viernes, 18 de enero de 2019

El reino del lenguaje ("The Kingdom of Speech"), de Tom Wolfe

Tom Wolfe es uno de mis escritores contemporáneos preferidos, y del que trato de leer las obras según me entero de su existencia. Le descubrí con un par de novelas ("La hoguera de las vanidades" y "A man in full"), y desde entonces le he leído sin decepción sus otras dos novelas ("I am Charlotte Simmons" y "Bloody Miami"), e incluso obras más raras como "The Right Stuff" o "The Electric Kool-Aid Acid Test". Digo esto para que nadie se extrañe de que me adentre en un tema como el que anticipa el título de este libro, si es de la mano de Wolfe.
 
Y tampoco me están extraño el tema, pues va de la génesis y definición del lenguaje. El punto de partida de Wolfe es un artículo de Chomsky junto con otros intelectuales en que vienen a decir que tras 150 años de investigación, seguimos sin saber nada del origen del lenguaje. Para Wolfe, el lenguaje es lo que ha hecho que el hombre domine a los demás animales y el mundo, y le parece mentira el estado de arte sobre tan importante concepto. Y comienza a meter viajes.
Dos son sus objetivos preferentes: Darwin y Chomsky. Wolfe llega a equiparar la teoría de la evolución a las cosmogonías míticas (!!) y además afirma que el Darwinismo se extendió por un esfuerzo consciente de marketing en un entorno favorable a estas ideas. Para él, el problema es que Darwin no llega a explicar la creación del lenguaje (lo que diferencia al hombre) y por lo tanto la teoría de la evolución está incompleta. Aprovecha para reírse de los intentos de Darwin de fijar tal origen en el canto de los pájaros, así como del abusivo uso que hace su perro para justificar su hipótesis. Divertido Wolfe, aunque se esté metiendo con uno de los científicos más importantes de la historia.

Esta primera parte es un poco cargante y va en demérito de Wolfe. Lo que podía o no saber Darwin en su momento ha sido muy superado y completado con otros muchos académicos de mérito, por lo que me parece absurdo poner en duda la teoría de la evolución solo porque, según él, Darwin no llegó a explicar el origen del lenguaje humano. Wolfe, eso sí, no pierde su brillantez expresiva: "To say that animals evolved into man is like saying that Carrara marble evolved in to Michelangelo’s David" (penúltima frase del libro).

En todo caso, la mayoría de los dardos y los más puntiagudos los reserva Wolfe para Chomsky, el creador de una nueva disciplina analítica, y considerado durante mucho tiempo como un científico o filósofo a la altura de los históricos. Chomsky postuló que el lenguaje tenía una "estructura profunda" común a todos los seres humanos, lo que daba lugar a una "gramática universal", todos ellos servicio por un órgano ("dispositivo de adquisición del lenguaje") supuestamente incardinado en el cerebro. Aún no se ha podido constatar la existencia de este órgano.

Pero es que Chomsky, no contento con ser un científico rompedor, optó por ser un intelectual comprometido, pasos por la cárcel incluidos (aunque siempre llegando a tiempo a casa para cenar, como dice jocosamente Wolfe). Así que la actividad politica de Chomsky incrementaba su reputación como lingüista, y a su vez ésta realimentaba su reputación como intelectual comprometido, y así sucesivamente hasta llevarle al trono de los intocables. Una vez divinizado el autor, a nadie podría extrañar que su ciencia se transformara en religión.

Y así parece que fue. Los lingüistas chomskystas hacían su análisis desde los despachos universitarios sin mojare con la realidad terrenal. Lo primero que nos apunta Wolfe es que Chomsky solo sabía inglés, lo que es un dato sorprendente en alguien que postula que hay una gramática única. ¿Cómo puede hacerlo sin saber más idiomas?

Sin embargo, la fuente principal de problemas de Chomsky fue Daniel Everett, lingüista originalmente seguidor de Chomsky, que sin embargo no era reacio a ensuciarse las manos con la evidencia empírica. Algo que, de hecho, hizo durante más de 30 años con una tribu del Amazonas, los Pirahã. Wolfe detalla con bastante extensión la controversia, y hasta recomienda la lectura de un best seller de Everett ("Don't sleep: There are snakes"), sobre su vida en la selva y su aprendizaje sobre el lenguaje, que fue fundamental para derribar los mitos creados por Chomsky.
 
El caso es que después de la polémica quedó establecido que ni lenguaje ni estructuras lingüísticas están grabadas a fuego en nuestro cerebro por un proceso evolutivo, y que el lenguaje no es más que un instrumento, eso sí, el instrumento por excelencia, que los seres humanos utilizamos para facilitarnos la vida. Wolfe explica las palabras como códigos nemónicos que nos facilitan la referencia a las cosas que nos rodean.

Como creo que se puede apreciar, aún no estando demasiado interesado en el tema (y tener una cierta desconfianza sobre lo que dice Wolfe tras la arremetida contra Darwin), lo cierto es que el estilo de Wolfe te absorbe y te transmite perfectamente la pasión del escritor por el asunto. Eso unido a los numerosos momentos de humor y a la brillantez con que escribe Wolfe, justifican perfectamente la lectura de este ensayo.

Aquí os dejo una de las frases más Wolfianas del libro, con un manejo magistral de los adjetivos, imposible de replicar en castellano, y de traducir no digamos: 
"...two air-conditioned, centrally heated, room-serviced, DUX-mattressed, turned-down-quilted, down-lighter-lit, Wi-Fi-wired, flat-screen-the-size-of-Colorado’d, two-basin-bathroomed, debouched-silk-draped, combination-safed, School-of-David-Hicks-carpeted, Bose-Sound-systematic, German-brass-fixture-showered hotels…"
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