El otro día volví a ver, esta vez con los niños, esa excelente película musical, Oliver, inspirada en la obra clásica de Charles Dickens. La peli es muy buena, aunque quizá un poco larga. Eso sí, hay unas cuantas escenas musicales espectaculares, a algunas de ellas me referiré ahora.
Oliver es un niño huerfano, acostumbrado a las estrecheces del orfanato de beneficiencia en que vive. Al comienzo de la película, y tras atraverse a pedir más comida (un engrudo paliducho), es vendido a un enterrador. Y, muy poco después, se escapa del cuidado de su dueño, y se va a Londres, donde trascurre el resto de la película y de sus aventuras.
La llegada a Londres nos muestra una ciudad en plena ebullición. El liberalismo inglés del siglo XIX permitió una acumulación tal de riqueza que puso las bases para la prosperidad que vivimos desde entonces, ya con bastante menos libertad. Oliver se encuentra una ciudad llena de emprendedores que, unos dentro de la ley y algunos fuera, tratan de ganarse la vida y la fortuna atendiendo a las necesidades de sus congéneres.
La escena "Consider yourself at home" es la viva ilustración de este proceso. Cuando se observa la enorme cantidad de bienes que circulan en el mercado londinense, sobre todo en la participación de pescaderos y carniceros en el baile, es inevitable ponerse en el pellejo de Oliver, y recordar su refrigerio en el orfanato. Para Oliver eso debía de constituir el paraíso.
Pero no solo para Oliver. Pensemos en la gente de la época, incluso en la gente del pueblo en que está el orfanato. Son los albores del capitalismo. La gente, en general, vive con lo puesto; el capital acumulado apenas permite la economía de subsistencia para la mayor parte de la sociedad. En esas condiciones, incluso para gente acomodada, ver un pez o una ternera entera lista para comer, debía de ser casi inimaginable. Y hete aquí que en el mercado de Londres aquello está lleno de pescados y viandas, aparentemente hay para todos. Imagino que el shock no es solo para un huerfano pobre como Oliver, sino para la mayor parte de la gente de la época: les parecería un verdadero milagro (el de los panes y los peces?)
La otra escena relevante es la "Who will buy". Aquí Oliver, por la mañana, contempla la plaza en que vive la gente más rica de Londres. Poco a poco, la plaza se va llenando de comerciantes vendiendo absolutamente todo lo imaginable, desde rosas hasta servicios de limpieza de chimenea (los inevitables deshollinadores). Todos los emprendedores que llegan a prestar servicios a los ricos lo hacen, no por sentido de exclavitud o por rencor, no, sino porque de esa forma pueden mejorar su propia vida. Y por eso están contentos, incluso a esas horas de la mañana.
Son emprendedores que han comprendido que se pueden anticipar a sus competidores si llevan la mercancia a las casas pudientes, y obtener así un ingreso extra. Claro, que pronto son imitados por otros vendedores... en fin, los procesos de mercado vivos y a toda máquina.
Aparte de esto, no hay que perderse los bailes del inmortal Fagin.
1 comentario:
Mucho mejor "la bola de cristal" y la "bruja averia" con aquello de "viva el mal, viva el capital".
Un director español subvencionado, haria una peli para denunciar la explotacion de las escenas que comentas.
Se crearia un sindicato y las cosas se darian gratis a todo el mundo por parte de una empresa publica.N que decr tiene que habria que esperar dos meses y la comida no se la comeria una cabra pero se acabaria con los fascistas.
Podria salir Espe que le da la gestion de la provision del pescado a un amiguete a cambio de un jaguar y unos trajes.
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