Y terminada la tercera parte, de esta historia de la Revolución Francesa. La que menos interés ha tenido de momento, y precisamente por centrarse casi todo el tiempo en las aventuras del protagonista, el Paysan del título.
La mayor parte de la narración se corresponde con sucesos bélicos, inicialmente en Cassel y la frontera con Alemania luchando con los prusianos, y posteriormente en la guerra civil con la Vendée, más o menos el centro de Francia, donde la gente estaba completamente en contra de la Revolución Francesa. Así pues, mucho de movimientos de soldados, heridas y asedios, no especialmente mal descritos, pero de poco interés para mi objetivo de cómo evolucionó la Revolución Francesa.
Solo puntualmente le llegan a Michel noticias de lo que está pasando en Paris, la única forma que tenía él, y por ende el lector, del progreso político del evento. Se abre la novela con el manifiesto del general Brunswick, "qui déclarait que les Prussiens et les Autrichiens nous envahissaient pour le rétablir, lui, Louis XVI, sa noblesse et ses évêques dans leurs anciens privilèges, et nous dans notre ancienne servitude," Traición al pueblo francés en toda regla, que fuerza la convocatoria de la Convención Nacional, desde la que emanarán normas y decretos, por un lado para gestionar las guerras, tanto en frontera como civiles, y por otro lado para ir avanzando en el nuevo ordenamiento jurídico.
Las medidas para lo primero son draconianas: "
la création d’un comité de salut public et d’un comité de sûreté générale, auxquels tous les districts de France et les représentants du peuple à l’armée devaient rendre compte chaque semaine, la création d’un tribunal extraordinaire composé de cinq juges, dix jurés et un accusateur public, avec pleins pouvoirs de poursuivre, arrêter et traduire en jugement tous les conspirateurs;l’inscription sur les portes du nom de chaque habitant des maisons..."
Gracias a estas medidas, la Convención se irá depurando, hasta quedar en las fatídicas manos de Robespierre, o sea, lo más opuesto a la libertad que el protagonista va buscando y que justifica sus enormes sacrificios: "Je me disais en moi-même que sans l’amour de la liberté, j’aurais mieux aimé me trouver là-bas, les pieds dans mes sabots, derrière le poêle, que sur la route, les cuisses et le dos mouillés comme dans une rivière."
En todo caso, las hazañas de Robespierre no comienzan hasta el final de la novela, y realmente se relatan en la cuarta entrega. Aquí nos quedamos con la información que recibe Michel de su futuro suegro, al respecto de su principal opositor: "Robespierre veut tout organiser, c’est un grand organisateur ; il donne tout à l’État, il veut que tout dépende de l’État. Danton, lui, veut tout laisser libre ; il veut tout laisser au concours ; l’État doit réglementer le moins possible ; tout doit être, d’après lui, au choix du peuple : représentants, administrateurs, fonctionnaires," Todos sabemos quién perderá el debate y cuál será el precio que pagará. Con los comunistas, aunque se llamen Jacobinos, hay pocas sorpresas.
En paralelo, como decía, también avanza la Convención Nacional en el nuevo ordenamiento jurídico. Una vez más, lo cuenta Clauvet en su carta, y bien que se ufana de ello, como por ejemplo de la redefinición del calendario (con esos nombres exóticos para los meses de la nueva era, como el Vendimiario o el Fructidor). Y es que esto es de verdad lo que da más miedo, como esta gente se creía que podía definir las nuevas normas de convivencia ex-novo y desde la razón, sin reparar en que el origen de las normas es un proceso espontáneo artificial, un proceso Hayekiano.
La novela se acompaña de otro documento revolucionario, en este caso las actas de la sesión en que discute el Código Civil. Y ahí se ve con transparencia como se encomiendan, a veces a la costumbre, a veces a la razón, para regular las relaciones entre las personas. Por ejemplo: "Les enfants seront dotés en apprenant, dès leur tendre enfance, un métier d’agriculture ou d’art mécanique."
Pues eso. No solo se creen que las pueden regular, sino que de resultas se pone a mandar un sádico comunista como el amigo Robespierre. Qué clase de código se podría redactar con las mentes pensantes bajo tal vigilancia?
Lo curioso es que son conscientes de la importancia de las normas: "Les lois une fois rédigées, il faut craindre de toucher à ce dépôt sacré." La pregunta es obvia: ¿qué pasa con las existentes hasta la Convención? ¿Esas no eran un "depósito sagrado"? ¿Y por qué lo van a ser las redactadas por la Convención Nacional? Claro, así se explica que hubiera que convencer por la fuerza a tantos franceses sobre las bondades de la Revolución.
Sigo con el cuarto y último de los libros que conforman esta historia. Qué nervios, cómo terminará?
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