De Chaves Nogales ya leí hace un tiempo la que posiblemente sea su obra más conocida, A sangre y fuego. Me gustó: sea trata de una obra costumbrista, un reportaje sobre algunos capítulos de la Guerra Civil española muy centrados en el bando de su preferencias, el rojo, pero sin por ello sesgar el relato.
Este que acabo de terminar es de un estilo similar, solo que ahora recoge el testimonio de una sola persona, el maestro (de flamenco) Juan Martínez, sobre lo que ocurrió en Rusia en los primeros años de la revolución bolchevique. Una vez más, lo ocurrido se nos cuenta con un estilo sobrio, rayano en lo ingenuo, que me recuerda un poco al de don Benito Pérez Galdós, capaz de contarte las mayores truculencias como si fuera un cotilleo de vecinas. En esta caso, además, es en primera persona, pues es el relato del ya citado maestro.
La historia del maestro comienza en Paris, desde donde se trasladará con su pareja Sole a Constantinopla para actuar allí. Aquí les pilla el comienzo de la Primera Guerra Mundial, de cuyos horrores huyen a Rumania por vía de Bulgaria (en cuya frontera no se creerán que es español de Burgos por confundir la ciudad con la búlgara de Burgas, al lado del mar Negro). En Rumania tendrán oportunidad de ver unos de esos ahora increíbles episodios de festejos cuando Rumania declare la guerra a Alemania: "¡ La guerra! ¡La guerra! ¡Rumanía acaba de declarar la guerra a Alemania! El público se levantó en masa y gritó entusiásticamente:—¡ La guerra! ¡La guerra! ¡Viva la guerra!"
Como el maestro ya sabe mejor, no duda en seguir moviéndose, ahora hacia la seguridad de Rusia, cuyas ciudades siempre quedan lejos del frente. Lo que pasa es que aquí les pilla la revolución bolchevique, y se encontrará viviendo en una situación mucho más trágica que la causada por el conflicto bélico, como se aprecia en la lectura.
De los comienzos de la revolución queda claro que nadie la quería y que su triunfo se hizo por la pura fuerza y algo la propaganda: "Desde el primer momento se dedicaron los bolcheviques a hacer una intensa propaganda de sus ideas entre los cinco mil obreros del arsenal, porque lo curioso era que la mayoría de los obreros de Kiev y la totalidad de los campesinos de Ucrania estaban en contra de aquel Gobierno obrero y campesino,". Vamos, que la utopia comunista ni siquiera fue capaz de engañar a nadie en sus comienzos, lo que hace aún más sorprendente que en la actualidad parezca que hay gente que se la cree. Estos son algunos de los comentarios de nuestro protagonista: "Me asfixio bajo esto que llaman dictadura del proletariado; me muero de asco y de tristeza. ¡Volver a Francia, y luego morir, si es inevitable! Todo menos seguir en este gigantesco presidio de ciento treinta millones de seres." "El régimen soviético era muy bueno, pero para ellos solos. A los demás, que nos partiese un rayo."
En cuanto a la violencia, son numerosas las escenas contempladas y compartidas por don Juan, incluidas algunas ocurridas en las propias checas. Llamativo este episodio inicial en Petrogrado, que recuerda a las podemitas sacando a los violadores de la cárcel con la ley del "sí es sí": "Estas bandas estaban formadas, en su mayor parte, por presidiarios, a quienes la revolución había abierto las puertas de las cárceles. De la fortaleza Pedro y Pablo salieron centenares de delincuentes, que se armaron con los fusiles de la policía y del ejército para cometer impunemente cuantos crímenes querían." Y es que para que la Revolución triunfe se necesita a la gente asustada en su casa.
Todas las vivencias del maestro están dominadas por el hambre, el "hambre negra" que aflora su cabeza una y otra vez, y en todos los sitios por los que pasa sus desventuras. La Revolución colapsa el sistema productivo y los alimentos no llegan ya a sus demandantes; es más, se desarrolla un sistema de corrupción que dificulta aún más tal abastecimiento. En geniales palabras del maestro, "Repartir bonos y echar discursos eran cosas que hacían con la mayor facilidad del mundo. Dar de comer era ya otra cosa."
Lo que nos lleva a otra de las características que dominan el relato: la burocracia y la arbitrariedad, consecuencias bien conocidas de esos régimenes económicos de planificación central, a los que habría que ir cambiando el nombre, pues de planificación en ellos no hay nada. Los bolcheviques "Trabajaban día y noche patrullando por las calles con el fusil a la espalda o en aquellas oficinas desmanteladas, en las que garrapateaban bonos, salvoconductos, órdenes de requisa, autorizaciones y prohibiciones, hasta que caían rendidos de fatiga, extenuados, con los ojos desorbitados por la fiebre y el sueño, como si fuesen ojos de cristal."
Pero "Entre ellos mismos no se entendían; lo que prohibían en un sitio lo autorizaban en otro; cada bolchevique ponía una ley, se aceptaba y se procuraba cumplirla; pero detrás de aquel bolchevique venía otro que, fusil en mano, exigía todo lo contrario." Esto les ocurre en Odesa: "Obtuvimos una autorización para bañarnos—hasta para bañarse en el mar hacía falta una autorización especial de los bolcheviques—, y yo creo que, gracias al sol y al agua, nos respetó el tifus." La libertad de los comunistas.
Lo único que salva de la inanición a los moscovitas es, por supuesto, el mercado negro, los malvados especuladores, como siempre en estos casos.
La mayor parte de la narración transcurre en Kiev, a dónde son capaces de huir desde Moscú. Se encuentran una ciudad rica y bulliciosa, aún bajo el dominio del zar, a la que atacarán y conquistarán sucesivamente un montón de facciones. Aquí se muestra el caos post-revolucionario, el ambiente que vivían las gentes a las que les tocaron estos sucesos. En Kiev se enfrenten las tropas rojas o bolcheviques, las blancas o zaristas, las nacionalistas ucranianas, y también el ejército polaco. Y en los alrededores de Kiev "Había bandas de forajidos blancos, rojos, verdes y negros; es decir, zaristas, bolcheviques, campesinos y anarquistas, todos igualmente ladrones y asesinos."
Tan imposible se hace la vida para la persona normal, que terminan deseando el triunfo de los bolcheviques, aunque solo sea para que dejen de sonar disparos. En opinión de Martínez, la gente al final prefirió a los rojos porque al menos estos pasaban la misma hambre que ellos.
De Kiev consiguen trasladarse a Odesa, donde el hambre alcanza cotas hasta ahora no vividas, y tenemos el que quizá sea el momento más terrible de la narración, y una de las pocas veces en que se habla de los niños: "No se sabe nunca a qué extremos puede llevarnos el instinto de vivir; hasta dónde llega el egoísmo. Nadie sabe lo egoísta que es mientras no llega el caso, y a quienes se hagan la ilusión de creer que en aquellas circunstancias hubiesen hecho algo mejor de lo que yo hice—volver la cara al otro lado—, yo les pondría en una de aquellas calles de Odesa durante los años del hambre, cuando centenares de criaturas, abandonadas por sus familiares, muertos de hambre o de tifus, esperaban a morir acoquinadas en los portales." Horroroso. Y aquí todavía hay gente que gobierna con comunistas.
Será por fin desde Odesa, con otra serie de truculentas aventuras, que Juan y su Sole consigan escaparse a Estambul y recuperar su vida (hasta cierto punto) tras seis años de penurias. Lo que me recuerda el escaso peso que tiene Sole en el relato. Juan te cuenta sus problemas, por ejemplo, con el pasaporte, pero rara vez habla de las cosas que le sucedían a Sole, que se queda meramente en costilla o "mochila" del protagonista.
En suma, Chaves Nogales nos depara un relato repleto de horrores, pero con un estilo de andar por casa, lo que hace la vivencia a la vez más próxima y menos truculenta. Tipos como Juan Martínez, o el propio Nogales, ya sabían lo que estaba pasando en la URSS. ¿Cómo vería esta gente nuestra Segunda República, que también aportaba sus checas? ¿Creerían que las cosas serían distintas en España de lo que habrían sufrido en Rusia?
Menos mal que aquí los "blancos" sí triunfaron, menos mal, aunque ahora los rojos derrotados quieran prohibirnos hablar del tema.
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