martes, 11 de diciembre de 2018

Una casa de muñecas ("A doll's house"), de Henrik Ibsen

Segunda lectura que hago animado por las apreciaciones de Paul Johnson en sus Intelectuales. En esta ocasión, se trata de apreciar la supuesta genialidad de Henrik Ibsen, el universalmente conocido dramaturgo noruego, quien, al parecer, rompió moldes con sus obras de teatro.

Para apreciar tal, he optado por "Una casa de muñecas", su obra más conocida. La leo traducida al inglés, aunque lo cierto es Ibsen escribía en noruego. Quiero pensar que esta versión a lo mejor fue bendecida de alguna forma por el autor y será más próxima a su obra que la traducción española. Por otro lado, habida cuenta de narrativa y estilo, tampoco creo que la traducción se deje cosas en el tintero: digamos que la genialidad de Ibsen no está en sus recursos estilísticos o en su capacidad de hacer verso, por lo que ni se pierde la rima, ni lo otro.

Leyendo esta obra uno se pasa la mayor parte del tiempo preguntándose qué es lo que hizo clic para que resultara un bombazo. Prácticamente hasta el 15% final, la obra es perfectamente convencional; lo único que parece revolucionario es ese discurso final de la protagonista, Nora Helmer, para lo que el resto es mera preparación.

La historia es muy sencilla: Nora se tuvo que endeudar para pagar la curación de su marido, Torvald Helmer. Esto lo hizo sin conocimiento de  éste, y encima falsificando la firma de su padre (de ella) como avalista. Lo hizo por amor a su marido, al no ver otra salida. En el momento de los sucesos, Torvald acaba de ser nombrado director del banco y tiene que reconfigurar su plantilla, lo que va a aprovechar para ajustar a un tal Krogstad. Resulta que éste es el prestamista de Nora, y amenaza a ésta con denunciar su falsificación en caso que no convenza a su marido de que reconsidere su despido.

En el acto final, Krogstad cumple su amenaza, y deja en el buzón una carta explicando lo sucedido. El marido se indigna enormemente con Nora al enterarse: la consecuencia es que le impedirá la educación de los niños, aunque seguirán viviendo juntos por las apariencias. Lo que para Nora era un acto de amor, para Helmer es ignominioso. Al poco, llega otra misiva en que Krogstad se retracta de lo dicho y, de hecho, le devuelve el documento falsamente firmado. Torvald procede a su destrucción y le dice a Nora que todo está bien, y que pueden seguir cómo estaban.

Y entonces se produce la reacción furibunda de Nora, que es el gran momento de la obra: Nora, ante estas veleidades, se ve como una muñeca (de ahí el título) con la que primero jugaba su padre y ahora juega su marido, sin tenen nunca voz ni voto. "Nunca me has amado. Solo has pensado que era agradable estar enamorado de mí", le suelta.

Nora ve cómo única solución auto-educarse, salir al mundo a darse de bruces con él. Rechaza la propuesta de su marido de ser él quien la eduque, por absurda. Tiene que formarse ella para tener sus propias opiniones, y así decidir su papel como esposa o lo que que se tercie. En su discurso, Nora llega al anarquismo, planteándose si las propias leyes que aduce el marido son correctas. Es algo que ella también tendrá que evaluar como parte de su formación.

Por último, Helmer acude al honor, y Nora le dice que lo tendrá que sacrificar si quiere tener oportunidad de que vuelva como esposa, a lo que se sucede este intercambio magistral (traducción propia)
HELMER: "Peor ningún hombre sacrificaría su honor por aquella a la que ama"
NORA: "Es una cosa que cientos de miles de mujeres han hecho"

En fin. El discurso de Nora es duro, y debía de ser rompedor en la época, aunque yo creo que puede seguir teniendo mucha vigencia. Lo cierto es que lo único de interés en esta obra. Es más, su aparición es hasta cierto punto inesperada. No hay "calentamiento" previo que invite a pensar que Nora tengo esto en su carácter, incluso hasta el momento en que estalla. Yo diría que es casi una especie de "Deux-ex-Machina". Pero, claro, con Eurípides habías tenido una trama magnífica y convoluta que no había forma de romper; aquí parece lo contrario, una banalidad de trama que pueda justificar el exabrupto de Nora, que es lo único que parece interesar a Ibsen.

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