martes, 21 de marzo de 2017

Guillermo Tell ("Wilhelm Tell"), de Friedrich Schiller

Esta es la primera obra de teatro que leo en alemán, y además una de sus obras cumbre. Y he de decir que, contrariamente a la reciente lectura de Goethe, sí estoy satisfecho con la lectura, en el sentido de que sí me he enterado en general, y he podido disfrutar bastante de diálogos y monólogos. De hecho, me ha parecido hasta una lectura fácil, sobre todo si la comparamos con el teatro clásico español, más repleto de referencias que hay que conocer para disfrutar. Y eso que en esta versión, que asumo la original, se apocopan palabras y también se utilizan grafías obsoletas, lo que dificulta la identificación de la palabra alemana actual, y no digamos ya el uso de diccionario cuando es necesario combatir el desconocimiento.

Pero todos estos obstáculos son pocos cuando se trata de una obra sobre la libertad y las leyes, el señor y el abuso de poder. Y este es el caso del clásico de Schiller: el conflicto de libertad y tiranía, en este caso materializado en el enfrentamiento entre tres cantones suizos y el señor austriaco asignado para su mandato.

La historia de Guillermo Tell es sobradamente conocida, al menos la de su episodio central: Tell disparando a una manzana situada sobre la cabeza de su hijo, como condena por no haberse inclinado ante el sombrero que el señor austriaco ha puesto en la plaza de Altdorf (si no recuerdo mal). Primera sorpresa: si Tell no se inclina ante el sombrero, no es como acto de rebeldía, sino por mero desconocimiento, algo que tampoco hace su hijo. Es solo la mala suerte del que el señor (Vogt) esté presente la que desencadena el conocido episodio. Tell es ciertamente un héroe (como lo prueba la primera escena con el rescate que hace de un barco), pero no uno en busca de problemas.

El caso es que el famoso disparo se produce (algo que supongo no aparece explícito en la representación de la obra, pues sucede mientras el Vogt habla de otras cosas con la gente del pueblo), Tell acierta en la manzana y no llega a utilizar la segunda flecha que ha cogido del carcaj. El Vogt le pregunta a quién iba destinada la misma, tras garantizarla la libertad por haber cumplido el castigo de disparar a su hijo, y Tell, todo candor, le responde que al propio Vogt. Este dejará de cumplir su palabra y aprisiona al protagonista, que es lo que al final motiva el acto de venganza-justica de Tell.

 Pero, como digo, esta es solo la escena más conocida de la obra, que tiene otras muchas magníficas e includo más emotivas. Por ejemplo, me resultó fascinante el discurso de Staffaucher en el segundo acto, cuando razona poéticamente que los habitantes de Suiza no son siervos, pues con sus propias manos dominaron la naturaleza y la tierra de sus territorios. Esto les convierte en hombres libres, que libremente han elegido al rey de Austria como juez para sus asuntos. Contra este contexto, se explica la rebeldía que les inspiran los hechos arbitrarios del Vogt Gessler, que no está actuando en Suiza como juez, sino como propietario y tirano.

Otro tema importante y recurrente en la obra es el del señorío y la protección. La gente ordinaria busca protección en los nobles, que a su vez solo se pueden proteger gracias a la gente ordinaria. Como dice uno de los nobles: "Ihr sollt meine Brust, ich will die eure schützen" (Vosotros mi pecho, yo el vuestro protegeré). Y es que los nobles suizos parecen haber dejado en la estacada al pueblo ante los abusos del señor austriaco, algo que se resuelve durante la obra de forma satisfactoria.

Por último, Schiller nos llama la atención sobre la justificación del tiranicidio, pues al mismo tiempo que Tell abate al Vogt, uno de los hijos acaba con la vida del rey austriaco. Cuando el parricida busca refugio en la casa de Tell, tiene lugar un magnífico diálogo en que Tell esclarece la completamente distinta naturaleza de ambos actos: Tell ha remediado un acto de patente injusticia y eliminado un tirano, y su casa es de inocentes. El parricida ha matado al rey en un acto de venganza, para su beneficio, no porque se le haya cometido una injusticia, incluso si el rey había dejado a los suizos abandonados ante el tirano.

En resumen, Guillermo Tell es una obra clásica con todo merecimiento, con su historia de folklore y su canto a la libertad, y sus momentos inolvidables. Pero, si he de decir la verdad, está a considerable distancia de nuestro Calderón (La vida es sueño), Shakespeare (El mercader de Venecia, Hamlet), los franceses clásicos Corneille y Racine y, por supuesto, el Edipo Rey, de Sofocles, mi preferida de todos los tiempos.

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