Los hombres actuan, y lo hacen para tratar de mejorar su satisfacción en cada momento. Obviamente, se pueden equivocar en sus previsiones, y terminar menos satisfechos tras su acto. Me apetece comer chocolate, me levanto, lo cojo, y tras comerlo, me doy cuenta, tras oir llorar al niño, que hubiera sido mejor dárselo a él
Pero sigue siendo indiscutible que actuamos. Sin embargo, la acción humana tiene límites. No podemos hacer cualquier cosa que queramos. Y no estoy hablando de un mundo intervenido por leyes humanas, sino del mundo de Robinson Crusoe o de un mundo anárquico, carente de autoridad estatal.
Por ejemplo, estamos constreñidos por las leyes físicas. Por mucho que el cuerpo nos pida volar, que nuestra escala de valores nos diga que estaríamos mejor flotando en el aire, es imposible que venzamos con nuestro cuerpo la fuerza de la gravedad. Si intentamos flotar desde la ventana de casa, lo más posible es que terminemos estampados contr el suelo.
A nadie en su sano juicio se le ocurriría seguir esa conducta para satisfacer sus necesidades. Hay absoluto consenso en que las leyes físicas limitan la forma en que podemos actuar.
Pues bien, resulta que el hombre vive en una sociedad, no es individuo aislado. Y en cuento el hombre convive, existen otra serie de leyes que son como las naturales, y que limitan sus acciones. Son las leyes económicas, que se derivan del axioma fundamental de que el hombre actúa, y se deducen mediante la praxeología.
Estas leyes son iguales que las físicas. Debemos amoldar nuestra conducta a ellas si queremos conseguir nuestros objetivos. E ignorarlas es tan peligroso como ignorar las leyes físicas. De la misma forma que te estampas si intentas volar con los brazos, te estampas si gastas en algo más de lo que la gente está dispuesto a pagar por ello. O te estampas si pretendes que alguien venda algo por debajo de lo que le cuesta.
La cuestión es por qué nadie duda de las leyes físicas, y han surgido tantas dudas respecto a las económicas. Como nos decía Mises, las principales leyes económicas son conocidas desde hace más de 200 años (300 ahora). ¿Por qué la gente las desconoce o se empeña en discutirlas? Para responder a esta pregunta basta con investigar quién o quiénes se benefician de la confusión, quiénes nos pueden hacer creer que la existencia de un salario mínimo es compatible con el pleno empleo, o que fabricar papelitos equivale a crear riqueza.
Cierro con una cita de Mises, de entre las muchas que me han encantado de su obra magna (traducción propia):
"Corresponde a los hombres decidir si harán uso adecuado del rico tesoro que este conocimiento (la economía) les proporciona o lo dejarán sin utilizar. Pero si no sacan el mejor provecho de él y desechan sus enseñanzas y avisos, no anularán la economía; simplemente estamparán nuestra sociedad y la raza humana."
2 comentarios:
Te refieres a "Si nadie compra, los precios bajan", tal y como bien señalan compañeros tuyos de red liberal. Efectivamente, hay leyes dificiles de romper, y sin embargo algunos se empeñan en decir que no existe relación entre la demanda y la inflación.
Pablo, si llega a mi poder un fajo de billetes creados de la nada ¿no crees que demandaré más cosas que antes?
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