lunes, 4 de febrero de 2019

Serie: El embarcadero

Se rompió la racha de series españolas buenas. Tras Gigantes, Paquita Salas, Mira lo que has hecho o El día de mañana, uno pensaba que ya no se podía equivocar. Pero sí, pasa como con las americanas, las hay buenas, normales y malas. Y me temo que ésta es de las malas.

Que sea mala no es por la producción (excelentes las imágenes de La Albufera), por la técnica narrativa (aunque a veces sea algo confusa, poniéndonos como recuerdos de algún protagonista cosas que no pudo vivir) o por el trabajo de los actores (normalito). Es sencillamente porque el guión está cuajado de situaciones absurdas y personajes inverosímiles, y esto es lo que hace la serie insoportable.

No me voy a entretener mucho poniéndola a parir, porque tampoco es plan. El punto de partida ya exige estirar la credibilidad del espectador: a la muerte de su marido Oscar (interpretado por Álvaro Morte, el profesor de La casa de papel), Alejandra (Verónica Sánchez) descubre que el mentado llevada una doble vida y estaba amancebado con Verónica (Irene Arcos), una "campesina" de la Albufera, con quien incluso tiene una hija. Lejos de indignarse con la amante, este acontecimiento será el comienzo de una gran amistad.

Bueno, ya aquí hacen falta tragaderas (ni una voz más alta que otra entre las dos mozas), pero, como digo, no es un especial problema. El problema viene con que la trama carece de interés, y además viene trufada de escenas absurdas, posiblemente para estirar la historia hasta los ocho capítulos de 50 minutos que tiene la temporada. Por un momento, al final del segundo capítulo, cuando se nos deja intuir que el suicidio de Oscar fue posiblemente un asesinato, la cosa parece que va a tener interés: ¿cuál era realmente la vida oculta de Óscar? Pero esa trama se abandona a su suerte hasta ya los dos últimos capítulos, por lo que nos tenemos que conformar con las cosas que le suceden a Verónica y Alejandra, y a los amigos y familiares de ambas. Eso sí, con recuerdos intercalados de la vida de Oscar con Verónica, sobre todo con ésta.

Y así, por ejemplo, nos describen el momento en que se conocieron, tras ser robado Oscar de sus pertenencias en la playa. Obviamente, nada de esto trascenderá a la policía: Verónica se lo lleva a su casa, lo viste, y luego le ayuda a forzar su coche para que se pueda ir. Muy normal. A nadie extrañará, por ejemplo, que la compañera de Alejandra cuente por el móvil a voz en grito los problemas de un contrato de su empresa, mientras conduce un descapotable al lado de un policía al que acaba de conocer. O que el segundo encuentro de Alejandra y Verónica sea una embestida voluntaria del coche de aquella al cuatro latas de ésta, eso sí, sin posterior pelea.

¿Y qué decir de la hija de la compañera de trabajo? A esta la cuida la madre de Alejandra (!) y se dedica a vender fotos de su coño por Internet. ¿Para qué? Para pagarle un viaje a su entrenadora, de la que está enamorada perdidamente, con 16 añitos, y que ésta pueda correr el maraton de Nueva York.

No sigo. Ya a partir del tercer capítulo se veía que la cosa no daba más de sí. Y en el quinto la hubiéramos dejado de ver si no fuera porque solo quedaban tres y por ser una serie española y de Movistar. O sea, beneficio de la duda hasta el final. Pero desde ese tercer capítulo estaba claro que el único interrogante era en qué momento se liarían las dos protagonistas en nombre del finado, y si para entonces sabría ya Verónica que Alejandra era la esposa de Oscar.

No sé si habrá segunda temporada, pero conmigo que no cuenten.

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