Estoy convencido de que el buen lector debe estar siempre probando nuevas cosas, no conformarse solo con los valores consolidados y conocidos (por él), aunque seguramente solo con estos tendría material para toda la vida. En este ámbito de curiosidad hay que inscribir esta lectura de un escritor japonés previamente desconocido para mí, aunque de cierta fama. Lo leo en francés porque me suelen dar buena espina las traducciones a este lenguaje de obras orientales, y porque normalmente las traducciones españolas no son directas, sino precisamente a través del francés.
Lo malo que tiene probar cosas nuevas es que se corren riesgos, y es el de invertir tu tiempo en algo que tampoco merece demasiado la pena. Me temo que ese haya sido el caso de esta obra, aunque ello no suponga que me arrepienta de haberla leído, y terminado. Insisto, aunque específicamente esta novela me haya parecido una pérdida de tiempo, en general no me lo parece el probar cosas nuevas.
La historia comienza con un grupo de mujeres japonesas maduras y liberadas, algo que quizá sea más extraño para la cultura japonesa que para la nuestra (o no), y más en aquella época (años 60-70). El grupo Toshima está formado por Taeko, dueña de una tienda de moda, Suzuko, de un restaurante, y Nobujo, crítica de cine, que se reunen periódicamente a comer e intercambiar experiencias, con una gran obsesión: la libertad de que gozan tras haber superado sus relaciones precedentes.
En una visita a un club de homosexuales (una vez más, no sé valorar qué grado de escándalo puede tener eso en Japón en la época), conocen a un joven llamado Senkichi. A partir de aquí, el protagonismo de la novela se lo llevan Taeko y Senkichi, gracias a su relación sentimental, que no sexual, ni siquiera propiamente de amor. De hecho, lo relevante parecen ser las transiciones por las que pasa Taeko en su relación. Y las partidas de pachinko! Resulta que Senkichi es un apasionado de este juego japonés, cuya mecánica me quedé con las ganas de descifras en mi visita al país del sol naciente. Solo sé que se juega con canicas, con muchas canicas.
A partir de aquí, se suceden las escenas entre la pareja, algunas de gran brillantez, como la preparación de la cena que hace Taeko para su amante, después de haber perdido completamente la costumbre no ya de cocinar, sino de hacer la compra. O las escenas de su fin de semana en Atami, quizá el cénit de su amor.
Tras esto, empieza el declive de lo que podríamos llamar amor, y empieza a madurar la relación en el sentido que cabe esperar de Taeko, que no quiere volver a caer en la trampa de la dependencia. Al mismo tiempo, reaparecen las componentes del club Toshima, y aparecen otros personajes nuevos en la novela, entre ellos una jovencita con la que Senkichi pretende buscar una relación más estable y más propia de su edad. Con ello, Taeko asumirá ya un papel más maternal y se cierra el ciclo de la relación y la novela. Será en ese final cuando Taeko comprenda la naturaleza íntima de Senkichi, y su falta de pasión por persona o empresa alguna, cuando le confiese que, tras la quiebra de la empresa de su padre, se prometió a sí mismo no caer en pasiones para evitar el sufrimiento por su fracaso.
Esto es, más o menos. Insisto, quizá con una percepción más completa de la cultura japonesa de la época sería capaz de valorar mejor la historia de la novela, y me gustaría más. Pero como no es el caso, es lo que hay.
Dejo solamente una intrigante frase para la reflexión, o meramente para la comprension:
"Né de la seule union de la chair, l’apparition d’un monde vierge de toute angoisse était pourtant, si l’on y pense, une situation par elle-même angoissante ?" ("Nacido de la sola unión de la carne, ¿la aparición de un mundo virgen de toda angustia, si se piensa, era una situación en sí misma angustiosa?", traducción propia)
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