jueves, 31 de enero de 2019

Serie: Yo, Claudio

Estamos ante una serie de las clásicas, que data de 1976, y que seguramente muchos habréis visto ya, aunque no era mi caso. Llevaba ya un tiempo en mi lista de posible visionado, y qué mejor momento para verla que al mismo tiempo que leía Yo, Julia (de Posteguillo), cuyo título es evidentemente tributario de la novela de Robert Graves en que se basa la serie.

¿Qué puedo decir? Que es fácil entender porque es una serie clásica y tuvo el éxito que tuvo. Para empezar, los actores son magistrales y hacen un trabajo impresionante. Casi todos ellos han hecho carreronas: Derek Jacobi es un magnífico Claudio; John Hurt es Calígula; Brian Blessed conforma un sorprendentemente gordito Augusto: George Baker es un convincente Tiberio. Como curiosidad, Sejanus es interpretado por Patrick Stewart, el Profesor X, y también tenemos a John Rhys-Davis (Gimli, y un amigo de Indiana Jones), en el papel de Macro.

Pero, aunque haya empezado por los chicos, son las actrices las que más brillan, por belleza y por protagonismo, empezando por Sian Phillips interpretando a la perfida Livia, que es la verdadera protagonista de la primera mitad de la serie. Y siguiendo por las bellísimas Fiona Walker (Agripina) y Sheila White (Messalina). Viendo esta serie uno no necesita la reivindicación feminista de Posteguillo para darse cuenta del papel fundamental que desempeñaron las mujeres en el imperio romano, como lo han hecho siempre en la historia, aunque sus nombres no hayan sido recogidos por los historiadores.

Y es importante que los actores sean buenos, porque estamos casi ante una obra de teatro rodada para serie. Es el diálogo entre los personajes lo que hace avanzar el relato, y una y otra vez tenemos diálogos. Hay muy poca escena de acción o de observación, casi todo el rato son personajes hablando e intrigando. Así pues, es la entonación de los personajes, sus gestos, sus muecas a la pantalla, las que realmente dan vida a la narración. Algo en lo que triunfan sin paliativos actores y actrices, además, muy bien complementados por los sabios movimientos de la cámara, por ejemplo, en los diálogos.

Por lo demás, esta serie nos cuenta un periodo concreto de la historia del Imperio: desde los últimos años de Augusto hasta la muerte del titular, Claudio; entre ambos, solo hubo otro emperador, Tiberio. En cierta forma, es una continuación de la serie Roma, de HBO, aunque ésta termina antes de que Augusto se haga emperador. Sin embargo, no nos cuenta lo que pasaba en el Imperio, sino que se enfoca casi en exclusiva en la vida de la familia imperial y sus intrigas cortesanas.

Y dichas intrigas tienen sistemática consecuencias trágicas, toda una reflexión sobre las miserias de los poderosos. Si ni siquiera un tipo como Augusto, en la culmen de su poder, puede estar tranquilo en su cama, ¿quién quiere ser emperador? La familia imperial debería ser, a priori, envidiada. Pero ¿quién puede envidiar a personas que no se pueden fiar ni de hermanos ni de primos ni de esposas, ni siquiera de su abuela? La sensación es que Claudio solo sobrevive porque sus posibles rivales le tienen por tonto y no le creen una amenaza. No es mala estrategia.

En fin, os animo a ver esta magnífica serie, imprescindible si os interesa la historia de Roma. Eso sí, tendréis que tolerar esos maquillajes desconcertantes que utilizan en los 70 para envejecer a los actores, empezando por la primera aparición de Cla-Cla-Claudio, que le da un cierto aire de Gollum.

miércoles, 30 de enero de 2019

Serie: Mr Bean

No creo que hagan falta demasiadas presentaciones ni comentarios a esta serie, un clásico del humor que podríamos llamar físico.

Lo cierto es que, aunque había visto algún capítulo suelto o alguna escena perdida, no había visto la serie sistemáticamente. Navegando por Amazon Prime la encontré en un momento de café, y decidí que por ver un capítulo no perdería nada. Dicho y hecho, y nada más empezar me encontré en los títulos de crédito a uno de mis novelistas y guionistas cómicos preferidos, Ben Elton (creador de la magnífica Upstart Crow comentada hará unas semanas, y hace más tiempo de Black Adder).

Claro, con esa referencia, mi interés se acrecentó bastante, y decidí que vería la serie entera. Desgraciadamente, Ben Elton solo colaboró en el guión de dos de los episodios, el 1 y el 3, pero para cuando me dí cuenta de ello, ya estaba embarcado en verla hasta el final. Estamos hablando de 14 episodios de 25 minutos de duración, emitidos entre 1990 y 1995. Este último dato es importante, porque es muy distinto ver esta serie esparcida en meses, que verla toda seguida a razón de varios  episodios por semana. Es obvio que en este último caso la serie va a tender a hacerse repetitiva y aburrida, por lo que es de justicia que lo comente.

Bueno, la serie, una vez vista, no presenta nada inesperado, aunque sí alguna ligera sorpresa. Como es muy bien sabido, el protagonista casi único en Rowan Atkinson, más conocido, precisamente, por Mr. Bean. El humor es físico, apenas hay diálogo, y el que hay es muchas veces inaudible. Y la serie nos narra de qué forma resuelve Mr Bean los problemas o situaciones a las que se enfrenta, muchas cotidianas, pero que se hacen complejas ante las ideas de bombero del protagonista.

¿Cuáles son las ligeras sorpresas? Pues el punto repugnante de algunas escenas, y el punto amargo de otras. En general, las escenas que tienen que ver con comida y con los calcetines son directamente asquerosas, y solo pueden entenderse como divertidas para el humor de los ingleses que, he de decir, no son la gente más limpia del mundo. El punto de amargura lo ponen aquellas escenas en que Mr Bean está solo en casa (bueno, con su osito de peluche), y en la que nos asomamos a una vida cómica, sí, pero de gran soledad, que encima tiene visos de verosimilitud.

Poco más que añadir. Ah, sí, si Mr Bean también tiene un par de pelis, para el que no se sacie con la serie.

martes, 29 de enero de 2019

Serie: The Good Place

The Good Place es la última serie de Michael Schur, creador de la imprescindible Parks and Recreation, y de la divertidísima Brooklyn Nine-Nine. Aunque yo me enteré de su existencia hace poco, lo cierto es que acaba de concluir la tercera temporada, y hay anunciada una cuarta. Sigue el patrón típico de la series cómicas de 20 minutos por capítulo, con temporadas de 13.

La serie tiene muchos más puntos a favor. Aparte del productor, los papeles protagonistas recaen en el ultraconocido Ted Danson (el protagonista de Chers, que sigue dando guerra) y en la guapísima rubita Kristen Bell, de la que todos nos enamoramos un poco al verla en House of Lies. Le acompañan algunos otros actores menos conocidos, y, cómo no, la aparición casual de otros actores participantes en las series de Schur, como Pimiento o el marido del capitán de Brooklyn Nine-Nine.

Y el tercer punto a favor es la temática, muy arriesgada, como solo un tipo ya consolidado en la industria se puede permitir. Estamos hablando de una serie en la que los protagonistas citan regularmente a filosofos, como Hume y a Kant! Pero, insisto, es una serie cómica.

El punto de partida es rocambolesco, como en general va a serlo el desarrollo de la serie. Eleanor Shellstrop (Kristen Bell) es enviada al Cielo por error, tras haber llevado una vida con numerosos altibajos en su conducta. Aquí conoce a Michael ("Como Dios") quien es el arquitecto de su "Cielo" y le da la bienvenida al paraíso. Por supuesto, el reto inicial de Eleanor será ocultar su pasado para preservar su plaza celestial, pero esto es solo el principio, y os puede asegurar que la serie deja de ser previsible en un par de capítulos.

Son tres las personas que se unirán a Eleanor en su periplo: Chidi Anagonye, profesor de ética y moral (interpretado por William Harper), Tahani Al-Jamil, aristocrata pija de procedencia pakistaní (Jameela Jamil), y Jason Mendoza, sin comentarios, pero esto ya ha sido un spoiler (Manny Jacinto). Por último, rápidamente se una al elenco de protagonistas una robot, Janet (D'Arcy Carden) con portentosos poderes.

Y resulta difícil seguir hablando sin hacer muchos spoilers, pues la serie es una verdadera montaña rusa de acontecimientos. Lo que no es un spoiler es decir que es una serie divertida y simpática, y sobre todo, con una carga filosófica que rara vez se puede experimentar en series, no ya cómicas, sino en general. Como episodio paradigmático de lo que os digo, no os perdáis la interpretación del dilema del tranvía que tiene lugar en el algún capítulo de la segunda temporada.

Pero es que hay mucho diálogo relacionado con dilemas éticos y morales, y mucha cita filosófica, y no por ello pierde un átomo de interés y diversión, lo que va en crédito de los guionistas. Por ejemplo, otra cuestión que se aborda es si precisan de ética los seres inmortales, toma ya. En cuanto a personajes, el más divertido para mí es Jason, tiene algunas salidas memorables (como el "guante sin dedos").

Siendo muy recomendables las dos primeras temporadas, en esta tercera me da la impresión de que la serie empieza a dar muestras de cansancio. Por un lado, veo menos debate filosófico; por otro, hay menos momentos graciosos. Pero lo más duro es que empieza a ser difícil seguir la montaña rusa argumental, pues parece que los guionistas se están quedando sin sitios a los que ir. Espero que no le afecte el síndrome "Orphan Black", en que con tanto retruécano, aparecen y reaparecen los mismos temas sin que parezca avanzar hacia ninguna parte el desarrollo, y el espectador empieza a tener la sensación de que le están tomando el pelo para estirar la serie.

En todo caso, sigo con ella y con ganas de que llegue la cuarta temporada, aún consciente de que habrá que esperar casi un año.

viernes, 25 de enero de 2019

Serie: My Brilliant Friend

Gracias a la globalización del negocio de las series, encabezada por Netflix y HBO, tenemos la posibilidad de ver series de países distintos a los EEUU y a Reino Unido, nuestros proveedores tradicionales. Quién me hubiera dicho a mí hace unos años que habría visto series polacas, danesas e incluso israelíes.

No hay que irse tan lejos para la que comento en esta entrada, pues proviene de Italia. Está claro que el título en inglés y los subtítulos en el mismo idioma, aunque la serie está en italiano, son para acercarla al mercado angloparlante al que sirve HBO.

Lo importante de la globalización es, sin embargo, que está forzando a todas las series a mejorar, y esa mejora hace que productos en principio locales, sean atractivos allende las fronteras originales. El fenómeno también está arrastrando hacia arriba las series españolas, donde el ejemplo paradigmático es "La casa de papel".

Así, nos encontramos está "My brilliant friend" que es, bueno, pues eso mismo, brillante. La historia se ambienta en los suburbios de Nápoles, a principio de los años 60. Sus protagonistas son dos chicas, a las que vamos a acompañar en su niñez (dos capítulos) y su adolescencia (los seis restantes). La narradora, Elena o Lenu (interpretada por Margherita Mazzucco) es una niña modosita y obediente, y acostumbrada a ser la primera de la clase; sin embargo, un día su posición se ve amenazada por Lila Cerullo (Valentina Acca), que se convertirá en la brillante amiga que da título a la serie.

A partir de aquí, tenemos la típica historia de barrio y adolescentes, con las inquietudes y ambiciones típicas de la edad. El vecindario tiene un papel fundamental, y poco a poco vamos conociendo a sus integrantes y sus rencillas, aderezadas por presencia próxima, aunque nunca explícita, de la Camorra.

La recreación del vecindario me parece estupenda, como también lo son las imágenes que nos proporciona de Napolés y sus alrededores, especialmente la isla Ischia. Muy buenas razones para ver si de una vez visito y conozco esta ciudad italiana que Cervantes calificara como la más bella del mundo.

Siendo dos chicas las protagonistas, y viviendo la época que vivimos, no hay que desdeñar el mensaje reivindicativo que tiene la serie. En efecto, estas chicas, lideradas por Lila, se revelan contra el dominio del varón, que debía de ser especialmente exagerado en esos años y en esa zona de Italia. Si bien Lenu es mucho más callada y reflexiva que la rebelde y explícita Lila, es claro que su actitud es similar, aunque haya escogido otras vías para desarrollarlo. En efecto, mientras que los medios económicos de Lila no le permiten su desarrollo académico, por lo que su rebeldía se canaliza hacia las relaciones con sus pretendientes, Lenu sí cuenta con el apoyo firme de su padre (y luego de su madre también) para continuar en el colegio y buscar de esa forma su independencia del varón.

La serie no tiene grandes sorpresas ni escenas espectaculares, pero es un placer verla e ir cogiendo cariño a las protagonistas, sobre todo a la rubita Elena. También tiene escenas emotivas, entre las que yo me quedo con la fiesta de Año Nuevo en la azotea de los Carracci.

Como dije, tiene ocho capítulos de 1 hora de duración, y ya hay anunciada segunda temporada.

jueves, 24 de enero de 2019

El caballero de los Siete Reinos ("The Hedge Knight"), de George R.R. Martin

Como se supo a poco "Fire and Blood", sobre todo por no terminar, decidí ponerme con estos tres relatos cortos de Martin, que tenía encolados desde hace un tiempo. También tengo preparado otro libro de Martin sobre los Siete Reinos ("The World of Ice and Fire"). En fin, así iremos pasando como podamos el tiempo hasta que lleguen "The winds of Winter" o como quiera que se llame la sexta entrega de Juego de Tronos.

Recojo en esta reseña, junto al cuento que la da título, otros dos: The Sworn Sword y The Mistery Knight, que, aunque creo que se publicaron por separado, no justifican ni por extensión ni por temática tres entradas en este blog.

Estos relatos se sitúan unos 100 años antes de los acontecimientos de Juego de Tronos, o sea, en un periodo que tampoco cubre el primer volumen de las crónicas de Fire and Blood. Sus protagonistas son Dunk y Egg, nombres más propios de cuentos de niños, aunque no sea el caso: Dunk viene de Sir Dunkan, un chaval muy alto proveniente de Flea Bottom en King's Landing, creado caballero por su antiguo señor, Ser Arlan de Pennytree, antes de morir. Egg es su escudero, pero su mote viene principalmente de abreviar Aegon, lo que da ya un pista de que el chavalín tiene sangre Targaryen. O sea, que mindundi nada.

Cada uno de los relatos, cortos, nos cuenta una aventura de la pareja, muy propia de caballeros andantes. En "The Hedge Knight" y en "The Mistery Knight" la trama ocurre en torno a torneos, y en ambos hay apariciones imprevistas de la realeza, que asumo serán mencionadas en el segundo volumen de las crónicas Targaryen. O sea, que se imbrican con solvencia en la historia general.

Por su parte, "The Sworn Sword" relata el papel más humilde los caballeros contratados por pequeños señores, y se refiere a acontecimientos más mundanos, como las rencillas entre señores vecinos. En todos los casos, tendremos oportunidad de probar la rectitud moral del protagonista.

Aunque por formato y narración parecen cuentos infantiles, como he dicho, que nadie se engañe. No tarda en aparecer la violencia propia de la época y de la narración de Martin. Estamos en la Edad Media en crudo, y se puede perder la vida o la mano por una tontería. Desafortunadamente, aparte de esto, no estamos ante el mejor Martir de Juego de Tronos: la narrativa es convencional, no te absorbe. Incluso en el tercer de los relatos, la cosa se hace aburrida, primero, por centrarse mucho en los detalles del torneo, y segundo, por la cantidad de personajes que se cruzan en el relato sin darnos tiempo a consolidar su conocimiento.

Sin duda, el que más me ha gustado es el relato "The sworn sword", en que hay interesantes reflexiones sobre la lealtad y traición en las guerras civiles, que asolan Westeros como lo han hecho con muchos países cada vez que se requería determinar un sucesor. De allí saco, por ejemplo, esta afirmación: “Treason… is only a word. When two princes fight for a chair where only one may sit, great lords and common men alike must choose. And when the battle’s done, the victors will be hailed as loyal men and true, whilst those who were defeated will be known forevermore as rebels and traitors. That was my fate.”("Traición... es solo una palabra. Cuando dos príncipes luchan por una silla donde solo uno se puede sentar, grandes señores y personas normales deben elegir. Y cuando la batalla termina, los vencedores serán saludados como hombres leales y verdaderos, mientras que los derrotados serán conocidos por siempre como rebeldes y traidores"). O, en otras palabras: La historia la escriben los vencedores.
 
Afortunadamente, contrariamente a lo que ocurrió en el siglo XX, en aquella época, reflexiona Dunk: "Kings rise and fall, and cows and smallfolk go about their business". Vamos, que las luchas de reyes no afectaban demasiado a la gente, lo que es indicio de libertad, en comparación con lo que ha ocurrido con el estado moderno.
 
Ya he dicho que Martin no está tan brillante en estos relatos como en Juego de Tronos. Sobre todo se echa de menos esa cierta sorna que atesoran muchas de las frases lapidarias de sus personajes. No obstante, alguna cosilla hay, con la que cierro ya esta reseña. En la boda que celebran en "The Mistery Knight" abren una empanada y salen pájaros: 
“One-and-twenty sorts of birds,” said Ser Kyle. ("Ventiuna clases de pájaros")
“One-and-twenty sorts of bird droppings,” said Ser Maynard. ("Ventiuna clases de cagadas de pájaro")
“You have no poetry in your heart, ser.” ("No tiene poesía en su corazón, señor")
“You have shit upon your shoulder.” ("Tiene una cagada en el hombro")

miércoles, 23 de enero de 2019

Serie: The End of the Fucking World

Seguimos a la caza y captura de series británicas de humor, aunque a veces me equivoque y no lo sean propiamente. En principio, abordo cualquier cosa de duración inferior a 30 minutos como pista inicial.

Es el caso de la que comento ahora, que no es propiamente de humor, aunque sus capítulos son de 20 minutos, para una primera temporada de 8 (y hay anunciada segunda). La historia que nos cuenta está basada en un cómic de Charles Forsman. Y aunque no lo supiera, tanto la estética como la temática invitan a pensar que, en efecto, está inspirada en un cómic.

La trama es, cuanto menos, truculenta, empezando por los mismos protagonistas. Estos son dos adolescentes, un chico y una chica. El chico es un psicópata (al menos, eso cree él), con el objetivo de matar un ser humano, tras haber ensayado diversas veces con todo tipo de bichos. La chica es el prototipo de outsider impertinente cansada de la sociedad. Ambos deciden pirarse juntos de sus casas, la chica por hastío, el chico, bueno, el chico es fácil imaginar por qué, y no es por el sexo.

Y así ambos se embarcan en un road trip por las carreteras inglesas, con las cosas "típicas" que pasan en un road trip. Al menos, si es un road trip a la pulp fiction. La serie tiene un punto provocador, con algunas escenas de verdadero humor negro. A mí, personalmente, me resulta graciosa la chavala al principio, cuando se dedica a provocar a todo el mundo y conseguir que se cabreen. Y también aprecio el homenaje a "How I met your mother" y sus "Five hundres miles" que se hace en el capítulo seis.

La narración propiamente se ve constantemente interrumpida por los pensamientos de ambos, lo que le da una gran originalidad al relato. Se nos muestra en toda su crudeza el contraste entre la aparente seguridad de los adolescentes, y las dudas que les están carcomiendo bajo la fachada. Por ejemplo, como Alyssia (la chica) confunde los "Yes" de James a sus propuestas, pensando que es un tipo decidido y arrojado, cuando éste en cambio está diciendo "Yes" porque no se le ocurre nada que decir.

Los actores lo hacen estupendamente, especialmente Alex Lawther interpretando a James, una especie de Sheldon (The Big Bang Theory) con instintos criminales. Y a Jessica Barden, Alyssia, se le va tomando cariño poco a poco. Completan el elenco de personajes los padres de las criaturas, los figuras que encuentran en su trayecto, y las dos policias que investigarán el caso, una de las cuales está interpretada por Gemma Whelan, a la que hemos visto mucho en Upstart Crow, y algo también en Juego de Tronos.

Veré la segunda temporada.

lunes, 21 de enero de 2019

Yo, Julia, de Santiago Posteguillo

Santiago Posteguillo es uno de esos novelistas a los que "sigo", en el sentido de que en cuanto me entero de que ha publicado novela, la leo. Ello se debe a su magnífica, increíble, trilogía de Escipión el Africano, una de las mejores novelas históricas que he leído, sino la mejor. Aún recuerdo cómo se saltaban las lágrimas de emoción tras leer la batalla de Zama. Para mayor mérito de Posteguillo, he de decir que dicha trilogía la leí nada más acabar con Juego de Tronos, o sea que se enfrentaba a un referente brutal para mantener el tipo. Y vaya si lo mantuvo.

Tras esa primera trilogía, dedicó otra a Trajano, bastante más floja. Creo que ya en este blog hice la entrada de su tercera entrega ("La legión perdida"). Pues bien, en esta novela, que ya no una trilogía, Posteguillo sigue con el imperio romano. Hace un fast-forward y nos coloca al final de la peli "Gladiator", esto es, en los últimos años de Comodo, el sucesor de Marco Aurelio.

La protagonista del libro, la Julia que le da título, es la esposa de Septimio Severo, gobernador del Danubio y jefe de tres legiones, y llamado a ser Emperador de Roma. Los sucesos que se nos cuentan son, precisamente, esta guerra civil ocurrida tras el asesinato de Comodo por su guardia pretoriana.

La historia comienza con Julia en Roma. Comodo tiene claro que el poder militar es la clave para mantenerse en el trono, y su táctica es sencilla. Sí, tiene que tener generales al mando de legiones para defender las fronteras del imperio; pero los puede controlar (impidiendo que dirijan sus legiones contra Roma), manteniendo a sus esposas e hijos como rehenes. La otra clave de su poder es, por supuesto, el mando de la guardia pretoriana, para controlar la capital.

Así pues, lo más útil que puede hacer Julia por las ambiciones de su marido es, precisamente, huir de Roma, porque una vez fuera nada habrá que impida a su marido hacerse con el poder. Algo que no podrá hacer con Comodo, pero sí con  su sucesor Pertinax, elegido por la guardia pretoriana tras matar a Comodo. Pertinax, quien supuestamente debería conducir la transición hacia un nuevo emperador de consenso (como había hecho Galba con Trajano), tampoco satisface las ambiciones económicas de sus pretorianos, y corre la misma suerte de su predecesor. El poder pasa a un rico senador llamado Juliano, que sí es capaz de cumplir sus pagos a los pretorianos, pero que poco podrá hacer contra la amenaza de las legiones de Septimio Severo, ya agrupado con Julia, quien no le dejará en el resto de la novela.

Los restantes obstáculos para llegar al trono serán los otros dos gobernadores regionales coetáneos de Septimio Severo, ambos al mando de numerosas legiones también. Por un lado, Pescenio Nigro en el oriente del imperio; por otro, Clodio Albino (negro y blanco, curioso), en occidente (Britania, Hispania y el Rhin). Contra estos enemigos sí tendrá  oportunidad Posteguillo de usar su técnica narrativa para las batallas, algo con lo que nos deslumbró en la trilogía de Escipión. En efecto, nos contará una batalla en cada una de las campañas, la batalla de Issos en la guerra contra Nigro, y la de Lugdunum (Lyon), contra Albino. Por desgracia, ninguna de esas batallas está a la altura de las libradas por Escipión contra Anibal, y por tanto tampoco su narrativa alcanza cotas heroicas o dramáticas.

En suma, tenemos unos personajes (Septimio Severo y sus rivales, la propia Julia), relativamente desconocidos, o, de otra forma, sin grandes acciones que los hayan hecho pasar a la historia. De hecho, el gran mérito de Septimio y Julia parece ser haberse dado cuenta de que el control del ejército les permitiría controlar el poder. A partir de aquí, la victoria en las batallas, tal como las cuenta Posteguillo, no fue por genio militar, sino más bien por suerte y arrojo en algún momento.

Así que ¿qué nos queda? Por supuesto, Julia. Julia, detrás de cada acción de su marido (literalmente, no solo en sentido figurado); Julia, intuyendo los ataques a su marido; Julia, la esposa y amante fiel de Severo; Julia, cuya ambición va más allá del imperio, hasta la dinastía. Por supuesto, a Julia hay que buscarle una rival de su mismo sexo. Muerta Livia (la esposa de Augusto y gran protagonista de Yo, Claudio, que hubiera sido una rival digna), Posteguillo se inventa a una tal Salinatrix a la que pone de esposa a Albino, el "malo final" de la novela.

Por si alguno tuviera dudas sobre el enfoque femenino de la novela (confesado explícitamente por Posteguillo en un innecesario epílogo, ¿toma por tontos a sus lectores?) tenemos un repaso de las emperatrices romanas desde la citada Livia hasta la predecesora de Julia, la esposa de Comodo. Excelente repaso, por cierto, aunque un poco forzado en la trama, en este caso, en un diálogo entre dos personajes secundarios. Y, para remachar, tenemos a Galeno en el cierre de su diario repasando las acciones de Julia, recién contadas en la novela. Vamos, como esas películas americanas que nos tienen que explicar las cosas obvias.

Pero bueno, todo esto es anecdótico. La novela se lee muy bien y es muy instructiva. No llega al nivel de los Escipiones, pero mejora algo las dos primeras entregas de Trajano. Y me parece bien (y oportunista) que Posteguillo reivindique una figura histórica femenina, como puede ser esta Julia, aunque no hacía falta que nos lo explicitara. La fuerza de Posteguillo es sobre todo su poder narrativo casi escenográfico, es algo que hace muy bien; por contra, detecto que descuida un poco el lenguaje: hay una frase "Ellos no pertenecían allí" que no es español y suena a traducción directa de "They did not belong there".


Por cierto, los lectores de Posteguillo sabemos que le gusta incluir a alguna personalidad romana de la época, no directamente relacionada con el poder. En su primera trilogía el elegido fue el comediante Plauto; en la segunda, el arquitecto Apolodoro de Damasco. En esta ocasión, como apunté más atrás, le toca a Galeno, quien será el conductor de la trama mediante las entradas en su diario al comienzo de cada una de las cinco partes del libro.

sábado, 19 de enero de 2019

Serie: Fleabag

Otra serie cómica corta que veo; no me canso de probar este tipo de series. Aunque la serie concreta no te entusiasme, alguna sonrisa siempre consigue; y tampoco las tienes que dedicar demasiado tiempo, porque, como he dicho, son cortas, en este caso, una temporada de seis episodios de 25 minutos. Además, si la serie es inglesa tiene el aliciente de que arriesgan más con el humor.

Se trata, al parecer, de la adaptación de una obra de teatro de cierto éxito. La protagonista, la tal Fleabag (interpretada por Phoebe Waller-Bridge, desconocida para mí hasta ahora), regentaba un café con su amiga de toda la vida, hasta que ésta falleció. En la serie se nos cuenta su vida post-trauma, enmarcada en sus relaciones con su hermana Claire, su padre y madrastra, su novio de quita y pon, y sus relaciones sexuales.

La serie tiene una alta carga sexual, sobre todo en los primeros episodios. Para que luego digan que los hombres estamos obsesionados por el sexo. Parece que también algunas mujeres, y no lo digo solo por Fleabag, porque la serie parece más enfocada al público femenino que al masculino.

Se deja ves bastante bien. Sin llegar a desatar la carcajada, es de esas series que califico como simpáticas. No nos priva tampoco de momentos absurdos, como ocurre en toda serie cómica inglesa que se precie (las consecuencias del regalo de la cobaya, o el salir a correr por un cementerio).

Lo que más me gusta de la serie son los momentos de complicidad que tiene Fleabag con el espectador. Digamos que en la dinámica narrativa hay constantes apartes de Fleabag, así como miradas cómplices a la cámara; aparte, en escenas puntuales se entremezclan los recuerdos de Fleabag con su amiga fallecida, así como escenas imaginadas por ella. Por quedarme con una escena, la del ginecólogo al principio del quinto capítulo, explorándola para ver si tiene algún bulto en el pecho.

En principio, la serie no está cerrada. Hay anunciada una segunda temporada para este año, aunque no me resulta información fiable dado que la primera temporada remonta a 2016.

viernes, 18 de enero de 2019

El reino del lenguaje ("The Kingdom of Speech"), de Tom Wolfe

Tom Wolfe es uno de mis escritores contemporáneos preferidos, y del que trato de leer las obras según me entero de su existencia. Le descubrí con un par de novelas ("La hoguera de las vanidades" y "A man in full"), y desde entonces le he leído sin decepción sus otras dos novelas ("I am Charlotte Simmons" y "Bloody Miami"), e incluso obras más raras como "The Right Stuff" o "The Electric Kool-Aid Acid Test". Digo esto para que nadie se extrañe de que me adentre en un tema como el que anticipa el título de este libro, si es de la mano de Wolfe.
 
Y tampoco me están extraño el tema, pues va de la génesis y definición del lenguaje. El punto de partida de Wolfe es un artículo de Chomsky junto con otros intelectuales en que vienen a decir que tras 150 años de investigación, seguimos sin saber nada del origen del lenguaje. Para Wolfe, el lenguaje es lo que ha hecho que el hombre domine a los demás animales y el mundo, y le parece mentira el estado de arte sobre tan importante concepto. Y comienza a meter viajes.
Dos son sus objetivos preferentes: Darwin y Chomsky. Wolfe llega a equiparar la teoría de la evolución a las cosmogonías míticas (!!) y además afirma que el Darwinismo se extendió por un esfuerzo consciente de marketing en un entorno favorable a estas ideas. Para él, el problema es que Darwin no llega a explicar la creación del lenguaje (lo que diferencia al hombre) y por lo tanto la teoría de la evolución está incompleta. Aprovecha para reírse de los intentos de Darwin de fijar tal origen en el canto de los pájaros, así como del abusivo uso que hace su perro para justificar su hipótesis. Divertido Wolfe, aunque se esté metiendo con uno de los científicos más importantes de la historia.

Esta primera parte es un poco cargante y va en demérito de Wolfe. Lo que podía o no saber Darwin en su momento ha sido muy superado y completado con otros muchos académicos de mérito, por lo que me parece absurdo poner en duda la teoría de la evolución solo porque, según él, Darwin no llegó a explicar el origen del lenguaje humano. Wolfe, eso sí, no pierde su brillantez expresiva: "To say that animals evolved into man is like saying that Carrara marble evolved in to Michelangelo’s David" (penúltima frase del libro).

En todo caso, la mayoría de los dardos y los más puntiagudos los reserva Wolfe para Chomsky, el creador de una nueva disciplina analítica, y considerado durante mucho tiempo como un científico o filósofo a la altura de los históricos. Chomsky postuló que el lenguaje tenía una "estructura profunda" común a todos los seres humanos, lo que daba lugar a una "gramática universal", todos ellos servicio por un órgano ("dispositivo de adquisición del lenguaje") supuestamente incardinado en el cerebro. Aún no se ha podido constatar la existencia de este órgano.

Pero es que Chomsky, no contento con ser un científico rompedor, optó por ser un intelectual comprometido, pasos por la cárcel incluidos (aunque siempre llegando a tiempo a casa para cenar, como dice jocosamente Wolfe). Así que la actividad politica de Chomsky incrementaba su reputación como lingüista, y a su vez ésta realimentaba su reputación como intelectual comprometido, y así sucesivamente hasta llevarle al trono de los intocables. Una vez divinizado el autor, a nadie podría extrañar que su ciencia se transformara en religión.

Y así parece que fue. Los lingüistas chomskystas hacían su análisis desde los despachos universitarios sin mojare con la realidad terrenal. Lo primero que nos apunta Wolfe es que Chomsky solo sabía inglés, lo que es un dato sorprendente en alguien que postula que hay una gramática única. ¿Cómo puede hacerlo sin saber más idiomas?

Sin embargo, la fuente principal de problemas de Chomsky fue Daniel Everett, lingüista originalmente seguidor de Chomsky, que sin embargo no era reacio a ensuciarse las manos con la evidencia empírica. Algo que, de hecho, hizo durante más de 30 años con una tribu del Amazonas, los Pirahã. Wolfe detalla con bastante extensión la controversia, y hasta recomienda la lectura de un best seller de Everett ("Don't sleep: There are snakes"), sobre su vida en la selva y su aprendizaje sobre el lenguaje, que fue fundamental para derribar los mitos creados por Chomsky.
 
El caso es que después de la polémica quedó establecido que ni lenguaje ni estructuras lingüísticas están grabadas a fuego en nuestro cerebro por un proceso evolutivo, y que el lenguaje no es más que un instrumento, eso sí, el instrumento por excelencia, que los seres humanos utilizamos para facilitarnos la vida. Wolfe explica las palabras como códigos nemónicos que nos facilitan la referencia a las cosas que nos rodean.

Como creo que se puede apreciar, aún no estando demasiado interesado en el tema (y tener una cierta desconfianza sobre lo que dice Wolfe tras la arremetida contra Darwin), lo cierto es que el estilo de Wolfe te absorbe y te transmite perfectamente la pasión del escritor por el asunto. Eso unido a los numerosos momentos de humor y a la brillantez con que escribe Wolfe, justifican perfectamente la lectura de este ensayo.

Aquí os dejo una de las frases más Wolfianas del libro, con un manejo magistral de los adjetivos, imposible de replicar en castellano, y de traducir no digamos: 
"...two air-conditioned, centrally heated, room-serviced, DUX-mattressed, turned-down-quilted, down-lighter-lit, Wi-Fi-wired, flat-screen-the-size-of-Colorado’d, two-basin-bathroomed, debouched-silk-draped, combination-safed, School-of-David-Hicks-carpeted, Bose-Sound-systematic, German-brass-fixture-showered hotels…"
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jueves, 17 de enero de 2019

Serie: Derry Girls

Esta serie es una serie cómica, que transcurre en Londonderry (para los ingleses), o Derry para los irlandeses, en los años 80, o sea, con la presencia del IRA y del ejército inglés en las calles. Las protagonistas son cinco adolescentes, cuatro chicas y un chico, que asisten a un colegio católico. Con este marco, tenemos dosis del típico humor inglés, esto es, sin ningún tipo de corrección política, algo que da mucho juego en un escenario con un colegio católico.

Las chicas son de clase media-baja. La protagonista principal vive con sus padres, su tía, la que parece ser su prima (otra de las protagonistas) y el abuelo. Una de las dinámicas divertidas es la relación abuelo-padre, básicamente de desprecios absoluto del primero por el segundo, como también ocurría en Mira lo que has hecho. Las otras dos chicas son el estereotipo de histérica y el de sexualmente avanzada. Completa el grupo un chaval inglés que tiene que ir al colegio de chicas para evitar que le sacudan en el colegio de chicos. Siento decir que a mí es el que más gracia me hace, pese a ser una serie de chicas. Y es que todas las chicas me parecen demasiado histriónicas en su actuación, empezando por la protagonista principal, una tal Saoirse-Monica Jackson.

La temporada es corta, se trata de seis episodios de 20 minutos, y en tan poco tiempo es relativamente difícil tomar preferencias entre los protagonistas. Acabo de afirmar mi ligera preferencia por el chaval, que se pasa la vida aclarando que no es gay y buscando infructuosamente un baño de chicos en el colegio. Pero seguramente la que tendería a ganarse mi afección si siguiera viendo la serie sería la monja directora del colegio (Tara Lynne O'Neill), cuyos apartes y general escepticismo tienen su punto de humor.

Como también he dicho, se trata de humor inglés sin complejos, que no tiene ningún tipo de reverencia por nada, como tendremos ocasión de ver, por ejemplo, en el capítulo 4 con la visita de los ucranianos, o en el capítulo 3, con el milagro del lloro de la Virgen y del perro resucitado. Por lo demás, me parece apreciar una cierta inspiración Sharpiana (de Tom Sharpe, el conocido escritor humorístico creador de Wilt) de bastantes de las escenas, como la final del capítulo 1 o el atasco en medio del desfile de los Naranjas en el último.

La verdad es que no me ha entusiasmado, pese a mi afición incondicional por el humor inglés, pero quizá es porque no le he cogido el gustillo. Por cierto, la banda sonora es un punto a favor, con conocidas canciones de los 80 y quizá sobredosis de Madonna. Hay anunciada segunda temporada, que tal vez vea.

miércoles, 16 de enero de 2019

El dilema de los innovadores ("The Innovator's Dilemma"), de Clayton M. Christensen

Este libro es un verdadero clásico reciente de literatura de Management, siendo conocido y citado por tipos como Jeff Bezos (presidente de Amazon), Eric Schmidt (CEO de Google) o Bill Gates. Pues bien, a la tercera vez que le oí en boca de estas gentes, fue la vencida, y decidí leermelo.

Lo primero que he de decir es que el libro es excelente, un verdadero ejemplo de cómo llevar a cabo investigación en un campo tan complejo como es este de Strategic Management. La investigación es concienzuda y rigurosa. Chapeau por Christensen. Además, obtiene resultados bastante contraintuitivos y es capaz de explicarlos de forma convincente. Esto es, identifica y caracteriza correctamente el fenómeno, y lo explica con base en diversas teorías de management, coherentes en general con la teoría económica austriaca. Finalmente, con este conocimiento, es capaz de aplicarlo para proponer soluciones a las empresas que se enfrentan a situaciones como las analizadas.

El único caveat que tengo es que las situaciones que analiza Christensen, siendo importantes y recurrentes, no tienen a mi entender gran relevancia para lo que hacen o han hecho los grandes de Internet, aparte de poder crearles paranoia. Pero, yo soy un mero lector, no soy emprendedor como lo grandes nombres citados más arriba.

¿Cuál es la principal aportación de este libro? Christensen sostiene que muchas veces la excelencia de una empresa y sus gestores en servir a sus clientes, es precisamente lo que impide a esa empresa reinventarse para reaccionar ante lo que él llama "innovación disruptiva". La observación es tremenda, se mire desde donde se mire: desde el punto de vista del gestor, le está diciendo que precisamente cómo hace bien su trabajo y satisface bien a los clientes, será desarbolado por empresas disruptivas. Desde el punto de vista teórico, las empresas obtienen beneficios precisamente adecuando su estructura productiva a las preferencias de los individuos. Pero lo que nos dice Christensen es que eso no ocurre, más bien, que no permite a la empresa reaccionar ante innovaciones disruptivas que las llevan a la desaparición, pese a hacer perfectamente su trabajo.

Christensen contrasta con abundante evidencia empírica que esto ha pasado en bastantes industrias. El caso que estudia con más profundidad y lujo de detalles, es el de los discos duros. Pero también le dedica atención al de hornos metalúrgicos, excavadoras, programas de contabilidad o motocicletas. El seguimiento de cada uno de ellos exigirá del lector familiarizarse previamente con los drivers del sector, algo a lo que Christensen dedica espacio.

¿Y por qué pasa esto? La verdad es que la explicación es, no solo convincente, también elegante. La resumo. Las empresas exitosas se enfocan a dar el mejor servicio posible a sus clientes. En consecuencia, su objetivo es mejorar el desempeño de aquellas funcionalidades o atributos del producto que más valoran sus clientes. Desde el punto de vista de tecnología, estos se consigue con las que Christensen llama "tecnologías sostenibles" (en oposición a las disruptivas, nada que vez con que sean medioambientales); desde el punto de vista organizativo, tanto empresa, como empleados,  como canales de distribución se orientan a cubrir estas necesidades.

Sin embargo, pueden aparecer tecnologías que satisfagan mejor otros parámetros no valorados inicialmente por el mercado principal. Las empresas desecharán su uso por no acrecentar la funcionalidad en los términos demandados por sus clientes: no les pueden dedicar recursos.

Mientras los desarrollos sostenibles de la empresa estén por debajo de la funcionalidad demandada por los clientes, su negocio no se verá amenazado por las disruptoras. Pero llega un momento, al menos en las industrias analizadas por Christensen, en que el esfuerzo innovador supera el nivel de funcionalidad que quiere el mercado mainstream. Ese es el momento peligroso, pues los clientes empiezan a valorar otros atributos del producto, que quizá estén mejor resueltos por la tecnología disruptiva.

Por su parte, esta tecnología disruptiva es viable al principio en mercados distintos del mainstream, en que básicamente la rentabilidad es menor (por eso no interesan a los agentes establecidos). Sin embargo, en el momento en que encuentra una demanda, esa tecnología puede sufrir mejoras también en los parámetros demandados en el mainstream, hasta converger con las preferencias de estos clientes, pero llegando con un nuevo atributo ahora valorado. Por ejemplo, con discos duros, al principio solo se valora el coste por MByte de almacenamiento, el tamaño da igual; en algún momento, se empiezan a demandar discos duros pequeños (por ejemplo, para portátiles) aunque su coste por MB fuera muy superior. La disrupción se produce cuando los discos duros pequeños son capaces de ofrecer costes por MB razonables, aunque no sean inferiores a los del disco duro normal, porque ya la gente empieza a valorar el tamaño, al ver poca diferencia en precios.

Como he dicho, me parece un magnífico hallazgo. Por supuesto, Christensen completa su libro con recomendaciones a las empresas de cómo actuar e identificar innovaciones que pueden ser disruptivas para su empresa, dedicando su atención al caso del coche eléctrico (el libro es de finales del XX, no se olvide). La principal recomendación es que las empresas deben de crear unidades independientes para tratar de lanzar tecnologías disruptivas, pues es prácticamente imposible que puedan triunfar dentro de la organización principal orientada al mercado mainstream.

Por mi parte, solo puedo recomendar la lectura de este libro, aunque, claro, solo a la gente que esté interesada en gestión empresarial, marketing y estas cosas. También puede ser interesante para economistas interesados en el papel del emprendedor.

martes, 15 de enero de 2019

Fuego y Sangre ("Fire and Blood"), de George R. R. Martin

La madre que le parió a Martin, lo ha vuelto a hacer. Así que antes de seguir me apresuro a aclarar que "Fuego y Sangre" es la primera entrega de una saga, no es una novela que autoconcluya. Lo digo por si alguien no es consciente de George R.R. Martin es el autor de La Canción de Hielo y Fuego, esto es, Juego de Tronos, y de que sus seguidores llevamos esperando casi 10 años por la sexta entrega de la épica saga. Como bien sabéis la serie televisiva de HBO está a punto de terminar.

El caso es que ya nos tiene otra vez esperando Martin por entregas de sus sagas, por si una no fuera suficiente. Para más inri, este libro es una especie de precuela de los sucesos de Juego de Tronos, por lo que nos deja tirados sin llegar a contarnos los sucesos inmediatos que llevaron al punto de inicio de la citada serie. Esto es, no nos explica las relaciones Stark-Baratheon-Targaryen o por qué aparecen Dany y su hermano en donde aparecen.

La pregunta es, ¿por qué se le aguantan estos desplantes a Martin? Pues porque escribe de forma espectacular. No conozco ningún escritor que sea capaz de trasladarte a la Edad Media (aunque la suya sea una Edad Media falsa) como éste, y encima aderece tu estancia con tantas y tan amenas intrigas. Aunque sepas que el libro te va a dejar tirado, merece la pena leerlo: como dicen, lo importante es el camino, no el destino.

Jamás creí que leería otra vez fantasía épica, y con tanto entusiasmo, cuando en 2008 retomé el género con la épica saga Canción del Hielo y Fuego. Mi pasión por El Señor de los Anillos (leído cinco veces) me llevó a sobreexplotar la lectura del género. Por mis manos pasaron las Crónicas de la Dragonlance, las Leyendas de la Dragonlance, La Espada de Joram... y montones de trilogías que el tiempo ha borrado de mi memoria. Por supuesto, leí cosas buenas, pero leí también mucha basura que se había publicado al calorcillo del éxito del género. En algún momento debí madurar y decidí que ya estaba bien de deglutir basura. E abandoné completamente el género: creo recordar incluso ver en las librerías la primera entrega de Canción de Hielo y Fuego (publicada en 1996) y ubicarla mentalmente en el género de "otra trilogía basura de fantasía épica").

Pasaron muchos años. Y empezó a emitirse Juego de Tronos en HBO. En ese momento no me interesaban las series, y cuando empezaron a interesarme, una serie de fantasía épica tampoco era mi prioridad: aunque a priori el género me resultaba atractivo, seguía escaldado de tantas lecturas malas.
Pero dicha serie sí atrajo el interés de otros amigos lectores, que sí tuvieron paciencia para adentrarse en la saga por vía escrita. Fue la recomendación de varios de ellos (independientes entre sí) la que me hizo mirar con un cierto interés estas novelas. Y, cuando empecé a leer Juego de Tronos, debió de ser un capítulo lo que duró mi resistencia. A partir de ahí, las devoré sin pausa: recuerdo que el segundo volumen me lo leí en un día de lectura intensa en Bruselas, entre reunión y reunión.

Aprovecho para recordar ese gran momento de Juego de Tronos, tanto en los libros como en la serie, que es la muerte de Lord Eddard Stark. Por supuesto, la novela se leía magníficamente, pero la historia no dejaba de ser convencional. Muchos personajes, relaciones complejas, intrigas subidas de tono, pero al menos una referencia clara de quién era el bueno y quiénes los malos. Hasta que muere Lord Stark. En ese momento, todas nuestras suposiciones se vienen abajo, en lo que es una de las principales características de la saga: no te puedes fiar de nada ni de nadie, ni siquiera del autor. Los personajes principales pueden morir en cualquier momento, luego no hay personajes principales, y todas las lealtades dependen de la coyuntura, como en la vida misma, nada se puede dar por hecho.

Pero hablemos un poco del libro que nos ocupa. Fire and Blood nos trae de nuevo la narrativa inigualable de Martin, aunque esta vez se trata de una crónica de hechos, un libro de historia si se quiere, en que todas las intrigas ya se han realizado y sabemos cómo han terminado. La crónica es la de la dinastía Targaryen desde que Aegon I conquista Westeros. Y se estructura en más de un volumen, esperemos que solo en 2, pues en este primero solo alcanza hasta la regencia del príncipe Aegon III (año 157 después de la Conquista), mientras que el reinado Targaryen alcanza hasta el año 283 con el reinado de Aerys II, el Rey Loco, al que pone fin Robert Baratheon, en cuyo reinado comienza Juego de Tronos.

El estilo usado por Martin es el de un historiador citando fuentes, lo que le permite tomar una gran distancia de sus personajes, y así ser crítico con ellos o con las fuentes de los hechos. Puede parecer extraño, pero el genio de Martin hace que la narración funcione fantásticamente, incluso cuando está comparando fuentes. Tenemos continuamente frases textuales irónicas atribuidas a los participantes en la historia, que dotan incluso de momentos divertidos a la historia.

Entre los acontecimientos que conoceremos están la fundación de King's Landing (la explicación del nombre es obvia), la conquista de Westeros y los orígenes de sus Siete Reinos (dos de los cuales quedarán aniquilados, entregándose a familias que no estaban entre las siete originales, a saber los Baratheon y los Tully, mientras que los Tyrell sustituirán a los Gardeners; lo digo para los que, como yo, se han hecho un lío tratando de identificar los Siete Reinos a partir de la narrativa en Juego de Tronos), la historia del infame castillo Harrenhal y, sobre todo, el rol desempeñado por los dragones.

De hecho, la parte central y fundamental de la crónica es el periodo conocido como "The dance of the dragons" (aunque según el cronista debería llamarse "The death of the dragons"). A estas alturas, ya sabemos que Martin no descuida a ninguno de sus personajes, sean humanos, lobos o dragones, y que nadie desapare sin más de sus historias. Si no ha muerto, es que aparecerá cuando menos se lo espera. En Fire and Blood, esta cortesía se extiende también a los numerosos dragones que habitan Westeros. Uno por uno, nos contará su génesis y aventuras, hasta la muerte de cada uno. Vamos, que si crees que se ha olvidado de Baleryon una vez muere Aegon I, estás muy equivocado.

Un aspecto que no deja de sorprenderme en las novelas de Martin es la atención que presta a los temas económicos. Una y otra vez aparecen problemas de dinero para la corona, y Martin nos cuenta con qué impuestos tratan de resolverlo, y cómo ello afecta a la credibilidad y reputación de los gobernantes, así como al desempeño económico en general. Y cuando no hay problemas, Martin también tiene cuidado de informarnos de dónde está saliendo el dinero. Por cierto, descubriremos también los orígenes de la riqueza de los Lannister y de los Tyrell.

Son montones las frases que me han encantado en este libro. Martin es especialmente brillante a la hora de poner frases lapidarias en boca de sus personajes. Pero solo me quedaré con una, que ni siquiera traduciré: "But winter was coming."

Martin se merece que no recomiende este libro. No contento con dejarnos tirados en una saga, nos deja tirado en otra, y casi sin avisar. Pero da igual lo que diga y haga: el libro es magnífico y será irresistible para cualquiera que haya disfrutado de La canción de hielo y fuego. Eso, aunque sepamos que nos aguarda otra larga espera antes de terminar la saga.


lunes, 14 de enero de 2019

Serie: Homecoming

Esta serie está interpretada y producida por Julia Roberts, y dirigida por Sam Esmail, guionista de Yo, Robot. Junto a Roberts, son coprotagonistas Bobby Cannavale (el actor eternamente stressado, sobre todo en la serie Vinyl) y Shea Whigham. La serie tiene un formato extraño para ser dramática, ya que sus capítulos son de 30 minutos, 10 de los cuales conforman esta primera temporada.

La trama tiene que ver con un centro de acogida de veteranos vueltos de la guerra, para facilitar su reinserción en la sociedad. Dicho centro es dirigido por Heidi Bergman (Julia Roberts) quien reporta a Colin Belfast (Cannavale) en la corporación Geist. La historia comienza cuando Thomas Carrasco, un funcionario de DoD (Whigham) recibe una queja y comienza su investigación sobre lo qué pasó en el centro de Homecoming.

La historia entrelaza escenas de dos momentos temporales distintos: por un lado, el momento actual, en que transcurre la investigación, y por otro, lo que pasó en Homecoming. El director distingue ambos momentos temporales mediante el ancho de la imagen: lo que ocurre en la actualidad se presenta en imagen estrecha, mientras que los sucesos pasados en imagen completa. En algún momento de la serie descubriremos que esta forma de presentar las escenas tiene su razón de ser, pero no seré yo quien haga el spoiler.

La actuación de Cannavale es, como siempre, excelente, y es que es fácil ser un actor stressado. También lo hacen bien Whigham y demás participantes en la serie. Y la que es un pequeño desastre es Julia Roberts, de la que uno se puede plantear si alguna vez fue buena actriz o solo se quedó en mito tras "Pretty Woman". En esta serie ni siquiera esta guapa, además. En cuanto a la historia, ni fu ni fa, se hace aburrida por momentos, y tampoco tiene grandes sorpresas escondidas.

Entonces, ¿por qué destaca esta serie? Pues por ser un homenaje descarado al maestro del suspense, Alfred Hitchcock, empezando por el nombre de la protagonista (Heidi Bergman) y continuando con la música típica de suspense. Es fácil ver en los protagonistas masculinos al Cary Grant bueno (Whigham, el héroe anónimo zarandeado por los acontecimientos) y al Cary Grant malo (Cannavale tiene incluso un cierto parecido físico). Esos epílogos que se muestran de fondo de los títulos de créditos, en que básicamente el director nos dice que la vida sigue y que los protagonistas de la serie son solo una minúscula proporción del mundo, creo que también son hitchcockianos, como la eventual confesión de Carrasco de que él es tan un solo una ruedecilla en un complejo mecanismo que le supera. Y, por si alguien tiene dudas, hay un obvio homenaje a Los Pájaros en alguno de los capítulos, así como en el evento que supone un punto de inflexión en el desarrollo de la serie.

La verdad es que esta serie se sigue con algo de interés, pero con poco entusiasmo. Hay momentos en que incluso 30 minutos se pueden hacer largos, y es claro que esta serie está sobreestirada. Después de todo, las pelis de Hitchcock duraban hora y media o dos horas, no cinco. Aunque hay anunciada segunda temporada, no creo que la vea.



sábado, 12 de enero de 2019

Serie: Mira lo que has hecho

Segunda serie de humor española que veo en el último mes. La verdad es que se ven fácil, con independencia de su calidad, pues son temporadas de 6 capítulos de 20 minutos. En este caso, se trata de una serie creada y protagonizada por Berto Romero, del que presumo es un humorista de cierta fama. No solo eso, sino que Berto se interpreta a sí mismo, lo que hace la referencia al gran clásico Seinfeld inevitable.

Lo que han hecho Berto y su esposa Sandra (interpretada por Eva Ugarte) es tener un bebé. A partir de aquí, es claro que el humor va a girar en torno a las situaciones típicas que sufren los padres primerizos. Y la verdad es que la serie está lograda y es fácil identificarse con Berto y Sandra en sus vicisitudes, que todos los padres hemos sufrido. En primer lugar, la relación y presencia de los familiares, tanto directos como políticos. El mejor, el hermano de Berto (Jordi Aguilar), aunque tampoco está mal el suegro (Chete Lara).

Hay varias escenas memorables. Por ejemplo, la pelea entre los Youtubers del cuarto capítulo, ambos haciéndose un selfi mientras pelean. Y tampoco hay que perderse las interacciones con el grupo Whatsapp de la guarde: es curioso que todos los padres/madres ponen a parir estos grupos, pero todos nos mantenemos apuntados sine die. Sobre todo, estad atentos a los nombres que ha puesto Berto a sus integrantes, que aparecerán en pantalla conforme vayan saliendo del grupo tras el mensaje involuntario del protagonista. Por cierto, el pediatra del niño aparece en la agenda de Berto, como "Pediatra enano", otro detalle desternillante.

Pero, como en Paquita Salas, parece que los españoles no somos capaces de sostener el tono puramente cómico ni siquiera 120 minutos. Y tenemos un sexto capítulo muy dramático, lindando con lo trágico, en el que cuesta sonreir, aún siendo el tratamiento similar al de los capítulos anteriores. Por último, una crítica al lenguaje soez, que casi siempre es innecesario. Esta serie no abusa del mismo, afortunadamente, pero si hay escenas en que abunda. Para mi gusto, hacen desmerecer el nivel de la serie, pasando de ser una comedia bastante fina sobre unos padres primerizos, a algo chabacano, que jamás aparecería en comedias similares americanas, tipo la ya señalada Seinfeld.

viernes, 11 de enero de 2019

Serie: Narcos México

Aunque le han cambiado el nombre un poquito, queda claro que estamos hablando de la que podría ser la cuarta temporada de Narcos. El apéndice México se explica porque las tres primeras temporadas se referían a los Narcos colombianos, mientras que ésta, bueno, queda autoexplicado.

Las dos primeras temporadas se dedicaron a Rafael Escobar, mientras que en la tercera el protagonista fue el cartel de Cali. Para mí está claro que esta serie era para Escobar, y su gran éxito obligó a sus creadores a buscar formas de prorrogarla. Por ello, la tercera temporada era bastante más floja que las dos primeras (quizá por la pérdida de un "malo" con tanto carisma) y tampoco apostaba porque esta cuarta fuera a ser especialmente llamativa. Por cierto, que faltó poco para que Netflix la cancelara, debido a la muerte de uno de sus "location managers" en México.

El caso es que esta cuarta temporada es magnífica, francamente recomendable. El malo que se han buscado, Félix Gallardo (interpretado por Diego Luna), no es tan carismático ni tan famoso como Escobar, pero tiene su atractivo: un tipo emprendedor y muy ambicioso, que prefiere evitar la violencia así como la notoriedad. A su lado se mueven Don Neto (Joaquín Cosio) y Rafa Quintero (Tenoch Huerta), y luego otros asociados entre los que destaca la policia mexicana, representada por Salvador Osuna (Ernesto Alterio). Frente a ellos, se alza la figura de Kiki Camarena (interpretado por Michael Peña), verdadero revulsivo de una DEA adormilada en Guadalajara, y que actúa como contraparte de Félix Gallardo. Completa el reparto el usual grupo de esposas y amantes, de las que he de decir que el nivel de belleza es altísimo, aunque si me tuviera que quedar con dos, elegiría a la novia de Rafa Quintero, Sofia Conesa (Tessa la) y la oscura Isabella (Teresa Ruiz), quien abre las puertas del negocio al por mayor a Félix.

Con estos mimbres, la historia es la que ya conocemos de mafias y narcos: comienzos titubeantes hasta conseguir los primeros éxitos; empiezan a fluir los millones de dólares y atraen tímidamente la atención de la policía; vida de superlujo que los más débiles de personalidad no son capaces de llevar adecuadamente (en nuestro caso, encarnado en Rafa Quintero); creciente atención de la policía y primeros deslices; crecimiento desmesurado en ambición, y comienzo de la batalla.

No sorprende pues el relato que nos ofrece Narcos. Sí lo hace en cambio la forma de contarlo y la gran calidad de algunos episodios de la historia. Por ejemplo, (Spoilers) las escenas en que Camarena se infiltra en la plantación de marihuana, o las duales en que se monta la operación para quemarla.
Otros momentos buenos son aquellos en los que aparece Don Neto, o las reuniones en que Gallardo cuenta sus ideas a los demás miembros del cartel, en que se palpa la tensión. Y, por supuesto, hay una escena estelar en la serie, bien preparada: el encuentro de Gallardo con Escobar en el capítulo cinco, en que volveremos a tener oportunidad de ver a Wagner Moura diciendo "joputa", aunque bastante más delgado que en los últimos episodios de Escobar.

Sí sorprende, cuando lo comparamos con el caso colombiano, el grado de corrupción de la burocracia méxicana, encarnado sobre todo en sus fuerzas del orden, pero no solo. Desde el principio aparecen políticos queriendo aprovecharse del éxito de Gallardo, en todos los niveles. De hecho, apenas hay violencia en este cartel, porque está externalizado a la policía mexicana, y en estas condiciones se eliminan las rencillas internas. Quien dice policía, dice ejército, como se observa en algunos de los sucesos que nos cuentan de Tijuana. Y el principal obstáculo que confronta Gallardo para expandir su negocio a la cocaina es que ahora necesita el beneplácito del gobierno federal, no le basta con las autoridades locales de Guadalajara. Vamos, una barbaridad.

La serie consta de 10 capítulos de una hora de duración, y no hay ningún momento en que se haga aburrida. Ya hay anunciada segunda temporada, en que parece que la lucha será armada, y para la que han fichado a un peso pesado para luchar contra Gallardo: el actor Scoot McNairy (el informático de  Halt and Catch Fire, entre otros papeles). Tendremos un atisbo de él en los últimos minutos de la temporada.

jueves, 10 de enero de 2019

Relatos de Kolimá (I), de Varlam Shalámov

Varlam Shalámov es uno de los escasos rusos que estuvieron prisioneros en la "división" del Gulag en Kolimá, y volvieron para contarlo. Además, como el tipo tenía madera de poeta, lo hizo, en forma de relatos breves como los que constituyen este volumen.

Kolimá es esa península que está al NE de Rusia, casi tocando con Alaska; es, por tanto, parte de Siberia. Cuando vi y leí Dersu Uzala, creía que esos territorios tan inhóspitos eran precisamente los de Kolimá. Resulta que ni de lejos, los territorios que explora Dersu Uzala están mucho más al sur, más o menos a la latitud de Francia, mientras que Kolimá está en la latitud del Cabo Norte. O sea que si lo de Dersu Uzala parece terrible, lo de Kolimá es directamente inimaginable.

El caso es que allí había unas minas de oro a las que mandaban prisioneros del Gulag para que se redimieran con la nación mediante el trabajo físico en estas condiciones extremas. Sería interesante conocer si estas minas se siguen explotando en la actualidad. Imagino que las condiciones contractuales que tienes que ofrecer a trabajadores libres para ir allí igual hacen la explotación poco rentable, algo que no ocurría si podías mandar prisioneros a trabajar gratis, total qué más da que mueran. Ventajas de las dictaduras totalitarias.

Allá fue enviado Shalámov, y por increíble que pueda parecer, sobre todo tras leer los tres o cuatro primeros relatos de este libro, se allí pudo volver vivo. Los relatos que escribió se han agrupado en seis volúmenes en su traducción española, el primero de los cuales es el que comento.

¿Y qué me he encontrado? Pues verdaderas historias de terror blanco, aunque no contadas como si fueran de miedo. Ya a poco de empezar descubrimos que se puede saber si estás a -45ºC escupiendo al aíre: si el gapo se congela antes de llegar al suelo, la temperatura es inferior y la jornada será terrible, porque al menos a -30ºC hace un cierto calorcito.

Poco tardamos en darnos cuenta de que la vida y la muerte no son tan diferentes cuando estás en estos sitios, y que morir es cuestión de tener o no unos calcetines, haber podido o no comer 100 gramos más de pan, o llevarte bien con el hampón de turno. Sobre el declive físico de los prisioneros en estas condiciones hay multitud de referencias, pero las más explícitas se nos cuentan en uno de los últimos relatos, en que Shalámov (que en los relatos se llama Andreyev) "sufre" (en realidad, disfruta) una cuarentena por tifus. Paradójicamente, esta cuarentena, al impedir el trabajo, hace que los prisioneros resuciten físicamente.

Siendo terrible este declive físico, más llamativo resulta, y donde más brilla Shálamov, el declive moral de los prisioneros.Ya desde el principio, nos recomienda Shalámov que, al tratar con los otros, sigamos los tres mandamientos del preso: no creer, no temer y no pedir. Y al poco muestra su enorme escepticismo con la amistad: "Si la desdicha y la necesidad han forjado, han hecho nacer una amistad entre unos hombres, esto significa que la necesidad no era extrema ni muy grande la desdicha.". Vamos, que en condiciones extremas, el hombre solo piensa en su superviviencia, y  no hay concesión posible a sentimientos humanos.

Como consecuencia, y comparándose con los caballos, Shalámov concluye que el hombre domina el mundo precisamente porque es más resistente que los otros animales. En efecto, Shalámov comprueba que los caballos en las minas se dejan morir, cosa que no hacen muchos hombres. Aunque, eso sí, se transforman en escoria: "Las minas de oro arrojaban sin parar su escoria productiva a los hospitales, a las llamadas compañías de restablecimiento, a los poblados de inválidos y a las fosas comunes."

Desgraciadamente, a todo se acostumbra uno, incluso al horror. Y lo que ocurre con los relatos de Kolimá es que se hacen repetitivos. Claro, tampoco pasaban tantas cosas distintas en el invierno helado. Y una vez sorprendidos por la maldad de los llamados "hampones", por ejemplo, en los siguientes relatos ya ese elemento de sorpresa desaparece. Vamos, que Shalámov no es capaz de mantener una escalada de horror que impida esa repetitividad. Otro ejemplo: el comportamiento del stlanik (un árbol de la tundra) ante la llegada del invierno o del verano, se describe en varios de los relatos. O la puyita al lema de las prisiones.

Conforme avanza el libro, el interés solo se sostiene por la calidad literaria de Shalámov, que escribe bastante bien (era poeta, no olvidemos). Pero tampoco su virtuosismo me parece suficiente para justificar más tiempo dedicado a sus relatos de Kolimá, así que no creo que siga con los restantes volúmenes.
 
Os dejo un par de citas textuales, en la línea de amargura ya constatada:
- "Lo que había de irrepetible en la muerte no lo buscaban los médicos, sino los poetas."
- "Habíamos comprendido que la vida, incluso la más perra, consistía en una alternancia de alegrías y desdichas, de éxitos y fracasos, y no había por qué preocuparse de que fueran más los fracasos que los logros."


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miércoles, 9 de enero de 2019

Serie: Killing Eve

Una de las series de moda del año. Además, de factura inglesa, por lo que como mínimo había que darle el beneficio de la duda, tras los éxitos que acumulo de tal procedencia en los últimos meses. Por fin, esta primera temporada son tan solo 8 episodios de 40 minutos, aunque hay anunciada segunda (que yo ya no veré).

La protagonista es una hábil asesina rusa, de poderes casi sobrenaturales, llamada Villanelle, e interpretada por Jodie Comer (desconocida hasta ahora para mí). Frente a ella, tenemos a la usual policia de vida atormentada, Eve Polastri (Sandra Oh), a quien hay que matar según el título. Tercero en discordia es Konstantin (Kim Bodnia - el policia de Bron), el contacto de Villanelle y que le suministra sus objetivos.

Con estos mimbres, es fácil hacerse una idea de qué va a ir el tema. Villanelle se dedica a matar gente mientras es investigada por Eve y sus colegas, que poco a poco van cerrando el círculo sobre la asesina. Por supuesto, habrá sorpresas, pero no es cuestión de desvelarlas aquí.

Lo más novedoso es el tratamiento que se da a los asesinatos, en que los guionistas aprovechan para meter ciertas dosis de humor negro (no desagradable) aprovechando la psicopatía de la protagonista. Sin ser espectaculares, uno siempre está esperando cuál será la salida con la que Villanelle azuce a su nueva víctima.

Pero el pago que hay que hacer para mantener esta psicopatía es lo extremadamente absurdo de determinadas situaciones, que hacen la serie repelente a un público adulto (y quizá ello sea porque realmente van dirigidas a un público adolescente). En este sentido, me recuerda a Orphan Black (de la misma productora, BBC América), de la que llegué a la tercera temporada antes de darme por vencido en encontrarle una lógica.

Por ejemplo, y siento el "spoiler" menor: ¿cómo es posible que en las escenas finales del cuarto e iniciales del quinto capítulo, tres policías, TRES, estén huyendo de una sola asesina, por muy profesional que sea, que es a la que además tratan de capturar? Y mejor no hablar de las escenas finales de la temporada, en que se acumulan tonterías sobre tonterías, y eso que es precisamente en los capítulos 6 y 7 donde la trama toma un giro muy interesante.

Lo dicho, vista primera temporada, y serie archivada.




martes, 8 de enero de 2019

La plaza y la torre ("The square and the tower"), de Niall Ferguson

Niall Ferguson es un historiador de bastante prestigio en determinados círculos, conocido principalmente por sus trabajos sobra la familia Rotschild. En este libro, sin embargo, su investigación es más trasversal: su punto de partida es la asunción de que las redes han jugado un papel en la historia mayor del que reconocen los historiadores, que típicamente se centran en jerarquías (ie, el desempeño de Estados y Gobiernos).
 
Con esta asunción, Ferguson se dedica a hacer un recorrido por la historia mundial, más o menos desde el siglo XV, reinterpretando algunos de sus acontecimientos a la luz del papel que habrían podido tener las redes. Entre estos acontecimientos, como no podía ser de otra forma, están aquellos en los que Ferguson es experto (de otra forma, no entiendo su presencia), como la familia Rotschild, el diplomático Kissinger (su objeto de investigación actual) o el papel del imperio inglés en la historia. Da bastante importancia también a la invención y desarrollo de la imprenta, que conecta con la extensión del protestantismo, hasta el punto de reconocer que esta época post-imprenta junto con la actual de los 70, son las que más se han caracterizado por el dominio de las redes sobre las jerarquías.
 

Conforme Ferguson se va a acercando a la actualidad, los capítulos ganan en extensión, hasta llegar a las redes sociales actuales y a los Big Tech, a los que confronta con el Estado Administrativo que domina en la actualidad, y con el islamismo. Son quizá estos capítulos los que justifican el repentino interés de Ferguson por las redes sociales como fenómeno histórico, como una forma de subirse al tren del pim-pam-pum contra Facebook, Google y compañía.
 

Reconozcamos en primer lugar que Ferguson escribe bien. El libro es entretenido y se lee de forma casi compulsiva. Aunque la mayor parte del tiempo no entiendes por qué te está contando eso y no otra cosa (por qué habla de los Illuminati, o del general Walker en Borneo, o de los espías de Cambrisge, o de Pizarro y no de Cortés, o de la revolucion Taiping?). No digo que no sean episodios relevantes, digo que no explica por qué aquí son más relevantes las redes que en otros, o lo contrario. Tampoco hay una aplicación sistemática de la confrontación red-jerarquía. De hecho, ni siquiera es riguroso a la hora de concretar lo que es una red a efectos históricos, y mete en el totum revolotum tanto las redes de telecomunicaciones, como las de carreteras, o las redes formales e informales entre personas, llevándolo al extremo al reconocer que las jerarquías no son más que una forma concreta de red. Así pues, esa confrontación redes-jerarquía (la plaza y la torre del título, como bien explica el autor), no es algo forma, sino solo una consecuencia del trabajo de los historiadores, esto es, de su interpretación de la historia.
 

Por ello creo que resulta extraño el planteamiento del libro para cualquier economista versado en praxeología. Porque en el fondo, lo que Ferguson llama redes, es la acción de los individuos, fuera y dentro del Estado. O sea, lo que obviamente ha conformado nuestra historia, pues incluso los Estados o jerarquías no dejan de responder a las acciones de los individuos.
 

Ferguson empieza con la historia de los Illuminati. No tengo claro cuál es el objetivo de este principio, salvo mostrar el grado de erudición de Ferguson y poner al lector en su sitio. ¿Es quizá porque los ve como un ejemplo paradigmático de red? Pero, ¿es realmente paradigmático? Una sociedad secreta organizada dista mucho de una red informal o espontánea a la hora de contribuir a explicar acontecimientos históricos.
 

A continuación, dedica la primera sección a explicar la teoría de redes y grafos. Aquí introduce conceptos como la homofilia (tendencia a conectarnos con gente similar a nosotros), nodo de la red (con su cetralidad-número de conexiones, betweenness-relevancia de las conexiones, closeness-dispersión de las conexiones), los enlaces débiles, las redes "scale-free", o incluso los tipos de transformación que sufren las redes al entrar en contacto con otras (transposición, refuncionalidad y catalisis). Esta sección es realmente apasionante, pues Ferguson hace un gran esfuerzo por encontrar ejemplos históricos que puedan ilustrar estos conceptos básicamente matemáticos. En estos momentos, la tesis parece que va a dar mucho de sí: por ejemplo, cuando Ferguson concluye que la estructura de la red condiciona la viralidad que puedan alcanzar los mensajes.
 

A poco de comenzar su recorrido histórico, se transparenta lo que puede ser un error de Ferguson, y es su aparente confusión entre jerarquía y poder. Esto es, un estado puede estar muy jerarquizado, y sin embargo, tener poco poder sobre la sociedad, por lo que su influencia será escasa. Por eso, es engañosa la situación que describe para 1517, en que concluye que, como prácticamente todos los territorios del mundo de gobernaban con una monarquía, era una situación muy jerárquica. En mi opinión, eso solo se puede concluir si esas monarquías eran realmente poderosas en sus respectivos territorios. La cuestión es si lo eran. De hecho, mucho más adelante, cuando estudie los estados totalitario del siglo XX, y sobre todo el caso de Stalin, sí va a hacer hincapié en el poder de la jerarquía, y cómo ese poder le permite la disrupción de las redes sociales para facilitar así la supervivencia del régimen (estalinista). Pero ello también se puede interpretar como reducción de la libertad del individuo, sin tener que acudir al aparato de las redes para explicarlo.
 

El otro punto que hace desmerecer el inicio del libro es el tratamiento que da a la conquista de América por los españoles. No parece que este episodio le guste mucho a Ferguson (aún no habrá leído a Roca Barea y por tanto se basa en la leyenda negra). En todo caso, está un poco traído por los pelos decir que nuestros conquistadores formaban una red que pudo romper las jerarquías locales con gran facilidad. Como tengo reciente el tema por mi lectura de Esparza, tengo claro que aquello fue un esfuerzo de emprendimiento en un ámbito de gran libertad individual, y que si hubo redes, fue consecuencia de dicha actuación emprendedora y por qué convenía a tal esfuerzo. Por cierto, Ferguson se centra en la conquista de Pizarro y califica a los incas como mayas (!). 
 

Sería muy injusto caracterizar el libro por estos dos "fallos", pues su único problema es que ocurren nada más empezar el recorrido histórico. Como ya he dicho, Ferguson analiza otros muchos episodios históricos, tratando siempre de mantener una cronología. Y aunque en muchos de estos episodios la relación redes - jerarquía no es muy convincente, hay otros en que sí hace un análisis brillante. Llaman la atención, en otro orden de cosas, algunos detalles que nos cuenta en cada caso: por ejemplo, ¿que relevancia tiene para su tesis la identificación de los únicos tres nobles muertos en el Gran Terror? Pues ahí nos suelta sus nombres y títulos. Y, al hilo, ¿cómo es que nos cuenta el ascenso de Napoleón sin hacer un análisis de redes?
 

Uno de los capítulos más brillantes es aquel en que proporciona una explicación de un determinados episodios de la Primera Guerra Mundial (de la que, por cierto, dice que supuso el triunfo de las jerarquías sobre las redes). Los episodios en cuestión son tres: el intento de Alemania de organizar una jihad en los territorios de Francia e Inglaterra contra sus metrópolis; el uso del nacionalismo árabe para disgregar el imperio Otomano, promovido por Inglaterra; y la facilitación, con éxito, de la revolución bolchevique en Rusia por los alemanes, y cómo ésta se volvió contra sus causantes. Aquí sí utiliza su teoría de redes de forma acertada para explicar el resultado de estas tres estrategias. Otro momento en que parece convincente, o al menos riguroso, es cuando traza el paper de John Revere en el comienzo de la revolución norteamericana.
 

Y tras un apasionante relato de lo que podríamos llamar "Historia breve del mundo para Ferguson", la cosa se viene abajo argumentalmente cuando llegamos al final, y el autor aprovecha para meter un par de viajes a Facebook, Google y Amazon, y algún otro a Donald Trump, aunque también al que denomina Estado Administrativo. Y yo no digo que no hay que criticarles, pero al menos debería ser con los fundamentos de lo que has desarrollado en las páginas anteriores, y no "out of the blue" solamente por ser las redes sociales de nuestro tiempo. La interpretación keynesiana que hace de las causas de la crisis de 2008 tampoco ayuda a darle credibilidad, si bien compensa con el análisis del problema del Islam, sobre todo por su claridad.
 

No quiero cerrar esta entrada sin referirme a un hallazgo, quizá no muy relacionado: la oposición de Kissinger a la burocracia, a la que considera el principal obstáculo para la implementación de políticas. Os dejo un párrafo largo con el análisis que hacía Kissinger del desastre de Vietnam, en el que, según él, no había política, sino solo tacticismo, debido a la forma de comportarse de los distintos agentes administrativos involucrados (la negrita es mía):
" First, the system worked only when there were two opposing agencies, one on either side of an issue; it went awry when a small, dedicated, unopposed group got to work. Second, there could be no planning because no one had time for it. (‘Planning involves conjectures about the future and hypothetical cases. They are so busy with actual cases that they are reluctant to take on theoretical ones.’) Third, policy-makers were plagued by a ‘congenital insecurity’because they lacked the expertise of their advisers; they therefore sought refuge in ‘a quest for administrative consensus’."
 
En resumen, que a mí esto de tratar de explicar la historia del mundo a través de redes me parece un planteamiento parcial, subsumido en la praxeología (que sí sería capaz de explicar también la aparición de dichas redes, formales e informales). Y que me da la impresión de que Ferguson ha aprovechado la coyuntura para reciclar sus investigaciones históricas en algo que le permitiera atacar a los Big Tech (algo que está de moda en los EEUU y Europa). Por lo demás, el libro se lee francamente bien y es muy instructivo, aunque hay algunos detalles de erudición que le dañan más que benefician.

domingo, 6 de enero de 2019

La leyenda de Sigurd y Gudrun ("The Legend of Sigurd and Gudrun"), de J.R.R. Tolkien

Siendo The Lord of the Rings mi libro preferido desde que lo leí a los 10 años (lo he leído tres veces en español y dos en inglés), es difícil que me pueda resistir a cualquier obra que se atribuya a su autor J.R.R. Tolkien. Por supuesto, tanto el Hobbit como el Silmarillion estuvieron a la altura de las circunstancias (el Silmarillion solo cuando lo leí en inglés); las demás obras son más bien cuentos infantiles (Roverandom, El herrero de Wooton Major o Los Cuentos de Tom Bombadil). Además, recientemente disfrute otra vez del Tolkien más auténtico con "The Childreon of Húrin". Por eso, tarde o temprano este que ahora comento tenía que caer.

Y así ha sido. Pero, claro, este ya no tiene nada que ver con la mitología Tolkien, por mucho que los nombres del título parezcan ser adecuados a los que usa Tolkien en sus obras. Que nadie se engañe con ellos. Lo que nos presenta en esta ocasión su hijo, Christopher, es un par de poemas épicos que Tolkien redactó inspirándose en los Eddas nórdicos de los Volsungs y los Niflungs. Nada que ver con El Señor de los Anillos, al menos no directamente, aunque de su lectura resulta evidente que dichos mitos nórdicos tuvieron una influencia considerable en el universo Tolkien. Por citar unas pocas ideas: los anillos, el dragón, los Enanos e incluso el bosque Oscuro (Mirkwood).

El problema es que este material ocupa únicamente algo así como el 20% del libro. El resto son las notas explicativas, comentarios e introducción que incorpora Tolkien a modo de acompañamiento para explicar los poemas de su padre, específicamente las fuentes del mismo. Es cierto que algunos de estos textos proceden de escritos de JRR (por ejemplo, la introducción), pero ciertamente no son de interés para el amante del Señor de los Anillos.

Así que nos encontramos un libro que básicamente nos muestra la erudición de los Tolkien en relación con las obras nordicas, lo que me parece de muy limitado interés salvo para expertos filólogos, como lo era el autor del Señor de los Anillos. Entre otras cosas, aprenderemos la diferencia entre Eddas (versos nórdicos) y Sagas (prosa, normalmente de Islandia); también se establecen relaciones con la leyenda de los Nibelungos, sobre la que Wagner basaría su conocida serie de óperas (obsérverse la proximidad fonética entre Niflungs y Nibelungos); e incluso se investiga en las posibles raíces históricas de las leyendas, en un apéndice que es de lo más interesante del libro y que las vincula con la invasión de los Hunos (el malo de la leyenda es Atli, posiblemente Atila) y su enfrentamiento con godos y burgundians (esto es, los Niflungs).

En cuanto a la leyenda en sí, hay que reconocer el virtuosismo de Tolkien en su composición, sobre todo en lo que se refiere al uso de la aliteración. Resulta que Tolkien había identificado que los versos Eddaícos tenían una gran fuerza expositiva, lo que él atribuía en parte a este recurso estilístico. Como Tolkien lo que pretende es transponer la mitología eddaíca como nueva mitología nordica, su objetivo es recuperar estos eddas y ponerlos en inglés, pero sin que pierdan su fuerza narrativa. Ello le lleva a mantener esta aliteración, que básicamente implica en cada medio verso de dos versos sucesivos utilizar palabras que empiecen por la misma letra (o sonido).

La historia que se nos cuenta se centra en Sigurd (el último de los Volsungs), Brynhild (Brunilda, una Valkiria expulsada del Valhalla) y Gudrun (princesa de los Niflungs). Esta repleta de giros absurdos, incluso para el propio Tolkien, si se mira desde una perspectiva moderna.

En la primera de las leyendas (o Lay, en inglés), Sigurd confronta al dragón Fafnir con la ayuda de su espada y caballo mitológicos, le derrota y se lleva su botín. En su escapada, se encuentra con Brunilda con la que se compromete, compromiso que luego incumple para casarse con Gudrun por las intrigas de la madre de ésta. Entrega el oro a Gudrun, pero la ruptura del compromiso y posterior engaño de Brunilda para que se case con Gunnur, hermano de Gudrun, han sembrado ya la semilla del desastre, y la historia termina con los dos protagonistas principales muertos en senda piras, y el oro en mano de los Niflungs.

En la segunda leyenda, volvemos a tener un problema de ruptura de pactos, en este caso entre los Niflungs y los Hunos. Gudrun se casa con Atli, incluyendo como dote el oro de los Niflungs. Pero estos se hacen los remolones. Atli les invita a su corte para tenderles una trampa, y aquí tiene lugar el enfrentamiento final, en que por supuesto los Niflungs presentan una resistencia heroíca, pero acaban aniquilados.
 
Poco de lo anterior es discernible simplemente leyendo el poema de Tolkien, hay que apoyarse mucho en las notas. La lectura en sí del poema no aporta demasiado, no es del Tolkien al que estamos acostumbrados. No obstante, destacan el ya citado virtuosismo, y algunos de los capítulos concretos, como el último de la Leyenda de Gudrun.

Este libro no es un mal libro, si te interesa la mitología nordica hasta extremos casi de erudición. Pero si lo que vas buscando es una obra del Tolkien típico, es casi mejor que lo evites.

sábado, 5 de enero de 2019

Historia de un Alemán ("Geschichte eines Deutschen"), de Sebastian Haffner

Llego a este libro y autor gracias a una columna de Jesús Cacho. Como siempre estoy ayuno de libros en alemán que me puedan resultar interesantes más allá de la mera práctica en tan hostil idioma, me tiro en picado sobre cualquier cosa que aparezca recomendada en relación con los problemas actuales.

En este caso, se trata de la autobiografía del autor, un alemán como indica el título, en el periodo que va desde la Primera Guerra Mundial hasta los primeros días de la toma del poder por Hitler (1933), momento en que parece que abandonó su país. En cierta forma, cubre el mismo periodo que Zweig en su magnífico "El mundo de ayer" y nos cuenta cosas similares, por lo que añade poco, aunque alguna cosa, al que ya haya leído a Zweig.

Una vez más viviremos la Gran Guerra desde el ámbito urbano, y los tiempos surrealistas de la hiperinflación alemana. Y también lo haremos desde la perspectiva del individuo libre, con independencia de su ideología, que va siendo aplastado por la maquinaría del Estado.

Para los que hayan visto la serie Berlin Babylon, este libro tiene el aliciente de describirnos más históricamente el periodo en que dicha serie transcurre, e incardinar sus sucesos en un horizonte más amplio. Por ejemplo, las ilusiones que había despertado Rathenau antes de su asesinato. O el surgimiento de los Freikorps como reacción a la revolución roja y el temor a los comunistas, cuerpo que ya en la serie se muestra como un precedente del nazismo.

Respecto a Zweig, este libro nos muestra efectos más íntimos de los distintos sucesos. Se nota que Zweig estaba de viaje por el mundo mientras se iba preparando el terreno para el nazismo, porque en sus memorias habla relativamente poco de ello.

Lo primero que nos cuenta Haffner es su experiencia infantil durante la Primer Guerra  Mundial, que básicamente veían (los niños) como una especie de mundial de fútbol, en que en vez de goles se contaban víctimas. Era emocionante ir por las mañanas a ver en las comisarías o cuarteles cómo iba la cosa. También nos cuenta el enorme desengaño cuando llegó la derrota, algo inesperado para los niños a la luz de los "resultados" que habían ido viendo cada día. Claro, como que les iban a decir lo que realmente estaba pasando una vez empezaron a ir perdiendo; hay que mantener la moral de la población ante todo.

Luego pasamos a la ilusión de Rathenau, la hiperinflación, y su final gracias al ministro Streseman. Tras esto, Haffner habla de los únicos años que para él fueron de verdadera paz, aunque dice que se estaba sembrando la semilla nazi desde los propios clubs de deporte que tanto se extendieron.

Y a partir de aquí, la cosa se empieza a poner muy negra, hasta que llega el nombramiento de Hitler. Nos dice, en una de esas frases para recordar, referido al tiempo anterior a Hitler: "Es war eine Zeit, in der eine trübe Gegenwart nur durch die Aussicht auf eine grauenvolle Zukunft gemildert wurde."("Era una época en que el presente triste era solo soportable mediante la anticipación de un futuro terrible", traducción propia)
 
Y, sin embargo, con la llegada de Hitler nada cambió, al principio. No solo eso, si no que coincidió con una primavera espectacular, por lo que la gente estaba en continúa celebración. Pero es a partir de este momento cuando el relato de Haffner empieza a cobrar su verdadero interés, gracias a la atención al detalle, incluso psicológico, del autor, y a su sutil análisis.
 

Por un lado, hay un gran foco en cómo se hace con el control de la justicia el partido Nazi. Es lógico, puesto que Haffner trabaja en un juzgado y lleva muchos años preparándose para ser funcionario de justicia. Aquí puede observar de primera mano con qué facilidad se pueden corromper órganos de prestigio centenario, como era la justicia de Berlín, tradicionalmente independiente del poder político. De hecho, Haffner cuenta la historia del molinero al que le quería expropiar su molino el rey Fridericus, y como aquel le decía que jamás sería posible mientras existiera la justicia de Berlín. Pues bien, la independencia judicial queda ventilada en cuestión de meses o semanas.
 

Por otro lado, Haffner disecciona psicológicamente la conversión de muchas personas en nazis. Le angustia pensar que Hitler ha llegado al poder sin mayoría democrática que lo soporte, y como es posible que la sociedad de repente parezca mayoritariamente nazi. Algo que bien podría estar pareciendo que pasa ahora en España con el señor Pedro Sánchez y los sondeos de Tezanos, pero que hemos podido refutar (aparentemente) con los resultados de las elecciones andaluzas.
 

Un tercer punto es especialmente llamativo para los que trabajamos en el ámbito regulatorio. Estamos acostumbrados a discutir sobre lo que habría que hacer con la red de un operador, o con el salario mínimo, o con los impuestos. Imaginemos ahora que la discusión fuera sobre qué hacer con los judíos, o con los morenos. Pues eso es lo que pasaba en la Alemania Nazi: una discusión sobre la cuestión judía (die Judenfrage) como su estuviéramos hablando, no sé, del déficit del sistema eléctrico. Terrible, realmente terrible, pero es a lo que nos puede llevar el sistema democrático, claro.
Esta situación llega a su momento más intenso (y tenso) en una conversación que tiene Haffner en su círculo de amigos (todos compañeros del ámbito judicial), uno de ellos judío, y en la casa de éste. Tal vez el mejor momento del libro.
 

El libro termina con la visita de una antigua amiga, Teddy, de vuelta a Berlín desde Paris antes de casarse, a la que tiene que explicar por qué se esconde en el pasillo de una casa al aproximarse una bandera con la esvástica (que es obligatorio saludarla, algo que no quiere que hagan). Y aquí se acaba: Haffner está angustiado por la situación, pero no sabe nada del futuro que le espera a Alemania, a muchos judíos y no judíos, y a los europeos. Eso sí, lo que ve en el momento no le gusta nada de nada.
 

Os dejo una frase que describe el estado de espíritu de Haffner en algunos momentos del comienzo del régimen Nazi, con la que estoy seguro se pueden identificar muchos residentes de Cataluña en la actualidad: "Räuber und Mörder als Polizei auftretend, bekleidet mit der vollen Staatsgewalt; ihre Opfer als Verbrecher behandelt, geächtet und im Voraus zum Tode verurteilt".("Ladrones y asesinos entrando como policías, investidos con todo el poder del Estado; sus víctimas tratados como delincuentes, proscritos y condenados a muerte por adelantado", traducción propia)