Releo este libro ahora en alemán. Con menos de 20 años lo leí en español, y confieso que ni fu ni fa. De hecho, no recordaba absolutamente nada de su contenido, salvo que el protagonista es ingeniero, que en el fondo fue la razón por la que mi madre me lo regaló.
Al releerlo, me encuentro un libro muy bien trazado y escrito, pero que sigue sin justificar, para mí, el grado de clásico que alcanzó en su momento entre los lectores alemanes. De hecho, pensaba que habría bastante más reflexión y filosofía en él de la que luego he encontrado, ausencia que lleva este libro casi al género de literatura de viajes.
El protagonista, Walter Faber, es un ingeniero extremadamente racional y materialista, para el que el azar no existe, y solo la probabilidad y la estadística (por cierto, que en este contexto cita inesperadamante ni más ni menos que a Ludwig von Mises). Herr Faber trabaja como ingeniero montando turbinas allá donde las necesidades de su empresa le manden.
Tras una serie de aventuras y desventuras, que le llevan desde New York a las ruinas de Palenque en el Yucatan, pasando por algunos contratiempos de diversa índole, le tenemos viajando de vuelta a Europa en un barco.
Y aquí conocerá a una muchacha que, tachán, resulta ser su hija, en la línea del mejor culebrón que imaginarse pueda. Esto es algo que el protagonista se apresura a revelarnos en la narración, aunque no lo aprenderá hasta mucho más adelante y en circunstancias trágicas. Infatuado por la muchacha, decide acompañarla en un periplo a Italia conduciendo un coche prestado, una vez el barco llega a puerto. De Italia saltarán a Grecia, lugar de residencia de la muchacha con su madre, que obviamente fue amante de Walter. Y aquí tiene lugar el desenlace con el que culmina la historia.
En este viaje, destaca la preciosa escena en que la pareja (padre e hija en posible relación incestuosa, aunque el autor no llega a ser explícito al respecto) contempla el amanecer desde Acrocorinto, y realizan un juego de metáforas, en que cada uno de ellos evoca aquello a lo que le recuerda algún aspecto del paisaje. Por supuesto, las que propone la muchacha son románticas, en contraposición con las técnicas y "frias" de Faber. Espectacular escena que posiblemente supone un resumen de la novela, la confrontación entre lo material y lo espiritual.
Ahora bien, lo más llamativo de la narrativa de Frisch es la forma en que salta hacia atrás y hacia delante en el tiempo en su narración, que no es ni mucho menos lineal. De hecho, el periplo franco-italiano no se nos revela prácticamente hasta el final de la narración, mucho después de que nos cuente eventos que ocurrieron tras él.
En fin, he disfrutado de esta relectura, sin duda, aunque no considero esta lectura como imprescindible o similar.
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