martes, 28 de marzo de 2017

El laberinto de los espíritus, de Carlos Ruiz Zafón

Ocurrió hace ya unos cuantos años: en aquel entonces, mis lecturas eran predominantemente clásicas. Había decidido que hay demasiado por leer y que uno no tendrá tiempo para leer todo, así que mejor concentrarse en las lecturas consolidadas. Esto es, los clásicos (no solo griegos y latinos, sino de todas las épocas).

Y entonces llegó La sombra del viento, del señor Ruiz Zafón, y comprobé que la gente lo seguía leyendo y comentando un par de años después de publicado. O sea, que si era un best-seller, no era un best-seller al uso. Así que rompiendo mi hábito del momento, decidí dedicar algo de tiempo a su lectura. Qué novela! Impresionante: me reconcilió con la literatura contemporánea en castellano, algo que nunca pensé que podría ocurrir. Desde entonces, no le hago ascos, y menos mal, me hubiera perdido a Posteguillo o Falcones entre otros. Todo ello, gracias a Carlos Ruiz Zafón.

El caso es que la novela me impresionó, me resulto impactante. Pero no recuerdo prácticamente nada de su trama argumental, y no podría nombrar quienes eran sus protagonistas ni siquiera recién leída esta cuarta parte de la tetralogía, si es que se puede considerar tal. Sí recuerdo el estilo dickensiano de que hacía gala Ruiz Zafón en ella, el estilo similar era evidente y sobre todo notorio en la distinta forma de hablar de cada personaje.

Lógicamente, leí las continuaciones, que no lo son: El juego del Ángel y El prisionero del Cielo, e incluso compré para los niños El palacio de la medianoche. Y, por supuesto, he leído casi nada más salir esta cuarta entrega, El laberinto de los espíritus.

Las tres resultaron buenas novelas, pero mucho más convencionales (ie, prescíndibles) que la primera. En esta, además, parecen entrelazarse las historias de las tres anteriores para actuar a modo de colofón, pero como no recuerdo nada de ellas (¿cómo puede ser?) no soy capaz de apreciar las sutilezas del intríngulis.

En cambio, lo que sí se aprecia con claridad es que la cualidad dickensiana se ha perdido: no hay forma de distinguir a los protagonistas por su forma de hablar, ni siquiera de distinguir a los sucesivos narradores (hay dos partes escritas por dos personajes distintos) del propio Zafón. Una pena.

Con este factor fuera de juego, nos queda una trama razonablemente hurdida en la que participan varios de los personajes que ya aparecieron en novelas anteriores, y que, como novedad, sale de Barcelona en un par de momentos para instalarse en Madrid. Pero no es una trama intrigante ni especialmente llamativa.

Nos queda también el amor por la lectura y los libros que constantemente muestra el autor, sobre todo cuando nos lleva a ese Cementerio de los Libros Olvidados que constituye el verdadero núcleo de la saga, y en donde tiene la oportunidad de homenajear a sus libros preferidos.

Nos quedan bastantes comentarios sobre la situación actual disfrazados de glosas sobre la época, como cuando habla de la voracidad recaudatoria de las instituciones (en una época en que no existía ni el IRPF!), o como cuando uno de los personajes afirma que "el índice de tertulianismo de una sociedad es inversamente proporcional al de su solvencia intelectual". Se nota que a Zafón no le invitan, o no se deja, a muchas tertulias.

Nos quedan magníficas metáforas, de las que Zafón es casi uno de los últimos usuarios, como cuando dice que las Ramblas son los intestinos para la flora nocturna barcelonesa. O como cuando nos dice que el relojero "lucía modales de precisión". Me encanta también cuando dice que las tres encarnaciones más socorridas del destino son las de "chorizo, furcia y lotero".

Pero las reflexiones más interesantes vuelven a ser las referidas a las novelas y a la escritura, traicionando de nuevo la pasión de Zafón por este oficio. Así, nos dice que las historias no tienen ni principio ni fin, solo puertas de entrada. O que las obras nunca terminan, el truco es saber dónde hay que dejarlas inacabadas.

El único problema de esta novela es realmente que es muy larga, demasiado larga para la trama y para lo que quiere contar. Ello se nota en momentos de altibajo, que no aburrimiento, y también en el prolongado final que parece que no acaba nunca.

miércoles, 22 de marzo de 2017

The Flame Bearer, de Bernard Cornwell

Décima y última entrega hasta el momento de la saga del Último Reino de Bernard Cornwell.
Por fin se quita de mi vista el intrépido Uhtred, por fin puedo descansar de esta saga inicialmente histórica pero rápidamente devenida en pura novela de aventuras.

En esta última pocas sorpresas esperan: no hay temas nuevos, no hay reflexiones nuevas, no hay sucesos originales. A la gresca se une en esta ocasión un señor escocés, el rey Constantin, pero eso es todo. La situación está estabilizada en Wessex, Mercia y East Anglia, todos en manos de sajones. Por supuesto, Northumbria está en poder de un nórdico, el marido de Stiorra, hija de Uhtred, aunque en una situación bastante débil de momento.

Así las cosas, en este libro aumenta si cabe el protagonismo del héroe, pues ya no es que solo se cuenten sus hazañas, es que ahora también la historia de fondo es la reconquista de su bienamada Babbanburgh, por lo que ya no hay cuartel alguno para otros posibles protagonistas.

Se ha de reconocer a Cornwell su habilidad narrativa, de la misma forma que se le puede achacar que haya sido capaz de construir una saga de 10 libros a partir de tan magros indicios históricos, consumidos además en las primeras entregas. Y aquí lo cierto es que es capaz de llevar a Uhtred a su record histórico, pues en las escenas decisivas se tiene que enfrentar prácticamente con todo el mundo y simultáneamente. Para conseguir Babbanburgh tendrá que luchar contra la propia guarnición del castillo, contra un ejército de escoceses que lo asedian, contra una armada de sajones que pretenden ayudar al señor del castillo contra el asedio escocés, y contra otra flota de vikingos, aliada con los escoceses para evitar que puedan llegar suministros a la fortaleza. Ahí es nada.

En fin, no diré que no he disfrutado de la saga. Sobre todo, lo hice en las primeras entregas, cuando había resquicios históricos a los que acogerse entre tanta heroicidad de Uhtred. Esa fue la llama que me llevó, como al Flame Bearer del título, a leer hasta el final, aunque decepcionado cada vez un poquito más en cada sucesiva novela. Pues, eso no diré que no he disfrutado, pero sí diré que me alegro de haberla terminado. Porque para mí aquí termina, aunque Cornwell promete nuevas entregas, pues para él la historia de Uhtred es la de la creación de Inglaterra. Y esto nos lo dice al final de una supuesta Nota Histórica que comienza con el reconocimiento del propio autor de que no tiene sentido dicha Nota en esta novela en la que se ha inventado todos los acontecimientos. En fin.

Mi recomendación global: leánse los dos o tres primeros libros, que son más de novela histórica, y no se deje nadie atrapar por la supuesta intriga si lo que se busca es la historia de Inglaterra, pues poca encontrará aquí una vez superados los mismos.

martes, 21 de marzo de 2017

Guillermo Tell ("Wilhelm Tell"), de Friedrich Schiller

Esta es la primera obra de teatro que leo en alemán, y además una de sus obras cumbre. Y he de decir que, contrariamente a la reciente lectura de Goethe, sí estoy satisfecho con la lectura, en el sentido de que sí me he enterado en general, y he podido disfrutar bastante de diálogos y monólogos. De hecho, me ha parecido hasta una lectura fácil, sobre todo si la comparamos con el teatro clásico español, más repleto de referencias que hay que conocer para disfrutar. Y eso que en esta versión, que asumo la original, se apocopan palabras y también se utilizan grafías obsoletas, lo que dificulta la identificación de la palabra alemana actual, y no digamos ya el uso de diccionario cuando es necesario combatir el desconocimiento.

Pero todos estos obstáculos son pocos cuando se trata de una obra sobre la libertad y las leyes, el señor y el abuso de poder. Y este es el caso del clásico de Schiller: el conflicto de libertad y tiranía, en este caso materializado en el enfrentamiento entre tres cantones suizos y el señor austriaco asignado para su mandato.

La historia de Guillermo Tell es sobradamente conocida, al menos la de su episodio central: Tell disparando a una manzana situada sobre la cabeza de su hijo, como condena por no haberse inclinado ante el sombrero que el señor austriaco ha puesto en la plaza de Altdorf (si no recuerdo mal). Primera sorpresa: si Tell no se inclina ante el sombrero, no es como acto de rebeldía, sino por mero desconocimiento, algo que tampoco hace su hijo. Es solo la mala suerte del que el señor (Vogt) esté presente la que desencadena el conocido episodio. Tell es ciertamente un héroe (como lo prueba la primera escena con el rescate que hace de un barco), pero no uno en busca de problemas.

El caso es que el famoso disparo se produce (algo que supongo no aparece explícito en la representación de la obra, pues sucede mientras el Vogt habla de otras cosas con la gente del pueblo), Tell acierta en la manzana y no llega a utilizar la segunda flecha que ha cogido del carcaj. El Vogt le pregunta a quién iba destinada la misma, tras garantizarla la libertad por haber cumplido el castigo de disparar a su hijo, y Tell, todo candor, le responde que al propio Vogt. Este dejará de cumplir su palabra y aprisiona al protagonista, que es lo que al final motiva el acto de venganza-justica de Tell.

 Pero, como digo, esta es solo la escena más conocida de la obra, que tiene otras muchas magníficas e includo más emotivas. Por ejemplo, me resultó fascinante el discurso de Staffaucher en el segundo acto, cuando razona poéticamente que los habitantes de Suiza no son siervos, pues con sus propias manos dominaron la naturaleza y la tierra de sus territorios. Esto les convierte en hombres libres, que libremente han elegido al rey de Austria como juez para sus asuntos. Contra este contexto, se explica la rebeldía que les inspiran los hechos arbitrarios del Vogt Gessler, que no está actuando en Suiza como juez, sino como propietario y tirano.

Otro tema importante y recurrente en la obra es el del señorío y la protección. La gente ordinaria busca protección en los nobles, que a su vez solo se pueden proteger gracias a la gente ordinaria. Como dice uno de los nobles: "Ihr sollt meine Brust, ich will die eure schützen" (Vosotros mi pecho, yo el vuestro protegeré). Y es que los nobles suizos parecen haber dejado en la estacada al pueblo ante los abusos del señor austriaco, algo que se resuelve durante la obra de forma satisfactoria.

Por último, Schiller nos llama la atención sobre la justificación del tiranicidio, pues al mismo tiempo que Tell abate al Vogt, uno de los hijos acaba con la vida del rey austriaco. Cuando el parricida busca refugio en la casa de Tell, tiene lugar un magnífico diálogo en que Tell esclarece la completamente distinta naturaleza de ambos actos: Tell ha remediado un acto de patente injusticia y eliminado un tirano, y su casa es de inocentes. El parricida ha matado al rey en un acto de venganza, para su beneficio, no porque se le haya cometido una injusticia, incluso si el rey había dejado a los suizos abandonados ante el tirano.

En resumen, Guillermo Tell es una obra clásica con todo merecimiento, con su historia de folklore y su canto a la libertad, y sus momentos inolvidables. Pero, si he de decir la verdad, está a considerable distancia de nuestro Calderón (La vida es sueño), Shakespeare (El mercader de Venecia, Hamlet), los franceses clásicos Corneille y Racine y, por supuesto, el Edipo Rey, de Sofocles, mi preferida de todos los tiempos.

miércoles, 15 de marzo de 2017

Las penas del joven Werther ("Die Leiden des jungen Werthers"), de Johann W. von Goethe

La motivación inicial que tuve para aprender alemán tenía dos nombres propios: poder leer a Goethe y a Schiller en su lengua original. Desde entonces el objetivo ha cambiado (ahora es poder leer Der Mann ohne Eigenschaften, de Robert Musil), pero ello no desmerece el hito que acabo de culminar.

En efecto, uno de los dos autores clásicos que eran mi objetivo ha "caído". Además, lo ha hecho mediante la que tal vez sea su obra más representativa (aunque admito opiniones de los lectores, dudo con Fausto).

¿Y cuál es la sensación? Hombre, pues no diré que de fiasco, pero tampoco de gran entusiasmo. Me apresuro a añadir que mi alemán dista de ser perfecto, incluso para la lectura, y que sus deficiencias se notan más cuando la obra trata de sentimientos, pensamientos o, en general, es más abstracta. Ello se debe a que el alemán tiene mucho más vocabulario al respecto que otros idiomas (al menos, que los que yo conozco), y resulta muy difícil captar los matices entre las distintas palabras que se utilizan. A su vez, ello dificulta enormemente que la obra te impacte tanto, pues siempre lo hace de forma más indirecta o, si si quiere, dubitativa.

Y resulta que Werther es una novela eminentemente de sentimientos. No es una novela difícil, no tiene estructuras complicadas ni vocabulario raro, pero sí mucho léxico sobre lo que siente el protagonista y autor (de la mayor parte del texto). Como es sabido, se trata de una novela epistolar en que que Werther describe sus sentimientos respecto a una damisela (Lotte) a su amigo suyo, Wilhelm. Claro, como en las buenas cartas, tienen cabida otras reflexiones del joven, pero poco a poco crece la obsesión, hasta que llega un punto en que se hacen monotemáticas.

La parte que más me ha gustado es la final, curiosamente aquella en que el estilo epistolar deja paso al más narrativo para que el tal Wilhelm nos cuente los últimos momentos de Werther. Ésta arranca con una extensa lectura de una obra de, a ver quién lo adivina, un tal Ossian. (Ja, en la vida había oído hablar de él, y resulta que aparece extensamente aquí, tras haberme tropezado por primera vez con él en Venus im Pelz) (Añado que Ossian es el autor de romances relacionados con la mitología céltica, que debían de gustarle mucho a los románticos alemanes).

Decía que arranca con la lectura de una obra de Ossian, que desemboca en un rapto de pasión del joven Werther quien se lanza a los pies de su amada, solo para recibir de ésta un correctivo en términos poco ambiguos, y a continuación desaparecer de su vista. Ello impulsará a Werther al final que (asumo) todo el mundo conoce, su suicidio.

Los últimos pensamientos del protagonista también los conocemos merced a las notas que va dejando. Pero lo mejor es, sin duda, que pida el arma para su sucidio a Albert (el marido de Lotte), para lo que envía a su sirviente. Pero a éste quien entrega el arma es precisamente Lotte, evento que es leído por Werther de la forma que es fácil imaginar, aunque en la narración se nos cuenta que es simplemente casualidad.

En resumen, no he disfrutado demasiado de esta lectura, aunque lo achaco a mis deficiencias y no a las de la novela. Ello implica que volveré con Goethe, y lo haré pronto: me esperan Fausto y Wilhelm Meister. Pero, de momento, voy a ir con el otro autor clásico que me había planteado como objetivo: Schiller y su Guillermo Tell. En breve, os cuento.

martes, 14 de marzo de 2017

Los guerreros de la tormenta ("Warriors of the Storm"), de Bernard Cornwell

Otro más de la saga del Último Reino, y van 9. Afortunadamente, este ya es el penúltimo de los que lleva publicados, y el penúltimo de los que me pienso leer del autor. Y es que no soy capaz de resistirme a terminar algo que empiezo, incluso aunque se note que me están tomando el pelo.

Empecé leyendo esta serie porque me interesaba como novela histórica. En esta entrega, Cornwell renuncia ya explícitamente a que su novela sea considera como tal, por lo que ya es simplemente de aventuras. Digo esto porque el apéndice histórico que siempre acompaña a estas novelas, queda ya jibarizado a unos párrafos. Y más aún, porque de estos, el primero es para confesar que ninguno de los hechos narrados en la novela tiene base histórica, porque no se sabe qué estaba pasando en Inglaterra en esa época. Los demás párrafos son para contextualizar lo que el seguidor de la serie ya sabe: que los eventos ocurren en la reunificación de Inglaterra iniciada por el rey Alfredo el Grande.

¿Qué ocurre aquí? (Ojo, todo spoilers) Pues que llegan noruegos expulsados de Irlanda por los aborígenes, con la intención de conquistar Mercia, pero primero North Umbria. Al rey de los noruegos, un tal Ragnall, que viene acompañado por un contingente irlandés, se le unirá una amiga de la niñez del Uhtred, Briga, ya envejecida y vuelta fea y, como le pasa a todos los enemigos de Uhtred, tonta.

Con esta disculpa, Cornwell nos lleva en un breve viaje a Irlanda, y más en concreto a lo que parece la bahía de Dublin, donde rescatará a su hija y al marido de la misma, que resulta ser hermano del antes citado Ragnall. Así que tenemos batallas, viajes marítimos y más batallas, hasta que Uhtred coloca a su yerno como rey de Northumbria y así facilita la paz y el consiguiente desarrollo de Mercia. Además, por el camino se le despeja el terreno para recuperar su tierra prometida, Babbanburgh.

¿Cosas interesantes? Cada vez menos. Hay una reflexión sobre la Pascua y su origen en la sacralización de una fiesta pagana (Eoster). Hay un obispo que nos inicia en la doctrina social de la Iglesia, pero dura poco. Tenemos las habituales reflexiones sobre el muro de escudos y los preparativos de la batalla, los insultos y bravatas previos, y demás ceremonia. Esta Brida que utiliza a unas niñas ciegas (más bien, cegadas) como heraldos para hacer propaganda entre sus subditos.

Esto último se encuadra dentro de una línea de reflexión que plantea la novela al respecto del liderazgo bélico. En efecto, se contraponer el liderazgo por el terror de Ragnall (que se garantiza el servicio de sus secuaces mediante el uso de rehenes) y el liderazgo por el respeto de Uhtred (del que los hombres se fían y no necesita acudir a estas amenazas). Dado que el primer liderazgo solo se sostiene mientras haya triunfos, es fundamental que su aliada Brida mantenga la ilusión de la victoria entre todos los seguidores de Ragnall, sobre todo de aquello más desinformados, y esto es lo que consigue con las falsas videntes. De todas formas, esto es algo que, obviamente, no engaña ni un momento a Uhtred.

El último aspecto de interés se refiere al ligero desarrollo que da al personaje de Finan en este entrega. Por fin cede un poco de protagonismo el héroe de estas novelas, en favor de su eterno escudero, el irlandés Finan. Es cierto que no cede mucho, y además es compartido con los hijos y el yerno de Uhtred. Pero algo es algo.

Leo The Flame Bearer y a otra cosa mariposa.

lunes, 6 de marzo de 2017

El trono vacío ("The Empty Throne"), de Bernard Cornwell

Sigo leyendo la saga del Último Reino, de la que esta novela constituye la octava entrega. Ya no hay ninguna duda de que Cornwell quiere transformar esta serie en su particular gallina de los huevos de oro, y la prueba más evidente es la reseña histórica que suele poner al final de sus novelas.

En efecto, esta reseña se ha acortado significativamente desde los primeros libros, hasta quedar casi reducida a una página, que se podría reducir casi hasta el primer párrafo. Cuando antes Cornwell trataba de incardinar sus novelas en la historia de Inglaterra y así contárnosla, ahora se limita a coger un acontecimiento con ciertos visos históricos, y construir la novela en torno a él, dando todo el protagonismo al inconsumible Uhtred. Con esta técnica, es evidente que la saga puede durar hasta el infinito y más allá, y la unificación de Inglaterra convertirse en Aquiles corriendo contra la tortuga.

Esto no quiere decir que la novela esté mal. Mi queja se refiere simplemente a que se ha abandonado la novela histórica para dedicarse a la novela de aventuras, y yo confieso estar un poco mayorcito para perder mucho tiempo con ese género. Por cierto, también se nota que ha acortado notablemente la longitud de las novelas, por lo que se tardan menos tiempo en leer.

¿Cosas interesantes en esta entrega? Pues alguna hay, pero ya no hay nada que nos sorprenda en reflexiones o costumbres históricas, que era lo que más me atraía. Ya conocemos las técnicas bélicas, lo que piensa Uhtred de religión y monarquía, los vaivenes de la política de la época...No hay nada nuevo aquí.

Lo que sí ocurre es que, por primera vez en la saga, el enfrentamiento parece ser entre los propios reinos cristianos, una vez pacificados suficientemente Wessex y Mercia, y con Northumbria y East Anglia divididos en taifas vikingas. El principal hilo conductor de esta novela es, de hecho, la herencia del trono de Mercia una vez muerto EathelXXXX (es que todos los personajes parecen llamarse igual, así que no recuerdo cuál EathelXXXX era el rey).

También aparece de forma más activa el reino de Gales. Es quizá la presencia de Gales y Escocia lo que diferencia la situación inglesa de la española en la época. Ambos reinos eran también cristianos, pero pre-existían a la entrada de los sajones y las posterior conquista vikinga, que deja reducida (lo que luego sería) Inglaterra a Wessex. En España, en cambio, los musulmanes arrasaron con toda la estructura territorial previa, por lo que todos los reinos cristianos españoles surgen de la misma semilla: el de Asturias.

También aparecen en escena unos nórdicos (supongo que noruegos) venidos de Irlanda, con lo que tenemos un enfrentamiento que involucra a galeses, noruegos y sajones de dos bandos.

Lo demás es lo ya sabido: Uhtred anticipándose a todos los demás, por muy fuertes y listos que sean. Siempre les gana y siempre es él quien adivina las trampas que le están tendiendo, y quien las tiende de foma inevitable para sus rivales. Y eso que esta vez empieza malherido y dolorido, y de hecho al inicio de la novela es su hijo homónimo quien nos relata los acontecimientos.

Sigo con la novena entrega. Ésta y otra, y acabo con Cornwell.

jueves, 2 de marzo de 2017

Brújula ("Boussole"), de Mathias Énard

Albricias, lo terminé, por fin soy libre, Este es uno de esos libros que uno termina de leer no se saber muy bien por qué, y a cuyo final se llega resoplando y casi sin aliento, cuando uno está ya a punto de abandonar.

Le dieron el premio Goncourt en 2015, y esa es una de las razones por las que leí recientemente otro de los libros del mismo autor, "Habladles de batallas, reyes y elefantes". Como éste no me entusiasmó, debí anticipar lo que me esperaba en "Boussole", libro considerablemente más largo.

Y el caso es que el libro está bien escrito, y resulta ameno por partes. El problema es que le falta un hilo conductor, una historia de fondo que ligue con cierta solvencia el cúmulo de erudición con que nos azota el autor. O puede que sí exista, en esa relación epistolar con Sarah, pero es tan tenúe, y sin embargo tan voluminoso el anecdotario, que se nos pierde.

Así pues, nos queda una novela que es un alarde de la sabiduría del autor sobre orientalismo (que no el Oriente), esto es, sobre los personajes europeos que han investigado o vivido el Oriente reciente. A esto tópico ya de por si estrecho, hay que añadir que encima  lo que más le preocupa son las relaciones musicales de los músicos clásicos con las corrientes orientales. Toma tópico de interés general.

Así, por las páginas de esta novela circulan músicos sobradamente conocidos, como Wagner, Mendelsohn, Beethoven o Liszt, junto a escritores de fama mundial, como Balzac, Musil o Zweig, y junto a personajes bastante menos conocidos, pero que de alguna forma abrieron la ruta cultural de oriente a los europeos, tipo Lady Hester Stanhope, Felicien Davud o Marga d'Andurain.

El interés de las historias que se nos cuentan es bastante desigual, pero el cúmulo de información hace que resulta fácil perderse y entender por qué el autor te cuenta lo que te cuenta (si es que no es otra cosa que mero alarde, como quizá sea el caso).

Episodios interesantes hay varios: la descripción de la revolución en Irán, las relaciones de Alemania con Oriente en las dos Guerras Mundiales (en que básicamente los teutones buscaban declarar la Yihad contra sus enemigos) o los museos morbosos de Viena.

En cuanto a reflexiones, Énard nos propone una clasificación de los artistas europeos en tuberculosos y sifilíticos, supongo que atendiendo a su mayor afición prohibida. Por cierto, a Picasso lo pone entre los tuberculosos. Al Quijote le dedica espacio al final del libro, para decir que quizá sea la primera novela oriental de Europa (no olvidéis a quién identifica Cervantes como autor de la obra, al gran Cide Hamete Benengeli).

Una frase interesante sobre la percepción que tenemos de lo oriental (traducción mía): "Aquello que nosotros identificamos en esas atroces decapitaciones como 'otro', 'diferente', 'oriental', es completamente también 'otro', 'diferente' y 'oriental' para un arabe, un turco o un iraní". Y se refiere al efecto de Disney en nuestra visión de lo oriental, y por tanto en la visión que de ellos mismos tienen los orientales.

Por último, como curiosidad, el libro se llama "Brújula" por las brújulas que, al parecer, hay en los hoteles de Oriente para permitir a los musulmanes orientar sus rezos a La Meca.

Lo mejor de este libro, de todas formas, son las interesantes referencias para futuras  lecturas que en él se descubren. Yo me he quedado al menos con cuatro. Ya las descubriréis.