jueves, 10 de enero de 2019

Relatos de Kolimá (I), de Varlam Shalámov

Varlam Shalámov es uno de los escasos rusos que estuvieron prisioneros en la "división" del Gulag en Kolimá, y volvieron para contarlo. Además, como el tipo tenía madera de poeta, lo hizo, en forma de relatos breves como los que constituyen este volumen.

Kolimá es esa península que está al NE de Rusia, casi tocando con Alaska; es, por tanto, parte de Siberia. Cuando vi y leí Dersu Uzala, creía que esos territorios tan inhóspitos eran precisamente los de Kolimá. Resulta que ni de lejos, los territorios que explora Dersu Uzala están mucho más al sur, más o menos a la latitud de Francia, mientras que Kolimá está en la latitud del Cabo Norte. O sea que si lo de Dersu Uzala parece terrible, lo de Kolimá es directamente inimaginable.

El caso es que allí había unas minas de oro a las que mandaban prisioneros del Gulag para que se redimieran con la nación mediante el trabajo físico en estas condiciones extremas. Sería interesante conocer si estas minas se siguen explotando en la actualidad. Imagino que las condiciones contractuales que tienes que ofrecer a trabajadores libres para ir allí igual hacen la explotación poco rentable, algo que no ocurría si podías mandar prisioneros a trabajar gratis, total qué más da que mueran. Ventajas de las dictaduras totalitarias.

Allá fue enviado Shalámov, y por increíble que pueda parecer, sobre todo tras leer los tres o cuatro primeros relatos de este libro, se allí pudo volver vivo. Los relatos que escribió se han agrupado en seis volúmenes en su traducción española, el primero de los cuales es el que comento.

¿Y qué me he encontrado? Pues verdaderas historias de terror blanco, aunque no contadas como si fueran de miedo. Ya a poco de empezar descubrimos que se puede saber si estás a -45ºC escupiendo al aíre: si el gapo se congela antes de llegar al suelo, la temperatura es inferior y la jornada será terrible, porque al menos a -30ºC hace un cierto calorcito.

Poco tardamos en darnos cuenta de que la vida y la muerte no son tan diferentes cuando estás en estos sitios, y que morir es cuestión de tener o no unos calcetines, haber podido o no comer 100 gramos más de pan, o llevarte bien con el hampón de turno. Sobre el declive físico de los prisioneros en estas condiciones hay multitud de referencias, pero las más explícitas se nos cuentan en uno de los últimos relatos, en que Shalámov (que en los relatos se llama Andreyev) "sufre" (en realidad, disfruta) una cuarentena por tifus. Paradójicamente, esta cuarentena, al impedir el trabajo, hace que los prisioneros resuciten físicamente.

Siendo terrible este declive físico, más llamativo resulta, y donde más brilla Shálamov, el declive moral de los prisioneros.Ya desde el principio, nos recomienda Shalámov que, al tratar con los otros, sigamos los tres mandamientos del preso: no creer, no temer y no pedir. Y al poco muestra su enorme escepticismo con la amistad: "Si la desdicha y la necesidad han forjado, han hecho nacer una amistad entre unos hombres, esto significa que la necesidad no era extrema ni muy grande la desdicha.". Vamos, que en condiciones extremas, el hombre solo piensa en su superviviencia, y  no hay concesión posible a sentimientos humanos.

Como consecuencia, y comparándose con los caballos, Shalámov concluye que el hombre domina el mundo precisamente porque es más resistente que los otros animales. En efecto, Shalámov comprueba que los caballos en las minas se dejan morir, cosa que no hacen muchos hombres. Aunque, eso sí, se transforman en escoria: "Las minas de oro arrojaban sin parar su escoria productiva a los hospitales, a las llamadas compañías de restablecimiento, a los poblados de inválidos y a las fosas comunes."

Desgraciadamente, a todo se acostumbra uno, incluso al horror. Y lo que ocurre con los relatos de Kolimá es que se hacen repetitivos. Claro, tampoco pasaban tantas cosas distintas en el invierno helado. Y una vez sorprendidos por la maldad de los llamados "hampones", por ejemplo, en los siguientes relatos ya ese elemento de sorpresa desaparece. Vamos, que Shalámov no es capaz de mantener una escalada de horror que impida esa repetitividad. Otro ejemplo: el comportamiento del stlanik (un árbol de la tundra) ante la llegada del invierno o del verano, se describe en varios de los relatos. O la puyita al lema de las prisiones.

Conforme avanza el libro, el interés solo se sostiene por la calidad literaria de Shalámov, que escribe bastante bien (era poeta, no olvidemos). Pero tampoco su virtuosismo me parece suficiente para justificar más tiempo dedicado a sus relatos de Kolimá, así que no creo que siga con los restantes volúmenes.
 
Os dejo un par de citas textuales, en la línea de amargura ya constatada:
- "Lo que había de irrepetible en la muerte no lo buscaban los médicos, sino los poetas."
- "Habíamos comprendido que la vida, incluso la más perra, consistía en una alternancia de alegrías y desdichas, de éxitos y fracasos, y no había por qué preocuparse de que fueran más los fracasos que los logros."


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