Se trata de la segunda entrega de la trilogía homónima del brillante autor húngaro, aunque ya me apresuro a decir que no parece necesario haber leído la primera para disfrutarla en toda su magnitud.
De Zihaly leí el año pasado El desertor, y me agradó bastante. Zihaly escribe muy bien (si no es él, entonces será su traductor al español) y es un verdadero placer leerle. Además, sus relatos se suelen desarrollar en los momentos finales del imperio Austrohúngaro y la primera Guerra Mundial, que son periodos históricos que me interesan enormemente. ¿Por qué? Porque creo el periodo anterior a la primera Guerra Mundial fue uno de los más libres para la humanidad y, de hecho, el verdadero momento en que se cimentó y acumuló el capital suficiente para que no volviéramos a la edad de piedra incluso tras dos guerras mundiales, unas cuantas dictaduras comunistas y el régimen derrochador de Estado de Bienestar que tenemos ahora.
En esta entrega, el autor, pese a haberla titulado Los Dukay, se centra realmente solo en una de ellas, Kristine, cuyo diario ocupa aproximadamente la mitad de la novela. De hecho, ésta tiene dos partes muy diferenciadas.
En la primera, Zilahy nos pone en contexto, y nos cuenta tanto la historia de los Zilahy, deteniéndose más en las biografías de los padres y hermanos de la protagonista, como en los acontecimientos previos a la primera Guerra Mundial. Para ello, el autor usa una finísima ironía que hace esta lectura un verdadero placer. Cualquier acontecimiento, por nefando que sea, es descrito desde esa distancia que pone a cada individuo, por muy monarca o arístocrata que sea, en su sitio. Por ejemplo, la razón por la que los seis grandes poderes (Rusia, Alemania, Francia, Italia, Inglaterra, Austria-Hungría) no podían tomer en serio a los EEUU era porque ésto tenían un presidente (Roosevelt) que usaba lentes.
¿Y qué hay de esa aristocrática familia austriaca sometida a pulmonía crónica por la ubicación montañosa de su castillo?
Aprovecha aquí también el autor para hacer juegos de palabra y reflexiones sobre el idioma húngaro, usando como disculpa las dificultades de mamá Dukay, Menti, austriaca, para hablarlo, lo que le hacía emitir inconscientes procacidades para el estupor e hilaridad de sus contertulios húngaros. Desafortunadamente, estos equivocos escapan de las posibilidades realistas de una traducción al español y me temo que nos los perdemos en su gran parte.
La segunda parte recoge diversos acontecimientos durante la primera Guerra Mundial mediante los que el rey húngaro y emperador austriaco trató de buscar la paz a espaldas de su alíado alemán. Para ello, Zihaly usa el diario de la protagonista, que se vio envuelto en varios de los mismos. El uso de este recurso narrativo permite al autor abandonar el tono irónico anterior y, a la vez, le coloca en un plano crítico sobre las afirmaciones de Kristina, que en muchas ocasiones no se compadecen con la realidad.
No obstante, sigue habiendo momentos divertidos, como cuando, en el día de la coronación del nuevo rey, el tío Fidi llega a casa de la protagonista para un encargo menor, y los periodistas apostados en las cercanías transmiten la noticia de que se esta confabulando por la paz. (En la línea, por cierto, de Scoop, de Evelyn Waugh, ya comentado aquí).
La historia termina con el exilio del último Habsburgo en Madeira y su patético final, muy similar al de Napoleón en Santa Helena. Tras esta narración en el diario, Zihaly vuelve a cobrar distancia para criticar la narración de Kristina y contarnos su final, y anticiparnos algo del contenido de la tercera entrega de la saga.
Queda claro que esta novela me ha gustado bastante, y que seguiré leyendo cosas de Zilahy. A ver si puedo hacerme con las dos otras partes de esta trilogía, y sino, quizá, "Las cárceles del alma".
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