jueves, 28 de febrero de 2019

Serie: Baron Noir

Otra serie magnífica y sorprendente del país al norte de los Pirineos. Tras la estupenda Oficina de Infiltrados, uno ha perdido el miedo ha sumergirse en series francesas, y esta segunda apuesta no hace sino reforzar el impulso. Llego a la serie tras haber oído a Federico Jiménez Losantos recomendarla en uno de sus programas. Curiosamente, no le he vuelto a oír hacerlo.

La serie consta, de momento, de dos temporadas, cada una con 8 episodios de unos 55 minutos de duración. Es una serie de intriga política. De la misma forma que Oficina de Infiltrados nos aterriza en la realidad la serie americana Homeland, con espías que van en metro frente a los superagentes de esta última, Baron Noir hace lo propio con, por ejemplo, House of Cards. En vez de tener megavillanos y abusados, tenemos gente hasta cierto punto normal, más o menos brillante, que tratan de sacar adelante sus ideas y sus trabajos.

El protagonista indiscutible, el Baron Noir que pone el título, es Philippe Rickwart (interpretado magistralmente por Kad Merad, que a alguien quizá le suene de Bienvenidos al Norte). Rickwart es un factotum del Partido Socialista francés, segundo del presidente Francis Laugier, y además alcalde de Dunkerke. Rickwart no tiene demasiados escrúpulos en hacer lo que tiene que hacer para mantenerse en el poder (obviamente, no alcanza los extremos de los Underwood, ya hemos dicho que aquí son políticos de andar por casa). Le acompañan dos fieles, Verónique (Astrid Whettnall) y Cyril Balsan (Hugo Becker), aunque ambos tendrán carrera propia. Y también a Amélie Dorendeu (Anna Mouglalis) a la que el destino en esta serie la deparará (viene spoiler) ser la primera presidenta de la República Francesa. Luego, por supuesto, tenemos un sinfín de rivales políticos, tanto en el mismo PS como en los otros partidos del arco parlamentario francés.

La primera temporada se centra más en la corrupción. Lo que pasa es que la corrupción a la francesa (en general, a la europea), nos deja a los españoles al borde de la risa. Estamos hablando de escándalos de 120.000 o 200.000 Euros. Es España, para empezar a hablar, hay que poner 10 millones de Euros sobre la mesa, aunque se puede llegar a los miles de millones, como en los ERE de Andalucía o en la Generalitat de Catalunya, los de España nos roba. Aún recuerdo el comienzo de otra serie de intriga política, Borgen, donde el escándalo que derriba al presidente tiene que ver con usar la Visa oficial para pagar un dinerillo (10.000 Euros quizá) para un capricho de la esposa, en un momento en que no tiene otro medio para pagar, y con la intención declarada de devolver el dinero. En fin, qué triste reflexión.

No obstante, cuando la serie gana y de qué forma, es en la segunda temporada, donde ya la intriga es puramente política. Cada capítulo te dejará exhausto, tal es la cantidad de cosas que pasan, las ideas que tienen los protagonistas, y las reacciones y re-reacciones de unos y otros rivales. No quiero entrar en detalle, pero sí expondré brevemente el contexto para animar a que véais la serie. Como veréis está muy inspirada en la situación actual de Francia, e incluso podríamos decir que Dorendeu es la alter ego femenina de Macron.

Dorendeu ha ganado la presidencia al Frente Nacional por muy poco, y "traicionando" los ideales del PS, al tener que pactar con los liberales. Ella es consciente de que, o se van solucionando los problemas de los franceses, o hay un riesgo cierto de que en las próximas elecciones gane por fin el Frente Nacional (en la serie parecen objetivos, que gane el FN se ve como desastre para el PS, no en general para Francia). A su entender, esto exige reformas de calado, pero para ello carece de apoyo suficiente en la Asamblea Nacional. Por si esto fuera poco, el PS se ha fragmentado tras su decisión.

Pues en este contexto podremos ver al Baron Noir en todo su esplendor, dando ideas a diestro y siniestro para que los políticos de su círculo traten de conseguir sus objetivos. Las maniobras políticas que urde son magníficas (aunque a veces difíciles de seguir) y lo bueno es que sus rivales y aliados no son tan tontos como los que se enfrentaban a los Underwood, por lo que no siempre, ni siquiera muchas veces, le salen bien los planes.

Creo que cualquier interesado en los avatares políticos y en ver las tripas de los partidos podrá disfrutar con esta serie. Como ya he dicho, la primera temporada se deja ver, es la segunda la que deslumbra. Las malas noticias es que desconozco si esta segunda se puede ya ver en castellano, sea doblada o con subtítulos.

viernes, 22 de febrero de 2019

Serie: Counterpart

Se trata de una serie de espionaje e intriga, pero con un punto de partida completamente diferente, que es lo que a mí me resultó atractivo en primer término. ¿Cuál es ese punto de partida? Pues ni más ni menos que una singularidad cuántica que ha causado la disociación de nuestro mundo en dos, originalmente idénticos, pero que en el momento de la serie ya han divergido bastante. El punto de conexión entre ambos mundos está en Berlin, y se gestiona mediante sendas estructuras ministeriales, en las que transcurre mucha parte de la acción y las vidas de bastantes protagonistas.

A este contexto sugerente, se une un plantel de actores de bastante nivel encabezado por el expresivo a la par que calvo J.K. Simmons (el protagonista de Whiplash), que se ve acompañado por Olivia Williams, Nazain Boniadi, Harry Lloyd, Christiane Paul y otros tantos cuyas caras seguro que te suenan, aunque no seas capaz de ubicarles en una serie o peli concreta.

Pero, por desgracia, la cosa no acaba de funcionar, al menos para mi gusto. Primera razón: el ritmo es cansino y pesado. No estamos ante una serie de acción, aunque sea de intriga, y a la trama le cuesta avanzar. Uno lo nota esto desde el primer capítulo pero el tipo de música utilizada.

Esto, por sí solo, no bastaría para que la serie perdiera interés. El problema es que ese ritmo cansino se combina con una historia confusa, en la que te pasas mucho tiempo sin entender muy bien qué hacen los personajes o por qué. Tampoco esto por si solo es malo, es más, quizá sea hasta necesario en una buena serie de intriga. Pero claro, si combinas ritmo cansino con historia confusa, la sensación es de que estás en un laberinto del que nunca vas a encontrar la salida.

Por último, no se olvide, estamos en dos instancias de un mismo mundo, que va divergiendo. Esto implica que hay muchas personas duplicadas físicamente, aunque sus circunstancias y pensamientos hayan variado sustancialmente en el momento de la serie. Así que uno siempre tiene que estar atento para saber cuál de los dos gemelos es el que está en escena. Y también en qué mundo se está desarrollando: cuando se ve el skyline de Berlín, la cosas queda clara, pues a uno de los mundos le han añadido unos cuantos edificios futuristas. El resto del tiempo lo tienes que deducir por el personaje que está apareciendo; pero esto tampoco es trivial cuando el personaje es de los que viaja entre los mundos. Por tanto, gran parte de la atención se ve consumida por estos aspectos secundarios.

Estábamos decididos a abandonar la serie tras ver la primera temporada, pero las cosas que ocurrieron en los últimos capítulos de ésta me la resucitaron. Lo que ha pasado es que en la segunda hemos tenido la misma sensación, y a eso del quinto capítulo ya habíamos decidido que no seguíamos. Como parece que muchos espectadores estaban en la misma situación, los responsables parece que han optado por cerrar la serie en la segunda temporada. Y gracias a eso los últimos capítulos han cobrado fuelle e interés, empezando por el sexto, el mejor de la serie, en que se nos hace un flashback al momento de la singularidad. A partir de aquí, la serie coge algo de ritmo, principalmente porque todo parece encajar, y el final está razonablemente bien.

La serie tiene dos temporadas (no creo que haya más) de 10 episodios de 55 minutos de duración. El que se asome ella, sea consciente de 12 ó 13 episodios de los 20 se le van a hacer muy largos.

martes, 19 de febrero de 2019

De cero a uno ("From zero to one"), de Peter Thiel

Peter Thiel es uno de los cofundadores de PayPal e inversor de éxito en numerosas empresas de Internet, entre ellas Facebook y LinkedIn, lo que imagino le habrá hecho tan rico como para poder dedicarse a los que apetezca. Y una de esas cosas es filosofar, y escribir este libro, en el que comparte de forma estructurada parte de su experiencia, y cuál puede ser una recete para triunfar en los negocios.

Aparte, Peter Thiel es también conocido por su visión algo ancap, como se observa en determinados pasajes del libro. Por ejemplo, cuando nos dice que en PayPal "we were obsessed with creating a digital currency that would be controlled by individuals instead of governments" ("estábamos obsesionados con crear una moneda digital que fuera controlada por los individuos en vez de los gobiernos", traducción propia). Es difícil ser más ancap, aunque también es cierto que desde entonces Thiel se ha hecho más pragmático en su lucha contra el gobierno, como lo revela su tratamiento del antitrust.

El libro tiene como base las notas que tomó uno de sus alumnos (el coautor del libro) en un curso que dio en Stanford. Esto puede explicar su extraño formato: numerosos capítulos breves, y análisis directos. La idea clave es la recogida en el título: no es lo mismo crear algo (pasar de 0 a 1), que copiar algo ya existente. El empresario que quiera ser exitoso se tiene que centrar en hacer algo realmente nuevo; si no lo es, el futuro será de dura competencia.

En este punto es donde es especialmente provocativo y chocante Thiel, hasta el punto de llegar a denunciar la competencia en los mercados como una ideología, la ideología que "domina nuestro tiempo y distorsiona nuestra forma de pensar". Thiel sostiene que la competencia es destructiva, y que los emprendedores tienen que evitarla. Según él, muchísimas empresas son capaces de crear valor, mucho valor, pero el problema es que, cuando están en competencia, es muy difícil retener ese valor, por lo que las empresas en competencia sufren pese a ello. Por tanto, hay que buscar el monopolio (pero no el monopolio legal, ese no interesa a Thiel), sino el monopolio de hacer lo que nadie más saber hacer.

Conciliar estas afirmaciones de Thiel con la teoría económica puede parecer difícil, y hasta imposible, para un economista mainstream. Sin embargo, los razonamientos de Thiel me parecen perfectamente coherentes con la teoría económica austriaca, y comprensibles a su luz. No es aquí el momento de hacer este análisis: solo decir que, aunque al principio sus frases me parecieron chocantes, un poco de reflexión y entendimiento te lleva a concluir que sus conclusiones son lógicas.

¿Cómo conseguir este monopolio? Thiel lo resumen en que el fundador de la empresa ha de saber responder a siete preguntas:
1. The Engineering Question: ¿puedes crear tecnología rompedora en vez de mejoras incrementales?
2. The Timing Question: ¿es el momento correcto para empezar este negocio?
3. The Monopoly Question: ¿comienzar con una gran cuota en un mercado pequeño? (pero que tenga efectos de red)
4. The People Question: ¿tienes el equipo correcto?
5. The Distribution Question: ¿tienes alguna manera para, no solo crear, sino también hacer llegar tu producto al cliente?
6. The Durability Question: ¿podrás defender tu posición de mercado dentro de 10 ó 20 años?
7. The Secret Question: ¿has identificado una oportunidad que nadie más ve?

Thiel utiliza este marco para explicar la que califica como burbuja de las "Cleantech" (esto es, de las tecnologías renovables), demostrando que muchas de las empresas que quebraron no tenían respuestas a estas preguntas. La excepción es, por supuesto, Tesla, de su querido amigo y cofundador de PayPal, Elon Musk. Si hubiera cogido algo más de perspectiva quizá hubiera sido más crítico con Mr Musk, y a mí me parece que, en cualquier caso, es un poco cínico decir que Tesla entró en el momento adecuado porque fue capaz de coger una gran cantidad de subsidios públicos que luego dejaron de estar disponibles.

Por terminar con el apartado de lo que menos me ha gustado, no me convencen demasiado los devaneos más filosóficos que se marca en un par de momentos del libro. El primero es en relación a las perspectivas sociales y a la forma de actuar de las personas, clasificando las sociedades actuales según dos dimensiones: optimismo-pesimismo, definición-indefinición. Según él, Europa es una sociedad pesimista-indefinida, mientras que China sería pesimista-definida. Vamos, que ambos ven mal el futuro, pero unos de una forma inconcreta, lo que inhibe su acción.

El segundo es sobre las personalidades de los fundadores de las grandes empresas, en que trata de establecer, examinando brevemente algunas grandes figuras del boom Internet, cuál puede ser el perfil de un fundador exitoso. En parte lo asocia al personal branding, algo sobre lo que ya he tenido oportunidad de reflexionar cuando vi las dos temporadas de Genius (Einstein y Picasso) y leí el libro Intellectuals. Por suerte, en el tema de las empresas, hay un indicador muy claro y objetivo: los beneficios.

Este libro, más bien librito, es un pozo de sabiduría. Aconsejo leerlo, y aconsejo que se lo aconsejes a tus hijos, sobre todo si están en edad de buscarse la vida. Como mínimo encontrarán mucha inspiración. Por mi parte me resta hacer como hice con Paramés en su momento: agradecer al autor, un hombre de gran éxito que no tenía necesidad alguna de escribir este libro, que haya compartido con sus humildes lectores su visión del mundo empresarial.

Gracias, Mr. Thiel.


lunes, 18 de febrero de 2019

La maldición de Ra ("La malédiction de Râ"), de Naguib Mahfouz

Naguib Mahfouz es un escritor de origen egipcio, que ganó el premio Nobel de literatura en 1988, y fue el primer escritor en lengua árabe que lo ganó. Su obra es bastante numerosa y variada, por lo que no estoy seguro de que ésta que he leído sea demasiado representativa. De hecho, es su primera novela completa, y data de 1939. Lo que pasa es que es calificada como novela histórica, lo que siempre atrae mi atención.

Otra observación antes de ir más a fondo: leo su traducción al francés. ¿Es snobismo? Espero que no: tengo la impresión de que el francés captura algo mejor la sutileza de la creatividad del medio oriente, quizá porque me gusta el libanés Aamin Mahlouf, que escribe en francés. Sin embargo, quizá no haya sido tan buena idea: observo que el título original era algo así como "La burla del destino", que nada tiene que ver con la traducción francesa o española. Es más, el título original es bastante más informativo que el traducido, que parece obedecer más bien a razones de mercado, pues las referencias a Ra son más bien escasas.

Y eso es lo que tenemos: una historia típica de profecía que, pese a los intentos del sufridor por evitar, se hace realidad por los caminos más inesperados. Lo de que sea en Egipto es lo de menos, por lo que decae de forma inmediata el calificativo de novela histórica. Desafortunadamente, pues transcurre durante el reinado de Kheops (ie, 3000 años antes de Cristo) y no en los típicos de Tutankhamon, Akhenatos o Cleopatra, época de la que hay poca literatura disponible.

El protagonista es Djedef, quien de bebé sobrevivirá al atentado del faraón (Kheops) impulsado por la profecía de que le sustituirá en el trono y se perderá así para su familia (la de Kheops). Afortunados acontecimientos hacen que el protagonista vaya promocionando en la corte del Faraón, hasta hacerse cargo del ejército en una batalla contra los beduinos del Sinaí, de la que resultará vencedor. Tras ella, ocurre el típico encuentro inesperado que explicará a todos los protagonistas de dónde vienen y adónde van. De ahí la moraleja clara de la historieta: ni siquiera el Faraón, con todo su poder y ejército, puede burlar al destino.

Como he dicho, el que se desarrolle en el Egipto de Kheops es meramente accidental, y la misma historia se nos podría haber contado en cualquier sitio y lugar. Esto significa que quien espere en esta lectura sumergirse en el antiquísimo Egipto se llevará una decepción (como ha sido mi caso).

¿Qué queda entonces de interés? Pues sobre todo la calidad literaria del autor, sus metáforas y símiles, y sus reflexiones con ese sabor arábigo que ya he disfrutado con Maalouf. Claro, que tampoco hay demasiadas. Os dejo un par de metáforas, y otras tanta reflexiones, y la recomendación de leer algún otro libro de este autor para poder entender que le dieran el Nobel.

- "Ils étaient sous ses dards comme les lionceaux entre les crocs de la lionne." ("Estaban bajo las flechas como los cachorros entre las mandíbulas de la leona", traducción propia)
- "chacune d’elles essayant de déchirer le voile épais dont le temps avait recouvert le passé lointain."
("cada una de ellas intentando desgarrar el velo espero con el que el tiempo había recubierto el pasado lejano", traducción propia) 

- Sobre la paciencia en los soberanos: "Mon seigneur, la patience ne mène qu’à la catastrophe et à la soumission devant l’adversité. La grandeur des rois réside dans la domination et non dans la patience car, pour remplacer celle-ci, les dieux leur ont octroyé le don de la force.
 
- Sobre la fuerza del destino, aunque en contra de su inmutabilidad:  "Seigneurs, si le destin était tel que vous le décrivez, la sagesse de la vie disparaîtrait et l’homme perdrait toute noblesse. Tout aurait alors la même valeur : l'effort équivaudrait au renoncement, le travail à la paresse, la force à la faiblesse et la lutte à la soumission."
 
- Sobre los militares: "Entreprendre la carrière militaire et y consacrer sa vie est synonyme d’abandon de la condition humaine, de destruction de la vie intellectuelle et de retour au rang de bête." 

domingo, 17 de febrero de 2019

Los Romanov ("The Romanovs"), de Simon Sebag Montefiori

Voluminosa obra que nos cuenta la historia de los Romanovs, la familiar que puso los zares del imperio ruso desde 1613 hasta 1917. Y la verdad es que los primeros pasos y el prólogo hacen pensar que estamos ante una historia al puro estilo Juego de Tronos, pero con hechos reales en vez de imaginado, y que vamos a estar ante una crónica, casi novela, apasionante.

Luego no será para tanto. El prólogo nos introduce a la figura del zar y a su importancia histórica para los rusos. El zar no es meramente un rey, sino que combina varias figuras: la de dictador o emisor/sancionador de normas de convivencia; la de Generalísimo, al mando de los ejércitos; la de Pope, o líder de la iglesia ortodoxa, y la de Padrecito, el que cuida de sus hijos rusos. Como se ve, es una figura lindando con lo mítico, que al tiempo presenta unas elevadas exigencias sobre la persona que lo soporta, al alcance de relativamente poca gente, ni siquiera de la mayoría de los Romanovs. También se nos cuenta que el poder del zar se sustentaba en una especia de alianza del zar y los nobles contra los siervos (o almas). Sin embargo, téngase en cuenta de que la nobleza rusa ha sido bastante menos estanca que la Occidental, lo que en parte se conseguía con los concursos de novias, lo que permitía ascensos sorprendentes de distintas familias al poder.

También se nos cuenta en el prólogo de qué forma llegó el primer Romanov al poder, y cómo lo hizo en contra de su voluntad, en unos momentos en que ser zar era especialmente arriesgado para la vida.
Los orígenes se remontan al reino de Rurikid, en constante conflicto con Bizancio y los tártaros. Solo Ivan el Terrible sería capaz de lograr una cierta estabilidad. Pues bien, este rey se casó con una Romanov, precisamente tras uno de los aludidos concursos, y esta sería la razón por la que uno de sus descendientes sería nominado para zar en la época llamada "Age of Troubles". Se trataba de Michael Romanov, hijo de la monja Martha, y se le requería como zar simbólico para la unión de Rusia contra la amenaza de Polonia y Suecia. Las amenazas de muerte por el nuevo zar fueron terribles al principio, entrando en juego una figura mítica, Ivan Susanin (cuya ópera de Glinka puede ver en el Bolshoi hará años sin tener ni idea de todo lo que ahora cuento), campesino que le tuvo oculto, permitiendo eventualmente su llegada a Moscú y coronación.

A partir de este apasionante comienzo, el libro entra en un bache de interés. Los siguientes Romanovs, hasta la llegada de Alejandro y las guerras napoleónicas, resultan algo aburridos, pese a contar en el reparto con personajes esenciales como Pedro el Grande, Catalina la Grande o su ministro Potemkin. Las razones de que resulten aburridos hay que buscarlas en el foco muy localista de la historia. Sí, hay conflictos con los vecinos (polacos, suecos, turcos), pero son repetitivos. Por otro lado, el autor pone demasiado foco en los excesos de la Corte, sea por la vía de fiestas o por la de torturas. No nos explica nada de lo que hacen en el Gobierno (eso sí, trabajan mucho), salvo las guerras que libran y quiénes son los favoritos y favoritas en cada momento.

Algo de culturilla general sí se obtiene: por ejemplo, se nos habla de la conquista de Crimea por Rusia y cómo esta península mantuvo esta nacionalidad hasta que el gran Stalin, en un rapto de condescendencia, se la cedió a Ucrania hará 50 ó 60 años. Con esta información y perspectiva se entiende mejor el conflicto que se vive actualmente en la zona. También se nos cuenta por qué eran emperadores de todas las Rusias, cuatro al parecer: Pequeña Rusia, Gran Rusia, Rusia Blanca (Bielorrusia) y otra que no recuerdo.

El caso es que hasta que no llegamos al primer zar Alejandro, la cosa no se anima. Pero entonces lo empieza a hacer, y mucho. La razón es obvia: la historia de Rusia y de los Romanovs para a ser la historia de Europa, desde una perspectiva rusa. Así, comenzaremos por las guerras napoleónicas y la conquista de Paris por Alejandro I. A Alejandro I le suceden Nicolás I y Alejandro II que tendrán que enfrentarse con problemas internos revolucionarios, algo que nunca conseguirán satisfactoriamente, y que llevará a la Revolución Bolchevique de 1917. No obstante, es con Alejandro II cuando empiezan las reformas, con la emancipación de los 22 millones de siervos existentes (cuyas condiciones se recogen en una mera nota al pie, lo que revela los intereses del autor del libro, nada institucionales), pero sin llegar a promulgar la ansiada Constitución.

Se nos cuenta la relación con Bismarck, la aparición de Prusia, el deterioro de las relaciones con Austria y Alemania, tradicionalmente aliadas y amigas. Mientras, el ambiente pre-revolucionario se va endureciendo contra los zares, en un ambiente de continuos atentados y agitación (una vez más, referencia a la nivela ¿Qué hacer? de Nikolái Chernyshevsky, como verdadero resorte impulsor.

Y de aquí ya se nos aboca a las guerras balcánicas y la Primera Guerra Mundial, tras contarnos el giro al Oriente producido tímidamente durante el inicio del mandato de Nicolás II. Surgirán las inevitables figuras de Rasputín (cuyo rol no me ha parecido tan significativo como al parecer lo era el tamaño de su pene o la fama con que ha pasado a la historia) y Alix, emperatriz intrigante con origen en la familia real inglesa, y corresponsable del desastre final de los Romanov.

El episodio final del libro lo tengo ya muy leído, recientemente en la Memoria del Comunismo de Losantos: el asesinato a sangre fría de ex-zar, ex-zarina, sus cuatro hijas y hasta de los perros. Pero quede claro que para ese momento, ya Nicolás II no mandaba nada por partida doble: había abdicado en su hermano Miguel, que a su vez había abdicado de la figura. Ya no mandaba ningún zar, sino supuestamente la Duma, y de facto Lenin a través de los soviets.

La verdad es que es impresionante el papel en la historia de esta familia, capaz de llevar la corona de un imperio como el ruso durante 300 años, durante los cuales se entreveró de una u otra forma con todas las familias reales europeas. Y una pena que en los momentos más delicados no tuvieran al frente a sus miembros más brillantes, que seguramente hubieran conseguido una reforma liberal a la altura de lo que demandaban sus habitantes, evitándonos por el camino la revolución bolchevique, cuyas consecuencias el mundo sigue padeciendo en la actualidad (Venezuela, Cuba), e incluso a lo mejor la Primera Guerra Mundial, de nuevo con sus terribles consecuencias históricas y en vidas.

La lectura de este libro no es fácil, pasa por grandes altibajos, pero sí da una completa visión de la historia de los Romanovs, y de la moderna historia de Europa.




sábado, 16 de febrero de 2019

Serie: The Punisher

Acabo de terminar la segunda temporada de esta inesperadamente magnífica serie, que no puede dejar de recomendar una y otra vez, siempre con poco éxito. ¿Por qué "inesperadamente"? Porque confieso que cuando empecé a verla no daba tres duros por ella.

Como es sabido, The Punisher es un superhéroes de la serie Marvel. En este caso, el personaje apareció en la segunda temporada de Daredevil, y, no se saber por qué, los productores decidieron hacer un spin-off con él. Y digo que no se sabe, porque Daredevil, a su vez, formaba parte de la saga de los Defensores, junto con Jessica Jones, Luke Cage y Ironfist. Todos estos tenían previstos sus propias series, que desembocarían en la del grupo, pero no así The Punisher.

Por otro lado, tras unas excelentes primeras temporadas de Daredevil y Jessica Jones, comenzaron las decepciones. La segunda de Daredevil, de la que desgaja The Punisher, fue bastante mejorable. Luke Cage se enfocó demasiado al público de color para resultarme atractiva, y Ironfist fue un despropósito absurdo, que ya no pudo remontar Defenders. Contra este fondo, las oportunidades de The Punisher parecían escasas. Por si fuera poco, la crítica que leí en El Confidencial la ponía a caer de un burro, aunque en cuanto llegué al segundo episodio me quedó claro que la tipa que la había hecho no había visto la serie. Qué poca vergüenza.

El caso es que es una serie magnífica, cuidada hasta el más último de sus detalles, que se disfruta de principio a fin, incluidos los títulos de crédito iniciales, y la música que acompaña a los finales. Todas y cada una de las escenas tienen una razón de ser: conforman un engranaje perfecto en que no parece sobrar nada, y estamos hablando de temporadas largas, de 13 capítulos de 50 minutos.

Hay pocos personajes, pero todos son estupendos. En la primera tenemos a Frank Castle, The Punisher, interpretado por Jon Bernthal, fácil de reconocer como el Shane de The Walking Dead, aunque mucho ha llovido desde entonces. Su archienemigo resulta ser Billy Russo, que fuera su amigo, interpretado por Ben Barnes, otro que lo borda desde la ambigüedad. Pero la que está para comersela es la agente Madani, una tal Amber Rose Revah, de la que no podrás apartar la mirada cada vez que salga en pantalla.

En la segunda temporada, se unen otro par de personajes, el inquietante John Pilgrim (Josh Stewart, habitual en las pelis de Nolan) y la chavalina Amy Bendix (Giorgia Whigham, procedente de 13 Reasons Why). No desmerecen a los tres primeros.

La serie, obviamente, tiene escenas violentas. Pero sorprende que no dominen ni metraje ni trama ni capítulos. Las escenas de combates, como todo en la serie, son también muy buenas y de una economía pocas veces vista, reveladora de que no quieren ser el foco de la serie. Me viene a la cabeza cómo abate The Punisher a seis maleantes en la capítulo 9 de la segunda temporada, en exactamente 6 segundos de escena, uno para cada disparo. Y por supuesto, tampoco faltan los giros inesperados y sorprendentes, que impiden al espectador confiarse en el seguimiento de la trama, por muy previsible que ésta pueda llegar a a parecer.

Por si a alguien le quedan dudas, también hay momento para la reflexión. Vuelvo al capítulo que acabo de citar: Castle, acosado por sus propios compañeros de fatigas, se replantea su vida y modo de actuar. Y llega a una conclusión pasmosa en estos momentos de corrección política: él es lo que es (un tipo que hace muy bien eso de matar a la gente, es quien hace "the killing", no quien muere), y cada vez que duda de ello, "sufren las personas que no deben". Lo que le reafirma en su propósito, y al espectador, tras ver cómo actúa Amy en circunstancias de peligro.

Como digo, no os perdáis esta serie. De momento, dos temporadas, pero quizá haya más.

viernes, 15 de febrero de 2019

Serie: Vikings

Termina la quinta temporada de esta serie, y este es tan buen momento como otro para hacer un homenaje a esta serie, y recomendarla a quiénes no la hayan visto. Parece mentira como ha podido resucitar tras una cuarta temporada que se veía abocada a una muerte anunciada acompañando la de su principal protagonista, Ragnar Lothbrok.

Porque estamos ante una serie pretendida y de clara inspiración histórica, lo cual quiere decir que los personajes, por muy míticos que sean en la sagas vikingas, son humanos y tarde o temprano mueren. La cuestión es cómo consigue sobrevivir la serie a esos momentos críticos. Y la verdad es que el reto es más fácil de lo que parece: basta volver los ojos a la historia para volver a encontrar momentos interesantes.

Para mí, esta serie ha tenido un gran valor que nunca podré agradecerle lo suficiente: darme a conocer el importantísimo papel que los vikingos han tenido en la historia de Europa. Hasta ver esta serie, para mí eran un fenómeno curioso y atractivo para niños, pero poco más que algo puntual. Claro, cuando empezaron a pasar determinadas cosas en la serie (por ejemplo, su llegada a Paris por el Sena), me surgieron dudas sobre el rigor del relato, e hice un poco de investigación. La sorpresa fue mayúscula, claro.

Resulta que los Vikingos no solo llegaron a Paris, sino que casi lo conquistaron, hasta el punto de que los monarcas francos tuvieron que hacer concesiones de tierras a los invasores, y surgió la Normandía y los normandos ("Hombres del Norte").  Y de allí vienen estos tipos que participaron en numerosos episodios importantes de la historia temprana de Europa. Pero no pararon aquí, siguieron hasta el Mediterráneo, sufriendo eso sí algunos encontronazos con astures y andalucíes, de los que no salieron bien parados (como nos cuenta Esparza en su trilogía de la Reconquista) y de los que la serie prescinde. Y por el norte, colonizaron Islandia, lo que pudieron en Groenlandia, y llegaron incluso a Canadá, como demuestran los hallazgos de L'Anse aux Meadows en Terranova. Por el este, ya habían topado con tartaros en el Báltico lo que posiblemente limitaba su expansión.

Así que, sí, la historia de los Vikingos tiene mucho que contar e interesar. El relato se construye tomando como base al héroe mítico ya citado, Ragnar Lothbrok, su familia (Lagertha, y luego sus hijos; su hermano Rollo, que será el primer noble normando) y sus amigos (Floki, Athelstan) y luego sus enemigos (reyes suecos y daneses, el rey Ecbert).

Francamente, la mayor parte de los actores hacen un gran papel. Los vikingos tienen todos ese punto de locura al hablar que cabe esperar de gente que constantemente tienen que arriesgar la vida para conseguir lo básico para sobrevivir. Hay que seguir los ojos de Ragnar, de Bjorn o de Ivar, o del propio Floki, cuando hablan, para darte cuenta de que no son tipos normales, que tienen una llama interior que les va a llevar muy lejos. Una llama que no se aprecia en ninguno de sus rivales y obstáculos en su periplo. Y, sin embargo, lo único que quiere Ragnar, lo que le hace embarcarse en esas cascaras de nuez para cruzar el mar incierto abandonando el cabotaje, son unas tierras medianamente fértiles en las que pueda instalar a su familia y tribu.

La serie tiene momentos de extremada violencia, algo que posiblemente refleje bien la vida de los vikingos. En la primera temporada asistiremos a la ejecución de un "Águila de Sangre" realmente estremecedor, pero estos momentos puntuales no deberían impedir el disfrute de la serie. Para compensar están los peinados que se hacen las vikingas, que varían casi de capítulo a capítulo, y son verdaderas filigranas. Hablando de Vikingas, lo cierto es que no se muestran como las bellezonas que cabe esperar de los países escandinavos. Con una excepción: Lagertha (Katheryn Winnick), cinco temporadas viéndola y envejeciendo, y aún me parece guapísima. Será el morbo de las doncellas guerreras.

Bueno, espero que con esto os animéis a ver esta serie y a aprender de historia. Se trata de capítulos de 45 minutos, y de momento van tres temporadas de 10 capítulos y dos de 20 capítulos, aunque ya está anunciada una sexta temporada.

lunes, 11 de febrero de 2019

Drei Stunden Null, de Wolfgang Büscher

Extraño libro este que me acabo de leer. Prometía ser una colección de relatos de aventuras de alemanes, pero no es así, o no me lo ha parecido (ya sabemos que mi alemán dista de ser perfecto, lo que hace que a veces no esté seguro de lo que he entendido). El autor es un periodista de cierto renombre, especializado en viajes, aunque no precisamente turísticos.

En este libro, nos cuenta una serie de historias, aparentemente enlazadas, aunque el hilo en muchos casos sea tan tenue (o críptico) como para andar despistado casi todo el tiempo de por qué nos está contando lo que nos cuenta.

Así, comienza contándonos el sitio que sufrió Breslau durante la Segunda Guerra Mundial por parte de las fuerzas soviéticas. Según Büscher, el destrozo de Breslau fue comparable al de otros famosos, como el de Dresden, aunque ha pasado menos a la historia, en parte porque sus causantes fueron los propios Nazis. Por ejemplo, el gobernador de la ciudad forzó la construcción de una pista de aterrizaje intramuros para el suministro, lo que obligó a arrasar las casas allí ubicadas.

Posteriormente, salta un poco en el tiempo y nos lleva al Berlin de la posguerra, donde nos cuenta una excursión escolar, y sigue avanzando en el tiempo hasta la caída del muro, momento del que nos cuenta una caminata que hizo el autor por los pueblos o barrios en torno a Berlin. Gran parte de lo que nos cuenta aquí tiene que ver con las reflexiones del caminante durante muchas horas de ruta. El paseo, de 5 días, termina en el palacio de Sans Souci, en Postdam.

A continuación, nos narra capítulos relacionados con bombardeos por los americanos, parte de la vida de Porsche, incluida su visita a América, y luego la biografía de un salchichero judio. Como es de entender, tras este triple golpe uno ya no sabe a qué atenerse.

El último relato es el que más interesante me ha resultado. Se refiere a la secta de los Menonitas, unos alemanes que, inspirados por el libro "Das Heimweh", se pusieron en camino a la búsqueda del paraíso. Por increíble que parezca, pensaban que estaba hacia el este, lo que les llevó a internarse en Rusia, en un principio con el permiso y bendiciones de Catalina la Grande. Su búsqueda era la de una región en que no tuvieran que plegarse a los requerimientos del Estado, en particular, en relación al servicio militar.

Su periplo les llevó desde el Volga a las tierras de Asia Central, incluyendo Khiva y Bhukhara en el actual Uzbekistan, para terminar instalándose en la frontera entre Kazajistan y Takiyistan, donde fundaron una serie de pueblos. Estos son los que visita el autor al comienzo del relato y le dan disculpa para contarnos la apasionante historia de esta secta. En todo caso, como no sigue el relato de forma cronológica, sino a base de saltos relacionales, es difícil de seguir.

Cuando ya desesperaba de entender el porqué de la reunión de estas historias, en la última página hay un párrafo que da la pista. Lo pongo:
"Wenn es eine Rechtfertigung gibt, fremdes Land zu erobern, dann diese: daß es dem Land am Ende besser geht als zuvor. Daß der Eroberer mehr gibt als nimmt – Recht, Kultur, neue Technik, den besseren Staat. So war es mit Germanien unter den Römern. So war es mit Preußen unter dem Deutschen Orden. So war es nicht mit den deutschen Eroberungen dieses Jahrhunderts, und so war es ebensowenig mit Osteuropa unter Rußland"
("Si hay alguna razón para conquistas tierras extranjeras, es esta: que esta tierra al final vaya mejor que al principio. Que el conquistador dé más de lo que se lleve - Derecho, Cultura, nuevas Técnicas, un Estado mejorado. Eso pasó con Germania bajo los romanos. Y con Prusia bajo la Order Teutónica. Pero no con las conquistas alemanas del siglo XX, y tampoco con Europa del Esta bajo Rusia", traducción propia)

Así pues, esta es la conclusión que saca Büscher de sus viajes y observaciones. Es un libro difícil de leer y que no creo que esté traducido. Ambas razones hacen fácil no recomendar su lectura, sin necesidad de entrar al contenido.

miércoles, 6 de febrero de 2019

Serie: Who is America?

Sacha Baron Cohen es muy conocido por dos películas, ambas muy divertidas: El dictador y Borat. También es monsieur Thenardier en Los Miserables, por cierto. Pero su personalísimo sentido del humor es el que presenta en Borat.

Para quien no la haya visto, lo que hace en dicha película es una especie de cámara oculta dedicada a determinados colectivos norteamericanos, con el objetivo de ridiculizarlos. En Borat, se hace pasar por un refugiado Kazajo, y va, con cámara y todo, entrevistándose con determinadas personas o realizando determinadas actividades, para poner en evidencia la ridiculez y estupidez de algunos norteamericanos. Por eso he dicho lo "especie de cámara oculta", porque realmente la cámara no está oculta y es bien patente: los protagonistas lo son voluntariamente, lo que no saben es que realmente el tal Borat no es quien dice ser.

Pues bien, en Who is America, coge el mismo esquema, pero en lugar de usar un solo personaje falso, se caracteriza de varios, según el objetivo que vaya persiguiendo. El contexto es, por supuesto, la América que ha elegido presidente a Donald Trump, es este el objetivo preferente de sus burlas. De hecho, lo mejor de la serie son los títulos de crédito, en que contrasta los grandes momentos de los presidentes americanos, con uno en que pilla a Trump haciendo el tonto y tartamudeando "I do not know what I am saying...".

Entre los personajes que usará están: un agente israelí del Mossad experto en técnicas antiterroristas; un progre tolerante con los "24 géneros"; un fotógrafo italiano especializado en la Jet Set; un exconvicto con vocación artística; un presentador de un programa infantil alemán, y un supuesto ultra-conservador que se mueve en silla de ruedas. Aunque la caracterización está muy bien trabajada, también es cierto que a veces parece un poco exagerada, y me resulta difícil de creer que los tipos con los que se entrevista muerdan el anzuelo. Sobre todo, el agente del Mossad tiene cara de marioneta.

En cada sketch, se nos presenta brevemente a la víctima de la trampa. ¿Por qué le entrevistan? ¿Y por qué con ese personaje? El más célebre de los que aparecen es Dick Cheney (VP con Bush), pero aparecen numerosos congresistas y senadores, así como cargos electos estatales y locales. También alguna modelo despistada o una marchante de arte. Y, por supuesto, los típicos paletillos americanos así gorditos y mayorcitos.

En la mayor parte de los sketches, el planteamiento que hace Cohen es completamente absurdo. Y eso es lo que va en su defensa: sí, puede que haya engañado a sus víctimas con su caracterización, pero, aún así, ¿quién puede creerse sus planteamientos? Si convence a unos tipos de que lo más efectivo para luchar contra un terrorista islámico es tocarle con el culo al grito de que se va a volver homosexual, o usar un escudo con sexo homosexual explícito, la culpa no es de él, es de los tipos.

Estos son los sketches divertidos, los mejores de la serie: un planteamiento absurdo que es aceptado ingenuamente por sus víctimas. Y los mejores los encontraremos en el primer capítulo, empezando por uno magistral, en que, en su caracterización de ultraconservador, trata de convencer a un congresista demócrata de que la solución para acabar con la desigualdad de la riqueza (1%-99%) es meter a toda la población en el 1%. Posteriormente, haciéndose pasar por exconvicto, conseguirá que la marchante de arte le dé un pelo del pubis para su pincel... con la cámara delante!

Pero a partir de aquí la cosa se viene abajo. Digamos que no todas las víctimas son tan ingenuas como Baron Cohen parecía creer, y en muchos de los sketches el ridículo lo hace él, al empeñarse una y otra vez en tender la trampa a su víctima. Por ejemplo, en el cuarto capítulo, actuando como fotógrafo italiano en conversación con un contratista de yates, la modelo que le acompaña empieza como a hacerle una paja. ¿Qué reacción esperaba del contratista? No se sabe: el único que queda en ridículo es él.

Más grave aún es la situación en el tercer capítulo, en que su alter-ego progre trata de conseguir de un diputado republicano que diga que es pedófilo (ama a los niños) y que firme como coautor de un libro infantil pornográfico: una y otra vez se niega su "víctima" a ambas cosas, incluso amenazándole con demandarle, pero da igual, el sigue erre que erre. ¿Dónde está la gracia? Lo único que hemos visto es a Sacha Cohen autocalificándose una y otra vez como pedófilo. ¿Es que él lo es?

No digo que no siga habiendo algún hallazgo gracioso, pero quedan sepultados en un fondo de cosas sin gracia, incluso ofensivas por momentos, en las que, además, queda de manifiesto que Baron Cohen tiene un enemigo claro en los republicanos, conservadores y trumpistas. En Borat y Brunö, mantiene una neutralidad política en su parodia, pero la pierde con claridad en Who is America, para su desgracia.

De todas formas, los capítulos son entretenidos, aunque no siempre por provocar la risa. A día de hoy, no está claro si habrá segunda temporada, aunque si la hay seguramente la vea. Sí, lo siento, me puede el morbo.




martes, 5 de febrero de 2019

Serie: Mindhunter

Estamos ante una serie policíaca algo atípica, con un planteamiento a priori muy atractivo. De la misma forma que Manhunter: Unabomber, se centra en la adopción de una técnica pionera para la resolución de crímenes. En Unabomber, se utiliza el análisis de la escritura para tratar de identificar al autor de un escrito. En Mindhunter, la técnica que se empieza a utilizar es la del perfil psicológico, sobre todo para asesinos en serie.

Así pues, nos traslada a los años 70, donde un par de policías, espontáneamente y en su tiempo libre, empiezan a entrevistar a este tipo de criminales, para tratar de conocer mejor sus motivaciones y experiencias. En unos cuantos capítulos, la investigación atraerá la atención de su supervisor para transformarse en un programa formal, dotado de fondos y con la colaboración de una psicóloga de prestigio. Los dos policías son Holden Ford (interpretado por Jonathan Groff) y Bill Tench (Holt McCallany), y la psicóloga es Wendy Carr (Anna Torv).

Pues bien, sobre este planteamiento tan sugerente, lo cierto es que la serie no acaba de cuajar, al menos para mi gusto. La narración se estructura básicamente en torno a los interrogatorios que hacen Ford y Tench a distintos asesinos en serie (son personajes reales, por cierto), completada con algunos casos en que echan una mano a las policías locales trazando un rudimentario perfil del posible asesino. Uno de los problemas, para mí, es que no se acaba de ver con claridad la conexión entre el análisis psicológico de cada caso y lo que van aprendiendo con las entrevistas.

Así pues, dado que los casos no tienen demasiada complejidad (se resuelven en un capítulo), lo más interesante de la serie son las citadas entrevistas. Y es cierto que cuando estas entrevistas funcionan, la serie es de lo más absorbente. Así ocurre en el segundo y tercer capítulo cuando se entrevistan con Edmund Kemper, interpretado magníficamente por Cameron Britt. Desgraciadamente, ese nivel no lo vuelven a conseguir en otras entrevistas, como en la de Richard Speck (en el capítulo 9) o la de Jerry Brudos, el asesino obsesionado por los zapatos (capítulos 7 y 8), y el interés se va difuminando entre problemas administrativos y personales de los protagonistas. Una pena, porque la serie era muy prometedora. 

Hay anunciada segunda temporada, pero aún no tengo claro que la vaya a ver.

lunes, 4 de febrero de 2019

Serie: El embarcadero

Se rompió la racha de series españolas buenas. Tras Gigantes, Paquita Salas, Mira lo que has hecho o El día de mañana, uno pensaba que ya no se podía equivocar. Pero sí, pasa como con las americanas, las hay buenas, normales y malas. Y me temo que ésta es de las malas.

Que sea mala no es por la producción (excelentes las imágenes de La Albufera), por la técnica narrativa (aunque a veces sea algo confusa, poniéndonos como recuerdos de algún protagonista cosas que no pudo vivir) o por el trabajo de los actores (normalito). Es sencillamente porque el guión está cuajado de situaciones absurdas y personajes inverosímiles, y esto es lo que hace la serie insoportable.

No me voy a entretener mucho poniéndola a parir, porque tampoco es plan. El punto de partida ya exige estirar la credibilidad del espectador: a la muerte de su marido Oscar (interpretado por Álvaro Morte, el profesor de La casa de papel), Alejandra (Verónica Sánchez) descubre que el mentado llevada una doble vida y estaba amancebado con Verónica (Irene Arcos), una "campesina" de la Albufera, con quien incluso tiene una hija. Lejos de indignarse con la amante, este acontecimiento será el comienzo de una gran amistad.

Bueno, ya aquí hacen falta tragaderas (ni una voz más alta que otra entre las dos mozas), pero, como digo, no es un especial problema. El problema viene con que la trama carece de interés, y además viene trufada de escenas absurdas, posiblemente para estirar la historia hasta los ocho capítulos de 50 minutos que tiene la temporada. Por un momento, al final del segundo capítulo, cuando se nos deja intuir que el suicidio de Oscar fue posiblemente un asesinato, la cosa parece que va a tener interés: ¿cuál era realmente la vida oculta de Óscar? Pero esa trama se abandona a su suerte hasta ya los dos últimos capítulos, por lo que nos tenemos que conformar con las cosas que le suceden a Verónica y Alejandra, y a los amigos y familiares de ambas. Eso sí, con recuerdos intercalados de la vida de Oscar con Verónica, sobre todo con ésta.

Y así, por ejemplo, nos describen el momento en que se conocieron, tras ser robado Oscar de sus pertenencias en la playa. Obviamente, nada de esto trascenderá a la policía: Verónica se lo lleva a su casa, lo viste, y luego le ayuda a forzar su coche para que se pueda ir. Muy normal. A nadie extrañará, por ejemplo, que la compañera de Alejandra cuente por el móvil a voz en grito los problemas de un contrato de su empresa, mientras conduce un descapotable al lado de un policía al que acaba de conocer. O que el segundo encuentro de Alejandra y Verónica sea una embestida voluntaria del coche de aquella al cuatro latas de ésta, eso sí, sin posterior pelea.

¿Y qué decir de la hija de la compañera de trabajo? A esta la cuida la madre de Alejandra (!) y se dedica a vender fotos de su coño por Internet. ¿Para qué? Para pagarle un viaje a su entrenadora, de la que está enamorada perdidamente, con 16 añitos, y que ésta pueda correr el maraton de Nueva York.

No sigo. Ya a partir del tercer capítulo se veía que la cosa no daba más de sí. Y en el quinto la hubiéramos dejado de ver si no fuera porque solo quedaban tres y por ser una serie española y de Movistar. O sea, beneficio de la duda hasta el final. Pero desde ese tercer capítulo estaba claro que el único interrogante era en qué momento se liarían las dos protagonistas en nombre del finado, y si para entonces sabría ya Verónica que Alejandra era la esposa de Oscar.

No sé si habrá segunda temporada, pero conmigo que no cuenten.