Bueno, pues es la tercera o cuarta vez que me leo la hazaña de Cortés, esta vez narrada por un escritor húngaro en una obra que, pese a ello, parece ser la de referencia. Y es que la hazaña de Cortés, y en general de los conquistadores españoles, me parecen de las gestas más colosales que ha realizado la humanidad, aunque Zweig en sus momentos estelares solo pusiera una, la de Núñez de Balboa.
En todo caso, con esta lectura parece que ya le he hecho suficiente homenaje. Ya empiezo a saberme de memoria la historia y a lo único que aspiraba es a que me la contaran mejor, con más tintes épicos, más novelada. Vamos, como cuenta Posteguillo las batallas de Escipión. Pero eso no lo consigue Passuth. De hecho, usa un estilo más lírico, más íntimo si se quiere, que me chocó bastante al principio, y que no me ha convencido en absoluto. De hecho, el momento que mejor me ha parecido de la novela es en el que se suelta un poco y deja elementos épicos: me refiero al final de la batalla marina con la Cortés se hace con la victoria definitiva ante su rival "Águila-no-sé-qué". Cuando se ponen a cantar el "Te Deum" los marineros y soldados de Cortés a uno se le saltan las lágrimas y parece encontrarse en medio del (final) de una batalla naval de la época.
Un aspecto muy interesante, una vez más, es cómo los conquistadores llevaban con ello el marco institucional de España/ Castilla, y las consecuencias que ello tenía. Por ejemplo, ésta: "Si no procedemos como manda la ley de Don Carlos... Sólo podemos remover el oro, quitarlo mediante sentencia o disposición...Moctezuma se entregó voluntariamente en nuestras manos. No es un rebelde; ha jurado fidelidad al emperador y este oro le pertenece..." O sea, en mitad de un país desconocido, en medio de la hostilidad de miles de indígenas, Cortés no le va a quitar el oro a Moctezuma porque éste ha jurado fidelidad al emperador. Claro, muchos de sus compañeros de aventura no lo entienden. Por cierto, curioso que Moctezuma tuviera un tesoro de oro al mismo tiempo que consideran este material la "inmundicia de los dioses". Los mexicanos no utilizaban el oro para el intercambio, cosa que sí hacían los españoles y por lo que lo valoraban tanto, pero parece que aún así les molaba tenerlo.
Cuando uno lee esto, entiende mejor cómo es posible que las piezas de oro que Cortés mandaba a su casa en Medellín, realmente llegaran a sus padres. Pruebe usted, en pleno siglo XXI, a poner un trozo de oro en su sobre y métalo en el buzón, a ver si llega a su destino. Pues en aquel entonces, con la Pax Carolingia, desde mitad de un terreno en conquista, llegaba a su destino.
Otro aspecto que me ha gustado, y éste no lo había visto desarrollado en lecturas anteriores, es el de farolero de Cortés. Consciente de su clara minoría de fuerzas respecto a las de su entorno, no tiene reparos en engañar como puede a sus adversarios. Por ejemplo, tras la primera escaramuza con los indios: "La dirección de la escena estaba en manos de Cortés. Los indios no debían ver a ningún español herido; debían creerlos invulnerables y que si una flecha les acertaba, al día siguiente la herida estaba ya cicatrizada." También se utiliza la figura del emperador allende las aguas, que Cortés no duda en mitificar en sus relaciones con los caciques indios, como si Carlos V se fuera a presentar en México al mando de tropas de ángeles si la cosa le iba mal a Cortés.
Poco a poco, evoluciona Cortés de la añagaza y el truquillo, a la diplomacia. A la fuerza ahorcan. Así nos señala Passuth la metamorfosis de Cortés ante las circunstancias:
"Hasta entonces Cortés anduvo, como quien dice, con la cabeza tapada, guiándose principalmente por su instinto; ahora ya comenzaba a comprender el engranaje y combinación de las tribus y sus hendiduras. El que hasta entonces fuera mercader y conquistador, convirtióse ahora en pocos días en sabio estadista con la experiencia de jefe indio.".
Por cierto, a Cortés le llaman Malinche los indios, por ser el señor o pareja de Marina, la indígena que tan importante rol jugo en la gesta. Lo apunto porque siempre había pensado que Malinche era el nombre de la india. Ahora queda clarificado para la posteridad.
Y por último, me gusta la referencia a los clásicos que introduce Passuth (no sé si apócrifamente, o realmente Cortés pensaba en estos términos). Esto nos dice de su niñez: "Los héroes de Plutarco hacían resonar sus armas al andar, mientras él traficaba con fanegas de harina de maíz." Y conforme avance la gesta, irá comparándose con algunos de ellos, como Alejandro Magno o Julio César, en un transplante de escenarios bastante atractivo.
Hernán Cortés es al final "monarca de un pueblo de indios formado por millones. No eran en modo alguno salvajes, desnudos y escondidos en los bosques, sino que formaban tribus con sus leyes, su historia, sus tradiciones." Un emperador bajo otro emperador, realmente. Casi igual que lo que hicieron los ingleses en los territorios de lo que ahora es EEUU; eso sí, gracias a buenas dosis de leyenda negra, ahora resulta que son los españoles los causantes del genocidio en tal país.
Y desde otro punto de vista, aquí tenemos otra contribución del conquistador: "No ese coleccionista de tesoros, no ese terrateniente que hizo traer, antes que nadie, los naranjos de España, la caña de azúcar de las Islas, las vides de Portugal, en cuyas granjas de Oaxaca pacieron los primeros rebaños de ovejas, que repartió entre los campesinos y a los que dio caballos para que montaran."
Termino: el libro está bien, pero es largo, y no lo puedo recomendar a quien ya tenga una idea de cómo transcurrió la epopeya. El que no la conozca, sí que debería leerlo. Pongamos a los héroes españoles donde se merecen, y a nadie le quepa duda que Plutarco hubiera incluido a muchos de nuestros conquistadores en sus Vidas Paralelas, al lado de los ya citados Julio César y Alejandro Magno. A ver de cuántos países han surgido tanta gente de este nivel, a ver.
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