miércoles, 30 de noviembre de 2016

Los Buddenbrook ("Buddenbrooks"), de Thomas Mann

Los Buddenbrook es uno de los grandes clásicos de la literatura alemana, y posiblemente también una de las obras más conocidas de dicha literatura. Su autor, Thomas Mann, fue premio Nobel de literatura y entre otras son bien conocidas sus obras "Muerte en Venecia" y "La montaña mágica".

Confieso que empecé la lectura de este libro con bastante respeto. Se trataba de leerla en alemán, y era el libro más largo en tal idioma, con diferencia, al que me enfrentaba. Al ser en alemán, para mí tiene doble riesgo: a la posibilidad de que el libro fuera un rollo, se unía otra: que tuviera un alemán que me costara mucho entender, con lo que la lectura se alargaría sine die.

Afortunadamente, como buena obra clásica, hay méritos en el libro que le impiden ser un rollo, algo que uno observa según empieza a leerlo. Y, por otro, como toda la buena literatura, no necesita construcciones rebuscadas o vocabulario innaccesible para que el escritor demuestre su valía, por lo que se entiende más que razonablemente bien.

Los Buddenbrooks es una novela estilo saga familiar, en este caso, la historia de la familia que le da título. Se nos va a contar la vida de cuatro generaciones de esta familia. Es una familia de comerciantes que vive en una ciudad hanseática, casi con absoluta seguridad, la preciosa Lubeck.

Sin embargo, contrariamente a otras novelas del estilo, en ésta no pasa nada: no hay aventuras, no hay intrigas, no hay odios. Es simplemente el fluir de la vida misma que nos lleva, con sus accidentes, en su dirección. Nada más... y nada menos.

Se trata un libro super-descriptivo. De cada personaje, y casi en cada momento, Mann nos va a contar sus rasgos faciales, su vestimenta, su posición e incluso su acento al hablar. A priori, esto parece un poco rollo. Pero supongo que hay es donde está la maestría de los grandes escritores: no se hace pesado en absoluto.

También es muy descriptivo en los principales acontecimientos que se describen, no acontecimientos especiales, sino la celebración de las Navidades, de picnic en el campo o algunos otros más luctuosos, como un funeral. Mann dedica espacio y espacio a contarnos cómo los Buddenbrooks celebran estos acontecimientos, y, vuelvo a decirlo, lo hace magníficamente y sin aburrir.

Durante la narración, hay referencias a los eventos históricos externos, como el establecimiento del Zollverein o algunas guerras. Pero son referencias de pasada, y el foco vuelve rápidamente a la vida cotidiana de la familia, lo que para mí es una pena. Compárese con Guerra y Paz de Leon Tolstoi.

Aunque la trama se refiere nominalmente a cuatro generaciones de la familia, en la práctica sorprende a la velocidad que desaparecen las dos primeras generaciones, para centrarse la novela en la tercera de ellas, a la que se dedica la mayor parte de la narración. También sorprende que ni siquiera toque toda esta generación, sino que el foco está en dos de los cuatro hermanos: el hermano mayor y heredero, Thomas, y la hermana mayor, Tony. Aparece de vez en cuando el segundo hermano, Christian, y muy poquito la otra hermana, a la que aparca el autor en Riga (otra ciudad hanseática) hasta que muere.

Digo que no hay intrigas, y no las hay. Ningún personaje que tiene tratos con la familia y termina mal con ella, del que típicamente esperas que reaparezca en algún momento con una sorpresa, reaparece. Estoy pensando por ejemplo en el primer marido de Tony, candidato obvio para ser el "malo" sorpresa, o en su segunda marido, que hubiera podido ser el "jinete blanco" sorpresa. Nada de esto hay en Buddenbrooks.

El remate de tan extraño devenir es, tal vez, el final: cuando parece que nos estaríamos teniendo que acercar a algún desenlace, tras la muerte de Thomas Buddenbrooks y las dudas sobre la continuidad de la familia que genera su hijo Hanno, Thomas Mann se atreve a contarnos con todo lujo de detalles un día en la vida del vástago, acudiendo con él al colegio clase por clase, contándonos cómo es cada profesor y cada compañero, y hasta el poema que recitan en clase de inglés.  Y ya está. Porque tras ese capítulo, se nos va a narrar en detalle cómo se desarrolla la enfermedad del tifus, así, de forma impersonal. Y solo nos enteraremos en el capítulo final de que obviamente es Hanno el afectado por la misma.

Y, sin embargo, se disfruta enormemente con su lectura, no sabría decir por qué. Por supuesto, la lectura es constantemente agradable, y más que altibajos, lo que tiene son algunos puntos excelentes que conviene no perderse. Es espectacular la descripción que hace de la formación de una tormenta en uno de los capítulos iniciales, y como pasa de la tormenta a eventos más trágicos. Otros momentos destacados son las dos estancias en Travemunde, primero de Tony de jovencita, y luego de Thomas maduro, en un septiembre lluvioso. Muy interesante la reflexión que hace éste sobre la diferencia entre el viajero de montañas y el de playas: el primero busca obstáculos que superar, tiene todos los retos por delante; el segundo, solo quiere contemplar la vida sin problemas. Y, poco después, el que tal vez sea el momento cenital del libro: la reflexión de Thomas sobre la vida, la muerta, la inmortalidad y la descendencias, unas páginas que exigen una lectura cuidadosa para atender a todos los matices que revela, y que contribuye a explicar muchas de las cosas que hace y hará Thomas.

Mención aparte merece el momento en que, tras volver del colegio, Hanno toca una obra en el piano. Y digo que merece mención aparte porque nunca me he encontrado pasajes similares leyendo en español, en inglés o en francés, y en ningún autor en otras lenguas (traducido, claro). Y, sin embargo, es la segunda vez que tropiezo un pasaje similar en literatura alemana, el otro el alucinante Momento Estelar de la Humanidad que Zweig dedica a la composición del Mesias por Haendel. Está claro que los alemanes viven la música de otra manera. Ahora que recuerdo, también entraría aquí Kafka con su cuento "Josefine, die Sängerin oder Das Volk der Mäuse".

Creo que cualquier lector interesado en la literatura clásica ha de leer esta novela, aunque pueda parecer poco atractiva a priori. He de decir, además, que pese a su fama de libro largo, no lo es. Cualquiera de los best-sellers que nos acompañan en estos momentos, tipo "Los herederos de la tierra" o "El laberinto de los espíritus", o los libros de Juego de Tronos, son bastante más largos que Buddenbrooks.



jueves, 24 de noviembre de 2016

La canción de la espada ("Sword Song"), de Bernard Cornwell

Sigo leyendo la saga del Último Reino, de la que la presente novela constituye la cuarta entrega.
Estamos ante más de lo mismo, no hay grandes sorpresas, ni tampoco se esperaban. En esta ocasión, la historia comienza/ se retoma en Lundene (Londres), donde el protagonista, Uhtred, colabora en defender el reino de Wessex de la amenazas que le llegan por vía fluvial, a través del Tamesis.

En esta novela, Cornwell apuesta claramente por incrementar el detalle de las acciones bélicas y de aventura, sacrificando el avance de la historia, que es lo que a mí me interesa principalmente en estas novelas. Esa técnica es un verdadero filón si se trata de estirar y estirar la seria ad nauseam, que tal vez sea lo que pretenda. Pero no es necesario para conseguir buena novelas voluminosas, y sino que se lo digan a George Martin, claro que este se lo curra bastante más.

Así pues, por ejemplo, se describe con mucho detalle la acción de la conquista o reconquista de Londres, siguiendo al protagonista y a su cuadrilla casi esquina por esquina. Algo que ya había pasado con la toma de Durnham en la tercera entrega. No es que las escenas estén mal escritas, no es eso. Es simplemente que ya estoy un poco mayorcito para leer este tipo de aventuras, y que lo que quiero es que avance la trama y conocer de forma novelada la historia de Inglaterra en esta apasionante parte. Empiezo a dudar de si lo consguiré, claro.

Desde este punto de vista, lo más interesante es la aparición de los Normandos (Norrmen) en escena. Hasta ahora la amenaza a los sajones venía de los Daneses, pero ahora también aparecen un par de señores noruegos procedentes de Frankia, que constituyen la nueva amenza para los intereses sajones del rey. Este, por su parte, se hace con el control de Mercia al colocar allí a su yerno como hombre de paja, tras casarlo con su hija, necesario para involucrar Uhtred en la trama (dado el afecto que éste siente por aquella).

En esta ocasión, Cornwell no está tan brillante como en la tercera entrega a la hora de las bromas, aunque mantiene el sempiterno esceptecismo con las creencias cristianas, a las que confronta constantemente con las paganas y con la propia realidad. A ello añade algunas reflexiones sobre la naturaleza del amor y la lujuría, pues esta vez el amor tiene, por primera vez en la saga, un rol fundamental.

Por último, una de las reflexiones anarquicas a la que tampoco es ajeno Cornwell: cuando (creo que) Uhtred se refiere a los robos como un delito punible, salvo cuando son muy grandes, y entonces les llaman "política" o fortalecimiento del Estado. Muy bueno. Al respecto, es interesante la escena en que todos los señores están reunidos en torno a Albert para determinar cómo se va a pagar (SPOILER) el rescate de la princess, y lo bien que refleja Cornwell la inquietud reinante en el salón.

En fin: aunque no llegan a aburrirme, las escenas de combate empiezan a resultarme algo superfluas. Sigo con la quinta entraga, pero, por favor, que avance la historia.

viernes, 18 de noviembre de 2016

El segador ("Reaper Man"), de Terry Pratchett

Segundo libro consecutivo que leo del Discworld de Pratchett, y aquí lo dejo. Esta novela es, según los expertos, la segunda de la sub-serie de la Muerte, pero no tiene relación alguna con la primera entrega (la recién leída Mort), salvo por el hecho de que el personaje Muerte vuelve a aparecer, vuelve a ser protagonista.

El problema con este libro es que el planteamiento es análogo al del anterior, que ya no me convenció demasiado. Dicho planteamiento supone sacrificar completamente la trama en ara de las ocurrencias graciosas y brillantes del autor. Está muy claro que Pratchett lo único que quiere son disculpas argumentales en las que ubicar sus magníficos gags. Ello desemboca en tramas tan absurdas y carentes de interés como la de este libro. Y, claro, mientras la lectura se sostiene con los gags, la lectura se hace pasable. Pero en el momento en que desciende el ritmo o la calidad de éstos, no hay quien lo aguante. En esta novela es particularmente pesado el final, que parece que nunca acaba de acabar, y eso que la trama ya se ha resuelto. Tras su lectura, he decidido revocar mi idea inicial de leer al menos las cinco novelas de la subsaga de la Muerte.

El punto de partida de la trama es que Azrael despide a la Muerte. Al dejar de hacer su trabajo, Muerte tiene tiempo para sus aficiones y se transforma en mozo en una granja, Bill Door. Pero lo que ocurre es que nadie recoge a los muertos una vez fallecidos, y el Discworld se llena de "vida", amenzando con caos. En paralelo, y no se sabe muy bien por qué, aparecen un montón de bolas de cristal de esas con miniaturas y nieve, que resultan ser huevos de ciudades (!), y que al eclosionar se transforman en... carritos de supermercado (!!) con los que tendrán que librar una cruenta batalla los magos. En fin.

Olvidando ya la trama, me centraré en los gags, en los que una vez más brilla Pratchett con esplendor. Dichos gags se concentran al principio de la novela, como también ocurría en Mort.

Entre los mejores, está el de dos diálogos sucesivos. El primero lo tienen unos bichos que son las criaturas con menor duración de vida de Discworld, y el segundo los árboles de duración más larga. Muy interesantes, invitan a la reflexión... y completamente irrelevantes para la trama.

El enterramiento del mago que muere pero no muere es una escena digna de los Monty Python, con el mago muerto saludando educadamente a los policías escépticos de su condición y confirmándoles en la misma. Otro momento espectacular son los diálogos con Mrs Cake, una adivina capaz de anticiparse a las preguntas que le van a hacer, y a las que por tanto responde antes de que se le hagan. Para volverse loco. Dos personajes inolvidables: el bogeyman agorafóbico y, sobre todo, el Banshee mudo, que se ve obligado a entregar una nota escrita con su grito a la gente que está a punto de morir.

Y cierro con algunas de esas frases brillantes que son las que dan vida a los libros de Pratchett, y que pueden justificar su lectura, siempre que su densidad se mantenga:
 "If the past is visible and the future is hidden, they say, then it means you must be facing the wrong way." (Si el pasado es visible y el futuro está oculto, entonces es que estamos encarados de forma errónea) (para justificar los trolls por qué andan de espaldas)

"It was two hundred dollars per capita; if per capita was a problem, de-capita could be arranged."
(Son 200 dólares por cabeza; si el  "per-capita" era un problema, "decapitar" podía hacerse)

“I suppose there’s not some kind of magic you don’t know about?”“If there is, we don’t know about it.” (-Supongo que no habrá alguna clase de magía de la que no sepáis. -Si la hay, no sabemos de ella)

"Tell someone you’re dead and they look at you as if they’ve seen a ghost,”
 (Dile a alguien que estás muerto y te miran como si hubieran visto un fantasma)

viernes, 11 de noviembre de 2016

Mort, de Terry Pratchett

La lectura de Terry Pratchett ha estado rondándome desde mi juventud, cuando me dedicaba casi full-time a leer fantasía épica. Ya entonces descarté su lectura debido a algo tan sencillo como las portadas de sus ediciones españolas, que me parecían demasiado infantiles o poco serias para un género como mi preferido de entoces.

El tiempo pasó, y Pratchett cayó en mi olvido, y, cuando afloraba su recuerdo, solo era para fortalecer mi convicción de evitar su lectura. Hasta que un día mi hijo me pidió uno de sus libros del Discworld, uno llamado Mort. Empezó a leerlo y surgieron las carcajadas. El libro le gustó hasta el punto de recomendármelo e informarme de que era muy divertido. No le gustó tanto, sin embargo, como para seguir leyendo alguna otra novela de la serie.

Como todo lo british cómico me atrae, y la tal novela Mort no era demasiado larga, decidí liberarme de prejuicios y darle una oportunidad a Pratchett y a su Discworld, leyendo Mort.

No me arrepiento de la decisión, aunque también es cierto que el entusiasmo inicial cuando empecé a leer la novela se fue moderando considerablemente conforma avanzaba en su lectura, hasta casi alcanzar la indiferencia en su final. No obstante, voy a seguir con algunas novelitas de Pratchett, al menos hasta terminar las dedicadas al personaje de la Muerte.

Se trata de una lectura divertida, muy divertida. Pratchett es un escritor brillante y con ideas originales y de enjundia, como ahora mostraré. El problema con él es que sacrifica toda la trama a una sucesión de sketches graciosos, por lo que llega un momento en que no sabes de qué va la historia, o ésta resulta tan insulsa que pierde el interés.

El planteamiento de Mort es chocante, y también original: la Muerte busca un aprendiz y recluta para tal tarea al personaje que da título al libro, que oportunamente responde al nombre de Mortimer, y que ha sido rechazado para cualquier otro oficio.  De aquí, conoceremos al círculo de Muerte, constituido por su hija y una especie de mayordomo, Albert, que resulta ser un mago de fama mítica.

Lo que pasa a partir de aquí es casi irrelevante cuando no directamente aburrido. Y al libro le salvan las constantes bromas de Pratchett con casi todo lo que rodea a la historia. El momento en que más entusiasmo tuve por Pratchett fue el de la aparición de los llamados Listeners, una secta que se dedica a escuchar los sonidos del universo para tratar de oír la voz de los dioses: aquí tenemos a Pratchett en modo Douglas Adams, y a mí Adams me encanta.

Otro momento que recuerda a otro clásico, en este caso a La Historia Interminable, es cuando, mientras interactúa con Albert, Mort está leyendo en alto la historia de la vida de áquel en tiempo real. Curioso e interesante momento, que no encuentra más proyección en la obra.

El instante cumbre de la novela se produce cuando Mort rescata a una princesa de su supuesto momento de muerte. Aquí Pratchett se gusta a sí mismo, y nos cuenta como la Historia, con mayúscula, encuentra muy difícil reaccionar ante este tipo de acontecimientos. Digamos que, aunque la princesa se había salvado, el mundo no lo sabía, y le costaba aceptar el hecho. Por tanto, la tal princesa encuentra necesario recordar constantemente a todos sus subditos su existencia, algo delirante. Ello a su vez da lugar a una burbuja de presión histórica, que avanza hacia la implosión, entre la gente que ha olvidado a la princesa y la que la recuerda.

Pero, indudablemente, el personaje estrella es la Muerte con su panoplia de frases lapidarias, todas perfectamente lógicas una vez aceptas tal personificación. Como muestra de una de sus piezas de sabiduría, la respuesta a la cuestión sobre si morir y dormir se parecen: "NO SABRÍA DECIRLO, NO HE HECHO NINGUNA DE LAS COSAS".

Cierro con otra punchline, decicada a todos los profesores: "No tengo habilidad o talento alguno", dijo. "¿Has pensado en dedicarte a enseñar?". Pues de estas hay cientos.

Ya digo que mi entusiasmo por el autor ha decaído conforme avancé en la lectura de Mort, pero ello no me impedirá leer alguna más de sus novelas, en busca de perlas como las anteriores. Y, de hecho, ya estoy con Reaper Man, cuyo planteamiento vuelve a ser muy original, y otra vez con la Muerte como protagonista.






miércoles, 9 de noviembre de 2016

Los Señores del Norte ("The Lords of the North"), de Bernard Cornwell

Tercera entrega de la saga de Bernard Cornwell sobre la formación de Inglaterra, conocida por la serie "The Last Kingdom". Antes de seguir, tengo que aclarar que se acaba de lanzar la décima entrega (The Flame Bearer) y que, al parecer, tampoco ella concluye la saga, por lo que cabe esperar más entregas.

En esta novela, el protagonista, Uhtred, se traslada al norte a proseguir sus aventuras, como el título invita a pensar. Aquí hay un lío montado de cuidado entre los distintos señores por ver quién se hace con el dominio, aderezado por las apariciones puntuales de los escoceses. Así pues, la mayor parte de la acción transcurre en las cercanías del muro de Adriano, ya entonces en ruinas, claro, y las escenas culminantes se producen en lo que ahora en Durham y entonces se llamaba Dunholm.

De hecho, el título de esta novela evoca claramente a Juego de Tronos, algún capítulo de cuya serie podría haberse llamado así sin demasiado problema. Por supuesto, seguramente el flujo de inspiración sea el contrario, y George Martin se haya inspirado en esta parte de la historia inglesa para su reino del Norte, donde, no se olvide, "Winter is coming" y además linda con el Muro.

La novela no presenta demasiadas sorpresas estilísticas. El estilo sigue siendo el rústico que cabe esperar del protagonista, aunque en esta ocasión me ha parecido que Cornwell usa más la ironía que en las dos anteriores, y alguna carcajada se me ha escapado al leer los pensamientos de Uhtred. Añado que en la cuarta parece seguir la misma senda, por lo poco que llevo leído. Son especialmente divertidos los cruces de insultos que se producen antes de los duelos singulares, ya se sabe que con la seria intención de amedrentar al contrincante, en particular (SPOILER) el duelo final entre Kjartan y Ragnar.

Hay un aspecto en que esta novela mejora a la anterior: el equilibrio de los "recuerdos" (necesarios para sincronizar al lector con sucesos acaecidos en las previas entregas) está mucho más logrado. Parece haber los recuerdos justos y necesarios, en vez de el cierto exceso que presentaba la segunda. A cambio, hay otro aspecto en que empeora, y que parece difícil que mejore: el excesivo protagonismo del héroe, al menos para ser una novela histórica. Uno se puede creer que sea decisivo en uno o dos momentos de la historia, quizá los más importantes, o que lo sea en todos, pero se desconozca: el problema es que Uhtred es casi siempre el héroe y siempre se sabe. Por otro lado, también creo que Cornwell abusa del recurso de salvar a protagonista de situaciones casi sin solución, dos que recuerde en esta entrega. Sí, ya sabemos que el destino es todo, pero quizá si no se le mete en tanto lío no haya que acudir a este recurso, o que se meta en líos y salga de forma menos truculenta.

Conste que ninguno de estos dos "abusos" resta interés ni a la historia ni a la novela, pero sí hace que ésta se acerque más a una novela de aventuras de lo que a mí me gustaría. Al respecto, un ejemplo muy claro es la (SPOILER) toma de Durham.

Eso sí, también hay un par de perlas que no quiero dejar de apuntar. La primera se produce cuando el potencial rey de North Umbria pregunta a Uhtred si Andrew (rey de Wessex y principal protagonista histórico de la saga) es un buen rey por ser querido y buena persona. A ello Uhtred responde que Andrew no es bueno, no tiene el amor de sus seguidores, pero que un rey no tiene que ser bueno: tiene que ser justo, y Andrew lo es. Sencilla lección sobre la "Rule of Law" que deberían aprender tantos jueces empeñados en la justicia social y en ser "buenos".

La otra frase se la debemos a Ragnar, que simplemente afirma que un reino tiene demasiadas leyes si una persona no las puede conocer todas. Si Ragnar viera los volúmenes y volúmenes de hojas de leyes que sacan adelante los representantes del pueblo, tanto regionales, como nacionales o comunitarios, supongo que se revelaría contra el grado de arbitrariedad a que estamos sometidos. Su espada podría hacer maravillas al respecto.

En fin, lectura recomendable, e imprescíndible para los que estamos leyendo esta saga. Sigue breve SPOILER con el resumen de sucesos: Uhtred se traslada al norte, donde ayuda a unificar el territorio bajo el mandato del rey Gudred, quien derrota a Ivarr y a Kjartan (daneses) así como al señor cristiano previo. Queda sin conquistar, obviamente, la ciudad de Uhtred, Bebamburgh (digo obviamente porque supongo que esto no ocurrirá hasta el final de la saga). Por el camino, es entregado como esclavo a un mercader danés, en cuyo barco llega hasta Islandia, conoce a un irlandés (Finan) y del que es rescatado en un momento dado por el rey Andrew. Éste le devuelve al norte como acompañante del monje Beocca y también al lado de su hermano putativo Ragnar. Y es en este viaje cuando unifican el reino del norte, tras lo cual vuelve a Wessex.