A Posteguillo le debo muchísimo. Fue su trilogia de Escipión el Africano la que despertó en mí una pasión insaciable por la novela histórica en general, y por la historia de Roma en particular. Gracias a esta lectura casi inciática (poca novela histórica había leído antes), aparecieron en mí intereses completamente inesperados, que encima normalmente se realimentan con mi interés por la teoría económica y el funcionamiento de las instituciones.
Posteguillo conseguía en esa trilogía, y sobre todo en sus dos primeras partes, meterte de lleno en Roma, casi olías lo que allí se cocinaba o depuraba, veías y sufrías sus costumbres. Y te acercaba a los personajes de una forma que hasta ese momento yo solo había experimentado en la novela convencional. Casi parecía que te habías hecho amiguete de Escipción, de Lelio, de Anibal, de Fabio Máximo o de Catón. Y qué decir de las batallas, que parece como si las hubiera llevado al cine, con esa técnica de narración por sitios. Y, con todo, lo mejor es la descripción de las muertes de los distintos héroes: ¿a quién no le cayeron lágrimas con las muertes de la batalla de Zama? ¿Y qué decir de la de Anibal?
Bueno, espero que con este párrafo exculpatorio perdonéis que sea más clemente con la última novela de Posteguillo. Ojo, que no quiero decir con ello que sea mala, pues ni mucho menos lo es. Estamos ante una obra más cercana a la trilogía de Escipión que a esa horrible segunda entrega de la trilogía de Trajano, digna de caer en el más profundo olvido para no reducir el valor de las restantes novelas de Posteguillo.
El problema principal es que Trajano, por mucho que cueste reconocerlo por ser de la tierra, es un personaje de mucho menos atractivo que Escipión. Sí, tiene sus gestas y sus batallas, pero carece de algo que nos lo aproxime. Quizá sea la ausencia de buenos enemigos lo que le falta a Trajano. Escipión se enfrentaba a magníficos enemigos, tanto en Roma como en el exterior. Fabio Máximo, Catón y Anibal son personajes de gran nivel, incluso por momentos superiores al propio Escipión. Con "malos" así, el héroe gana quilates.
Desgraciadamente para Trajano, sus "malos" son flojitos y en algún caso forzados. Adriano, que sabemos fue su sucesor, resulta poco creíble como enemigo interno. Y Decébalo u Osroes tampoco alcanzan, pocos personajes históricos podrían hacerlo, la dimensión de Anibal (Domiciano es otro caso, no juega un papel de enemigo de Trajano). Ello hace que las batallas que nos presenta Posteguillo, su principal valor, sean menos atractivas y decisivas que las que nos ofrecía la historia de Escipión. Por cierto, que tampoco los compañeros de Trajano (Longino, Lucio Quieto) son capaces de alcanzar la altura de un Cayo Lellio.
Y con estos mimbres, nos encontramos a Posteguillo con la necesidad de buscar más episodios relevantes, más batallas. Así que en esta tercera parte nos mezcla la historia de Trajano con la de la legión perdida de Craso. Ello le da la posibilidad de describir un par de batallas más, la de Carrhae y una de chinos contra hunos.
Pero el precio que ha de pagar es muy alto. Pues para encontrar sitio en la narrativa, se ha de extender el ámbito geográfico a toda Asia: Partia, Kushan (India) y China. Evidentemente, Posteguillo no es capaz de mantener la profundidad descriptiva en estos sitios, que consigue o consiguió para Roma, por lo que quedan desdibujados. Solo con los partos consigue una aproximación lejana a esas sensaciones que tan acertadamente nos trasladó con Escipión.
En resumen, Trajano no es Escipión, pero tampoco "La legión perdida" es el terrible "Circo Máximo". Así que léanla ustedes y disfruten.
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