lunes, 14 de agosto de 2017

Ofrenda a la tormenta, de Dolores Redondo

Esta novela cierra la trilogía del valle de Baztán, que vengo leyendo en las últimas semanas. Mi afán por la completitud me impide psicológicamente abandonar la lectura de un libro aunque no me esté gustando, ni en este caso de una trilogia, aunque me dé la sensación de estar perdiendo el tiempo.

Ofrenda a la tormenta no presenta ningún elemento nuevo a los ya apuntados en las dos primeras entregas, pero sí opta por abandonar uno de sus aspectos más interesantes, cual era la relación con la mitología vasco-navarra. Las dos entregas anteriores tienen como referentes, respectivamente, al basajaun y al tarttalo. Aquí la referencia es Inguma, pero tiene un papel mucho menos relevante que los anteriores seres fanstásticos. Quizá sea esto así porque el síndrome de muerte súbita del lactante es algo demasiado horrible por si solo, una verdadera pesadilla para todos los padres, y no necesita monstruos mitológicos añadidos para causar miedo.

En cambio, la trama se centra mucho más en la vida personal de la detective, algo que francamente a mí me sobra. Incluso me resulta cargante, como la relación con su marido James, personaje de cartón-piedra siempre paciente y siempre amoroso, cuyo único papel parece ser dar tensión la latente relación con el juez Markina.

Lo único que se salva de James es una de sus reflexiones, la primera digna de mención y casi única en toda la trilogía: "de todos los derechos que tiene un hombre, el más importante es el derecho a equivocarse, a ser consciente de ello, a ponerlo en valor y a que eso no sea una condena de por vida." Ya quisieran el reconocimiento de tal "derecho" muchos emprendedores de nuestro país, y no lo digo precisamente por la ley de segunda oportunidad. Más bien lo digo por lo mal visto que está el fracaso empresarial en nuestro país, sin entender que el error de un emprendedor no es un fracaso ni debería tener sus connotaciones negativas.

Lo positivo de esta novela es que cierra la serie (no pun intended) entrelazando los argumentos de las dos primeras novelas con lo que ocurre en esta última. Hay que agradecerle tal esfuerzo a la autora, pero también es cierto que la resolución dista de ser satisfactoria y es demasiado compleja e inverosimil, incluso dentro de sus propias premisas. Si ya es difícil imaginar la actuación de un inductor como ocurría en la segunda novela, la resolución planteada de inductor de inductores es un rizo demasiado rizado.

Un comentario crítico final: ¿cómo es posible que los jueces y policías franceses hablen español? ¿Es verosímil esto? Resulta muy llamativo en las escenas que transcurren en Francia que los díalogos sean en español. El recurso típicamente usado por otros escritores es hacer hablar en francés al personaja la primera vez que aparece, aclarando que se entienden de alguna forma, y luego seguir todo en castellano. Pero que hablen en español TODOS de buenas a primeras es chocante.


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