Es lo que tiene la lectura, que de vez en cuando te ofrece magníficas sorpresas, como ha constituido esta novela. Pero empecemos por el principio. Este verano visité Bosnia, y entre otras de sus ciudades, Visegrad. Este pueblo está muy cerca de la frontera con Serbia, y lo más destacable, la razón por la que uno se pasa 2 horas conduciendo desde Sarajevo, es su puente sobre el río Drina, obra del famoso arquitecto Selin (que también hizo varias mezquitas en Edirne y Estambul). Pues bien, resulta que el puente adquirió su fama gracias a una obra del autor Ivo Andric, que obtendría el premio Nobel de literatura.
Andric es bastante reconocido en Visegrad, aunque no es de allí (sí vivió unos años), hasta el punto de que la nueva ciudad antigua se llama Andricgrad. Digo "nueva ciudad antigua", porque Visegrad fue arrasada por los serbios en la última guerra, dejando poco más que el puente de la antigua kasaba. Por curiosidad, aunque sin demasiado entusiasmo, me animé a leer la novela, un poco para conocer cómo era la vida en la zona. Me esperaba la típica saga familiar, pero lo que me encontré es, realmente, la historia del puente ("un eslabón indispensable en el camino que une Bosnia con Serbia y, más allá, a través de Serbia, con el resto de las provincias del imperio turco hasta Estambul.", y narrada de una forma maravillosa.
La verdad es que he disfrutado de la novela desde el principio hasta el final. Comienza con una visión general de Visegrad, en la que ya se "oponen" las distintas etnias de sus habitantes, a saber serbios-cristianos ortodoxos y turcos-musulmanes, aderezados con algún judío que otro. Y el autor lo hace contándonos las distintas historias y leyendas que ambas comunidades tienen en relación con el puente. El mismo sillar tiene una historia muy distinta para los niños turcos y para los niños serbios, si bien ambos juegan por igual encima del puente.
Dos cosas me han resultado fascinantes del estilo narrativo de Andric. En primer lugar, se refiere en todo momento a "nuestra" ciudad, la de todos sus habitantes incluido él; y lo hace en todo momento, aunque la historia del puente abarca 500 años y él lógicamente no ha podido vivirlos todos. Consigue así transmitir al lector un sentimiento de cercanía, tanto hacia él como a los suyos.
El segundo aspecto es espectacular. Consiste en cómo es capaz de transformar la narración de un hecho en un momento dado, en leyendas, habladurías o recuerdos conforma avanza el tiempo. Lo que en un capítulo es un hecho vivido por los personajes del momento, cobra tintes míticos cuando en capítulos posteriores aflora en el recuerdo de los habitantes de entonces, que han oído hablar o han vivido en la niñez el acontecimiento inicial. "Así, de la torre y los cruentos sucesos que estaban vinculados con ella no quedó más huella que algunos recuerdos tristes que fueron palideciendo y se desvanecieron junto con esa generación, y una viga de roble que no había ardido del todo porque estaba encajada en los escalones de la kapija."
La historia del puente comienza con su accidentada construcción ordenada por el visir Mehmed Pacha Solokovic, que ahora da nombre al puente, y a quien el autor imagina mirando el Drina impasable en su niñez. Tras unos cuantos años y escándalos, por fin queda construido con un Han u hospedería mantenido por una fundación del propio visir. Del puente, nos dice: "El milagro de los primeros días había entrado en su vida cotidiana y empezaron a cruzar el puente apresurados, indiferentes, preocupados, distraídos, igual que el agua rumorosa corría por debajo, como si fuera uno de los innumerables caminos que ellos y su ganado habían apisonado con los pies." Y así casi hasta nuestros días. El Han correrá suerte muy distinta una vez se pierda la fundación que dotaba su mantenimiento, conforme se va reduciendo el imperio turco.
Así nos va contando Andric diversas historias y sueños de los habitantes de Andric. Visegrad va observando como el imperio turco retrocede, cómo los serbios amenazan las fronteras, y cómo eventualmente el imperio austro-húngaro conquista Bosnia y llega al mismísimo Visegrad, con sus "germanos" (que así los llama uno de los habitantes de Visegrad), sus funcionarios, sus ingenieros y sus soldados.
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