Esta novela es autobiográfica y trata de la infancia del protagonista, y de su hermano, durante los años de la Segunda Guerra Mundial. El aliciente morboso es que estamos hablando de una familia judia que vive en Paris.
El primer capítulo del libro es posiblemente el mejor de todo el relato, y entronca directamente con "La vida es bella", la famosísima película de Roberto Begnini. Aquí tenemos un par de soldados nazis paseando por la capital de Francia que entran a cortarse el pelo a la peluquería del padre de las criaturas, ante el estupor de los concurrentes. Las razones no las destripo, pero os aseguro que la escena es digna de la película antes citada.
Desafortunadamente para mis expectativas, este no es el tono general del libro. Por supuesto, se nos cuentan muchas más anecdotas de la infancia de los protagonistas, pero no tienen la gracia ni muchas veces siquiera el interés. Son anecdotas de cierta trivialidad, que solo pueden llamar la atención por referirse a niños judios durante el periodo dicho.
Es cierto que el libro empieza con mucho interés: tenemos a Joseph y a Maurice, 10 y 12 años, a los que sus padres obligan a partir de su hogar, en un Paris ocupado, para posibilitar su supervivencia. Lo tendrán que hacer solos, pues sus padres buscarán otra ruta para sobrevivir. Se nos cuenta la salida en tren de Paris, el ambiente en el tren, y el momento crítico del paso de fronteras.
Una vez superados estos obstáculos, la vida retorno dentro de lo que cabe a lo normal, y las aventuras de Joseph y Maurice, con sus hermanos en algún caso, no dejan de ser historias convencionales de niños, punteadas de vez en cuando por un soldado italiano o alemán. Así transcurre la vida placidamente por Marsella, Menton y Niza, hasta que capitula el gobierno italiano y la ocupación de Niza es asumida por el ejercito alemán.
Desgraciadamente para los protagonistas, pero afortunadamente para el lector, gracias a ello recobra interés la narración, sobre todo por el largo confinamiento e interrogatorios a que se ven sometidos los niños para que confiesen su procedencia judia. Aunque seguro que fueron momentos de tensión y miedo (en el apéndice del libro, Joffo confiesa que fueron los únicos momentos en que realmente pasó miedo), no consigue transmitir este sentimiento la narración. Por lo que, de nuevo, seguimos ante anécdotas infantiles.
El final de la guerra depara algunos de los mejores momentos del libro. Destaco cómo describe Joseph dicho final, que vive en la localidad de Rumilly, y que transcribo en francés:
"Je m'accoudais à ma fenêtre un beau matin d'été et c'étatit fini, j'étais libre, on ne cherchait plus à me tuer, je pourrais revenir chez moi" (Me acodé en mi ventana una bella mañana de verano y había acabado, era libre, ya no intentaban matarme, podía volver a mi casa). Vuelta que, por cierto, se produce en "tout un exode à l'envers" (un verdadero éxodo invertido).
Comparativamente más interesantes resultan las reflexiones que comparte Joffo en el apéndice del libro, calificado como "Diálogo con los lectores", en el que resume respuestas que ha ido dando a cartas de sus lectores sobre diversos aspectos del libro. Aquí habla del miedo y del heroísmo, y también aprovecha para aportar alguna justificación sobre la mansedumbre de los judios ante la matanza que estaban sufriendo, algo que uno siempre se pregunta cuando ve películas sobre el terrible suceso.
Este libro empezó entusiasmándome, pero confieso que el entusiamo solo duró hasta que los niños llegan a Marsella y el relato se torna convencional. No es mala lectura, pero tampoco lo recomendaría vivamente. Por cierto, el "saco de cánicas" del título (mal traducido, los niños llevan bolsas de cánicas, no sacos), resulta de otras de las anecdotas divertidas del libro: cuando un compañero del cole le ofrece a Joseph el citado "saco" a cambio de su brazalete con la estrella de David, cuando obligan a los judios a llevarlo.
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