Tercer libro del autor que me leo en los últimos tiempos, y posiblemente hasta aquí llegué mi recorrido. Digamos que el libro está bien, Laroui es un gran escritor, pero todo lo que resultó sorprendente cuando leía "Une année chez les Français", ahora pierde esa frescura por no ser nuevo, y el libro tiene un interés más menguado.
Nos cuenta la historia del último de los Sijilmassi, un exitoso ingeniero de ventas (curioso que haya coincidido en el tiempo esta lectura con la de Homo Faber, cuyo protagonista es también ingeniero), que un buen día volando hacia Indonesia se plantea que qué hace él volando a esas velocidades absurdas, y se replantea consecuentemente su vida. Lo que hace radicalmente, ya que como primera medida se va andando desde el aeropuerto de Casablanca a la ciudad, algo que sorprende absolutamente a todos los conductores que tratan de recogerle de la carretera, e incluso a la propia policia.
A continuación ocurre un esperado episodio con su mujer, que trata de evitar infructuosamente las locuras de su marido. Divertidísimo el diálogo en el que el protagonista le dice que ha tenido una "epifanía" en el avión, y la otra le pregunta que quién es esa tía.
Poco después, el protagonista se traslada a la aldea de su infancia donde retoma posesión de su casa ancestral, con el intento de dedicarse a la meditación y dejar de vivir a velocidades absurdas. Aunque, como dice él, basta que uno decida ralentizar en la vida para que se precipiten los acontecimientos. Entre otros, el hilarante en que uno de los vecinos vende agua del pozo (sin agua) de la casa como agua bendita, con barakka del protagonista.
Más o menos esto es lo que da de sí la trama argumental. Por supuesto, el relato va muy aderezado con las explicaciones de palabras que tanto parecen gustar al autor, aspecto con el que ya llamó mi atención en la que es su mejor obra, la ya citada más arriba "Une année chez les Français". Y también con extractos filosóficos de algunos pensadores árabes (para mí desconocidos) que anticipan en siglos algunos pensamientos occidentales que posteriormente triunfaron.
Lo último destacable en este libro es que aparece con nitidez el perfil anarquista del autor, algo que ya se parecía adivinar en las otras obras que he leído de él. Aquí confiesa abiertamente que "El Estado gana siempre, son una banda de hombres armados".
Otras dos frases que me han gustado: "(Para los alemanes) El cielo está vacio, salvo por los aviones".
"El desdén que puede sentir lo vertical por lo horizontal" (El que está de pie haciendo, frente al que está tumbado).
Se trata, en fin, de un libro agradable de leer, con algunos descubrimientos, pero que resulta menos sorprendente y fresco para el que ya conozca al autor.
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