Como ya anticipé tras leer Senderos de Libertad, he aquí otra lectura de Javier Moro, que creo que es su última novela. Desafortunadamente, éste es bastante más flojito que los otros que he leído de él, aunque seguramente sea más por el tema que por el estilo del escritor, que no obstante sí se ve influido en esta ocasión por el tema.
La novela va de la vida de los dos arquitectos Rafael Guastavino, el padre y el hijo, que tuvieron un papel muy importante en la construcción de muchos edificios en distintas ciudades de los EEUU a finales del XIX y principios del XX. Como digo, construyeron muchos, pero pocos son conocidos por el público no especializado. Por ejemplo, la catedral de San Juan Divino en Nueva York, que es el edificio con el que escoge el autor comenzar la obra. Yo puede que estuviera, pero no la recuerdo, sinceramente. Y lo mismo me pasa con los edificios citados para Boston, otra ciudad que conozco.
Lo cual nos lleva al siguiente punto crítico: para valorar los méritos arquitectónicos de los Guastavino se requiere un cierto conocimiento técnico, que Javier Moro no acierta a transmitir. Sus explicaciones se quedan en un batiburrillo de tecnología (presillas, losetas, carga...) que, a mí al menos, no me dicen nada, una vez se superan las comparaciones más sencillas ("Este papel tan fino, según lo dobles, puede aguantar mucho más peso que el suyo propio"). Y como hay bastante de este tipo de pasajes, la cosa se me hace aburrida.
La vida personal de los Guastavino tiene mucha miga, sin duda, pero es que a mí tampoco me van las telenovelas. Sí, era un mujeriego, llegó a tener cuatro mujeres simultáneamente en distintos estatus de relación. Y sí, quizá esa se la causa de los problemas sentimentales del hijo, que, no obstante, se terminan resolviendo de forma bastante convencional. A ver, está bien contado y no te aburres, pero al final del día no es demasiado interesante.
Por ello, lo que más me ha gustado del libro es cómo refleja ese ambiente de finales de siglo XIX y principios del XX, uno de los momentos de la historia en que más riqueza se ha creado, porque quizá haya sido el momento de la historia en que más libertad ha habido. En la Nueva York de esos momentos "Por todas partes se levantaban edificios y estructuras de proporciones colosales. El tren elevado gozaba de tanto éxito que estaban construyendo una cuarta línea. Sus locomotoras de vapor echando nubarrones de humo blanco por encima de la calzada se convirtieron en una estampa típica de la ciudad.". Y nada de esto se hacía con impuestos o por la administración, porque apenes existía.
"—La confianza es la base de nuestro trabajo—dijo uno.—Los buenos negocios son los negocios en los que todo el mundo gana—dijo el otro." Aunque luego resulta que eran estafadores, lo que dicen revela el espíritu de la época: ilusión, ambición, ingenuidad. Y no solo en los EEUU: también hay referencias a Cuba, Argentina ("En aquella época, Argentina era el segundo país más rico del mundo y se levantaban opulentos edificios en Buenos Aires") y, cómo no, las Valencia y Cataluña de la juventud del padre. Por cierto, con especial referencia a la Lonja de Valencia que impresionó el espíritu de ambos protagonistas: "Así fue empapándose de ese «espacio magnífico», como fue descrita la Lonja, de esa «impecable maravilla» de la que mi padre decía que respiraba exactitud, proporción, elevación, grandeza."
Me ha sorprendido el relevante papel que jugaban los españoles en Nueva York, con personajes como José Francisco Navarro, socio de Edison y parte integral de la alta sociedad neoyorquina. En la misma línea, se constata la visión tan positiva que tenían de España, como lo demuestra la exposición universal de Chicago, llamada "colombina" y en que el personaje de más tirón fue una princesa española (quien, no obstante, parece que dejó un mal sabor de boca). Compárese con la situación actual en que de allí parecen llegar tan solo insultos y desprecios al papel jugado por España en la empresa del Nuevo Mundo.
En el lado negativo, podemos observar el papel que empiezan a desempeñar las patentes en los negocios. No se olvide que una patente es un privilegio de monopolista sobre algo que un funcionario dice que tú has inventado. Movidas con ellas ha habido unas cuantas (la invención del teléfono, sin ir más lejos), y aquí se están plantando las semillas del sistema, del que ya se benefician los más espabilados: "A la vista de cómo nos estaba yendo con las que había registrado, no había duda. El mundo pertenecía a los dueños de patentes. Edison andaba ya por el millar… Así que yo también me puse a ello, y entre 1891 y 1892 deposité tres patentes a mi nombre, dos para forjados de techos y una de arcos tabicados.". Y eso que en aquel entonces tan solo concedían privilegio por 5 años!
Otro germen que aparece es el de Disney, aunque este es claramente más anecdótico. Resulta que el padre de Walt trabajó como capataz en los trabajos de Guastavino para la Expo de Chicago. Así nos lo cuenta don Javier: "Contratamos a un oficial pelirrojo, un irlandés llamado Elías Disney que conocía bien su trabajo y que añoraba su vida de campesino. Era un buen hombre, muy serio. Años más tarde, su hijo pequeño, Walt, se inspiró en lo que su padre le contó de la exposición para su propio reino de la magia, el famoso Magic Kingdom."
A todo esto, el título del libro de refiere a la cualidad ignífuga de las obras de los Guastavino, muy demandada en los EEUU tras el impacto que había supuesto el incendio de Chicago: "le conmovió la descripción de la destrucción de Chicago, los trescientos muertos, los nueve kilómetros cuadrados de ciudad arrasada, los diecisiete mil edificios calcinados, todo lo que la prensa contaba sobre el caso.". Esta fue la gran oportunidad de futuro que vislumbró Guastavino padre y que le compelió a marcharse de España a esa tierra prometida, aunque en su decisión también obraron causas mucho más personales, como bien contará Moro. Pero ya he dicho que esta parte de telenovela me ha interesado poquito.
Cierro con dos pasajes. Primero una reflexión filosófica: "Cuánto cambiarían las relaciones entre la gente si tuviésemos clara y bien presente la inevitabilidad de la muerte."
Y segundo, una pequeña puntada al nacionalismo catalán, en la persona de ni más ni menos que el gran arquitecto modernista Puig i Cadalfach, uno de los tres grandes con Gaudi y Muntaner, y todos ellos sucesores e influidos por los Guastavino. Resulta que el amigo Puig i Cadalfach fue quien bautizó a las bóvedas de los Guastavino como "bóveda catalana", "una expresión que permaneció y que se suele asociar con nuestro trabajo. Debía responder a la necesidad catalana de fraguarse una identidad nacional a través de la arquitectura, porque nosotros nunca la utilizamos." ¿Pues no había nacido en Valencia Guastavino?
No es este el mejor libro de Moro, y me cuesta recomendarlo. Yo creo que el lector promedio no lo apreciará tanto como aquel que tenga un cierto interés y conocimientos en arquitectura.
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