lunes, 30 de noviembre de 2020

Vida y destino, de Vassili Grossman

Acababa de terminar el mamotreto de Anna Karenina, con gran disfrute eso sí, y ya me estaban recomendando otro mamotreto magnus opus de la literatura rusa, este "Vida y destino" de Vassili Grossman. Aunque saturado por temática (Segunda Guerra Mundial, recién leído Bloodlands) y estilo (literatura rusa, el ya citado), no he podido retrasar mucho la lectura ante el interés que me había suscitado. Así que otra vez me he visto metido en la lectura de una novela de gran volumen.

La comparación con Leon Tolstoi iba a ser inevitable, sobre todo con su Guerra y Paz. El propio Grossman no la rehúye, y entre las múltiples referencias a Tolstoi tenemos esta que busca la confrontación directa: "Tolstói escribió Guerra y paz. Hace cien años que la gente lo lee y lo leerán todavía durante cien años más. ¿Y por qué? Porque participó en la guerra, él mismo combatió. Sabía de quién se tenía que hablar." A esta frase, el interlocutor le responde que Tolstoi no pudo estar en la guerra, y queda definido el contraste con Grossman, que, como reportero de guerra, sí tuvo oportunidad de vivirla en directo.

Y como el mismo la busca, yo no tengo reparos en hacerla. Y lo siento por Grossman, pero no hay color. Esperaba de este Vida y Destino una especia de Guerra y Paz actualizada a la Segunda Guerra Mundial, y es sin duda el propósito que tiene el autor. Pero no lo consigue, aunque las razones no sean necesariamente su falta de calidad. No. más bien lo que ocurre es que la segunda Guerra Mundial deja un montón de episodios dramáticos que Grossman quiere tocar, mucho más conocidos que los napoleónicos: tenemos los campos de concentración alemanes, las purgas soviéticas, la batalla de Stalingrado, el gulag... A todo ello Grossman le quiere dedicar su espacio, y eso hace que inevitablemente haya algo que sacrificar. En este caso, el desarrollo psicológico de los personajes, tan magistral en el caso de Tolstoi.

Lo dicho, unido a la pérfida costumbre de los escritores rusos de llamar a sus personajes al menos de tres formas distintas (dos nombres iniciales, o apellido, o mote) hace muy difícil el seguimiento hasta pasado la mitad de la novela. Por un lado, la acción cambia constantemente de escenarios y personajes, por otro, a estos se les llama de hasta tres formas diferentes. El otro problema principal que me he encontrado en esta lectura es, lo digo con pesar, la traducción: fluye bastante mal, está en un castellano forzado, no suena bien. Y no es una edición de chichinabo, no, estoy hablando de la de Círculo de Lectores. Esta mala traducción dificulta que las escenas te impacten con fuerza como sí lo consiguen las depuradas traducciones de Tolstoi.

Que nadie saque la impresión de lo antedicho de que estamos ante una mala novela. Ni de lejos. Es un trabajo excelente, casi un clásico del siglo XX, aunque no llegue a Tolstoi. ¿Qué nos ofrece? Aunque cueste verlo, el núcleo de la narración son los eventos que le ocurren a la familia Shaposhnikov y sus parientes y relaciones. Este núcleo lo constituyen las hermanas Liudmila, Nadia, Zhenia y Mitia. A partir de ellos, se abren en espiral los numerosos personajes que pululan por estas páginas en las distintas escenas generalmente dantescas.

Dos son los personajes que, desde mi punto de vista, más interés despiertan y más desarrollo se les da. Uno de ellos es Shtrum, marido de Liudmila, y científico físico metido en desarrollos de mecánica cuántica. Gracias a él, Grossman podrá deleitarnos con diversas reflexiones sobre epistemiología e incluso referencias propiamente científicas. "¡Increíble! en su cabeza de físico teórico los procesos del mundo real sólo eran un reflejo de las leyes que habían nacido en el desierto de las matemáticas. En la mente de Shtrum las matemáticas no eran el reflejo del mundo, sino que el mundo se configuraba como proyecciones de las ecuaciones diferenciales. El mundo era un reflejo de las matemáticas"

Shtrum vive en un mundo burocrático con un temor omnipresente a Stalin, en que nadie se atreve a decir lo que piensa. En los momentos más delicados, se enfrentará a una situación no desconocida para muchos científicos actuales, no solo en ciencias sociales, si no en ciencias naturales, por increíble que parezca. Y es que en un momento dado, se considera que los descubrimientos (puramente teóricos y físicos) de Shtrum van contra la ideología comunista. Obviamente, Grossman no entra en detalles, solo nos deja estas respuesta de Shtrum ante la presión sufrida: "Dijo que no era asunto de la física confirmar una filosofía. Dijo que la lógica de los descubrimientos matemáticos era más fuerte que la lógica de Engels y Lenin," Shtrum no será capaz de mantener su consistencia una vez vea amenazado el bienestar de su familia.

El otro personaje que quiero resaltar es un fiel bolchevique, Krimov, ex-marido de Zhenia. Éste empieza la novela en Stalingrado como comisario político del ejército ruso. Pero de aquí terminará, por razones apenas explicadas, en Lubianka, no como interrogador, sino como torturado. Y es que "Culpable es todo aquel contra el cual hay una orden de arresto, y ésta se puede emitir contra cualquiera, incluso contra los que se han pasado la vida firmando órdenes contra otros." Estas escenas recuerdan a Koestler y su "Darkness at noon".

Pero no hay que olvidar la gran protagonista de esta novela, que es sin duda la ciudad de Stalingrado. Todo lo que ocurre toma como eje la batalla que sucede a orillas del Volga. Aquí el problema es que la traducción no permite sufrir con los personajes que están metidos entre las ruinas, martilleados por el constante sonido de la artillería, sin saber qué va a hacer el enemigo al siguiente día. Una situación en que "Mondas de patata, perros, ranas, caracoles, hojas de col podridas, remolacha enmohecida, carne de caballo, carne de gato, carne de cuervos y cornejas, grano quemado y húmedo, piel de cinturones, cordones de botas, pegamento, tierra impregnada de grasa con los restos de la cocina de los oficiales: todo eso era comida. Aquello que se filtraba a través de la muralla."

Como bien sabemos, la situación terminó bien sobre todo para Stalin, no está tan claro si para los ciudadanos rusos y del resto del este de Europa. Y cuando termina esta batalla, nos describe muy gráficamente Grossman: "Pero cuando miles de personas irrumpieron en la ciudad desde la estepa para llenar las calles vacías y se encendieron los primeros motores de coche, la ciudad que había sido capital del mundo durante la guerra dejó de existir." Así que Stalingrado muere en esta novela con el fin de su batalla, como para el resto del mundo.

De las escenas que el autor describe en relación con los campos de concentración y la matanza de judios, me quedo con esta frase, que también seguramente aplicaría a los prisioneros del Gulag, o al propio Krimov en Lubyanka: "Ahora creía haber comprendido la diferencia entre vida y existencia. Su vida se había acabado, interrumpido, pero la existencia seguía, se prolongaba. Y aunque aquella existencia era miserable, el pensamiento de una muerte cercana le colmaba el corazón de terror."

Una de las cosas que más me ha llamado la atención en este novela es cómo era la vida "normal" en la Rusia de Stalin. Y, principalmente, por ser "normal". Sí, hay una cierta inquietud por dónde te mandarán o si te arrestarán por tus conversaciones; sí, es difícil conseguir víveres y en general pertrechos, sí, a todos les falta algún familiar por el Gran Terror o las hambrunas. Pero la vida sigue, y hay amor, celos, infidelidad, orgullo por el trabajo bien hecho, deseos satisfechos y por satisfacer, ambiciones... Vamos, lo que en cualquier otra sociedad. Y es que el ser humano es indomable. Como dice Grossman: "La aspiración innata del hombre a la libertad es invencible; puede ser aplastada pero no aniquilada. El totalitarismo no puede renunciar a la violencia. Si lo hiciera, perecería. La eterna, ininterrumpida violencia, directa o enmascarada, es la base del totalitarismo.", frase que además me sirve como magnífico cierre a esta entrada.

Solo una curiosidad más: entre los amigos de Zhenia aparece un intelectual llamado Limonov, sobre cuya historia leí una novela hará un año o dos (aunque no aparece marcado como personaje histórico, real, en la lista de los mismos al final del libro). El mundo, que no deja de ser un pañuelo.

viernes, 13 de noviembre de 2020

La masa enfurecida ("The madness of crowds"), de Douglas Murray

Interesante ensayo sobre la locura colectiva que lleva invadiendo las sociedades occidentales desde hace un tiempo, en relación con aspectos como el sexo o la raza. El punto de partida del autor es muy gráfico: cuando parecía que el tren estaba llegando por fin a la estación (de la igualdad de derechos de todos los colectivos tradicionalmente discriminados, como mujeres, homosexuales o gentes de otras razas), sin saberse muy bien por qué, el tren volvió a acelerar y, por así decirlo, se pasó de frenada. Como consecuencia, se ha desatado una persecución más o menos intensa contra los considerados opresores: o sea, heteros, hombres y blancos, bueno, y cis. Murray trata de indagar en las razones de por qué esto ha sucedido.

Para ello, su libro se estructura en cuatro capítulos temáticos dedicados respectivamente a homosexuales, feminismo, racismo y transexuales. En los mismos, se acumulan anécdotas más o menos detalladas y con protagonistas más o menos célebres (de los que confieso, yo conocía menos de un 10%), reflejando instancias especialmente salvajes de tal discriminación invertida. Como ya he dicho, al desconocer a la mayor parte de sus protagonistas, no era capaz de ver el peso de lo ocurrido y, en general, me han resultado aburridas, casi mero cotilleo.

Mucho más interesantes son los interludios entre estas cuatro partes, en los que el autor aporta análisis sobre diversos aspectos más horizontales del fenómeno. En el primero de los interludios, documenta las bases marxistas de estos movimientos, aludiendo a Foucault y, sobre todo, a un par de argentinos, Laclau y Mouffe, quienes en su libro sobre el futuro del socialismo tras su colapso económico, apuntan sin ambages a sus posibles continuadores:  "their ‘highly diverse struggles: urban, ecological, anti-authoritarian, anti-institutional, feminist, anti-racist, ethnic, regional or that of sexual minorities’ give purpose and drive to a socialist movement that needs new energy." Por cierto, pierda toda esperanza quien pretenda que estos movimientos se disuelvan en sus contradicciones internas, porque todos sabemos, nos dice Murray, "the myriad of contradictions a Marxist can hold in their head at any one time.".

El segundo de los interludios está dedicado a las redes sociales y en general nuevas tecnologías, cuyo papel en esta crisis es indiscutible y posiblemente imprescindible. En él, Murray denuncia que "the political atmosphere in Silicon Valley is several degrees to the left of a liberal arts college." Dos ejemplos: la decisión de Twitter, implícita obviamente, que la gente trans necesita más protección de las feministas, de lo que éstas necesitan protegerse de los trans; el otro, lo que llama el autor Machine Learning Fairness, o como corrige los sesgos raciales y sexuales Google en su motor de búsqueda, con sorprendentes resultados en muchas instancias. Además, explica la radicalización de las posiciones, pues "not having any need to meet, makes people double-down on positions (and attitudes) and ramp up their outrage.", para lo que cita al mismísmo Tocqueville y su loa de las asambleas cara a cara para resolver conflictos.

Y el tercero de los interludios lo dedica Murray a la capacidad de perdonar, o, al menos, de olvidar. Son numerosos los ejemplos en el libro sobre investigaciones en el pasado Internet de algún personaje con el objetivo, logrado la mayor parte de las veces, de impedirle hacer algo, o incluso de destruirle la carrera. Murray se cuestiona si tiene sentido pedir perdón en el contexto actual por cosas ocurridas o dichas en contextos completamente distintos (por ejemplo, las disculpas de National Geographic por su tratamiento de determinadas etnias a principios del XX). Y, al mismo tiempo, si es tan difícil perdonar, pues siempre se podrá encontrar algún fallo por aquellos que están a la caza y captura de ofensas.

Citando a un tal Arendt, nos dice: "Just as the only tool to protect against unpredictability is some ability to make and keep promises, so Arendt says only one tool exists to ameliorate the irreversibility of our actions. That is ‘the faculty of forgiving’."

Por fin, en las conclusiones, Murray retoma todos los hilos desarrollados y, en particular, conecta los tres interludios, para llamar la atención sobre las contradicciones del movimiento (lo importante no es lo que se diga, si no quien lo diga) y, principalmente, sobre su falta de interés por resolver los problemas que plantea a la sociedad. Las cosas que hacen los representantes de estos grupos no son "what you do if you are trying to build a coalition or a movement. It is what you do if you do not want to create a consensus. It is what you do if you are seeking to cause division."

Esto conecta, por un lado, con mi reciente lectura de Sartori y la creación interesada de "culturas" para la obtención de privilegios de los gobiernos. Y, por otro, con el neomarxismo del movimiento ya apuntado en el primer interludio, siguiendo más o menos conscientemente una estrategia de hacer a la gente dudar de absolutamente todo para luego mostrarse como salvador con su plan de iluminados, de la misma forma que los intelectuales marxistas pretendían guiar al obrero en su lucha contra el capitalista opresor.

Por último, no quiero dejar pasar los comentarios de Murray sobre aquellas áreas científicas en las que nadie se atreve a investigar, pues es poner su carrera en el disparadero. Por ejemplo, la investigación sobre un posible origen genético de la homosexualidad. Es especialmente preocupante que la comunidad científica deserte estos campos por miedo a la pérdida reputacional, dejándolo en manos de estos "humanistas" de pitiminí y de su activismo interesado. Pero, claro, son científicos, no héroes.

Y así, cuestiones como las que sustentan el modelo nuevo, revolucionario, de sociedad (a saber, según Mutray, "that anyone might become gay, women might be better than men, people can become white but not black and anyone can change sex"), no son abordadas de forma científica. Vamos, que son cimientos para el conflicto, pues van contra lo que la mayor parte de las personas tienen por cierto y observan constantemente, y para la destrucción de la sociedad como la hemos conocido. Y ya sabemos sobre esas ruinas lo que pretenderán construir los salvadores de la humanidad. 


miércoles, 4 de noviembre de 2020

La sociedad multiétnica, de Giovanni Sartori

Interesante ensayo de un autor italiano que resulta haber sido profesor de la Universidad de Columbia, al tiempo que acreedor el premio Príncipe de Asturias a las ciencias sociales. Que le den este premio a una persona que escribe ensayos como este es una luz para la esperanza. Pese a ser italiano, la traducción que he leído, que debería ser fácil, no me acaba de convencer. El principal problema es que los rasgos espontáneos, de familiaridad, que tiene Sartori en su redacción, aparecen muy forzados cuando se ponen en español. Pero, bueno, como tampoco buscaba estilismo en esta lectura, no es demasiado preocupante.

El principal objetivo de Sartori es que entendamos las diferencias entre una sociedad abierta y plural, frente a la sociedad multicultural que tanto se encomia desde determinados espacios. Advierte Sartori que aunque suene fenomenal, e incluso como superación de la sociedad plural, supone, por el contrario, el fin de la sociedad abierta.

Para ello, comienza describiendo las bases de la sociedad plural, comenzando por la tolerancia, esto es, la aceptación de existencia de otras opiniones, sin que ello implique que se tengan por ciertas o incluso por respetables. Ello hace necesario un consenso acerca de las reglas de resolución de conflictos; una vez hay reglas sobre cómo resolverlos (por ejemplo, la regla de la mayoría en democracia) entonces es lícito entre en conflicto sobre cómo hacer las cosas. Pero, al final, el rasgo fundamental de una sociedad plural es que hay reconocimiento recíproco entre todas las comunidades convivientes, esto es, la tolerancia no va solo en un sentido; no es mera aceptación del otro, pues se requiere que el otro también acepte al uno. Resalta asimismo Sartori que algo característico de la sociedad plural es que las asociaciones entre individuos son voluntarias y no exclusivas; de esta forma, las líneas de división entre los grupos ("cleavages", como los llama Sartori) "se neutralizan y se frenan por las múltiples afiliaciones y lealtades".

Ya con esto empezamos a intuir las principales diferencias y problemas que presenta la sociedad multicultural. En efecto, si resulta que las divisiones entre grupos atienden a criterios como la raza o el sexo, se pierde el primer rasgo de voluntariedad, ya que sí hay un grupo de chinos, cualquier chino pertenece a ese grupo, lo quiera o no, además de que por el hecho de pertenecer a él, ya no puede pertenecer al grupo, por ejemplo, de negros.

Así pues, resalta Sartori, en la sociedad multicultural, en vez de neutralizarse los bordes, se reafirman, haciendo que todos los criterios de separación se alineen. Pero el problema va más allá. como observa Sartori al indagar en las "culturas" del multiculturalismo: "En el cesto de los multiculturalistas, «cultura» puede ser una identidad lingüística (por ejemplo, la lengua que nos constituye como nación), una identidad religiosa, una identidad étnica, y para las feministas una identidad sexual sin más, además de «tradición cultural» en los significados habituales de este término (por ejemplo, la tradición hebraica, la tradición occidental, la tradición islámica, o bien las costumbres de unos determinados pueblos)." O sea, que en esas culturas cabe cualquier cosa que nos inventemos.

Si esto lo complementamos con un Estado interventor, que en lugar de discriminar para atenuar las diferencias (como podrían ser las políticas de "affirmative action"), separa grupos precisamente para privilegiar, para diferenciarlos, entonces tenemos un efecto llamada muy difícil de parar hasta llevar a la conflictividad social y el colapso de la sociedad. Como dice muy bien Sartori. "la llamada política del reconocimiento no se limita a «reconocer»; en realidad, fabrica y multiplica las diferencias metiéndonoslas en la cabeza."

Este ensayo principal se complementa con un apéndice dedicado al Islam. Es igualmente interesante, aunque no voy a entrar al detalle sobre los rasgos islámicos que dificultan especialmente su integración en una sociedad plural en la línea teórica descrita por Sartori en el ensayo principal. El hecho de que dedique atención especial a dicha religión es por razones evidentes: la presión inmigratoria de individuos de dicha religión a los países europeos.

En cambio, sí me parece digno de recoger en esta entrada una reflexión, no relacionada con el Islam que se hace en el último capítulo sobre la ética. Distingue Sartori entre la ética de las intenciones y la ética de la responsabilidad. Según Sartori, está muy bien ser megaguay y buenísimo a nivel individual, pero en ningún caso se debe trasladar ese "buenismo" a las decisiones colectivas o políticas, que han de ser guiadas por la ética de la responsabilidad, en suma, del análisis de las consecuencias esperadas e inesperadas de las decisiones. Esto enlaza con los contenidos de mi lectura de Duncan Watts sobre ciencias sociales y la inconveniencia de basarse para decisiones sociales en los pálpitos individuales, en el sentido común.

Muy interesante lectura esta de Sartori, y muy de actualidad, si no fuera por el tiempo de pandemia que nos ha tocado vivir y que parece haber borrado de nuestra mente cualquier otra preocupación.