Por fin terminé la trilogia de la Reconquista del señor Esparza. El presente retoma la historia justo donde lo había dejado el anterior, tras la batalla de las Navas de Tolosa. Y rápidamente nos hace entender la importancia de tal batalla y tal fecha, al mismo tiempo que la importancia del monarca Fernando III el Santo, cuya onomástica celebramos el 30 de mayo.
En efecto, poco después de tal batalla, los ejércitos cristianos liderados por San Fernando terminarán de conquistar la península, dejando únicamente, aunque por más de 200 años, el reino de Granada, al que el monarca santo somete a vasallaje. Así pues, en la práctica, la Reconquista termina a mediados del siglo XIII.
Si esto es así, ¿qué nos cuenta Esparza en esta obra? Pues más bien anécdotas y cotilleos, la verdad. Este libro es el peor de los tres, ya que el autor no es capaz de mantener el avance fluído que le permitia justificar la narrativa en las dos previas entregas. Aquí nos deleita con una serie de capítulos más o menos relacionados, más o menos de interés, sobre diversas gestas, sucesos y personajes que convivieron en los últimos años de la Reconquista.
En realidad, esta estructura deslavazada se impone tras contarnos los reinados de Fernando III y su hijo Alfonso X, y se mantiene así hasta llegar prácticamente a los preámbulos de los Reyes Católicos, en concreto, al episodio de la Beltraneja.
A cambio, el volumen presenta un contexto internacional bastante más amplio, especialmente que el de su predecesor. Por ejemplo, nos cuenta La Guerra de los 100 Años para poner en contexto el papel de Castilla y Aragón en la contienda, así como sus efectos sobre estos reinos, que culmina con la llegada de los Trastámara a España. Por cierto, con personajes que nada tienen que envidiar a los de Juego de Tronos, como el llamado Príncipe Negro, Duguesclin o Pedro el Cruel. También se nos abre la ventana del Vaticano, Avignon y las intrigas palaciegas de la Iglesia. O la eliminación de la Orden del Temple en conexión con el origen de los Capetos en Francia (conecta aquí con Les Rois Maudits, de imprescíndible lectura y también recomendado por George B. Martin).
Junto a ello, se incluyen un buen número de capítulos sobre diversas peripecias curiosas. Entre ellos, le dominio de la caza de ballenas por los Vascos; los orígenes y desarrollo de la Mesta (verdaderos cowboys de la época); la participación de Teobaldo de Navarra en las cruzadas; las hazañas de unos almogávares (soldados de frontera, otros cowboys dignos de Tarantino) por Grecia y Atenas, o de unos navarros en Albanía; o la embajada enviada por Castilla a Samarkanda para establecer lazos con el mogol Tamerlán y formar una pinza contra los turcos.
Y por supuesto, la evolución de los reinos de la península, incluido Portugal, durante el periodo considerado. Así como en entregas anteriores esta evolución está guiada por el enfrentamiento con los musulmanes, ahora son más bien los episodios domésticos de intrigas cortesanas, para cuya narración Esparza no tiene tanta maestría. Eso hace que resulten algo aburridos, además de perderte en algún caso con los nombres y su relevancia. Por esta vía conoceremos a María de Molina, Guzmán el Bueno, el infante Juan Manuel, Álvaro de Luna y a los infantes de Aragón, por ejemplo.
Entre las partes que más interesantes me han resultado están las dedicadas a la expansión de Aragón por el Mediterráneo, sobre todo por los llamados Libros del Consulado del Mar, en que se codifican los usos de navegación en cada una de las sedes a las que llegaban los comerciantes aragoneses. También la referida a la fundación de la Santa Hermandad, con la principal misión de proteger las rutas de los señores feudales que las asaltaban. Fue impuesta por los Reyes Católicos por un periodo de dos años y se financiaba con la sisa sobre las mercaderías. Dicho de otra forma, la protección de los caminos era sufragada por los comerciantes, algo que seguramente hubiera funcionado también en un régimen anárquico.
Por último, me temo que no puedo dejar de referirme al lamentable análisis que hace Esparza de la crisis económica sufrida por Aragón antes de la unificación con Castilla. Una vez más, se demuestra que los historiadores no tienen ni idea de economía, y el problema no es que sus interpretaciones sean erróneas, sino que influyen en las creencias de la gente, lo que al final tiene repercusiones.
Ah, y una reflexión final: Esparza construye su obra asumiendo España como fin, como si la existencia del reino de España fuera algo natural, y que las aguas solo volvieron a su cauce tras la Reconquista. Vamos, que España estaba predestinada a ser España. Discrepo de dicha visión: la propia historia que nos cuenta Esparza es la de una serie de individuos que querían expandirse territorialmente tanto cuanto pudieran, pues en aquella época se asociaba riqueza a territorio, al menos así parece. De hecho, cuando Portugal no puede expandirse en la Península (por sus pactos con Castilla), empezará a hacerlo por África; Aragón, hará otro tanto por el Mediterráneo; y la propia Castilla planeaba expandirse por África antes del descubrimiento de América, para lo que ya tenía pacto con Portugal. Que España sea lo que es ahora, no estaba escrito ni lo estará: es una puñetera casualidad.
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