martes, 9 de abril de 2024

Yo confieso, de Jaume Cabré

Yo también confieso, primero de todo, que no sé si este libro se escribió en catalán o en castellano, y esto supone que si es lo primero, entonces he leído una traducción, cosa que me incomoda después de todas las veces que he despotricado en contra de leer traducciones. En mi descargo diré que ni se me ocurrió que pudiera serlo y que, cuando me asaltó la duda ya llevaba mucho libro leído como para empezarlo de nuevo (además de que tampoco sé si podría leer en catalán).

En todo caso, el libro me ha parecido escrito como si fuera directamente en castellano, y tampoco tiene tanto recurso estilístico como para que sea relevante (creo) que se lea en uno u otro idioma. 

Esta novela ha empezado a aparecer en listas de libros clásicos de esas que circulan por Internet, y en muchas de ellas era el único que no conocía. Ese espíritu de completitud que no me abandona me forzó a hacerme con el libro y leerlo, pese al desconocimiento que tengo del autor.

Y no me ha decepcionado, es una lectura que merece la pensa. Cabré tiene pinta de ser autor de un libro, como tantos otros lo han sido (me viene a la memoria Angelas Ashes, o Les bienveillantes, de cuyos autores poco más se supo), lo cual quizá sea malo para él, pero no para el lector, que puede disfrutar de una quintaesencia de sus pensamientos, conocimientos y visiones de la vida.

La historia que nos cuenta Caubré en alrededor de 1000 páginas es, en realidad, la historia de un violín, del artesando Storionio, cremonense que aprendió sus artes del más conocido Stradivari. Lo que pasa es que la historia está contada de forma desordenada, torcida y, si se quiere, disfrazada de carta a su amada de toda la vida, Sara Voltes-Epstein.

No solo el desorden anima la confusión, sino el propio estilo del autor, quien mezcla constantemente en la narración la primera persona (lo que le permite, por ejemplo, tutear al destinatario de sus líneas) y la tercera persona. Por si fuera poco, también hay una cierta confusión con los personajes que pueblan la historia, en los que hay veces en que parece que se encarna, mientras que en muchas habla con ellos (sus dos muñecos, el jefe indio Águila Negra y el sheriff Carson). Es más, incluso los personajes de distintos momentos históricos parecen a veces encarnarse unos en otros o tener vidas paralelas. ("La operación se repitió varios días seguidos. La prisionera 615428 se arrodillaba, desnuda, y el Obersturmbannführer Höss la penetraba y Su Excelencia Nicolau Eimeric le recordaba, jadeando, como se lo cuentes al desgraciado del Bizco de Salt, serás tú quien vaya a la hoguera por bruja, que me tienes embrujado, y la 615428 no decía nada, porque sólo podía llorar de horror.")

Con todo, no se amedrente el potencial lector, porque la narración fluye muy bien y no tendrá problemas para seguir sus derroteros, eso sí, aceptando que se va a ir enterando a saltos, no de forma continua como ocurriría en una narración convencional.

Las historias que se nos cuentan y que (descubriremos) tienen como hilo conductor el ya citado violín, transcurren en diversos momentos históricos y lugares geográficos. La primera es a finales del XIV, en las juderías y monasterios de Gerona; tenemos otra a finales del XVII entre Pardac, Cremona y Paris, y de ahí se salta a la Segunda Guerra Mundial y a los nazis, siempre los malos en cosas de antigüedades.

También hay una historia, breve, en Al Hisw. Y luego esta la vida del padre del protagonista y narrador, que nos lleva por la Primera Guerra Mundial y, cómo no, a la Barcelona franquista. Todo ello entrelazada con la propia vida del protagonista, Adriá Ardevol, y su íntimo amigo Bernat Plensa.

Con tanto lío, parece quedar poco resquicio para la sorpresas, pero doy fe de que este libro las tiene, alguna en la mejor tradición de las series policíacas. Esta última no se desvela hasta las últimas páginas, y no la reventaré, solo diré que tiene que ver con la historia del violín como no podía ser de otra forma. 

La otra se revela más adelante, cuando de repente el texto empieza a aparecer en cursiva, para señalarnos una visión objetiva de algo que no te cuenta Adriá, ni en primera ni en tercera persona. Lo quiero dejar aquí, porque creo que puede animar a la lectura del libro. Bueno, ahi va el spoiler: resulta que Adriá escribe toda esta cara ya aquejado de Alzheimer, y con la urgencia que da querer dejar por escrito todos sus recuerdos antes de perderlos. Es por eso que, cuando se vaya acercando el final del libro, ya casi todo pasa a estar en esa cursiva de observador externo. Y esto le llevará incluso a dudar de sí mismo: "entonces resulta que todos somos pura ficción. ¡Incluso yo!" "Mi muerte será lenta, no como la de Boecio. Mi emperador asesino no se llama Teodorico sino Alzheimer el Grande."

Cabré escribe bien y, con tanto texto, es inevitable que aparezcan secuencias, diálogos y frases lindando con la genialidad. Por ejemplo, este debate terminológico entre Adriá y Jaume de pequeños con otro amigo:

"—Prostíbulo: mancebía, lupanar o burdel.

—Ostras. Hay que buscar en el volumen de mancebía. Éste.

—Mancebía: prostíbulo, lupanar, casa pública de mujeres mundanas. 

Silencio. Los tres un tanto desorientados.

—¿ Y lupanar?

—Lupanar: mancebía, burdel, prostíbulo. Ostras, qué pesados. Lugar o casa que sirve de guarida a gente de mal vivir."

Y este diálogo minimalista, en que se lleva al locutor al final de la frase para conseguir el efecto deseado:

"—Y también quiero estudiar Filosofía (yo).

—¿ Filosofía? (madre).

—¿ Filosofía? (Manlleu).

—¿ Filosofía? (Bernat).

—Peor todavía (madre)."

Adriá es un gran poliglota, lo que le permite algunos alardes. Este, de fuerza bruta: "Adéu, ciao, à bientôt, adiós, tschüss, vale, dag, bye, avrío, noká, la revedere, viszlát, head aega, lehitraot, tchau, maa as- salama, puix beixlama, amigo mío." Mientras que este es un analisis más sutil: "Del inglés me apasionó la pronunciación, siempre maravillosamente inesperada si la comparábamos con la palabra escrita. Y me maravilló la simplicidad morfológica."

Análisis sintáctico de palabra soez: "No dijo pputa porque usó la palabra como sustantivo, no como adjetivo, al contrario que la otra vez que se lo oí decir. Me gustó la finura del matiz lingüístico de mi madre."

Algo con sentido del humor; "¿Cómo sabe mi nombre?—Ya le he dicho que soy tasador." (aunque no espere el lector mucho más).

Dejo también un par de frases brillantes: "cuando la Tierra era redonda para casi todo el mundo y, si las enfermedades desconocidas, los salvajes sin Dios y las fieras del mar y de las tierras, el hielo y la tempestad y las lluvias excesivas no lo impedían, los barcos que se perdían por occidente volvían por oriente con los marineros más delgados, demacrados, perdida la mirada y plagadas de pesadillas sus noches."

"empezaba a añorar la posibilidad de añorar el paisaje frío de Tübingen."

Y cierro ya con esta, que me parece muy adecuado para conectar con el libro que estoy leyendo ahora y sobre el que seguramente trate la próxima entrada, aunque solo coincido con el autor para Vermeer, estoy completamente en desacuerdo con la apreciación a Proust:

"Cuando se ha degustado una vez la belleza del arte, la vida cambia. Cuando has oído cantar al coro Monteverdi la vida cambia. Cuando has visto a Vermeer de cerca, la vida cambia; cuando has leído a Proust, ya no eres el mismo."