Dados mis continúos conflictos con las traducciones de literatura (y no solo), no es de extrañar que me haya leído este libro en cuanto me he enterado de su existencia. Se trata de un ensayo corto, escrito por un traductor, en el que se nos cuenta inicialmente una mini-historia de la traducción, para luego dedicar la segunda parte a lo que podríamos llamar las "miserias" del traductor, no tanto de la traducción.
La primera parte es instructiva, aunque poco interesante; la segunda es más interesante por polémica, pero no aclara demasiado.
La historia de la traducción la resume el autor con una frase desarrollada en un párrafo:"la historia de una Caída. De lo sagrado a lo profano. De lo heroico a lo cotidiano. La traducción empezó siendo un oficio de príncipes y de sabios, que la usaron a menudo para cambiar la Historia. Después estuvo en manos de los poetas y fue una modalidad de creación literaria que dio forma al canon de Occidente . A medida que se democratizaba, sin embargo, la traducción se fue volviendo una especie de profesión liberal."
Calvo desarrolla después esta estructura punteándola con algunos ejemplos estelares de traducción, fundamentales para la historia de la disciplina, pero desconocidas para el profano. Así, nos habla de la Septuaginta, la primera traducción de la Biblica al griego, en la que coincidieron palabra por palabra los setenta sabios que la estaban traduciendo simultáneamente.
Nos habla de las traducciones libres a partir de la Edad Media, llevadas a cabo por escritores y poetas con el objeto declarado de mejorar el original o adaptarlo a los usos actuales (similar quizá a lo que se está haciendo con los libros de Roald Dahl para que no "hieran" las sensibilidades modernas, aunque, claro, ahora el contexto es muy diferente). Muy interesante dentro de esta fase el origen de la editorial Penguin; ahora entiendo porque muchas de sus ediciones incluyen la frase "Complete and Unabridged" que siempre me traía loco.
Y termina la evolución con el debate entre literalidad - libertad que se desató a finales del XIX y que parece haber dado la victoria a la primera noción, Aquí destaca la traducción de que hizo Nabokov al inglés del Eugene Onegin de Pushkin, una obra en cuatro volúmenes, incluidos dos de notas. Esto nos dice Calvo al respecto:"Todo traductor literario sabe que la nota del traductor es el testimonio de un fracaso. Uno solamente recurre a la nota cuando se ve obligado a renunciar a su capacidad para replicar el idioma de origen. Nabokov, el antitraductor, el detractor de esa capacidad, construyó con su edición de Onegin el insulto más grande que se haya podido urdir contra nuestra profesión."
También en esta fase nos cuenta el paradigma de la traducción imposible: los limericks del escritor Edward Lear, consistentes en "poemas infantiles sin sentido que llegan al humor a partir de la rima y el absurdo". Aquí no hay solución buena para el autor, pues "traducirlo es dotarlo del sentido
cuya negación debía su razón de ser»."
Lo que nos lleva a la situación actual de la traducción, en el fondo, la constatación de que tal oficio es imposible. Como dice al principio Calvo, la traducción es tratar de construir una casa de LEGO utilizando piezas de TENTE. Es obvio que la casa podrá parecerse más o menos, pero será otra casa.
Personalmente, yo tengo claro cómo resolver el problema para el lector. Aprenda el idioma en que quiere leer, y por esa razón un servidor aprendió por su cuenta francés y alemán. Y hubiera aprendido alguno más si hubiera buen balance entre coste (de aprender el idioma) y beneficio (literatura en él mismo), El coste de aprender rumano es bajo, pero no me abriría muchas puertas de literatura; en cambio, el ruso o el chino me abrirían ingentes posibiliadres, pero son lenguas muy difíciles de aprender. Es por esto mismo que concentro mis lecturas en los cuatro idiomas que "domino", y solo raramente leo literatura de otra procedencia (como la rusa o la húngara).
Pero, claro, esa es mi suerte, que aprendí inglés joven y me gusta tanto leer que he acometido esfuerzos adicionales. No todo el mundo tiene esa suerte o esa capacidad de sacrificio. ¿Qué pueden hacer ellos? Pues yo diría lo mismo, solo sabes español, pues a leer literatura hispana, que por suerte hay muchísima, ¿Qué asi te pierdes el mundo de la literatura anglosajona? Bueno, depende,
Depende básicamente de si te interesa la forma o el contenido. Si te interesa la forma, no hay más opción que aprender el idioma. Los esfuerzos que describe Calvo por respetar estilos que hacen los traductores me parecen llamados al absoluto fracaso: por ejemplo, cuando el escritos inglés escribe en dialecto o de forma fonética, eso es intraducible se ponga como se ponga Calvo, y no me vale que me lo adapte al andaluz como recurso estilístico. Y es que Calvo se queja de que la editoriales no permiten al traductor esta clase de libertades: les exigen corregir vulgarimos e incluso estructuras gramaticales. La traducción al español tiene que estar en correcto español por mucho que el original no lo estuviera.
Yo tomo partido por las editoriales: dado que el estilismo va a ser intraducible, por lo menos que el contenido sea próxima a la realidad.
Y aquí es donde está el drama final para los traductores. La gente que solo esté interesada en el contenido sí puede beneficiarse de una traducción fluida. A esta gente les interesa la historia, el desenlace, no el recurso estilístico. Por ello, prefieren una traducción mala disponible rápidamente, que una profesional en seis meses. No es de extrañar lo que nos cuenta con sucedió con la última entrega de Harry Potter o la de Juego de Tronos (hasta el momento). Los lectores buscaban enterarse del final de la historia y no de sí Rowling o Martin escriben bien (que, por cierto, ambos lo hacen, sobre todo el segundo).
En suma, si el lector lee para conocer la historia, la traducción le puede valer. El problema para el traductor profesional es que básicamente le vale cualquier traducción entendible, como la que pueda hacer Google, DeepL o un grupo de amigos que se reparten los capítulos. Y la va a obtener mucho más rápido así, como también ocurre con muchas series de TV de otros países, que están disponibles al día siguiente con subtítulos de aficionados.
Y es que a los traductores, más a los literarios, les queda poco futuro, por suerte o desgracia, Las malas condiciones laborales no son porque las editoriales quieran forrarse a su costa, sino por la pérdida de valor de su profesión. Y esa pérdida quizá no obedezca tanto a las imposibilidades de la traducción antes recogida, sino a tendencias mucho más fuertes, como en general la pérdida de interés por la literatura (dónde esté el Tik Tok, quién va a perder horas leyendo) y la creciente alfabetización en inglés de la gente.
Lo primero no me parece demasiado bueno, pero no me puedo meter con las preferencias de la gente: si hace daño a los traductores, también lo hace a este blog. Lo segundo, en cambio, es muy buena noticia, y si eso hace perder valor a los traductores, bienvenida sea. No será que no se veía venir.
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