Este verano en Turquía, y sobre todo la nueva estancia en Estambul, me despertó un gran interés por la historia del imperio Otomano. Era cuestión de tiempo que leyera algo al respecto. Lo que no me esperaba es que fuera relativamente difícil encontrar un buen libro de historia sobre el citado imperio. Es cierto que hay buenos libros sobre algunos de sus episodios (uno de ellos, en los Momentos estelares de la humanidad, de Stefan Zweig), pero parece que no hay una referencia indiscutible para su historia completa. Tras buscar un poquillo, encontré este libro de Carolina Finkel, académica de Oxford afincada en Estambul, que prometía una historia completa del citado imperio, y además desde una perspectiva neutra, no tan occidentalizada. De hecho, la propia Finkel nos dice que existen unas cuantas "historias" del imperio Otomano, pero que casi siempre adolecen del citado defecto.
El libro cubre con nota el objetivo buscado, y en este sentido ya puedo decir que su lectura ha merecido la pena. Me hubiera gustado decir que su lectura te atrapa y que el libro es imprescindible, pero Finkel no es Holland o Posteguillo. Su estilo es mucho más sobrio; el libro es correcto y está muy bien escrito, pero la autora al final del día es más académica que divulgadora. La prueba se tiene en las constantes notas al pie citando la referencia en que se apoya.
¿Y qué hay del contenido? Pues mucho y muy interesante, como dije antes. La mayor parte de la narrativa se ocupa, como no puede ser de otra forma, de la historia del imperio. Los orígenes se trazan al Osman del título, el fundador mítico de la dinastía otomana. Lo que constata el lector es que estamos ante un imperio militarizado, en constante conflicto tanto externo como interno. Solo a partir de 1700 disminuye algo la conflictividad internacional, y la autora pasa a centrarse más en aspectos políticos y sociales, aunque prosigue la conflictividad interna e incluso se acrecienta.
Por eso, la lectura de libro te lleva a una sucesión de batallas y hechos militares, y de nombres de sitios y personajes involucrados. Cuando se tratan de conflictos externos, uno más o menos los sigue; pero en los internos en casi imposible orientarse.
Uno de los retos a que se enfrentan los historiadores cuando narran este tipo de epopeyas históricas es que el sujeto de la historia está relacionado con otros muchos imperios o países, a su vez interesantes y con sus propios desarrollos, que hay que conocer mínimamente para comprender la dinámica de su relación. Así, durante la historia del imperio Otomano se producen importantes contactos con el Egipto mameluco, el imperio del Gran Tamerlán, los safavides iraníes, la Rusia de los zares, Venecia y Génova, los Saudíes, muchísimo con los Habsburgos, incluido Carlos V, e incluso con Portugal, en la competencia por el Índico, y ya en sus últimos momentos con las grandes potencias de la Primera Guerra Mundial. Creo que Finkel lo resuelve con brillantez: siempre atiende a los eventos importantes en los estados vecinos, aunque sea mucho antes de que tengan impacto sobre su historia.
Curiosamente, el imperio Otomano empezó su extensión, desde Anatolia Occidental, ie, Bursa, por Europa, tras cruzar el estrecho de los Dardanelos. Los primeros territorios en caer en su ámbito fueron los Balcanes, así como otros territorios europeos. De hecho, la parte asiática del imperio estuvo muy limitada el primer siglo por culpa del Gran Tamerlán, que no les dejó avanzar hacia el este. Vamos, que el imperio Otomano ha sido más Serbia, Bulgaria o Grecia, que Diyarbakir, por mucho que el desenlace de la historia nos haga pensar los contrario.
En su máxima extensión, llegaba por el oeste hasta Hungría, casi hasta Viena (hubo tres asedios fallidos de la capital de los Habsburgo); por el este hasta Tabriz, en el norte de Irán; por el norte, la actual Ucrania hacia el oeste de Kiev, con el apoyo de los tártaros. Y por el sur llegaba hasta Túnez, aunque con un régimen bastante autónomo. Precisamente, en el sur del Mediterráneo fue donde tuvo menor conflictividad, pues llegó a un equilibrio con España relativamente pronto (imagino porque España se podía volcar hacia América para su ambición expansionista). De hecho sus dominios en Libia fue de los últimos que perdió, tras ya haber perdido los Balcanes y Egipto.
El declive del imperio llega más o menos desde 1700. Poco a poco lo que se va viendo es que el imperio Otomano deja de tener su autonomía, y la sensación que da es que es un juguete roto en manos de los distintos poderes de cada momento, sea Napoleón, o Pedro el Grande, o Winston Churchill, o incluso de gobernadores regionales del imperio, como Mehmed Ali y sus sucesores en Egipto.
En cuanto al ámbito institucional, llama la atención la legitimación inicial del sultán por fraticidio. Esto es, el sultán no designaba heredero de entre sus hijos, y el que conseguía proclamarse, lo primero que hacía era matar a sus hermanos para despejar dudas sobre su legitimidad. De hecho, carnicerías y ejecuciones son una constante casi hasta el final del imperio: el Gran Visir que lo hace mal suele terminar decapitado, no retirado en su casa. Papel especial tienen los jenízaros, cuya subhistoria puede merecer la pena por si sola, aunque el lector quede cubierto de sangre. Jenízaros, que, por cierto, venían principalmente de los Balcanes, como muchos de los principales funcionarios del imperio. Basta aquí decir que los jenízaros parecen haber tenido un papel similar a la guardia pretoriana en algunos momentos del imperio Romano.
También es interesante en el ámbito institucional el papel del sultán como Califa, esto es, protector de todos los musulmanes allá donde estén. De poca relevancia durante la gestación y crecimiento del imperio, si tiene más impacto en la fase de declive, y contribuirá a las tensiones finales entre los distintos grupos religiosos (cuya convivencia, por cierto, había presentado escaso conflicto durante la mayor parte de la historia).
Finkel nos conduce de la mano hasta los últimos estertores del imperio y el consecuente surgimiento de la nación turca, sobre una notación étnica hasta ese momento poco extendida. En esos estertores asistimos a la infausta participación del imperio en la Primera Guerra Mundial, como títere de Prusia y solo redimida por la victoria de los Dardanellos y Gallipolli, los conflictos con los armenios (que Finkel se resiste a llamar genocidio) y la llegada de los nacionalistas turcos con la toma de podar de Mustafa Kemal (al que yo siempre he llamado Attaturk, pero este calificativo lo evita Finkel).
Ojalá pudiera recomendar este libro sin dudarlo. Pero he leído demasiados párrafos de él sin que me interesaran demasiado, simplemente para avanzar en la historia hasta otro punto de relevancia. Me parece un magnífico trabajo y una excelente panorámica del imperio Otomano, que los interesados en él deberían leer. El lector "común" quede avisado de que, junto a capítulos entusiasmantes, sobre todo los primeros, le esperan algunos otros de andar por casa.
1 comentario:
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