jueves, 27 de diciembre de 2018

Serie: Oficina de Infiltrados ( Temporada 4)

Lo de esta serie es increíble. Ha llegado a la cuarta temporada, a la que pocas series llegan manteniendo el nivel, y encima ha conseguido una temporada aún mejor que las anteriores, que ya eran bastante buenas. Pero es que en esta, cada una de las tramas que nos propone es a cual mejor. Impresionante.

Se pueden identificar cuatro tramas, tres de las cuales terminan convergiendo. Una de ellas va sobre ciberseguridad e Inteligencia Artificial, ahí es nada. En otra, tenemos a  Malotrou escapado y perdido por Moscú, en tratos con la inteligencia rusa. Mientras tanto, en Francia, aparece un tal Jean Jacques (Mathew Amalric), una especia de asuntos internos de la agencia de infiltrados, que nos ayudará a ver la cara oscura de Malotrou, algo inesperado y para lo que viene bien algo de ayuda.

Con todo, y aún siendo super interesantes cada una de las tramas anteriores, la mejor es la que protagoniza el agente Jonas (Victor Artus) a la caza de terroristas franceses por los entornos más hostiles. De hecho, protagonizará estupendas escenas de acción en Túnez o en Siria, lo que no deja de ser paradójico, dado que su perfil es más bien el de agente intelectual, gordo y gafotas.

Se nota que el presupuesto de la serie va aumentando, pues cada vez hay más escena de exterior y de acción. Como ya he dicho, las mejores corresponden a la trama de Jonas. Una de ellas tiene lugar en Rakka: una escuadra de soldados kurdos (creo) tiene que guiar a Jonas y su guardaespaldas a través de las paredes del laberinto de casas arruinadas en que se ha transformado la ciudad. La otra cierra el capítulo 9, y transcurre en Túnez. Junto a las escenas de acción, son también magníficos los interrogatorios de los terroristas, en que se muestra la inteligencia emocional de Jonas. Interrogar a cada uno de los sucesivos terroristas es un verdadero reto que resuelve en cada caso de forma magistral.

Por su parte, la peripecia de Malotrou nos lleva a una prisión rusa, por ejemplo. Y también son apasionantes las intrigas relacionadas con la seguridad de los dispositivos y las infiltraciones en los ordenadores. Para ello, introducen a un nuevo personaje, César (Stefan Crepon) un jovencito super experto en IA. No está mal. A la que dejan todos un poco tirada es a nuestra conocida Marina, metida en la misma trama, pero casi de secundaria.

Otra excelente temporada de una serie que nos aterriza Homeland en la realidad del funcionariado francés. Disfruten ustedes.




miércoles, 26 de diciembre de 2018

Serie: The haunting of Hill House

Extraña serie esta producción de Netflix. En principio, el título invita a pensar en una serie de terror (una casa encantada). Y es cierto que hay muchos fantasmas y hasta algún que otro susto, pero no es una serie de terror. ¿Un drama psicológico quizá? ¿Representan los fantasmas de la casa las fobias, miedos y rencillas de los protagonistas? Tampoco sabría decirlo.

El caso es que estamos ante una serie de una factura espectacular, de una producción muy cuidada y original. Consta de 10 capítulos de 1 hora de duración (en promedio, hay un capítulo de 40 minutos y dos de hora y 10). Uno se queda enganchado al aspecto visual cuando empieza a verla. Llaman la atención muchas de las escenas en el interior de la casa, en que el tipo de encuadre hace que el personaje ocupe poco espacio en la escena, con lo que toman protagonismos las paredes, los muebles, los pasillos o las escaleras de la casa. Y es que, de hecho, la casa es el verdadero protagonista de la serie, como irá descubriendo el espectador.

Se nos cuenta la historia de la familia Crain, cinco hijos y sus padres. Esta historia se desdobla en dos momentos: el actual (con su selección de flashbacks), marcado por la muerte de la pequeña de los hermanos (Nell, interpretada por Victoria Pedretti, desconocida hasta ahora para mí); y la estancia que hicieron de pequeños en la casa Hill, precisamente hasta el otro acontecimiento trágico que marca la serie, la muerte de la madre Olivia (Carla Gugino).

Los cinco primeros capítulos se dedican respectivamente a cada uno de los hermanos, de mayor a menor. Nos cuentan cómo es su vida en la actualidad, y los momentos más traumaticos en la referida estancia de su infancia. Por supuesto, aparecen ya aquí numerosos momentos de conjunción, tanto entre las historias actuales de los hermanos, como en la pasada. La verdad es que estos primeros capítulos a mí se me hicieron bola, casi no supero el tercero. La culminación en el quinto, dedicado a Nell, que nos aporta una escena final de antología. Aquí ya la narración empieza a coger ritmo, aunque nunca llegará a ser tan apasionante como yo esperaba de esta serie.

El sexto capítulo supone un punto de inflexión, al mismo tiempo que un alarde técnico. Una vez presentados los protagonistas, llega el momento de desarrollar la trama, que básicamente nos debería conducir a entender qué pasó y por qué pasó lo que pasó. Este capítulo 6 nos cuenta el funeral de Nell, y recuerda al rodaje de la peli clásica de Hitchcock, La Soga, en el sentido de que el capítulo es una sola secuencia (bueno, al final se interrumpe). Lo que pasa es que, contrariamente a La Soga, en esta única secuencia cambia el escenario y el momento de la narración, cuando en un momento dado el padre se interna en un pasillo del tanatorio y acaba en la Hill House, con los protagonistas de jóvenes. Magnífica escena en todo caso.

A partir de aquí, la trama se torna previsible en cuanto a estructura de capítulos. Todo va a estar muy bien contado, pero nada de lo que cuentan a mí me resulta satisfactorio para llevar esta serie al climax que se merece. Prácticamente ninguna de las incógnitas relevantes para mí quedan explicadas: ¿por qué cada niño ve a un fantasma y no a otros? ¿Cómo se explicita el encuentro con cada fantasma en los efectos de su vida actual? ¿Por qué leches la familia Nell no abandonó la casa, sabiendo que todos los niños y la madre lo estaban pasando mal? ¿Y por qué está encantada la casa?

No sé, a mí me parecía que la serie iba a cerrar estos temas. Pero no lo hace, y tenemos un final que casi se podría calificar de Deus-ex-Machina, en que los guionistas no saben cómo salir del lío, y se inventan un final feliz poco verosímil habida cuenta de lo acontecido. Eso sí, de una factura espléndida.

En este sentido, es muy llamativo el hallazgo de entrecruzar escenas, como el que hacen al principio del último capítulo (en que se nos enlazas dos escenas ya mostradas en distintos momentos, como ocurriendo simultáneamente, lo que explicaría sendos acontecimientos sobrenaturales). Cuando uno vez esta escena antes de los títulos de crédito se relame pensando en lo que puede dar de sí el desenlace, si esas van a ser las explicaciones de lo ocurrido. Por desgracia, no siguen por ahí los derroteros y terminamos en el ya descrito Deus-ex-Machina. Una pena.

lunes, 17 de diciembre de 2018

Serie: The Night Manager

Vaya año llevo de reivindicación de las series inglesas. Primero Peaky Blinders, luego Line of Duty (con el apéndice The Bodyguard) y para remate Upstart Crow. Todas ellas magníficas, por encima de cualquiera de las series americanas que he visto este año, en sus respectivos géneros.

Contra este fondo, The Night Manager, también de la BBC, es capaz de brillar con luz propia, aunque, claro, no llega a deslumbrar. El caso es que se trata de otra excelente producción, con momentos espectaculares, y un reparto a base de grandes, encabezado por Hugh Laurie (Black Adder, pero sobre todo Dr. House), y seguido por Tom Hiddleston (el Loki de Marvel) y Elizabeth Debicki.

Con estos mimbres, no puede salir nada malo. Y así añadimos los excepcionales títulos de crédito, ya tenemos para aguantar esos dos primeros capítulos de comienzo dudoso, hasta que la cosa coge vuelo ya en el tercero. La historia nos lleva en esta ocasión al contrabando de armas con la aquiescencia de los gobiernos inglés y americano, que permite a gente sin escrúpulos (como el protagonista. Mr Roper) forrarse de verdad sin jugarse una libra esterlina.

Frente a trama tan poderosa, se alza una agente solitaria, Ángela Burr (Olivia Coleman, la compañera de David Tenant en Broadchurch), que poco a poco irá perdiendo los escasos apoyos que tiene. Su baza ganadora es Jonathan Pine (Tom Hiddleston) a quien ha infiltrado en la organización del malo.

Así que ya tenemos la típica historia policíaca - espías - intriga. La trama nos lleva por Mallorca, Turquía y Egipto, y tiene sus giros inesperados. Poco más cabe contar sin desvelar más. Eso sí, no me olvido de una espectacular escena que ocurre en un lugar indeterminado entre Siria y Turquía: la exhibición de armamento que hace el magnate a sus potenciales clientes.

Son seis episodios de una hora de duración. Y teóricamente habrá segunda temporada, aunque está anunciada para 2018 y no tiene pinta de ir a salir. Eso sí, algunos flecos quedaron sin cerrar, por lo que no es descabellado que Mr. Roper vuelva a aparecer en nuestras pantallas.

jueves, 13 de diciembre de 2018

Serie: The Big Bang Theory (Temporadas 1-4)

El final de la temporada 4 es tan buen momento como cualquier otra para hacer un comentario de esta serie. Desde luego, no procede esperar a terminar la serie, porque hay un riesgo de que no la termine, o de que decaiga tanto (eso he oído) que tampoco la haga justicia.

Por otro lado, es difícil escribir algo que no se haya dicho ya sobre esta serie, uno de los grandes blockbusters de los últimos diez año. Lo bueno es que como no he leído nada, a mí me parecerá todo original, así que disculpad si no lo es.

The Big Bang Theory es una sitcom norteamericana de largo recorrido, de esas que tanto gustan allende los mares. Estamos hablando de 12 temporadas de 24 episodios, frente a las 3 o 4 de 6 que suelen tener las sitcom británicas.

TBBT sigue una larga tradición (claro, a base de series de 10 temporadas), cuyo comienzo trazo a Seinfeld (1989, 9 temporadas de 23 episodios), evoluciona a Friends (1994, 10 temporadas de 24 episodios) y culmina con la magnífica How I met your mother (2005, 9 temporadas de 24 episodios).

Seinfeld introduce el concepto de sitcom de treintañeros amigotes, cuyo interés revuelve al 80% en torno a sus relaciones con el otro sexo: la búsqueda del amor, los mis ligues, las decepciones... Lo hace desde una óptica muy cotidiana y, si se quiere, simple. Friends ofrece un punto más de complejidad, sobre todo al introducir paridad con las féminas, y caracteres más diferenciados y más ricos. Aún así, hay poca trama larga y muy poca auto-referencia. La evolución es How I met your mother, en que se añade la complejidad de una trama labrada a lo largo de 9 temporadas, con una auto-referencia omnipresente (el concurso de tortas, por ejemplo, las fiestas de Halloween, o, por supuesto, la trama principal), y algunos capítulos sencillamente geniales. Está claro que How I met your mother lleva al género a lo más alto, y lo agota. Y deja un vacío para este tipo de series.

Que es reclamado por TBBT. ¿Cuál es el aporte esencial, lo novedoso? Tiene nombre propio: Dr. Sheldon Cooper (Jim Parsons): Un tipo en una sitcom de amigos al que no le interesa el sexo. Un gran riesgo y un gran hallazgo.

Ya en el primer capítulo el televidente observa que Sheldon es un personaje ganador, que va a ser el gran protagonista de la serie, precisamente porque es él que aporta algo nuevo. Y no lo digo tanto por su implausible sabiduría en todos los campos del conocimiento teórico, como por el hecho de que le resbalan las "tías". Un soplo de aíre fresco. Los otros protagonistas irán ganándose nuestro cariño, pero en ellos se puede vislumbrar a sus predecesores en las series antes citadas. Leonard (Johny Galecki), Howard (Simon Helberg) y Raj (Kunal Nayyar), podrían ser cualquiera de los Friends. Y lo mismo la simpar Penny (Kaley Cuoco), que en esta cuarta temporada encuentra por fin amigas para no estar sola ante el peligro freaky: Bernadette (Melissa Rauch) y la contraparte para Sheldon (Mayim Bialik).

Así pues, la serie no tarda en orbitar en torno a las salidas de tono del Dr. Cooper. He de decir que, en mi opinión, el actor mejora con el  tiempo. La actuación en esta cuarta temporada es magnífica.

El otro gran atractivo de la serie son los temas de conversación, otra cosa completamente nueva en el género. Aquí se bromea sobre superhéroes, El Señor de los Anillos, las pelis de Star Trek o los videojuegos de la serie Halo. Entiendo que esto es un gancho sin escape para mucha gente. Pero también lleva a abusar del chiste tonto y fácil: ¿por qué hay carcajadas cada vez que juegan al Magic y uno de los personajes echa una carta y dice su nombre?

Lo que nos lleva a la principal crítica a esta serie: la insufrible carcajada continúa. ¿Por qué se ríe el público? Muchas veces no se sabe. ¿No tienen los guionistas confianza en su trabajo, y quieren hacernos creer que todo lo que dicen sus personajes es gracioso? ¿Por qué cada vez que Sheldon hace su ritual de la tripe llamada (Penny... Penny... Penny) hay que reírse? Hombre, quizá fue gracioso la primera vez, pero a la n-ésima ya no. La verdad es que tanta carcajada estúpida es desconcertante hasta que te acostumbras.

Porque, para más inri, TBBT no es una serie de desternillarse, no es una serie gamberra. Es más bien una serie simpática, de las que invitan a la sonrisa cómplice más que a la carcajada desmesurada (compárese con la recién comentada Los Informáticos). Este es un género que se está poniendo de moda y desplazando a las sitcom. Series como The Good Place, Master of None o Trial and Error entran en este género y, sabéis qué, prescinden de las molestas carcajadas guía. Me pregunto por qué no puede hacer lo mismo esta serie.

De lo que llevo visto, la serie ha ido en clara mejora. El primer capítulo me pareció muy bueno, pero el resto de la primera temporada y la segunda me parecieron flojas. En la tercera la cosa se empezó a animar, pero no ha sido hasta esta cuarta temporada donde por fin he podido comprender el gancho de la serie. La verdad es que ha habido un par de capítulos magníficos, insisto, sin llegar a la carcajada. La incorporación de Amy Farrah Fowler (la contraparte de Sheldon) es un verdadero hallazgo, y los diálogos que tiene con Sheldon son memorables.

No soy capaz de recordar mucho momentos memorables (jajajaja, suena a coña), pero sí me acuerdo del diálogo que tienen al principio de un capítulo sobre quién es el ser más valiente del universo Marvel: el jardinero sin papeles del Capitán América, defiende uno de ellos. Buenísimo.

Hala, ahí han quedado unos cuantos párrafos más sobre esta serie. Volveré a escribir sobre ella cuando me canse, o termine, de verla.
PS: Por cierto, el interesado en vez cuán pedante puede llegar a ser el creador de una sitcom solo tiene que quedarse hasta el final de los títulos de crédito. Justo en ese momento aparece una pantalla con un texto de Chuck Lorre sobre sus paranoías varias. Hay que ponerlo en Pausa para que dé tiempo a leerlo. Lo hice con los dos primeros capítulos, luego reaccioné.

miércoles, 12 de diciembre de 2018

Una historia breve del mito ("A short history of myth"), de Karen Armstrong

Me tropiezo por casualidad con este libro en mi biblioteca, y como es cortito (lo dice el propio título) y el tema me parece muy interesante, me lanzo a su lectura. De los mitos, y en general, de la moral, me interesa investigar sus orígenes para vez qué relación tiene con la estructura de la psicología evolutiva del ser humano. 
 
En este ensayo no se habla de este origen evolutivo, aunque sí hay algunos apuntes que pueden unirlos. Aunque la estructura es clara y la autora no escribe mal, he encontrado este ensayo un poco desordenado y algo repetitivo. Pero el principal problema es el voluntarismo en la interpretación que hace de los mitos que describe: ¿por qué es esa y no otra? Además, es muchas veces una interpretación compleja. Por cierto, descubro una vez leído el libro que la autora es una reputada historiadora de las religiones, pasó varios años en un convento, y se le entregó en 2017 el Premio Princesa de Asturias. Vamos, que no es una desconocida casual.
 

Para describir la historia de los mitos, Armstrong divide la historia de la humanidad en varias etapas sucesivas, cada una de las cuales requiere de sus mitos específicos. Una vez el mito no es capaz de satisfacer las necesidades para las que se plantea, se abandona. Por ejemplo, explica Armstrong, el "dios cielo", existente en todas las culturas, se ve cómo demasiado alejado de la realidad humana y por eso fracasa en todas ellas (menos en la China), y es despedezado por sus sucesores para la creación del mundo.
 

¿Qué son los mitos? Para la autora, los mitos son guías de comportamiento. No son eventos históricos. Deben mover a la actuación y a la participación, no a la contemplación. Los libros de mitos no son para una lectura fáctica (también posible, por ejemplo, en la Biblia), sino para una lectura ritual; son terapéuticos, no históricos.
 
Los mitos nos reconcilian con la dura realidad, tratan de dar sentido al sufrimiento de las personas. En palabras de la autora, resuelven "problemas perennes" de la humanidad. Por ejemplo, en las primeras sociedades de cazadores, conciliaban a los varones con el riesgo que corrían en cada cacería, y con el hecho de tener que matar animales para sobrevivir. Así interpreta Armstrong la actividad del Chaman y sus incursiones en las cuevas pintadas tipo Altamria o Lascaux. Coherentemente, la mujer asume el rol de la estabilidad y aparece una diosa madre: los cazadores pueden morir buscando la comida, pero lo que da sentido a su acción es la continuidad de la tribu, materializada en dicha diosa.
 

Cuando la sociedad pasa a ser sedentaria, con la agricultura, estos mitos se van sustituyendo paulatinamente por otros. Ahora, el miedo es que la tierra se agote. Aperecen mitos de sacrificio y regeneración de la vida, como el de Demeter y Perséfone, asociados también a las estaciones.
En la tercera etapa, aparecen las ciudades y con ellas las guerras. Los dioses se alejan de los hombres, ya no está presentes en cada objeto (para los cazadores, cada árbol, cada piedra, es una epifanía de una fuerza oculta), porque muchos de ellos son obra del ser humano. Pero siguen teniendo que buscar el sentido a catástrofes, como las batallas o las inundaciones (específicamente, en Mesopotamia).
 

Tras ésta, ocurre la revolución Axial, en la que aparecen las grandes religiones orientales: Confucio, Lizao, Buda, el judaísmo. Surgen en respuesta a la crisis del mito tradicional, que ya no da respuestas a las inquietudes humanas. Los nuevos ritos ya no se centran tanto en la divinidad, sino en el propio individuo: le invitan a la introspección, a la reflexión. Y se comienza a unir la historia con el mito, hasta ahora clara y completamente separados. Ejemplos lo constituyen la épica de Gilgamesh o el Yavé de los judios.
 

En la cuarta etapa aparecen las religiones monoteistas (cristianismo, Islam, judaísmo) y aquí sí se produce una transformación de la historia en mito. Por ejemplo, Jesús es un personaje histórico, que adquiere su fuerza mítica gracias al trabajo, por ejemplo, de San Pablo. Cabe suponer que de esta manera creían fortalecer el mito en las mentes de los individuos, pero estaban sembrando la semilla de su crisis final y actual.
 

Y es que con la llegada de la ciencia y el predominio científico, y precisamente por haber imbricado los mitos con la historia, se pasa a exigir del mito lo mismo que si fuera ciencia. Esto es, pruebas de la existencia de Dios, por ejemplo. Y, evidentemente, el mito no está a esa altura, porque es otra cosa, como bien claro tenían los filósofos griegos, que oponían mito y logos.
 

Sí, hay crisis del mito, pero el ser humano no ha evolucionado al mismo ritmo. Seguimos siendo, en palabras de la autora, "Myth making creatures" y seguimos necesitando de los mitos para superar determinados momentos críticos de nuestras vidas, esos momentos en que queremos, necesitamos, ver algún sentido a las mismas. El hueco que dejaron los mitos fue rellenado por las ideologías, con los terribles resultados que hemos visto en el siglo XX. Ahora, son novelas, actores, cantantes o series las que actúan como mitos. Pero esto mitos fracasan, según la autora, pues no cumplen con los criterios que es establecieron/descubrieron en la época Axial.
 

En resumen, un librito interesante. Aunque, como dije, muchas de las cosas dichas son poco convincentes; parece repetirse a veces, y la autora tiene algunos errores olímpicos (como cuando se refiera a los grandes trágicos griegos, y lista a Sócrates, Platón y Aristóteles). 

martes, 11 de diciembre de 2018

Una casa de muñecas ("A doll's house"), de Henrik Ibsen

Segunda lectura que hago animado por las apreciaciones de Paul Johnson en sus Intelectuales. En esta ocasión, se trata de apreciar la supuesta genialidad de Henrik Ibsen, el universalmente conocido dramaturgo noruego, quien, al parecer, rompió moldes con sus obras de teatro.

Para apreciar tal, he optado por "Una casa de muñecas", su obra más conocida. La leo traducida al inglés, aunque lo cierto es Ibsen escribía en noruego. Quiero pensar que esta versión a lo mejor fue bendecida de alguna forma por el autor y será más próxima a su obra que la traducción española. Por otro lado, habida cuenta de narrativa y estilo, tampoco creo que la traducción se deje cosas en el tintero: digamos que la genialidad de Ibsen no está en sus recursos estilísticos o en su capacidad de hacer verso, por lo que ni se pierde la rima, ni lo otro.

Leyendo esta obra uno se pasa la mayor parte del tiempo preguntándose qué es lo que hizo clic para que resultara un bombazo. Prácticamente hasta el 15% final, la obra es perfectamente convencional; lo único que parece revolucionario es ese discurso final de la protagonista, Nora Helmer, para lo que el resto es mera preparación.

La historia es muy sencilla: Nora se tuvo que endeudar para pagar la curación de su marido, Torvald Helmer. Esto lo hizo sin conocimiento de  éste, y encima falsificando la firma de su padre (de ella) como avalista. Lo hizo por amor a su marido, al no ver otra salida. En el momento de los sucesos, Torvald acaba de ser nombrado director del banco y tiene que reconfigurar su plantilla, lo que va a aprovechar para ajustar a un tal Krogstad. Resulta que éste es el prestamista de Nora, y amenaza a ésta con denunciar su falsificación en caso que no convenza a su marido de que reconsidere su despido.

En el acto final, Krogstad cumple su amenaza, y deja en el buzón una carta explicando lo sucedido. El marido se indigna enormemente con Nora al enterarse: la consecuencia es que le impedirá la educación de los niños, aunque seguirán viviendo juntos por las apariencias. Lo que para Nora era un acto de amor, para Helmer es ignominioso. Al poco, llega otra misiva en que Krogstad se retracta de lo dicho y, de hecho, le devuelve el documento falsamente firmado. Torvald procede a su destrucción y le dice a Nora que todo está bien, y que pueden seguir cómo estaban.

Y entonces se produce la reacción furibunda de Nora, que es el gran momento de la obra: Nora, ante estas veleidades, se ve como una muñeca (de ahí el título) con la que primero jugaba su padre y ahora juega su marido, sin tenen nunca voz ni voto. "Nunca me has amado. Solo has pensado que era agradable estar enamorado de mí", le suelta.

Nora ve cómo única solución auto-educarse, salir al mundo a darse de bruces con él. Rechaza la propuesta de su marido de ser él quien la eduque, por absurda. Tiene que formarse ella para tener sus propias opiniones, y así decidir su papel como esposa o lo que que se tercie. En su discurso, Nora llega al anarquismo, planteándose si las propias leyes que aduce el marido son correctas. Es algo que ella también tendrá que evaluar como parte de su formación.

Por último, Helmer acude al honor, y Nora le dice que lo tendrá que sacrificar si quiere tener oportunidad de que vuelva como esposa, a lo que se sucede este intercambio magistral (traducción propia)
HELMER: "Peor ningún hombre sacrificaría su honor por aquella a la que ama"
NORA: "Es una cosa que cientos de miles de mujeres han hecho"

En fin. El discurso de Nora es duro, y debía de ser rompedor en la época, aunque yo creo que puede seguir teniendo mucha vigencia. Lo cierto es que lo único de interés en esta obra. Es más, su aparición es hasta cierto punto inesperada. No hay "calentamiento" previo que invite a pensar que Nora tengo esto en su carácter, incluso hasta el momento en que estalla. Yo diría que es casi una especie de "Deux-ex-Machina". Pero, claro, con Eurípides habías tenido una trama magnífica y convoluta que no había forma de romper; aquí parece lo contrario, una banalidad de trama que pueda justificar el exabrupto de Nora, que es lo único que parece interesar a Ibsen.

lunes, 10 de diciembre de 2018

La batalla ("La bataille"), de Patrick Rambaud

Se trata de un relato relativamente corto, centrado completamente en una batalla de las libradas por Napoleón en suelo austriaco. Me refiero a la batalla de Essling, que ocurrió cerca de Viena. La primera pregunta que le surge al lector es por qué sobre esta batalla, y no sobre algunas de las más conocidas del emperador galo, tipo Austerlitz o Marengo.

La respuesta la da el autor, aunque hay que esperar al apéndice para que la revele. Por un lado, se trata de retomar la idea nunca acabada del gran Honoré de Balzac, que hizo varios intentos por concluir una relato sobre la misma, sin llegar a terminarlo. Pero eso sigue sin resolver la cuestión de por qué esta y no otra. Lo que nos lleva a la razón de fondo: tanto Balzac como Rambaud consideran que esta batalla marcó un punto de inflexión, tanto en la carrera de Napoleón (al que por primera vez se le veía flaquear) como en la propia historia bélica, pues en ella fue la primera vez que se produjo una verdadera hecatombe de víctimas, hasta 40.000 fallecidos. A partir de ésta, las batallas libradas por Napoleón seguirían derroteros de este estilo.

La narración se centra exclusivamente en el lado francés, los rivales austriacos son poco más que el escenario. Eso sí, este lado nos lo cuenta con un gran lujo de detalles, que además se extiende a todos los niveles: el propio Emperador, sus generales más allegados (Massana, Berthier, Lannes, Bessières), mandos intermedios y soldados rasos. Además, recoge protagonistas en cada una de las armas del ejército: infantería, artillería y caballería, pero también en el área sanitaria e incluso logística. Incluso incorpora a un espía, un tal Schulmeister, que opera bajo la cubierta de arrendador de catalejos(!) para que los vieneses puedan "disfrutar" del visionado de la batalla. Añado, además, que el autor utiliza un vocabulario muy rico, con montones de palabras que no había encontrado en previas lecturas.

Todos los personajes están razonablemente bien retratados, no solo sus acciones durante la batalla, sino que también se hace una introspección de algunos de ellos, llegando hasta sus pensamientos más íntimos. Como curiosidad, me ha llamado la atención el uso de argot italiano por parte de Napoleón, que contribuye a su humanización.

En cuanto a la batalla en sí, prácticamente todo la acción se desarrolla en torno al puente que quiere construir Napoleón para comunicar las dos orillas del Danubio a través de la isla Lobau, y de las artimañas de los austriacos para impedir que los intentos lleguen a buen fin, incluido el uso de un molino (sí, un molino) en llamas llevado por la corriente del río.

Sin embargo, los momentos que más me han impactado son los trágicos, como el suicidio de uno de los protagonistas, algo que se reprodujo muchas veces durante los dos días de la batalla. O el tratamiento que dan a los caballos. O, y sobre todo, esa fría decisión de los altos mandos de emborrachar a sus soldados para que pierdan el miedo a combatir. Estas son las cosas que hacen terribles a la guerra, y muestran una vez más sus contradicciones y absurdos: ¿cómo es posible que gente normal, como nosotros, coja sus armas contra otros, como nosotros, contra los que no tenemos disputa? Bueno, pues estas borracheras impulsadas por los mandos son parte de la respuesta. Otra parte la dan los oficiales en la retaguardia vigilando que nadie escapa o huya, y amenazando a los soldados propios con bastones. Y otra la dan esos suicidios y deserciones.

Y es que, como es lógico, si la gente tuviera libertad, no habría guerras. Esta solo obedecen a los instintos megalomaniacos de determinadas personas, cuya misma existencia justificaría que no hubiera Estados, aunque fuera para evitar que esos perfiles pueden hacerse con el poder.

sábado, 8 de diciembre de 2018

Serie: Los Informáticos (The IT Crowd)

Se trata de un sitcom (comedia de situación) británico de mediados de los 2000. Ha tenido cuatro temporadas de seis episodios de 25  minutos, y un especial de cierre en 2012, de 50 minutos. Los protagonistas son los componentes del departamento de informática, algo no difícil de adivinar a la vista del título. Su ubicación es el sótano del edificio, desde donde atiendes las solicitudes de sus usarios, en la empresa Reynholm Industries.

El creador de la serie es Gary Lineham, con el que ya tuve ocasión de desternillarme en la brillante Father Ted. No obstante, en esta se supera a sí mismo, y consigue algunos de los momentos más hilarantes de la historia de los sitcom. En particular, me refiero al primer capítulo de la segunda temporada, al que no dudo en calificar como clásico del humos, y en el que tendrás 5 minutos seguidos de carcajadas hasta el hipo. Y eso que era la segunda vez que lo veía.

Los protagonistas son Roy (Chris O'Dowd), Moss (Richard Ayoade) y Jen (Katherine Parker). De los tres, el que más me gusta es Moss, un claro precedente e inspiración para el ultra conocido Sheldon Cooper (The Big Bang Theory). Y aún siendo buenísimos, mi preferido es uno de los secundarios, el primer jefe de Reynholm Industries, interpreteado por Christopher Morris, quien saltó a la fama como presentador de otra serie divertidísima, The Day Today (que también fue el trampolín de Alan Partridge, por cierto). Su hijo, interpretado por Matt Berry, le sucede en la presidencia al comienzo de la segunda temporada, y aunque también dará buenos momentos, no consigue que olvidemos a su predecesor.

El caso es que, como digo, es una serie divertidísima, de las de carcajada. No hay grandes reflexiones, aunque alguna hay, y sus mejores sketches no pasarían posiblemente el filtro de lo políticamente correcto. Solo añadiré que el momento antes citado tiene que ver con minusválidos en sillas de ruedas en un teatro gay.

Las temporadas 1 y 2 son magníficas, y es donde la serie alcanza su cenit. La temporada 3 se sostiene razonablemente, y en la temporada 4 la cosa se viene abajo, aunque remonta en un sensacional último episodio en que pasarán por el estrado judicial todos los protagonistas, y donde Moss hará una escena memorable. Y el especial está a la altura de los mejores momentos de la serie, esta vez con un señor bajito.

Si no la has visto, no sabes lo que te pierdes. Yo ya he visto esta serie dos veces, y no descarto volver a verla en el futuro.

viernes, 7 de diciembre de 2018

El arte de tener razón ("Die Kunst, Recht zu Behalten"), de Arthur Schopenhauer

Hace unos meses pude ver una excelente película francesa "Una razón brillante" (Le brío). En ella, Daniel Auteuil interpreta a un profesor de retórica que se ve obligado a formar a una estudiante de ascendencia árabe para que participe en el concurso universitario de debates.

Pues bien, nada más comenzar esa formación, Auteuil le recomienda a su alumna este libro de Schopenhauer. Así que, ni corto ni perezoso, decidí aprovechar para, además, leerlo en alemán. Dos pájaros de un tiro: mantener el nivel de alemán y aprender trucos para discutir y tener razón. Y, de paso, segunda lectura de un filosofo alemán en su idioma, tras haberlo hecho hace un par de años con Nietzsche.

Sin embargo, este ensayo, pese a ser muy corto, es bastante más difícil de leer que lo que he leído de Nietzsche. El estilo utilizado es de frases más largas y desordenadas, y referencias a conceptos filosóficos comunes y supuestamente ya conocidos para el lector. Además, hay referencias textuales en griego (por ejemplo, algunos conceptos).

En todo caso, resulta una interesante e incluso amena lectura, amena sobre todo por los ejemplos que pone en algunos de los Kunstgriff o estratagemas para la discusión. En total, Schopenhauer nos revela 38 trucos para argumentar, algunos tan simples como insultar al contrincante, otros más complejos como el retorsio argumenti.

Aún siendo interesantes las estratagemas (más adelante me referiré a algunas con más concreción), más relevante me han parecido las reflexiones con que inicia y concluye el ensayo. Así, al principio define la "dialéctica erística", como el arte de defender nuestra opinión respecto a la de un rival. Y deja claro que el tener razón en una discusión no significa que se haya descubierto la verdad sobre algo. Para esto último, la herramienta es la lógica, no la dialéctica. Esto va de vencer en un duelo, no de convencer a nadie o de hacer avanzar la ciencia: se discuten las frases, no la verdad. Y por eso valen trucos de todo tipo.

Schopenhauer defiende la erística porque la considera necesario, incluso para defender opiniones que creemos equivocadas. Porque muchas veces ocurre que damos la razón a alguien que no la tenía, por ejemplo, porque en el momento de la discusión no se nos ocurrió el argumento. O también pasa que, aún creyendo nosotros no tener la razón, sí que la tenemos.

Son muy relevantes también las reflexiones que hace al hilo de la estratagema 28, en la que se sugiere apoyarse en opiniones comúnmente aceptadas para argumentar. Esta sugerencia parece razonable, pero Schopenhauer la acompaña de una crítica demoledora a este tipo de "sabiduría". Cita a Aristóteles diciendo que no hay opinión tan absurda que los hombres no acepten como propia si arguye que tal opinión es aceptada universalmente. Y ello lo justifica con una frase magistral: "Denken konnen sehr weniger, aber Meinungen wollen alle haben" ("Pensar pueden muy pocos, pero opiniones quieren todos tener", traducción propia).

En cuanto a los trucos en sí, Schopenhauer empieza clasificando los argumentos en ad re (sobre el concepto) y ad hominem (sobre el argumento y contexto del adversario). También ofrece una clasificación de la forma de hacerlo: directa (sobre razones o implicaciones) e indirecta (sobre consecuencias de lo argumentado por el rival).

Aquí dejo varios de los trucos, algunos ciertamente burdos: extrapolación (argumentar contra una generalización de lo dicho por el rival), homonimía (usar otro sentido para una palabra utilizada por el adversario), generalización de afirmaciones relativas, dispersión de las premisas para facilitar su aceptación una por una, asociar un argumento con alguna ideología generalmente odiada (por ejemplo, nazismo o, algún día, comunismo), argumentos ad auditorem (esto es, argumentar con un recurso sencillo contra algo que sabemos cierto pero que es difícil explicar a menos que el auditorio tenga una gran formación) y, finalmente, los argumentos ad personam (el insulto).

Concluye Schopenhauer con un triste colofón: que no merece la pena discutir con nadie para alcanzar la verdad, a menos que esa persona tenga características excepcionales que rara vez se ven. Pues, en otro caso, o bien no surgirán argumentos útiles, o bien terminarán odiándose los debatientes.

lunes, 3 de diciembre de 2018

Adios a las armas ("A farewell to arms"), de Ernest Hemingway

Paul Johnson consiguió con sus "Intelectuales" despertar mi curiosidad sobre autores modernos clásicos para los que nunca encontraba tiempo. Me refiero a Hemingway, Ibsen y también Sartre.

Esta es la primera lectura debida a este impulso. Escogí esta novela del autor por ser la que le lanzó a la fama, y por desarrollarse en la Primera Guerra Mundial, escenario siempre interesante. Aunque, visto ahora, quizá hubiera sido mejor decantarse por sus obras más conocidas, "El viejo y el mar" o "¿Por quién doblan las campanas?".

En este libro, Hemingway nos cuenta su experiencia biográfica en el citado conflicto, que él vivió como conductor de ambulancias en el frente italiano (cuando Italia ya se había separado de la alianza austro-alemana), más en concreto, cerca de Udine. La novela se estructura en cinco libros, solo dos de los cuales desarrollan propiamente en el frente. Al final del primero, es herido por una granada, por lo que el segundo se desarrolla en el hospital hasta recuperarse. Vuelve al frente en el tercero, que termina con un repliegue de las fuerzas italianas, momento en que el autor se ve "obligado" a desertar (so pena de ser ejecutado sumariamente por carabinieri a la busca de desertores). De aquí llega a Milán y al lago Maggiore, donde vivirá una pequeña historia de amor con Catherine, enfermera a la que había conocido en su convalecencia y a la que deja embarazada. Dicha historia termina de forma trágica en Suiza, con la muerte durante el parto de la chica, y de su bebé.

Esta historia nos la cuenta Hemingway con su peculiar estilo. Cada capítulo se estructura en un solo párrafo (sin puntos y aparte), en el que se integran los diálogos con cada intervención entrecomillada y seguida. Las frases son también cortas, en general. Así pues, aunque el texto es denso, la narración resulta muy dinámica, especialmente los diálogos, que al lector le parece estar viviéndolos.

De hecho, en estos diálogos no nos priva Hemingway de ninguna respuesta de los intervinientes, incluso las más nimias, lo que contribuye a esa sensación de realidad vivida.

En cuanto a la historia, la verdad es que se cuenta muy poco del frente, y sobre todo a base de los diálogos con los compañeros. Así, los compañeros tienen interesantes discusiones sobre si es mejor rendirse o continuar la guerra ("The last country to realize they were cooked would win the war" - "El último país en darse cuenta de que están cocidos ganará la guerra"), sobre la capacidad del ejército austriaco (según el autor, "creado para ser derrotado por Napoleón"), sobre la del ejército alemán o sobre mil cosas más, no necesariamente bélicas, con las que entretienen sus momentos de paz los soldados. Como curiosidad al respecto del ejército alemán, cuando están en el repliegue antes citado, pueden ver un cuerpo militar en bicicleta. Yo no sabía que hubiera.

Lo cierto es que estos diálogos, como sobre todo la escena con los carabinieri, contribuyen a mostrarnos lo absurdo de la guerra. No obstante, los mejores momentos de la novela son los de introspección del protagonista, una vez más, narrados con gran realismo. Destaco dos en particular: cuando está escondido en el tren camino de Milán al final del libro 3, con gran riesgo de que le pillen, y en los momentos previos al parto cuando le asalta la posibilidad de que Catherine muera, con esa sucesión de "If she would die".

También hay momentos divertidos, aunque menos. Destaca la discusión que tienen los guardias fronterizos suizos a la hora de recomendar a la pareja un destino dentro de su país. La exquisita educación con la que debaten ("I beg to differ") es un contrapunto agudo a la brutalidad que se percibe en el frente, y parece increíble que esté ocurriendo a tan poca distancia del mismo, tanto físicamente como en el libro. Lo mismo que las partidas de billar que tiene pocos días antes con un conde, de cuyas conversaciones rescato esta perla: "Are you a croyant?" "At night." O esta otra, sobre la sabiduría de los ancianos: "They do not grow wise, they grow careful".

En todo caso, el final nos deja un regusto amargo. Parece que el autor pasa de reflexionar sobre lo absurdo de la guerra, esas muertes sin sentido, a generalizar la reflexión a lo absurdo de la vida en general, donde tampoco la muerta parece tener especialmente más sentido, como lo prueban la de su amante y su hijo en el parto.

He de decir que no me ha entusiasmado este libro. Lo he leído con interés, pero no con pasión, y, desde luego, no me incentiva a continuar leyendo cosas de su autor. Por otro lado, para el interesado en la vida en el frente durante la Primera Guerra Mundial, es mucho mejor "El desertor", de Lajos Zihaly, o incluso, pese a su vena paródica "Las aventuras del buen soldado Svejk", de Jaroslav Hasek.
Ambos tienen su respectiva entrada en este blog.