Segunda obra de Gogol que le este año tras las Almas Muertas, y relativamente cercana en temática. La obra la he leído en francés por dos razones: porque no leo ruso, y porque no la he encontrado en español. En todo caso, sé que muchas traducciones al español de obras rusas en realidad lo son de la versión en francés, y además creo que las traducciones al francés de este tipo de lenguas suelen ser buenas.
Una vez más, la diana de la ironía de Gogol lo constituye el funcionariado ruso. El planteamiento es muy sencillo: la supuesta llegada de un inspector general del estado central a una ciudad rusa. Ante tal amenaza, los funcionarios locales se aterran y se ponen en guardia. El elemento de diversión/confusión lo da el hecho que al que toman por inspector general no es tal, sino un funcionario menor dado a la buena vida, que está de viaje a casa de sus padres tras dilapidar sus medios en San Petersburgo.
Gracias a ello, tenemos una escena magistral en que Gogol revela en todo detalle la miseria funcionarial. Allí podremos disfrutar los mutuos tanteos de ambas partes, ambos asustados por la presencia del otro, hasta que el avispado Khlestakov (que así se llama el supuesto inspector) se apercibe de la situación y comienza a aprovecharse, casi sin querer, de la circunstancia.
La obra deja, no puede ser de otra forma, un regusto muy amargo, en parte por lo que sucede, y en parte por su vigencia. Cualquiera que conozco un poco la Administración sabe que estas prácticas, mejor dicho, comportamientos, no son cosa del pasado, sino que están a la orden del día. Y la mayor parte de los funcionarios saben que su carrera no depende tanto de su desempeño como de su capacidad de peloteo, de no mojarse, de echar la culpa a otros; otra cosa es que opten por seguir ese camino.
Si hay alguien cuya ausencia resulta conspicua es el administrado. Aquí solo aparecen funcionarios locales más o menos corruptos (la magnitud de dichas corruptelas se presenta desde la primera escena, alcanzando desde el juez hasta al inspector escolar, sin olvidar al gobernador), un funcionario estatal ludópata, y empresarios que viven de su relación con la administración. Y asistimos a sus diversas componendas, especialmente dolorosas las que tienen que ver con el funcionario central, la única garantía que parecía haber para los ciudadanos.
Es espectacular la mutación en el comportamiento de los funcionarios afectados y de los empresarios apesebrados, cuando en el último acto se desvela la falsa naturaleza del supuesto inspector. Lo peor, como he dicho antes, es que resulta perfectamente imaginable algo similar en el presente, 200 años después de los sucesos narrados y a unos miles de kilómetros de allí.
Lean, lean, y traten de sonreir sin amargura.
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