viernes, 7 de diciembre de 2018

El arte de tener razón ("Die Kunst, Recht zu Behalten"), de Arthur Schopenhauer

Hace unos meses pude ver una excelente película francesa "Una razón brillante" (Le brío). En ella, Daniel Auteuil interpreta a un profesor de retórica que se ve obligado a formar a una estudiante de ascendencia árabe para que participe en el concurso universitario de debates.

Pues bien, nada más comenzar esa formación, Auteuil le recomienda a su alumna este libro de Schopenhauer. Así que, ni corto ni perezoso, decidí aprovechar para, además, leerlo en alemán. Dos pájaros de un tiro: mantener el nivel de alemán y aprender trucos para discutir y tener razón. Y, de paso, segunda lectura de un filosofo alemán en su idioma, tras haberlo hecho hace un par de años con Nietzsche.

Sin embargo, este ensayo, pese a ser muy corto, es bastante más difícil de leer que lo que he leído de Nietzsche. El estilo utilizado es de frases más largas y desordenadas, y referencias a conceptos filosóficos comunes y supuestamente ya conocidos para el lector. Además, hay referencias textuales en griego (por ejemplo, algunos conceptos).

En todo caso, resulta una interesante e incluso amena lectura, amena sobre todo por los ejemplos que pone en algunos de los Kunstgriff o estratagemas para la discusión. En total, Schopenhauer nos revela 38 trucos para argumentar, algunos tan simples como insultar al contrincante, otros más complejos como el retorsio argumenti.

Aún siendo interesantes las estratagemas (más adelante me referiré a algunas con más concreción), más relevante me han parecido las reflexiones con que inicia y concluye el ensayo. Así, al principio define la "dialéctica erística", como el arte de defender nuestra opinión respecto a la de un rival. Y deja claro que el tener razón en una discusión no significa que se haya descubierto la verdad sobre algo. Para esto último, la herramienta es la lógica, no la dialéctica. Esto va de vencer en un duelo, no de convencer a nadie o de hacer avanzar la ciencia: se discuten las frases, no la verdad. Y por eso valen trucos de todo tipo.

Schopenhauer defiende la erística porque la considera necesario, incluso para defender opiniones que creemos equivocadas. Porque muchas veces ocurre que damos la razón a alguien que no la tenía, por ejemplo, porque en el momento de la discusión no se nos ocurrió el argumento. O también pasa que, aún creyendo nosotros no tener la razón, sí que la tenemos.

Son muy relevantes también las reflexiones que hace al hilo de la estratagema 28, en la que se sugiere apoyarse en opiniones comúnmente aceptadas para argumentar. Esta sugerencia parece razonable, pero Schopenhauer la acompaña de una crítica demoledora a este tipo de "sabiduría". Cita a Aristóteles diciendo que no hay opinión tan absurda que los hombres no acepten como propia si arguye que tal opinión es aceptada universalmente. Y ello lo justifica con una frase magistral: "Denken konnen sehr weniger, aber Meinungen wollen alle haben" ("Pensar pueden muy pocos, pero opiniones quieren todos tener", traducción propia).

En cuanto a los trucos en sí, Schopenhauer empieza clasificando los argumentos en ad re (sobre el concepto) y ad hominem (sobre el argumento y contexto del adversario). También ofrece una clasificación de la forma de hacerlo: directa (sobre razones o implicaciones) e indirecta (sobre consecuencias de lo argumentado por el rival).

Aquí dejo varios de los trucos, algunos ciertamente burdos: extrapolación (argumentar contra una generalización de lo dicho por el rival), homonimía (usar otro sentido para una palabra utilizada por el adversario), generalización de afirmaciones relativas, dispersión de las premisas para facilitar su aceptación una por una, asociar un argumento con alguna ideología generalmente odiada (por ejemplo, nazismo o, algún día, comunismo), argumentos ad auditorem (esto es, argumentar con un recurso sencillo contra algo que sabemos cierto pero que es difícil explicar a menos que el auditorio tenga una gran formación) y, finalmente, los argumentos ad personam (el insulto).

Concluye Schopenhauer con un triste colofón: que no merece la pena discutir con nadie para alcanzar la verdad, a menos que esa persona tenga características excepcionales que rara vez se ven. Pues, en otro caso, o bien no surgirán argumentos útiles, o bien terminarán odiándose los debatientes.

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