jueves, 29 de septiembre de 2016

El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura

No sé muy bien que esperaba de la lectura de este libro y autor. Bueno, sí, esperaba alguna sorpresa, algún tipo de descubrimiento. No lo he encontrado: Padura es un escritor convencional, y esta novela es igualemente convencional, y encima muy larga.


En ella se nos cuentan, aparentemente, tres historias que confluyen: por un lado, la vida de Lieb Davidovich (ie, Trotski) tras ser desterrado por Stalin; por otro, la de su asesino, el español Ramón Mercader; y, en tercer lugar, la del supuesto narrador, un cubano que se tropieza con el segundo bajo una identidad falsa. Los tres personajes tienen en común, aparte de los evidentes hilos históricos entre los dos primeros, que aman a los perros, especialmente a los borzoi rusos.

La parte narrativa dedicada a Trotski es un verdadero tostón, en que se acumulan datos, hechos, viajes y encuentros, sobre las continúas e increiblemente constantes decepciones ante la actuación del líder soviético Stalin. Monótona en estilo y aburrida en el fondo, pues a estas alturas a nadie sorprenderán ninguna de las sucesivas traiciones/matanzas de Stalin, algo que asume de general conocimiento.


Algo más interesante resulte el relato de la vida de Ramón Mercader, aunque no mucho más. La mayor parte de las cosas en que se detiene el autor (como su relación con la madre Caridad o la novia África) son inconsecuentes, y solo cobra algo de interés su vida cuando se acerca a su victima y aparecen en él algo de dudas y remordimientos. También son de interés algunos de los eventos de la Guerra Civil española en que directa o indirectamente se ve involucrado.

Por último, la parte del narrador sí me ha resultado más curiosa, no tanto por su relación con los otros personajes, como por la descripción que en determinados momentos hace de las condiciones de vida en Cuba, algo sobre lo que no he leído mucho.

Con todo, la novela solo se mantiene interesante por la supuesta verdad oscura que en algún momento nos va a desvelar la narración, y por conocer qué relación o cómo va a afectar a la vida del narrador el descubrimiento de quién es realmente su contacto (ie, el propio Ramón Mercader). Por desgracia, ninguna de las expectativas se cumple. Respecto a la segunda, no ocurre realmente nada. Y respecto a la primera hay que detenerse algo más.

Porque resulta que la tal verdad oscura no es otra que los crímenes de Stalin y su traición a los ideales comunistas y hasta soviéticos. Menuda verdad oscura! Quizá lo fuera para un cubano en los años 70, pero desde luego ya no resulta chocante en la actualidad, por lo que el efecto shock se pierde completamente (al menos para alguien con un mínimo de cultura). Como tampoco Padura consigue que te involucres en la vida cubana de los 70, no se transmite bien el golpe moral que ello pudo suponer para el escritor. Así que la esencia del libro se pierde y todo queda en humo.

¿Todo? No todo. He dicho más atrás que era "aparente" lo que se nos contaba. Porque en la realidad el libro parece más bien una biografía de Stalin, quien es el verdadero protagonista del libro. Y aquí está la traición del autor al lector contemporáneo: al volcar todas las maldades del régimen en Stalin, hace refulgir la figura de Trotski como el buen líder para la causa comunista, que fue traicionada por el Montañés.

Parece darnos a entender el autor que el problema no es el sistema, sino las personas. Con Trotski al mando aquello hubiera funcionado, pero tuvimos la desgracia de que fuera un tipo sin escrúpulos como Stalin el que se hiciera con el control. Solo en un par de ocasiones parece apearse de esta idea el autor, una haciendo referencia a otros regímenes comunistas que tuvieron parecidas consecuencias (Camboya, China) (curiosamente, si bien describe la vida cotidiana en Cuba, no acaba de asignar las culpas a la persona o al régimen), y la otra cuando uno de los personajes afima respecto a Stalin que "Siempre fue el mismo, un hijo concebido por la política soviética, no un aborto de la maldad humana". Pero obsérvese que echa la culpa al régimen soviético, no al comunismo.

Cualquiera que haya leído a Hayek, a Mises o a tantos otros, y tenga un mínimo de cultura histórica, sabe que el comunismo es una catástrofe social, y que en ello coinciden los análisis teóricos y la experiencia histórica, incluida la más reciente (léase Venezuela). Así que tragarse un tomo a la mayor gloria del sistema a costa de cargar el desastre en personas concretas, no es algo que esté en condiciones de recomendar.

Por tanto, a menos que tengáis una gran curiosidad por la vida de Trotski o mediana por las condiciones de vida en Cuba, podéis prescindir de leer este largo libro.




domingo, 25 de septiembre de 2016

El último reino ("The Last Kingdom"), de Bernard Cornwell

Llego a este autor y esta serie de novelas históricas gracias a la serie homónima, a la que a su vez llegué siguiendo la serie "Vikingos". En esta serie se nos cuenta la resistencia y eventual triunfo del reino de Wessex a las invasiones vikingas que sufrió Gran Bretaña en el siglo IX. Esta resistencia dio lugar a la posterior unificación de los diversos reinos preexistentes en lo Engaland, nombre que no es difícil imaginar que terminó en la actual England.

El protagonista de la serie es un personaje de ficción, Uhtred, hijo de Uhtred, y nieto de Uhtred, al que el autor otorga el señorío del actual castillo de Bamburgh. Sin embargo, el verdadero protagonista de la historia es el rey Alfred, nos informa el autor, Alfred el Grande, quien tuvo la capacidad de resistir la invasión, y la visión para unificar los reinos preexistentes (North Umbria, Mercia, East Anglia y, por supuesto, Wessex) en uno solo. La ventaja de usar Uhtred como protagonista es que facilita mucho la narrativa de ambas partes involucradas en la contienda, pues pasa de un bando a otro con relativa facilidad, aunque nunca como traidor, sino como prisionero o amigo.

No me detendré demasiado en los sucesos contados en esta primera entrega de las, nada más y nada menos, nueve de que consta la serie. En esta primera parte se nos cuenta cómo empieza la invasión vikinga y cómo rápidamente se hacen con todos los demás reinos de la isla, y preparan la invasión de Wessex. Esta fracasará, en parte gracias a la suerte (o el destino), y cuando finaliza la novela nos encontramos con Uhtred habiendo derrotado a Ubbu, uno de los grandes jefes vikingos en la batalla del valle de Pedreda. (Por cierto, Cornwell nos informa de que nunca les llamaron vikingos en la época, sino simplemente Danes).

Visto esto, voy a lo que más me interesa, que son las numerosas reflexiones que aparecen en la novela sobre la comparativa de religiones, y también sobre las costumbres en la época. Aunque el estilo narrativo es ciertamente tosco, como corresponde al supuesto narrador, Uhtred, de gran agudeza e inteligencia pero poco interesado en las letras, las reflexiones formuladas son de gran interés, y llamativas por las tosquedad con que son formuladas.

Son constantes las puyas que Uhtred mete contra el Dios cristiano, al que está constantemente poniendo a prueba para justificar la descreencia de los daneses y la suya propia. En muchos casos, el puyazo es encima irónico y divertido, y se hace con una ingenuidad solo aparente. Uno de los momentos culminantes es cuando los vikingos, habiendo atrapado al rey de Mercia, ven en una de las pinturas de la iglesia el martirio de San Sebastian (que, como es sabido, murió asaeteado). El jefe vikingo pide que le expliquen lo descrito en el cuadro, algo que es diligentemente contado por uno de los monjes que acompañan al rey.

Claro: el jefe vikingo que inicialmente iba a perdonar la vida de su rival, se ve acuciado por la curiosidad de ver si podría pasar lo mismo esta vez. Y llegan al acuerdo; tirarán flechas contra el rey y si éste es salvado por el Dios cristiano, se convertirán los daneses a tan poderoso aliado. Los titubeos del rey resultan palpables ante el giro de los acontecimientos, y poco pueden ser atenuados por las afirmaciones tranquilizadoras de los monjes. El resultado es el que ya se puede imaginar, aderezado por las carcajadas de los daneses.

El otro punto culminante del debate ocurre a borde de un barco en una fiera tormenta en que perece la mitad de la flota vikinga. Entonces, el monje acompañante de Uhtred le pregunta quién es el dios del mar para los vikingos. Y, recibida la respuesta, le pide a Uhtred que le rece para que les salve, y que el hará lo mismo con el Dios cristiano.

En cuanto al tema de leyes y costumbres, el tema está menos presente, pero sí aparecen algunas ideas de interés. Por ejemplo, ¿qué ocurre con la costumbre inglesa en terreno danés? Uno de los personajes afirma que bajo dominio inglés, estaba claro, por ejemplo, cómo se penalizaba el asesinato de una persona (y describe la costumbre de la época). Sin embargo. ¿qué ocurre con los asesinados por los daneses, que no se rigen por la misma costumbre?

Dos aspectos más de interés. Primero, el detalle con que Cornwell describe combates y batallas, no en cuanto a su disposición estratégica (que carece de las sutilezas de los enfrentamientos romanos, por ejemplo), sino en cuanto al comportamiento de las personas en estos eventos. Digo que la estrategia no es muy sutil, porque básicamente se resume en usar adecuadamente lo que llaman el "muro de escudos", y poco más.

El segundo aspecto es la omnipresencia de restos romanos y la sensación que estos causan en los protagonistas. Ya son varios siglos tras la caída del imperio, y los restos de aquellas obras cobran tintes cuasi míticos entre las personas del siglo IX. De hecho, las pocas construcciones de piedra que encuentran suelen ser ruinas de edificaciones romanas, algo que muchos de ellos no son capaces de entender cómo se pudo hacer. Ello muestra la caída en calidad de vida que supuso el final de dicha sociedad, y es un aviso a navegantes de lo (relativamente) fácil que puede ser caer en condiciones de vida cuando una forma de sociedad se destruye.

O, dicho de otra forma, que si seguimos jugando con fuego, igual Mad Max no es tan imposible, porque al fin y al cabo, los ingleses del siglo IX no eran muy distintos a Mad Max al ver los restos de la civilización romana, de la que supongo que nadie pensó que se podría caer.

Comienzo la segunda entrega de la serie: The Pale Horseman.


sábado, 24 de septiembre de 2016

Jim Botón y Lucas el Maquinista ("Jim Knopf und Lukas der Lokomotivführer"), de Michael Ende

Otra lectura de Michael Ende y otra estupenda sorpresa. El autor de La Historia Interminable es un magnífico y sobre todo muy imaginativo escritor, e incluso sus obras más puramente infantiles merecen la pena, aunque uno ya sea adulto. Por supuesto, Jim Knopf no alcanza las cotas de sus obras más sobresalientes, pero aún así es una novelita muy bien contada y entrelazada.

Y es que Ende es un escritor de una imaginación con poco parangón. Es difícil encontrar escritores, en general, que sean capaces de mostrar esta prodigiosa capacidad creativa, que te atrapa sobre todo por su originalidad y consistencia. Este libro tiene en sí todos los ingredientes de su obra más conocida, pues lo que nos cuenta es el viaje de los dos héroes que le dan título en pos de una princesita. Y para ello, como es fácil adivinar, tendrás que atravesar territorios exóticos y diversos, en muchos casos no exentos de peligro.

El premio les aguarda en la ciudad de los Drachen (Dragones, quizá), de la que a su vez tendrán que ingeniárselas para escapar. Como muestra de esta imaginación, decir tan solo que esta ciudad está compuesta por cráteres de diversos tamaños, cada uno de ellos habitado por un dragón.

Una cosa que me encanta de Ende es su respecto por sus lectores, por muy infantiles que sean. Sus historias están perfectamente ensambladas, todo lo que ocurre tiene un por qué y un efecto, y ninguna de las piezas queda sin encontrar su hueco (aunque algunas lo harán sin duda en la segunda parte de la historia, que ya estoy leyendo, al menos eso espero). Eso no siempre ocurre en la literatura infantil, y sin ir más lejos tenemos un ejemplo en Harry Potter. Quien lea el primero de los libros encontrará montones de sinsentidos, empezando por los partidos de Quidditch, Justo es decir que a partir del segundo, la cosa mejora notablemente, pero valga como ejemplo.

Entre los hallazgos que Ende nos proporciona en este libro cabe destacar Tur Tur. Se trata de un tipo cuyo tamaño crece cuando nos alejamos de él, al contrario de lo que ocurre con todas las cosas y personas, cuyo "tamaño" decrece conforme lo vemos de más lejos. La interacción de Jim y Lukas con Tur Tur es sumamente divertida.

Y también me ha gustado mucho el reino de Mandala, donde los individuos van en grupos de personas decrecientes, a los que Ende llama Kinderkinder, o niños de niños.

Por supuesto, no hay que olvidar al tercer gran protagonista de la historia, la locomotora Emma, quien, precursora de los ferrocarriles de Legend of Zelda o de la película El viaje de Chihiro, es capaz de viajar por el mar, eso sí, tras un buen calafateado.

Este libro, que yo siempre había tratado como mero cuento, tanto por título en español (Jim Botón, a veces la literalidad en la traducción no es aconsejable) como formato de publicación, es realmente un magnífico libro de aventuras, recomendable para todo tipo de público. Y además, razonable de leer en alemán, con lo que la satisfacción para mí es doble. Hala, veamos ahora qué pasa con los 13 salvajes.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Billar a las nueve y media ("Billard um Halbzehn"), de Heinrich Böll

Para mí, leer en alemán es un reto: en muchos casos, voy superándolo con cierta soltura, y a ello contribuye la selección de lecturas. de dificultad creciente. Leer a Heinrich Böll en alemán, es un reto bastante más difícil que otras lecturas, y quizá inalcanzable para mí... de momento.

Es el tercer libro que leo del autor, tras las Opiniones de un Payaso y El honor perdido de Katharina Bloom. Y es el tercer libro que disfruto, que me gusta, y con el que me queda la clara sensación de no haberme enterado de casi nada. Qué triste lo mío.

Böll utiliza un vocabulario relativamente sencillo, por lo que el problema no es de diccionario. Tampoco son complejas las estructuras sintácticas que usa, nada que vez con las frases eternas de Kafka, por ejemplo. Y, sin embargo, su forma de escribir, hace difícil entenderlo, más si no tienes 100% de confianza en el lenguaje, como aún me ocurre con el alemán.

Con Opiniones de un Payaso, que leí el verano pasado, me lo pasé bien, pero fui consciente de que no me enteraba de muchas de las humaradas del narrador. De Katharine Bloom, apenas me enteré de la historia, que está contada de forma muy enrevesada. El problema de Billard es que cambia de narrador y estilo en cada capítulo, por lo que si vas renqueando en alemán, los cambios de forma de contar las cosas, a lo mejos las mismas, hacen que te pierdas. Si a ello añadimos que no hay una narración ordenada, sino muy subjetiva de los acontecimientos (nunca había leído un libro en que se usa tanto la segunda persona por parte de los sucesivos narradores), los mimbres para perderse quedan dispuestos.

La historia orbita en torno a tres generaciones de la familia Fähmel, con un acontecimiento central que estructura la narración: la construcción de la abadía de San Anton por el abuelo, y la demolición de la misma por su hijo durante la guerra. En torno a estos acontecimientos, cada uno de los narradores nos cuenta sus vivencias y sus afectos, sus sufrimientos y sus visiones.

El estilo de Böll en este libro es algo similar al de Javier Marias, al menos en algunos de los narradores: esa presentación de frases-temas y esa repetición, entrelazado de los mismos. Para el lector en alemán, ello facilita la adquisición de vocabulario, al mismo tiempo que complica enormemente la comprensión de lo que se está contando.

Creo que sería injusto que recomendara o desaconsejara el libro, pues no lo he entendido bien y estoy seguro de que hay muchas cosas que se me han escapado, algunas fundamentales para el devenir de la historia. Es el precio que hay que pagar para ir aprendiendo. Por ejemplo, tras leer algunos resúmenes para testear cuán perdido he estado, he descubierto que una expresión que se usa constantemente "von Sakrament des Buffels zu essen" y que me tenía completamente despistado, en realidad es una metáfora para referirse a la pertenencia o no al partido Nazi. Pero, vamos, eso no tiene que ver con el alemán, lo podían haber explicado con una nota al pie.

Seguiremos intentándolo...


lunes, 12 de septiembre de 2016

El almuerzo desnudo ("Naked Lunch"), de W.S. Burroughs

Ya anticipaba en la entrada sobre "Las ventajas de ser un marginado" que este libro había entrado en mi lista de futuras lecturas. Y aprovechando la curiosidad y ser una obra relativamente breve, ya me he aventurado en su lectura. En mala hora.

Al protagonista del libro de Chbosky, al marginado, el libro se le hace incomprensible al principio, pero al final da a entender que le ha gustado. A mí me pasó un poco al contrario: el prefacio promete un libro que puede ser interesante, pero rápidamente, en cuanto empieza, se transforma en una verdadera pesadilla desagradable, inconexa, infumable y... prescindible.

En el prefacio el autor nos confiesa su adicción a determinadas sustancias, y nos habla casi científicamente de la diferencia entre drogas que causan adicción física, y otras que no, aunque sí creen dependencia por el placer que proporcionan. Esta parte es interesante, así como la confesión de que este libro es como "Naked lunch", la comida desnuda que tenemos en la punta del tenedor justo antes de llevárnosla a la boca y en la que se ve tal cual es. Por cierto, si el traductor del título hubiera leído esta pequeña reflexión, supongo que no lo hubiera traducido de la forma que se hizo.

A partir de aquí entramos en una serie de escenas inconexas a cual más depravada, en la que son constantes las sodomías y actos sexuales aún más violentos, a poder ser con participación de niños, eso sí, sin distingos de razas o nacionalidades. Todos los protagonistas de esta pesadilla hacen cosas por el estilo, o no se sabe, o no se sabe siquiera si son protagonistas. Determinados nombres aparecen varias veces a lo largo de la narración, aunque no podría asegurar si son los mismos individuos.

Las cosas ocurren en distintos países y ciudades del mundo, pero sin continuidad. La sensación constante en la lectura es que no sabes por qué estás leyendo lo que estás leyendo, ni adónde vas ni de dónde vienes. Y eso que hay veces que pareces "sincronizar" y parece haber alguna historia, hasta que cinco minutos después te das cuenta de que no sabes cómo has llegado al nuevo sitio desde que sincronizaste.

En todo caso, el autor confiesa, de forma explícita al final, que son cosas que escribía bajo el efecto de las drogas, y que esa debe de ser la causalidad en ese mundo. De hecho, el hombre parece haber experimentado sobre sí mismo numerosos tratamientos y combinaciones para ver qué daban de sí. Y también hay que reconocerle que se pronuncia claramente en contra del consumo de estas sustancias, contra el cual pretende que esta "Comida desnuda" sea un disuasor.

Pese a todo, lo siento, me ha parecido basura ilegible: no la recomendaría en ningún caso, y no la volvería a leer, ni al autor le daría otra oportunidad. Con todo, os dejo una frase del libro, que espero corresponda a un momento de más lucidez que de colocón:

"Bureaus cannot live without a host, being true parasitic organisms (A cooperative on the other hand can live without the state. That is the road to follow. The building up of independent units to meet needs of the people who participate in the functioning of the unit. A bureau operates on opposite principle of inventing needs to justify its existence.) Bureaucracy is wrong as a cancer, a turning away from the human evolutionary direction of infinite potentials and differentiation and independent spontaneous action, to the complete parasitism of a virus"
Ni Mises, vamos.