final nos vende la burra de que ha gestionado bien si tiene superávit, o nos vende la burra la oposición de que la gestión ha sido mala, si tiene déficit. Por suerte, nosotros ya sabemos que eso es trampa, y que lo que hay que mirar es el montante total del gasto público (que, por cierto, no ha dejado de crecer en los últimos 8 años, a ritmos cercanos al 5-10% anual).
Por tanto, los 400 Euros que graciosamente nos otorga ZP, en realidad han salido de lo que nos quitó el año pasado. Así que nada de que nos "los da", sólo nos "los devuelve".
Desde un punto de vista de política económica, hay quien se lleva las manos a la cabeza porque dicha "populista" medida va a cargarse el superávit público en un momento especialmente delicado. Es evidente mi respuesta: mejor que nos lo devuelva y lo gastemos nosotros, los legítimos dueños, como nos dé Dios a entender, a que lo gaste el Gobierno con sus torticeros criterios. Y que no se preocupen tanto por el lado del consumo agregado: ¿qué más da, desde ese punto de vista, que lo gastemos nosotros o el Estado?
Vuelvo al principio: que nadie se engañe, el Gobierno no da nada, sólo quita y devuelve. La mayor parte de las veces, devuelve en especie cosas que no nos gustan ni nos convencen, y solo excepcionalmente nos devuelve algo que nos interesa. Esta vez es una de ellas, que no nos la quiten.
domingo, 1 de junio de 2008
Vuelve el héroe
Todavía me acuerdo de esta frase, que utilizaron para promocionar la primera entrega de Indiana Jones, "En busca del arca perdida". En mí, dicha frase consiguió justo el efecto contrario al buscado, ya que pensé que se trataría de una película cutrecilla. En el anuncio salía Indiana subiéndose al hidroavión, al comienzo de la película. Al cabo del tiempo, mi profesor de Historia dijo en clase que la película era buenísima. Y, dada la admiración que le profesábamos, se despertó mi interés por ver la película, lo que hice bastantes meses después de su estreno.
Qué peliculón, my God. Eso sí que eran aventuras.
Así que es fácil comprender la excitación de ayer cuando, casi 25 años después de aquel momento, me aprestaba a llevar a los niños, en compañía también de sus abuelos (tres generaciones de Ferher, como las de Henry Jones), a ver la nueva entrega del aventurero. Ahora sí que creo que era apropiado lo de "Vuelve el héroe".
Por suerte, y aún con los ilustres precedentes de la serie, la película está a la altura de las circunstancias. No desmerece en absoluto, y está llena de referencias y guiños a los seguidores que nos sabemos de memoria las tres primeras pelis de la serie. En cierta forma, es un homenaje a aquellas películas, y su colofón, preparando el terreno para una nueva generación de Indiana (en el hijo del héroe), cuyas aventuras seguro que tendremos oportunidad de disfrutar a no mucho tardar.
La película tiene menos ritmo que las precedentes, con excesivas explicaciones en la parte intermedia, demasiado tiempo sin ver correr a Indiana. A cambio, las aventuras son algo más espectaculares, hasta rozar ese punto de inverosimilitud que haría perder credibilidad a nuestro héroe. En particular, la persecución junto al río me pareció algo mal estructurada, con los vehículos apareciendo y desapareciendo a voluntad de Spielberg (cosa que no pasaba en las tres primeras entregas) y con una escena de Tarzán claramente impropia.
Por suerte, hay está Harrison Ford, con sus mismos gestos y caras ante los sucesos que el destino arroja a su paso. Y Karen Allen, por cuyos diálogos con Indi parece que no ha pasado el tiempo. Qué pena que no se les haya ocurrido cómo incorporar a Sean Connery a la fiesta...
Magnífica película... ya quiero volver a verla. Otra curiosidad: una película a la que se puede ir en familia... extendida. Hacía tiempo que no veía familias acudiendo en masa a una película como se puede observar al ir a ver ésta. Y es que también los padres menos aventureros queremos trasladar a nuestros hijos el placer del buen cine, de la búsqueda de la justicia, y del idealismo atolondrado de Indi.
Qué peliculón, my God. Eso sí que eran aventuras.
Así que es fácil comprender la excitación de ayer cuando, casi 25 años después de aquel momento, me aprestaba a llevar a los niños, en compañía también de sus abuelos (tres generaciones de Ferher, como las de Henry Jones), a ver la nueva entrega del aventurero. Ahora sí que creo que era apropiado lo de "Vuelve el héroe".
Por suerte, y aún con los ilustres precedentes de la serie, la película está a la altura de las circunstancias. No desmerece en absoluto, y está llena de referencias y guiños a los seguidores que nos sabemos de memoria las tres primeras pelis de la serie. En cierta forma, es un homenaje a aquellas películas, y su colofón, preparando el terreno para una nueva generación de Indiana (en el hijo del héroe), cuyas aventuras seguro que tendremos oportunidad de disfrutar a no mucho tardar.
La película tiene menos ritmo que las precedentes, con excesivas explicaciones en la parte intermedia, demasiado tiempo sin ver correr a Indiana. A cambio, las aventuras son algo más espectaculares, hasta rozar ese punto de inverosimilitud que haría perder credibilidad a nuestro héroe. En particular, la persecución junto al río me pareció algo mal estructurada, con los vehículos apareciendo y desapareciendo a voluntad de Spielberg (cosa que no pasaba en las tres primeras entregas) y con una escena de Tarzán claramente impropia.
Por suerte, hay está Harrison Ford, con sus mismos gestos y caras ante los sucesos que el destino arroja a su paso. Y Karen Allen, por cuyos diálogos con Indi parece que no ha pasado el tiempo. Qué pena que no se les haya ocurrido cómo incorporar a Sean Connery a la fiesta...
Magnífica película... ya quiero volver a verla. Otra curiosidad: una película a la que se puede ir en familia... extendida. Hacía tiempo que no veía familias acudiendo en masa a una película como se puede observar al ir a ver ésta. Y es que también los padres menos aventureros queremos trasladar a nuestros hijos el placer del buen cine, de la búsqueda de la justicia, y del idealismo atolondrado de Indi.
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