Esta novela constituye la segunda parte de la trilogía del autor sobre la llamada Guerra de los Tres Enriques, ocurrida en Francia durante el siglo XVI. La primera parte la leí hace unos meses (ver aquí la entrada), y me resultó lo suficientemente interesante para abordar la lectura de su segunda parte, e incluso posiblemente de su tercera.
Lo más interesante de la novela, con diferencia, es el contexto histórico, esa Francia de la guerra de las religiones, que el autor describe razonablemente bien, aunque sin conseguir en ningún momento que te sumerjas en ella. Con ese fondo, nos cuenta las aventuras de tres personajes principales, dos de su creación (Hauteville y Casandra de Mornay) y otro histórico (Poulain) con quien, no obstante, se concede bastante licencia, aprovechando que se trata de una especie de agente secreto cuyas aventuras no estarán completamente contadas en sus memorias.
El contexto, como decía, es el de la guerra de los Tres Enriques. Uno de ellos Enrique III, es el rey, cada vez más debilitado en salud y poder; otro es Enrique de Guise, líder de los católicos y apoyado por la todopoderosa España, y el tercero es Enrique de Navarra, el heredero legítimo, en el que encuentran protección los protestantes y hugonotes, aunque su característica principal parezca ser la tolerancia ("— Monsieur de Montaigne, soupira Henri de Navarre, catholique ou protestant, peu importe à mes yeux ! Dieu m’a fait seulement naître chrétien et ceux qui suivent leur conscience sont de ma religion. Quant à moi, je suis de celle de tous ceux qui sont braves et bons". Es claro dónde están las preferencias del autor de la novela, y es con este personaje. Parece en ello unirse a sus cortesanos, con una frase como ésta: "La faiblesse, dont on l’avait longtemps accusé, était désormais de la tolérance, sa souplesse était appelée sagesse, son double jeu n’était que de la stratégie, et ceux qui avaient été à son côté dans les batailles ne doutaient plus de son courage." O, vamos, que cuando te va bien todos quieren ser tus amigos.
Los enfrentamientos entre estos tres poderes nos dejan un centro y sur de Francia digno de Juego de Tronos: "Il y avait des protestants, des catholiques guisards, des catholiques modérés, des reîtres et des lansquenets… et surtout des brigands sans foi ni loi". Internarse en estos territorios es una gran aventura, y es algo que les tocará hacer a muchos de los protagonistas de esta novela, con desigual fortuna.
La novela transcurre en torno a las conferencias de paz organizadas por la reina madre y campeona de las intrigas (no perderse su "escuadrón volante") Catalina de Medici, para conseguir la conversión al catolicismo de Enrique de Navarra o, en su defecto, un matrimonio conveniente, o, si todo falla, su muerte. Estas conferencias nos llevarán por los castillos del Loire, empezando por el espectacular Chenonceaux.
Catalina involucra en sus planes a una compañía de teatro, los Gelosi, y eso hace que la novela empiece de forma sorprendente en Mantua, donde los citados actores están actuando hasta que les sobreviene un inopinado accidente. La verdad es que este comienzo nos da un regusto rocambolesco que, de no conocer ya al autor, me hubiera hecho abandonar el libro de forma inmediata. Lo contaré porque el "misterio" se resuelve rápidamente: resulta que Catalina ha infiltrado a un actor en la compañía para que consiga que ésta interrumpa su gira por Italia y vaya a la corte francesa; al tipo no se le ocurre otra cosa que provocar la muerte de una actriz en escena, de forma que el duque de Mantúa meta en prisión a la compañía, y él arregle el rescate a cambio de que vayan a actuar a Francia. ¿Y por qué está empeñada la reina madre en que los Gelosi actúen en Chenonceuax? Para que la actriz protagonista, una tal Isabelle. de gran belleza, enamore a Enrique de Navarra. En fin, una estupidez del tamaño de un elefante.
Poco a poco, el elenco protagonista se incorpora a la novela, y el contexto histórico deja paso a la trama. Uno de los capítulos más interesantes de la primera novela era la narración del viaje a través de Francia de uno de los protagonistas. Aquí, d'Aillon utiliza el mismo recurso, si bien multiplicado, ya que son varios los grupos que tienen que viajar a través del territorio francés en las complejas circunstancias apuntadas: "Pour passer à travers tout ce joli monde, avait conclu Cabasset, nous ne ferons que de courtes étapes, d’autant plus que nous ne trouverons que rarement des chevaux, et qu’il faudra ménager les nôtres." Y esto es parte del paisaje habitual: "Sur la porte de l’église, il y avait les habituels colliers d’oreilles et encore quelques corps pendus à l’intérieur."
Cuando por fin termina la trama, a la vez que lo hacen en fracaso las conferencias de paz, el autor nos vuelve al contexto histórico. Lo que pasa es que, claro, queda un poco como estrambote. Uno está esperando el vivieron felices y el The End, y se encuentra con otra ración de historia con lo sucedido tras la conferencia de paz, sin saber muy bien a dónde va. En este estrambote, se aprovecha Hautedeville para formarse como artillero, ahí es nada, y ser decisivo en la batalla de Coutras, en la Enrique de Navarra derrota a los ejércitos de Enrique III y despeja el escenario para su enfrentamiento con Enrique de Guise. "Le roi regretta sa noblesse décimée, mais peu son ancien favori qu’il jugea mauvais serviteur, n’ayant jamais reçu l’ordre de s’attaquer à Navarre. Cette défaite était un grand malheur, car elle le laissait sans armée, sans gentilshommes, sans argent et sans pouvoir."
En la primera parte de la trilogía, resultaban de especial interés las descripciones costumbristas que hacía el autor, así como de las instituciones vigentes en el momento. De hecho, estas últimas eran fundamentales en la trama central, que se refería a un fraude fiscal. La componente constumbrista-institucional queda muy debilitada en esta segunda parte, por desgracia. No obstante, hay algunos pequeños destellos. Por ejemplo, referido al comercio del vino, aunque sin más explicación: "Ce n’est que l’année suivante qu’Henri III devait organiser la profession de marchand de vin en distinguant les bouchons, les tavernes, les cabarets, les auberges et les hôtelleries."
O la descripción del "derecho de entrada alegre" que tiene la reina en la villa de Loches: "Ce droit signifiait que les habitants devaient loger la Cour, participer aux dépenses, donner des cadeaux et offrir des réceptions.". También es de interés la concesión de nobleza a uno de los protagonistas, si bien administrativamente solo se le reconocería en los dominios de Enrique de Navarra y no en Paris. No obstante: "Pour l’instant, vous pouvez posséder un fief dépendant du roi de Navarre et faire enregistrer votre noblesse à Pau. - Un fief ! Savez-vous comment je dois faire ?".
En el aspecto histórico, también cabe destacar la aparición estelar del mismísimo Michael de Montaigne, cuyos Essais ha leído con fruición Hautedeville. "Vous êtes l’auteur… des Essais ?- En effet… répliqua Montaigne, un peu étonné qu’on connaisse ici son livre publié six ans plus tôt." Eso, cuando Montaigne, proveniente de Montauban, le hace entrega de una carta de su querida Casandra. En suma, metido con calzador el personaje.
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