El tiempo pasó, y Pratchett cayó en mi olvido, y, cuando afloraba su recuerdo, solo era para fortalecer mi convicción de evitar su lectura. Hasta que un día mi hijo me pidió uno de sus libros del Discworld, uno llamado Mort. Empezó a leerlo y surgieron las carcajadas. El libro le gustó hasta el punto de recomendármelo e informarme de que era muy divertido. No le gustó tanto, sin embargo, como para seguir leyendo alguna otra novela de la serie.
Como todo lo british cómico me atrae, y la tal novela Mort no era demasiado larga, decidí liberarme de prejuicios y darle una oportunidad a Pratchett y a su Discworld, leyendo Mort.
No me arrepiento de la decisión, aunque también es cierto que el entusiasmo inicial cuando empecé a leer la novela se fue moderando considerablemente conforma avanzaba en su lectura, hasta casi alcanzar la indiferencia en su final. No obstante, voy a seguir con algunas novelitas de Pratchett, al menos hasta terminar las dedicadas al personaje de la Muerte.
Se trata de una lectura divertida, muy divertida. Pratchett es un escritor brillante y con ideas originales y de enjundia, como ahora mostraré. El problema con él es que sacrifica toda la trama a una sucesión de sketches graciosos, por lo que llega un momento en que no sabes de qué va la historia, o ésta resulta tan insulsa que pierde el interés.
El planteamiento de Mort es chocante, y también original: la Muerte busca un aprendiz y recluta para tal tarea al personaje que da título al libro, que oportunamente responde al nombre de Mortimer, y que ha sido rechazado para cualquier otro oficio. De aquí, conoceremos al círculo de Muerte, constituido por su hija y una especie de mayordomo, Albert, que resulta ser un mago de fama mítica.
Lo que pasa a partir de aquí es casi irrelevante cuando no directamente aburrido. Y al libro le salvan las constantes bromas de Pratchett con casi todo lo que rodea a la historia. El momento en que más entusiasmo tuve por Pratchett fue el de la aparición de los llamados Listeners, una secta que se dedica a escuchar los sonidos del universo para tratar de oír la voz de los dioses: aquí tenemos a Pratchett en modo Douglas Adams, y a mí Adams me encanta.
Otro momento que recuerda a otro clásico, en este caso a La Historia Interminable, es cuando, mientras interactúa con Albert, Mort está leyendo en alto la historia de la vida de áquel en tiempo real. Curioso e interesante momento, que no encuentra más proyección en la obra.
El instante cumbre de la novela se produce cuando Mort rescata a una princesa de su supuesto momento de muerte. Aquí Pratchett se gusta a sí mismo, y nos cuenta como la Historia, con mayúscula, encuentra muy difícil reaccionar ante este tipo de acontecimientos. Digamos que, aunque la princesa se había salvado, el mundo no lo sabía, y le costaba aceptar el hecho. Por tanto, la tal princesa encuentra necesario recordar constantemente a todos sus subditos su existencia, algo delirante. Ello a su vez da lugar a una burbuja de presión histórica, que avanza hacia la implosión, entre la gente que ha olvidado a la princesa y la que la recuerda.
Pero, indudablemente, el personaje estrella es la Muerte con su panoplia de frases lapidarias, todas perfectamente lógicas una vez aceptas tal personificación. Como muestra de una de sus piezas de sabiduría, la respuesta a la cuestión sobre si morir y dormir se parecen: "NO SABRÍA DECIRLO, NO HE HECHO NINGUNA DE LAS COSAS".
Cierro con otra punchline, decicada a todos los profesores: "No tengo habilidad o talento alguno", dijo. "¿Has pensado en dedicarte a enseñar?". Pues de estas hay cientos.
Ya digo que mi entusiasmo por el autor ha decaído conforme avancé en la lectura de Mort, pero ello no me impedirá leer alguna más de sus novelas, en busca de perlas como las anteriores. Y, de hecho, ya estoy con Reaper Man, cuyo planteamiento vuelve a ser muy original, y otra vez con la Muerte como protagonista.
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