jueves, 27 de septiembre de 2018

El inspector general ("Le revizor"), de Nikolai Gogol

Segunda obra de Gogol que le este año tras las Almas Muertas, y relativamente cercana en temática. La obra la he leído en francés por dos razones: porque no leo ruso, y porque no la he encontrado en español. En todo caso, sé que muchas traducciones al español de obras rusas en realidad lo son de la versión en francés, y además creo que las traducciones al francés de este tipo de lenguas suelen ser buenas.

Una vez más, la diana de la ironía de Gogol lo constituye el funcionariado ruso. El planteamiento es muy sencillo: la supuesta llegada de un inspector general del estado central a una ciudad rusa. Ante tal amenaza, los funcionarios locales se aterran y se ponen en guardia. El elemento de diversión/confusión lo da el hecho que al que toman por inspector general no es tal, sino un funcionario menor dado a la buena vida, que está de viaje a casa de sus padres tras dilapidar sus medios en San Petersburgo.

Gracias a ello, tenemos una escena magistral en que Gogol revela en todo detalle la miseria funcionarial. Allí podremos disfrutar los mutuos tanteos de ambas partes, ambos asustados por la presencia del otro, hasta que el avispado Khlestakov (que así se llama el supuesto inspector) se apercibe de la situación y comienza a aprovecharse, casi sin querer, de la circunstancia.

La obra deja, no puede ser de otra forma, un regusto muy amargo, en parte por lo que sucede, y en parte por su vigencia. Cualquiera que conozco un poco la Administración sabe que estas prácticas, mejor dicho, comportamientos, no son cosa del pasado, sino que están a la orden del día. Y la mayor parte de los funcionarios saben que su carrera no depende tanto de su desempeño como de su capacidad de peloteo, de no mojarse, de echar la culpa a otros; otra cosa es que opten por seguir ese camino.

Si hay alguien cuya ausencia resulta conspicua es el administrado. Aquí solo aparecen funcionarios locales más o menos corruptos (la magnitud de dichas corruptelas se presenta desde la primera escena, alcanzando desde el juez hasta al inspector escolar, sin olvidar al gobernador), un funcionario estatal ludópata, y empresarios que viven de su relación con la administración. Y asistimos a sus diversas componendas, especialmente dolorosas las que tienen que ver con el funcionario central, la única garantía que parecía haber para los ciudadanos.

Es espectacular la mutación en el comportamiento de los funcionarios afectados y de los empresarios apesebrados, cuando en el último acto se desvela la falsa naturaleza del supuesto inspector. Lo peor, como he dicho antes, es que resulta perfectamente imaginable algo similar en el presente, 200 años después de los sucesos narrados y a unos miles de kilómetros de allí.

Lean, lean, y traten de sonreir sin amargura.


miércoles, 26 de septiembre de 2018

El Rey recibe, de Eduardo Mendoza

Eduardo Mendoza es uno de esos escritores de los que trato de leer todo, algo que llevo haciendo desde jovencito, cuando me leí su "El misterio de la cripta embrujada", "El laberinto de las aceitunas" y, con otro registro, "La verdad sobre el caso Savolta" o "La ciudad de los prodigios".

Es cierto que ya no me resulta una apuesta segura, he leído algunas cosas suyas que me han decepcionado: la racha "La isla inaudita", "Una comedia ligera" y, sobre todo el espantoso "El último trayecto de Horacio Dos" casi consigue que deje de leerle. Pero lo cierto es que he seguido leyéndolo.

Me temo que con este libro, primero de lo que parece será una trilogía, toca la de cal. Estamos ante un relato anodino, que pasa sin pena ni gloria por el interés del lector. A priori se nos vende como una especie de "Forrest Gump" a la española, en que el protagonista (un periodista llamado Rufo Batalla) nos cuenta su vida aderezada por grandes momentos del siglo XX (como la Primavera de Praga, la apertura de España en la figura de Manuel Fraga o el Watergate, otra vez). En la práctica, el espacio dedicado a estos eventos es muy reducido, y la narrativa queda principalmente ocupada por la vida del tal Rufo, hasta cierto punto banal y carente de interés. Como curiosidad, Rufo se encontrará con el compositor francés Yves, no especialmente conocido.

Es de suponer que la historia remontará el vuelo, como lo empieza a hacer al final de esta entrega, conforme se entrelace más la vida de Rufo con la del príncipe Tukuulo (Mendoza siempre arriesga con los nombres de sus personajes) y sus intrigas. Desgraciadamente, eso no ocurre en este volumen, aunque no por ello deja de asomar el mejor Mendoza en la historia ficticia que nos cuenta de Livonia, país báltico del que pretende ser heredero el tal Tukuulo. Como también lo hace su ironía en frases como esta: "Como no estaba familiarizado con el trabajo en una entidad pública, tardé bastante tiempo en descubrir que allí no había casi nada que hacer, porque en apariencia no hay persona más atareada y laboriosa que un funcionario".

Más espacio dedica a sus reflexiones sobre el comunismo. El protagonista se confiesa marxista de inicio, pero también nos dice que en retrospectiva lo hacía como reacción al franquismo y por ansias de libertad, algo de lo que, como todos sabemos, el comunismo abomina. También tiene su dardo para el socialismo que "no fomenta la ambición pero sí la indolencia". Pero lo que es impagable es la respuestas que recibe Rufo de uno de sus interlocutores a poco de empezar el libro, y que transcribo por su interés y posibles usos futuros:

"Quedaría bien diciendo que respeto sus ideas, pero no es cierto. Le respeto a usted y respeto su derecho a pensar lo que le plazca, pero no siento el menor respeto por el marxismo. No pretendo ser imparcial. En mis circunstancias personales la aversión es lógica. Pero se puede ser parcial sin dejar de ser objetivo y, en términos objetivos, el marxismo es una basura. Como filosofía es un refrito, como sistema económico es un desastre y como proyecto social y humano es un crimen."

El estilo de Mendoza sigue siendo el habitual: fácil de leer, cercano a la ironía (aunque rara vez la alcanza en este novela, salvo en la historia de Livonia), culto (¿alguien había oído la palabra "bastantear"?). En esta ocasión, ha optado por usar citas en inglés, francés (incluso, alemán) para la división del texto en "capítulos". Quizá tenga sus razones, pero de momento no están explícitas, y es algo desconcertante.

Mi conclusión es que Mendoza ha optado por explotar un poco la gallina de los huevos de oro, y en este caso ha decidido extender a trilogía lo que quizá hubiera sido una buena novela de un tomo. Al menos, esta primera parte desprende esa sensación. Esperemos que no me equivoque (en que la base es una buena novela), y las siguientes partes merezcan más la pena.

viernes, 21 de septiembre de 2018

A sangre fría ("In Cold Blood"), de Truman Capote

Tras leer a Gore Vidal, le toca el turno ahora a esta novela de Truman Capote, con el que al parecer tuvo bastantes encontronazos (dialécticos). Y ya anticipo que en la particular pugna que libran por mis preferencias, ha ganado el primero, del que ya tengo preparadas nuevas lecturas, cosa que no creo que ocurra con el segundo.

Y no es que el libro esté mal. Es simplemente que no he encontrado nada especial en él. Capote escribe con gran elegancia y precisión, pero también nos endosa tremendos párrafos en el medio de los cuales uno se pierde si no está atento.

La historia es digna de una temporada de Fargo. Los protagonistas son un par de matados que transitan por Kansas y otros estados del centro de los USA. Y la historia es básicamente el asesinato "a sangre fría" de una familia respetable de Holcomb, Garden City, Kansas, los Clutter, que cabe imaginar como esos pueblos que salen en la serie citada.

El par de matados son Dick Hickock y Perry Smith. Y, como digo, aunque la novela empieza contándonos la vida de los Clutter, poco a poco se intercalan sus episodios con las andanzas de los primeros, hasta que, conforme la novela avanza, el foco se centra completamente en ellos.

Hay tres partes claramente diferenciadas: en la primera se nos habla de los Clutter y básicamente termina con el asesinato de los mismos, aunque éste no se describe en esta parte. En la segunda asistimos a la investigación del asesinato, lo que hace que un par de agentes del FBI, Al Dewey y Nye pasen a compartir protagonismo con Hickock y Smith. La tercera parte nos cuenta el juicio y la condena de los protagonistas.

La historia se lee con cierto interés, aunque no hasta el punto de quedar atrapado en la acción. Los pasajes más llamativos tienen que ver con el pasado de los protagonistas, en los que nos asomamos a sus familias y a sus vidas, ciertamente desgraciadas cuando no directamente deprimentes. Así ocurre con Perry Smith, quizá el "malo" con el que más se puede simpatizar. El pasaje en que, entremezclado con una entrevista a su padre, se nos cuenta su infancia y juventud es de las cosas más tristes, más bien deprimentes, que he leído en los últimos años. Pero no por eso es menos brillante. También es magnífico el análisis que hace su amigo de la carcel Willie-Jay sobre la carta que recibe de su hermana. Muy sutil y de gran finura. Par cerrar los aspectos de la personalidad de Perry hay que referirse también a su vena artística, que aflora en diferentes momentos de la novela, y especialmente en una lista de palabras grandilocuentes (de un millón de dólares, las llama Hickock) que atesora en su diario.

Con Hickock es más difícil empatizar. Es un tipo bastante más listo, nacido en una familia más convencional que la de Smith, y que en principio no tiene tanta disculpa social para sus desmanes. De hecho, se culpa de ellos a un accidente que sufrió en la juventud. No obstante, Hickock nos deleita casi al final del libro con una de esas frases dignas, una vez más, de Fargo: "I believe in hanging, as long as I am not the one being hanged" (Creo en la horca, mientras no sea yo el ahorcado).

Uno de los aspectos llamativos del estilo narrativo de Capote a su atención a detalles inesperados o no claramente relacionados con el libro. Por ejemplo, la vida cotidiana del policia Al Dewey (¿Fargo de nuevo?), los detalles jurídicos sobre apelaciones y condenas en relación con la pena de muerte, o, por ejemplo, la ropa del verdugo en el momento de la ejecución. Y también llama la atención la ausencia de ironía, no hay concesiones a la sonrisa en la historia que nos cuenta, pese a la distancia que utiliza. Y sin embargo uno se pasa todo el libro esperándola.

La verdad es que no es una novela que me haya impresionado. Está bien escrita y es amena de leer. Pero no he encontrado nada resaltable. Pese a la gravedad de lo que se nos cuenta, el texto no invita a la reflexión ni incorpora las del autor, que trata de ser exquisimente objetivo en su relato. Es más, partes del mismo se disfrazan de fragmentos de entrevistas a los propios protagonistas o a terceros a los que supuestamente alguien ha entrevistado sobre el tema en algún momento. Me atrevería a decir que el genio de Capote (no dudo de que lo tenga) solo aparece en la escena final, en que el policia visita el cementerio de Garden City unos años después de toda la tragedia, y se permite una narración algo más emotiva y cercana de la que utiliza en el resto del libro. ¿Qué hubiera pasado de utilizar el mismo estilo en toda la narración? Nunca lo sabremos.


martes, 11 de septiembre de 2018

Creación ("Creation"), de Gore Vidal

Me sonaba bastante el nombre de esta autor, pero, no sé por qué, no lo había asociado nunca a novela histórica. Viendo la carrera tan variada y completa que ha llevado, no me extraña.

El caso es que esto de la novela histórica tampoco se le da mal. Esta novela constituye un ejemplo, si bien algo atípico, como ahora se verá. En Creation, Gore Vidal nos lleva a la época de la Grecia clásica (500 antes de Cristo aproximadamente), pero esto es solo el comienzo y despista sobre lo que se nos va a contar. Porque lo cierto es toda la "acción" (es un decir) trasncurre entre Persia, China y la India.

El protagonista, Cyrus Spitama, es un alto funcionario persa y descendiente de Zoroastro, que está pasando su vejez en Grecia, y aprovecha para contar su vida a Demócrito, quien la anotará con fruición. Pero tampoco es realmente la vida de Spitama el foco de la novela, sino unos cuantos de sus episodios, en los que tuvo oportunidad de tratar con los grandes personajes de la filosofía y la religión de la época, entre otros tópicos, sobre el que da título a la novela.

Así pues, empezamos con lo que parece va a ser una novela histórica en sentido tradicional, con las intrigas entre los estados griegos y persas. En esta parte de la narrativa, luce el estilo irónico del autor, sobre todo en las invectivas que Spitama mete a los griegos, con una diana dedicada especialmente a Herodoto. No sé si es algo personal de Vidal contra Herodoto, o simplemente un entretenimiento.

En cuanto empieza a contar su vida a Democrito, si bien se mantiene el estilo irónico , parece que se va a tratar de una novela más costumbrista, centrada en el modo de vida de los persas, o de los pueblos que vaya visitando. Aquí se incardinan las descripciones de Susa, el palacio de Dario, de Babilonia o incluso se los primeros compases de su viaje por India (Varanasi). O la observación de que los griegos son los eunucos más buscados "since Greeks are the most reluctant to be castrated".

Pero tampoco tarda en abandonar este interés para centrarse en lo que realmente es el foco de la novela: Los encuentros de Cyrus con los filósofos indios y chinos de la época. En su primer viaje, el que le lleva a Varanasi, Rajagriha y Shravasti, tendrá oportunidad de encontrarse y mantener interesantes conversaciones con el propio Buda, Sariputra, Mahavira (fundador del jainismo) y Gosala (discípulo de éste y fundador de otra secta). Junto con las enseñanzas sobre estas corrientes filosóficas, el protagonista trata de buscar la explicación que dan para la Creación, algo que le interesa especialmente como sucesor de Zoroastro.

 
Tras cierto intermedio enfocado de nuevo en las intrigas persas, en concreto la sucesión de Dario por Jerjes, le toca viajar de nuevo, esta vez a China, en un viaje considerablemente más accidentado y largo que el indio. Pero, una vez más, a Vidal no le interesan tanto estas aventuras como los encuentres que mantiene con el maestro Li (fundador del taoismo) y con Confucio. Es este último el que más parece impresionar a Cyrus-Gore Vidal. Respecto al taoismo, se trata de no hacer nada que no sea armónico (el wu-wei). En cambio, el confucianismo es algo bastante más raro y quizá complejo. Para Confucio, lo relevante es mantener la tradición y las costumbres asi como el respeto por los ancestros, y esto es lo que hace que el príncipe sea bueno. Al parecer, Confucio tuvo un gran prestigio en su época y ninguno de los príncipes estaba cómodo haciendo cosas sin su beneplácito.
 
Entre las enseñanzas más curiosas de Confucio está la relacionada con los guerreros y sirvientes de terracotta (como los de Xian). Los emperadores querían hacerse seguir por su corte también al reino celestial. Para evitar el enorme gasto de muertes que ello suponía, Confucio les hizo ver que la carne era como la arcilla, y que cuando se enterraba, en pocos meses perdía su utilidad (léase, las doncellas se volvían feas, los guerreros, inservibles). Por ello, era mejor que el séquito se construyera en terracotta (cerámica), en vez de simplemente arcilla.

Son también llamativos los comentarios económicos que hace Vidal en algunos momentos de la novela, por boca de Cyrus. Por ejemplo, una cosa que le llama mucho la atención es que los tipos de interés fueran similares en países tan distantes y mal comunicados como eran en la época Persia, China e India. Esto es consistente, prima facie, con lo que cabe esperar según la teoría económica austriaca, aunque se tienen que dar otras condiciones.
 
Y respecto a los impuestos, Gore Vidal cita a Confucio:  "“Worse,” he had said, “by taking so much for the state, you reduce everyone’s ability to create more wealth. Even the bandit in the forest never takes more than two thirds of a merchant’s caravan. After all, it is to the bandit’s interest that the merchant prosper so that there will always be something for him to steal.

Con todo, lo que quizá llame más la atención del lector de este libro sea la inversión de la perspectiva. Estamos acostumbrados a aproximarnos al imperio Persa desde Grecia. Esta perspectiva nos los muestra típicamente como bárbaros y retrógrados, respecto a la finura de la cultura clásica y su rol de cuna de la civilización. Aquí la perspectiva es la contraria, esto es, cómo podían ver los Persas a Grecia. Y la sorpresa es que Grecia para ellos era una especia mosca cojonera, a la que apenas prestaban atención, una pequeña provincia en los confines del imperio aportando más problemas que riqueza. Y, ni mucho menos cuna de una civilización, sino maestra en intrigas y en replicar a pequeña escala la grandeza persa.

Para que la cura de humildad sea aún mayo, solo hay que acercarse con Cyrus Smitana a las civilizaciones orientales coetáneas. La comparación del mundo clásico europeo con India y, no digamos ya, con China, deja a nuestros ancestros a la altura del betún. Queda para la reflexión el papel que el cristianismo pudo tener en que eventualmente Europa hiciera el sorpasso desde una posición tan rezagada.

Termino con dos frasecillas, no sin antes confesar que este libro me ha gustado mucho, hasta el punto de que ya me estoy haciendo con La Crónica Americana de este autor, que espero leer a no mucho tardar. Venga, las frasecillas:
- "No man ever knows when he is happy;  he can only know when he was happy"
- "All the suffering in the world begins with a disagreement between men as to what is good or bad." (ésta enlazando con algunas de las ideas de Jordan Peterson en el libro comentado en el anterior post).