lunes, 8 de noviembre de 2021

Senderos de libertad, de Javier Moro

Vuelvo a leer a Javier Moro después de unos cuantos años, en que agoté casi toda su producción, empezando por El imperio eres tú, y siguiendo con El sari rojo. Pasión India, El pie de Jaipur y A flor de Piel. Todos estupendos, como este también lo es, cuya lectura no hice en aquella ocasión. Ahora lo seguiré seguramente de otras obras recientes del autor, como A prueba de fuego o Mi pecado.

En esta obra, Moro nos lleva al Amazonas y a lo que casi seguro es el origen del movimiento ecologista moderno, que nos ha llevado a cosas tan terribles como la lucha contra el supuesto cambio climático liderada por políticos en jets y por una niña autista sueca. Si Chico Mendes levantara la cabeza...

Los protagonistas son los seringuieros y los garimpeiros. Los primeros son los recolectores de caucho, reclutados por el gobierno brasileño para la segunda guerra mundial, y abandonados en la selva tras el final de la misma, sin ver cumplida ninguna de las promesas que se les habían hecho. Los garimpeiros, por su parte, son los buscadores de oro en el Amazonia, dañinos en alguna medida para la Amazonia, pero que aquí aparecen como enfrentados a los indios amazónicos, tribus de las que Moro nos dice: "Para pasar del neolítico a la era espacial, el hombre moderno ha necesitado siete mil años. Los indios araras dieron el salto en menos de un año."

El drama se desata con los planes del gobierno de Brasil para colonizar la selva mediante la construcción de carreteras. Como siempre, nada bueno se puede esperar del Estado, y esta vez no fue excepción: "No hubo tiempo de evaluar el problema de las lluvias que, al transformar tierras desmatadas en fangales impracticables, se convertiría en una auténtica pesadilla para ingenieros, técnicos y obreros. A esto se añadiría el paulatino descubrimiento de que el terreno no era llano como se pensaba. La «planicie» amazónica es en realidad una región ondulada, con sierras y montañas, lo que dificultó y encareció enormemente los trabajos. Tampoco la tierra era fértil, y veinte años después del inicio de la «Conquista de la Amazonia» muchos brasileños siguen preguntándose cómo el gobierno pudo embarcarse en tamaña aventura sin haber realizado los más elementales estudios preliminares."

La respuesta a la pregunta de muchos brasileños es, como tampoco sorprenderá, la corrupción. El gobierno brasileño no iba solo, sino en compañía de terratenientes y la peor calaña de empresarios, dispuestos a hacer dinero fácil a costa de la ruina de la selva. Y también en compañía de organizaciones como las que ahora pretenden liderar la lucha contra el cambio climático, tipo el Banco Mundial o el BID, que alegremente proporcionaban fondos para estos proyectos demoledores. 

Esta carrera será obstaculizado por un grupo de idealistas, empezando por el ya citado Chico Mendes, que se empeñarán en la protección de la selva como reconocimiento a su modo de vida y derechos adquiridos. Lo que pasa es que esta defensa, en esos momentos, no consistía en reuniones de postín para acuerdos absurdos, si no en jugarse la vida contra un grupo de empresarios mafiosos con el apoyo del gobierno brasileño, como lo muestra una y otra vez Moro en su narración.

Vamos, que la amenaza a la Amazonia no venía del capitalismo y los emprendedores, sino de los gobiernos, en este caso el brasileño con el soporte del Banco Mundial ("El Banco Mundial estaba financiando proyectos de proporciones gigantescas que aceleraban la deforestación de manera alarmante."), y de sus socios empresarios, a los que si cabe calificar de "capitalistas salvajes". Pero que quede claro, que la faceta de salvaje solo aparece porque el gobierno lo tolera y hasta lo incentiva.

Para más INRI para los ecolojetas-izquierdistas, resulta que en los albores del movimiento, los primeros resultados tangibles se consiguieron gracias a un senador republicano, no demócrata, o sea, de derechas, Robert Kasten, quien amenazó con retirar los fondos de EEUU al Banco Mundial a menos que este exigiera estudios de impacto ecológico a sus proyectos. Y es efectivamente así como se detuvieron los terribles proyectos que amenazaban con acabar con la Amazonia en los años 80 y 90.

Este apropiamiento político por parte de la izquierda del movimiento ecologista no pasa desapercibido ni siquiera en época tan temprana, cuando uno de los activistas que atrajeron la atención de Kasten al problema confiesa: "Luego me advirtieron que estábamos haciéndole el juego al derechista de Kasten, que sólo buscaba un pretexto para recortarle fondos al Banco. Les contesté que habíamos trabajado con los demócratas, que habíamos tenido más de siete audiencias en el Congreso y que no habíamos conseguido nada con ellos."

La verdad es que leyendo este libro uno aprende a apreciar el mérito de un movimiento al que ahora mismo solo cabe observar con profunda sospecha. En aquel momento eran pioneros y héroes, en la actualidad son funcionarios viviendo de la mamandurria y jetas, que solo buscan problemas donde no los hay para poder seguir en el machito. O sea, un grupo más de los que denuncia Douglas Murray (ver aquí), lo que pasa es con un mayor predicamento al no utilizar criterios raciales o sexuales, y poder así apelar a toda la humanidad.

Muy interesante es también en una conclusión que recoge Moro en una declaración de la iglesia brasileña de la época: "Explicaba que la extrema desigualdad se debía a la naturaleza cerrada del sistema político, basado en una alianza entre la élite civil y las fuerzas armadas." Y es que este diagnóstico sí es coincidente con la explicación que daría la teoría económica buena, y no las que proporciona el reciente paladín de la desigualdad, el conocido Piquety, que, como buen socialista, las atribuye al capitalismo, aunque sin el epíteto de salvaje, por lo que parece.

Por último, una curiosidad para quien haya oído el gracioso término "poronga". Yo se lo oí en primer lugar a los argentinos, y para ellos es una parte del cuerpo masculino que no detallaré más. Sin embargo, resulta que en Brasil es "una especie de sombrero de latón con una vela que servía de linterna a los seringueiros al tiempo que les dejaba las manos libres," O sea, como el típico casco minero con su linternita.

En resumen, excelente libro y de sorprendente actualidad, que no recomiendo porque no hace falta. Javier Moro se recomienda solo.

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