Relato clásico de los diez días en que los bolcheviques se hicieron con el poder en Rusia, con las consecuencias históricas que ello tendría para millones de individuos de este planeta.
Llego a este libro, cuyo título me sonaba a película pero que no ubicaba históricamente, a través de George Orwell, que lo cita en el prólogo de su Animal Farm.
El libro es una crónica cuasi-periodística que realiza el autor de los diez días de marras, días que le pillaron en San Petersburgo por lo que pudo vivir la experiencia de primera mano. Por cierto que Reed era un periodista americano de ideología socialista que quería conocer de primera mano cómo se estaba llevando a cabo la revolución proletaria en el ya en ese momento ex-país de los zares.
El libro es un poco decepcionante. Parece que nos va a narrar los mecanismos por los que llegaron al poder contra viento y marea los bolcheviques de Lenin y que vamos a ser capaces de entender los subterfugios y estrategias de que se valieron, cual si se tratara de un Juego de Tronos real.
En la práctica, lo que se tiene es una narración confusa de los hechos que iban sucediendo, tanto de aquellos en los que Reed estaba presente, como de aquellos de los que se enteraba de oídas. Aunque el autor trata de proporcionar algo de contexto a los hechos, a lo que dedica los primeros capítulos del libro, lo cierto es que el contexto se pierde en cuanto comienza la acción.
Así, nos encontremos con una sucesión de hechos y datos, pero de los que es muy difícil cuando no imposible hacerse una visión de conjunto, o relacionar causalmente. Ello sin olvidar la sopa de letras en que se convierte el texto en cuanto aparecen más de dos cuerpos administrativos en juego.
El aspecto positivo es que nos traslada bien la sensación y emociones que había presentes en esos momentos en San Petersburgo. Digamos que la narración es necesariamente confusa porque confuso debía ser lo que estaba ocurriendo. Con todo, me costaría recomendar su lectura en sustitución de algún otro relato más sistematizado, aún a costa de no haberse vivido en primera persona.
2 comentarios:
A la sazón Petrogrado (Petrograd); le habían cambiado el nombre en 1914 porque Sankt-Peterburg quedaba demasiado alemán <:-/
Gracias, Marzo, por el rigor histórico.
Tendría que revisar el libro, porque no recuerdo ahora si Reed habla de Petrogrado o comete el mismo error que yo.
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