sábado, 27 de abril de 2024

Los ojos de Mona ("Les yeux de Mona"), de Thomas Schlesser

Hacía tiempo que no cogía la lectura de un libro con tantas ganas. Fue enterarme de su existencia y ponerme a leerlo de inmediato (bueno, casi). ¿Por qué? Porque se presentaba como "El mundo de Sofía", pero aplicado a las artes. Aquel libro, del noruego Jostein Gaarder proponía una introducción a la historia de la filosofía de la forma más amena imaginable, con una especie de misión que tenía que ir cumpliendo la protagonista, y para lo que tenía que familiarizarse con los principales filósofos.

Pensar que algo similar se había escrito para el mundo del arte era super-atractivo. Además, es que es un tema al que he dedicado varias lecturas en los últimos meses (But is it art?, How to visit an art museum), y sobre el que estoy ultimando una teoría basada en la praxeología. 

Desafortunadamente, esta novela no funciona tan bien como la Gaarder, y es un poco aburrida. Se trata de una niña que se va a quedar ciega, y a la que a su abuelo decide llevar a ver las obras de arte que el considera más importantes, antes de que el nefasto suceso ocurra. Bueno, son las obras más importantes de los museos de Paris, no del mundo, aunque los museos de dicha ciudad dan suficiente de sí como para unas cuantas obras como esa. Esto nos da lugar a 52 capítulos, uno por cada una de las obras de arte visitadas, a su vez agrupadas en los tres museos de arte más importantes de Paris: Louvre, Orsay y Beaubourg-Pompidou.

La narración está hiper-estructurada: cada capítulo comienza con una escena de la vida de la niña, sea de sus problemas familiares, escolares o sus visitas al médico. Tras esto, nos trasladamos al museo que corresponda, y se aporta en cursiva una descripción objetiva de la obra, normalmente una pintura, aunque también hay varias esculturas. La obra en cuestión se reproduce al principio de cada capítulo. Un ejercicio curioso que yo hacía era observar detenidamente la obra antes de leer la descripción objetiva, y comprobar si había percibido todos los detalles en ésta reflejadas. Imagino que si vas acertando se puede interpretar como que aproximas tu visión a la de un experto como es el autor del libro.

Tras esto, tenemos la discusión sobre la obra, en que el abuelo le cuenta a la niña datos biográficos y de contexto histórico del artista, para que comprenda mejor la obra y no se quede en la contemplación superficial ("Mais retiens qu’il est impossible de regarder un tableau ancien en faisant comme si nous ne connaissions rien de ce qui lui a succédé."). De resultas de este debate, se obtiene una lección para la vida en forma de lema, que es el que da título al capítulo.

El problema es que Schlesser no ha conseguido hacer atractivo el recorrido vital de Mona, de forma que la parte inicial de cada capítulo se lee casi como una molestia antes de llegar a la discusión de la obra de arte, que es lo interesante. Pero esto nos deja con una sucesion de 52 descripciones de obras independientes, lo que no es un formato muy legible. A las tres o cuatro obras uno ya está saturado y tiene que parar la lectura.

Con independencia de este problema, las descripciones y contextos de las obras son muy interesantes, y el lector algo aprenderá sobre arte. Por ejemplo, el origen del nombre "Impresionismo": "un critique d’art du nom de Louis Leroy, devant une toile de Monet intitulée Impression, soleil levant, avait ironisé en se disant « impressionné"

O por qué los pre-rafaelitas se llaman así: "Parce que Raphaël incarna, dès le XVIe siècle, la foi pionnière dans la connaissance de la nature et dans la technique, certains artistes des époques suivantes le vénéraient. Mais d’autres lui en voulaient aussi beaucoup. Selon les préraphaélites, il avait corrompu la création. Car Raphaël, si génial fût- il, avait éteint à leurs yeux l’ambition sacrée, mystique, qu’on prêtait à l’art au Moyen Âge."

Que Degas trataba fatal a sus modelos hasta el punto de llegar a decir " ’art, c’est le vice. On ne l’épouse pas, on le viole.". O que Canaletto usaba la misma técnica que las fotos 360º: "Il déplaçait le viseur de son engin d’un point de vue à un autre pour obtenir une succession de croquis qui, disposés bout à bout, finissaient par offrir des paysages panoramiques. Il dilatait l’espace, en somme."

Las descripciones de las obras concretas están trufadas con interesantes reflexiones sobre el arte en general. "Mais, Dadé, est- ce que c’est une œuvre d’art ?– Ah ! C’est la grande question ! Marcel Duchamp aurait répondu que c’est une œuvre, mais une œuvre « qui n’est pas d’art » ! Je ne sais pas si c’est une œuvre d’art. Je sais en revanche que, là, en ce moment même, elle le devient dans nos yeux…"
Esta cuestión se ha planteado incluso judicialmente cuando una obra de Brancusi fue detenida en la aduada de los EEUU y obligada a pajar arancel por no ser considera arte. Brancusi, aconsejado por Duchamp, llevo la cosa a los tribunales y le terminaron dando la razón.

Sobre la interpretación de las obras de arte, tenemos esta inquietante observación de Mona: "Et c’était cela qui avait enclenché la leçon d’Henry sur le tableau. Mais qu’aurait donc bien pu dire son grand- père si elle avait perçu autre chose que la déflagration d’une bombe ? Qu’aurait- il dit si elle avait perçu un gros gâteau, des animaux ou une carte de géographie ? N’était- ce pas tricher avec l’œuvre que d’en tirer un message définitif à partir d’un sentiment fugace et subjectif"

Finalmente, Schlesser nos aporta una explicación sobre el ambiente a la entrada de un museo como es el Louvre; "L’agitation autour d’eux était étouffante. Étouffante, oui, parce que la plupart des visiteurs qui composent la foule d’un grand musée ignorent ce qu’ils désirent faire ; ils produisent un flottement généralisé, infusent l’atmosphère stagnante, hésitante et même un peu trouble, propre à ces lieux lorsqu’ils sont victimes de leur succès."

Con todo, lo que no se le puede perdonar a Schlesser que a nuestro aragonés universal, Francisco de Goya, le llame "Francesco Goya". No se ha equivocado al escribir los nombres de los artistas, solo en el caso de Goya, que además es posiblemente el artista más influyente de todos los que nos presenta, medido por el numero de veces que es citado en obras de arte posteriores. ¿Por qué se habrá equivocado? No le doy el beneficio de la duda: traiciona su chauvinismo y se le hace insoportable que un pintor español tenga tanta categoría, así que italianiza el nombre. Por cierto, Mona, el cuadro de Goya que pudiste ver en Paris es uno de los peores del artista, mala suerte de no vivir en Madrid. Y no solo por Goya...

Una pena este libro: es una buena idea, con buenas descripciones y mucho dato interesante, pero al que le falta un hilo argumental fuerte que lo haga legible. Eso, y unos cuantos cuadros de Velázquez, El Greco, Ribera o Romero de Torres. 

viernes, 26 de abril de 2024

Elección social y valores individuales ("Social Choice and Individual Values"), de Kenneth J. Arrow

Tenía curiosidad por leer algo a este señor, al que se atribuye la identificación del mercado en competencia perfecta con el óptimo del bienestar social, algo que ha tenido terribles efectos sobre el verdadero bienestar individual, empezando por todas las burradas que deciden las agencias antitrust.

Este es el libro que he leído del señor, y confieso que ha sido una verdadera tortura, no tanto por lo que dice, como por cómo lo dice. El objetivo del ensayo es analizar la viabilidad de construir una función de bienestar social a partir de las preferencias individuales, algo que hacemos hoy, de alguna manera, mediante las elecciones.

Su punto de partida es correcto (me temía lo peor ya desde aquí): se tiene cada individuo con su vector de preferencias, y además es imposible la comparación interpersonal de las utilidades. Sobre ese vector de preferencias ya podríamos discutir algo, ya que presupone información perfecta, esto es, que cada individuo tiene, de alguna forma, preferencias sobre todo y que todos opinan sobre lo mismo. Yo creo que esto solo se podría modelar con vectores infinitos, para lo que no sé si el álgebra de Arrow está preparada.

Al respecto de la comparación interpersonal y la cardinalidad de las preferencias, me quedo con este argumento que me parece muy bueno (contra la posibilidad de dar valores absolutos a las preferencias, como hacen los economistas neoclásicos): "if any course of behavior can be explained by a given utility function, it has been amply demonstrated that such a course of behavior can be equally well explained by any other utility function which is a strictly increasing function of the first."

A este punto de partida corresponden dos axiomas, que se cumplen tanto a nivel individual como social: conexión (de cada pareja de estados puedo decir cuál prefiero o si me son indiferentes) y transitividad (racionalidad, por tanto). Con esto ya empieza el ensayo a apuntar maneras, pues la consecuencia de ambos axiomas es que se puede definir una relación de cuasiorden entre los estados, y a partir de aquí el señor Arrow puede entrar con toda la fuerza del álgebra a un análisis social. Pero sigamos. 

A la función del bienestar social le exige una serie de condiciones que parecen razonables, aunque al lector le cueste entender su descripción, y más aún su formalización algrebaica. Las cinco condiciones son:

1) Los individuos pueden tener cualquier orden de preferencias (si no la entiendo mal)

2) Si una estado concreto aumenta en las preferencias de un inviduo y todas las demás preferencias permanecen constantes, ese estado también mejora a nivel social

3) Independencia de las alternativas irrelevantes: el estado óptimo no depende de aquellas alternativas carentes de sentido

4) Soberanía del individuo (ciudadano en la terminología Arrow): no hay ninguna relación de orden social que sea independiente de los individuos

5) Inexistencia de dictador: las preferencias sociales no se basan en las de un individuo.

Bueno, pues una vez discutidas y formalizadas estas condiciones, Arrow se lanza a un proceso de demostraciones algebraícas que pretenden demostrar, y según él lo hacen, que no existe ninguna función social que las cumpla. En otras palabras, que es imposible determinar el estado óptimo del bienestar social a partir de las preferencias individuales. Algo que todos sabíamos sin necesidad de dedicar 50 o 100 páginas a embrollo algebraíco. En mis good old times, hubiera tratado de seguirlo, como hacía cuando estudiaba Álgebra en teleco, asignatura que me encantaba. Pero entonces el esfuerzo tenía cierta motivación, porque las conclusiones eran válidas y además había un examen que aprobar. Pero, claro, razonar algebráicamente para el bienestar social me parece tan absurdo (y con resultados tan previsibles) que me resisto a hacer el esfuerzo.

Para Arrow, ni siquiera el mercado (entiendo que libre) puede cumplir esta función, aunque es porque el mercado no cumple la condición de racionalidad (la transitividad de su axioma): "Similarly, the market mechanism does not create a rational social choice."

Una vez constatado lo obvio a lo largo de cuatro capítulos, llega lo más interesante en el último de ellos. Pero, eso sí, por el camino ha demostrados grandes trivialidades, como que si hay solución cuando solo hay un bien en la sociedad. O que "the only methods of passing from individual tastes to social preferences which will be satisfactory and which will be defined for a wide range of sets of individual orderings are either imposed or dictatorial." lo que prepara el terreno para el sueño de todo estatista.

Como decía al último capítulo llega constatando lo obvio:"The results of this section suggest strongly that the difficulties in forming a social welfare function arise from the differing social attitudes which follow from the individualistic hypothesis, especially in the case of similar tastes for individual consumption. It follows that the possibility of social welfare judgments rests upon a similarity of attitudes toward social alternatives.". Lo que inevitablemente conduce a una discusión moral, filosófica e incluso psicológica sobre si existe un estado óptimo más allá de nuestras necesidades básicas y superficiales.

Como es lógico, Arrow va a argumentar que sí, apoyándose en grandes estatistas como Rousseau, y en filósofos más fiables como Kant. Esta frase es ilustrativa y traiciona la visión de Arrow y su implícita superioridad moral al resto de los mortales. Habla sobre longevidad: "This desire is essentially
individualistic, extending to only a few individuals at most; but, since the means for achieving increased longevity are in such large part social, there is a strong factor making for like attitudes on special issues. Differences may still arise owing to imperfect knowledge.
". O sea, para todos los individuos lo más importante es la vida, y divergencias de este postulado solo se deben a la ignorancia. Lo que me recuerda a las medidas que se tomaron durante el COVID básicamente con esa asunción.

Arrow parece sostener que el individuo tiene dos órdenes de preferencias: uno por el que se guía en el día a día, sujeto a emociones e irracionalidad, y luego otro que "would be relevant under some ideal conditions and which is in some sense truer than the first ordering". Por supuesto, este del que no somos conscientes, es que se considera relevante para la elección social, y además es que "there is complete unanimity with regard to the truer individual ordering."

Sigue añadiendo ya consideraciones casi metafísicas, como que es durante las elecciones y en nuestro voto que aflora ese verdadero orden individual, lo que me recuerda a los cónclaves para elegir al nuevo Papa, en que el Espíritu Santo habla por la boca de los reunidos. Y, claro, es que ambas cosas son cuestión de fe, por mucho que se empeñe Arrow en ponerle álgebra.

Eso sí, la existencia de este orden superior se carga la posibilidad de que el mercado sea óptimo para la sociedad:

"Any view which depends on consensus as the basis for social action certainly implies that the market mechanism cannot be taken as the social welfare function since that mechanism cannot take account of
the altruistic motives which must be present to secure that consensus."
"If, in particular, the consensus in question is that of moral imperatives, the case is even worse since the market can certainly only express pragmatic imperatives."

No hay demostraciones ni teoremas algebraícos para esta proposición, por cierto, esta se la ha sacado del coleto. Pero sí tenemos esta prueba anecdótica, con la que cierro el descojone, y en la que aflora de nuevo la omniscencia y sabiduría de Arrow en comparación con la plebe. Para que explicarle la teoría del valor a este señor, si no es una relación de cuasi-orden,
"The reality of the first type of ignorance in economic life is well evidenced by the fact that the price
ratio between two chemically indistinguishable brands of aspirin has exceeded ten to one; here the hierarchy of instrumental values leads to different preferences for different brands of aspirin, though they are in fact equally efficacious in achieving the ultimate end of mitigating headaches."

En suma, se trata de un libro obsoleto, muy duro de leer, y que no recomendaría a nadie. Es una forma de hacer economía que ya no entienden ni los maisntream actuales, que han optado por el cálculo diferencial para sus modelos del ser humano. Y pensar que este señor se llevó un premio Nobel de Economía.

martes, 9 de abril de 2024

Yo confieso, de Jaume Cabré

Yo también confieso, primero de todo, que no sé si este libro se escribió en catalán o en castellano, y esto supone que si es lo primero, entonces he leído una traducción, cosa que me incomoda después de todas las veces que he despotricado en contra de leer traducciones. En mi descargo diré que ni se me ocurrió que pudiera serlo y que, cuando me asaltó la duda ya llevaba mucho libro leído como para empezarlo de nuevo (además de que tampoco sé si podría leer en catalán).

En todo caso, el libro me ha parecido escrito como si fuera directamente en castellano, y tampoco tiene tanto recurso estilístico como para que sea relevante (creo) que se lea en uno u otro idioma. 

Esta novela ha empezado a aparecer en listas de libros clásicos de esas que circulan por Internet, y en muchas de ellas era el único que no conocía. Ese espíritu de completitud que no me abandona me forzó a hacerme con el libro y leerlo, pese al desconocimiento que tengo del autor.

Y no me ha decepcionado, es una lectura que merece la pensa. Cabré tiene pinta de ser autor de un libro, como tantos otros lo han sido (me viene a la memoria Angelas Ashes, o Les bienveillantes, de cuyos autores poco más se supo), lo cual quizá sea malo para él, pero no para el lector, que puede disfrutar de una quintaesencia de sus pensamientos, conocimientos y visiones de la vida.

La historia que nos cuenta Caubré en alrededor de 1000 páginas es, en realidad, la historia de un violín, del artesando Storionio, cremonense que aprendió sus artes del más conocido Stradivari. Lo que pasa es que la historia está contada de forma desordenada, torcida y, si se quiere, disfrazada de carta a su amada de toda la vida, Sara Voltes-Epstein.

No solo el desorden anima la confusión, sino el propio estilo del autor, quien mezcla constantemente en la narración la primera persona (lo que le permite, por ejemplo, tutear al destinatario de sus líneas) y la tercera persona. Por si fuera poco, también hay una cierta confusión con los personajes que pueblan la historia, en los que hay veces en que parece que se encarna, mientras que en muchas habla con ellos (sus dos muñecos, el jefe indio Águila Negra y el sheriff Carson). Es más, incluso los personajes de distintos momentos históricos parecen a veces encarnarse unos en otros o tener vidas paralelas. ("La operación se repitió varios días seguidos. La prisionera 615428 se arrodillaba, desnuda, y el Obersturmbannführer Höss la penetraba y Su Excelencia Nicolau Eimeric le recordaba, jadeando, como se lo cuentes al desgraciado del Bizco de Salt, serás tú quien vaya a la hoguera por bruja, que me tienes embrujado, y la 615428 no decía nada, porque sólo podía llorar de horror.")

Con todo, no se amedrente el potencial lector, porque la narración fluye muy bien y no tendrá problemas para seguir sus derroteros, eso sí, aceptando que se va a ir enterando a saltos, no de forma continua como ocurriría en una narración convencional.

Las historias que se nos cuentan y que (descubriremos) tienen como hilo conductor el ya citado violín, transcurren en diversos momentos históricos y lugares geográficos. La primera es a finales del XIV, en las juderías y monasterios de Gerona; tenemos otra a finales del XVII entre Pardac, Cremona y Paris, y de ahí se salta a la Segunda Guerra Mundial y a los nazis, siempre los malos en cosas de antigüedades.

También hay una historia, breve, en Al Hisw. Y luego esta la vida del padre del protagonista y narrador, que nos lleva por la Primera Guerra Mundial y, cómo no, a la Barcelona franquista. Todo ello entrelazada con la propia vida del protagonista, Adriá Ardevol, y su íntimo amigo Bernat Plensa.

Con tanto lío, parece quedar poco resquicio para la sorpresas, pero doy fe de que este libro las tiene, alguna en la mejor tradición de las series policíacas. Esta última no se desvela hasta las últimas páginas, y no la reventaré, solo diré que tiene que ver con la historia del violín como no podía ser de otra forma. 

La otra se revela más adelante, cuando de repente el texto empieza a aparecer en cursiva, para señalarnos una visión objetiva de algo que no te cuenta Adriá, ni en primera ni en tercera persona. Lo quiero dejar aquí, porque creo que puede animar a la lectura del libro. Bueno, ahi va el spoiler: resulta que Adriá escribe toda esta cara ya aquejado de Alzheimer, y con la urgencia que da querer dejar por escrito todos sus recuerdos antes de perderlos. Es por eso que, cuando se vaya acercando el final del libro, ya casi todo pasa a estar en esa cursiva de observador externo. Y esto le llevará incluso a dudar de sí mismo: "entonces resulta que todos somos pura ficción. ¡Incluso yo!" "Mi muerte será lenta, no como la de Boecio. Mi emperador asesino no se llama Teodorico sino Alzheimer el Grande."

Cabré escribe bien y, con tanto texto, es inevitable que aparezcan secuencias, diálogos y frases lindando con la genialidad. Por ejemplo, este debate terminológico entre Adriá y Jaume de pequeños con otro amigo:

"—Prostíbulo: mancebía, lupanar o burdel.

—Ostras. Hay que buscar en el volumen de mancebía. Éste.

—Mancebía: prostíbulo, lupanar, casa pública de mujeres mundanas. 

Silencio. Los tres un tanto desorientados.

—¿ Y lupanar?

—Lupanar: mancebía, burdel, prostíbulo. Ostras, qué pesados. Lugar o casa que sirve de guarida a gente de mal vivir."

Y este diálogo minimalista, en que se lleva al locutor al final de la frase para conseguir el efecto deseado:

"—Y también quiero estudiar Filosofía (yo).

—¿ Filosofía? (madre).

—¿ Filosofía? (Manlleu).

—¿ Filosofía? (Bernat).

—Peor todavía (madre)."

Adriá es un gran poliglota, lo que le permite algunos alardes. Este, de fuerza bruta: "Adéu, ciao, à bientôt, adiós, tschüss, vale, dag, bye, avrío, noká, la revedere, viszlát, head aega, lehitraot, tchau, maa as- salama, puix beixlama, amigo mío." Mientras que este es un analisis más sutil: "Del inglés me apasionó la pronunciación, siempre maravillosamente inesperada si la comparábamos con la palabra escrita. Y me maravilló la simplicidad morfológica."

Análisis sintáctico de palabra soez: "No dijo pputa porque usó la palabra como sustantivo, no como adjetivo, al contrario que la otra vez que se lo oí decir. Me gustó la finura del matiz lingüístico de mi madre."

Algo con sentido del humor; "¿Cómo sabe mi nombre?—Ya le he dicho que soy tasador." (aunque no espere el lector mucho más).

Dejo también un par de frases brillantes: "cuando la Tierra era redonda para casi todo el mundo y, si las enfermedades desconocidas, los salvajes sin Dios y las fieras del mar y de las tierras, el hielo y la tempestad y las lluvias excesivas no lo impedían, los barcos que se perdían por occidente volvían por oriente con los marineros más delgados, demacrados, perdida la mirada y plagadas de pesadillas sus noches."

"empezaba a añorar la posibilidad de añorar el paisaje frío de Tübingen."

Y cierro ya con esta, que me parece muy adecuado para conectar con el libro que estoy leyendo ahora y sobre el que seguramente trate la próxima entrada, aunque solo coincido con el autor para Vermeer, estoy completamente en desacuerdo con la apreciación a Proust:

"Cuando se ha degustado una vez la belleza del arte, la vida cambia. Cuando has oído cantar al coro Monteverdi la vida cambia. Cuando has visto a Vermeer de cerca, la vida cambia; cuando has leído a Proust, ya no eres el mismo."