Aunque había oído de esta serie, y se puede ver entre las primeras de Amazon cada vez que uno entra al Prime, lo cierto es que su temática no me resultaba atrayente: escenas de la vida de algunos descendientes de los Romanoffs. Así que no me planteaba verla.
Sin embargo, un amigo me la recomendó. Y, al mismo tiempo, estaba terminando de leer la historia de los Romanovs, recogida en la obra homónima de Simon Sebag Montefiori, a la que dediqué una entrada hace unas semanas. Así que me animé a probarla. Una magnífica secuencia de inicio, en que se escenifica el asesinato por los comunistas de la familia del último zar al ritmo de rock, y un primer capítulo bastante interesante hicieron el resto para que me comprometiera con esta serie.
Lo que fue un pequeño error, puesto que una vez visto ese primer capítulo y un segundo también de buen nivel, el resto son un poco rollo. El espectador se arrastra por la hora y veinte minutos de duración preguntándose a dónde va la historia, para concluir casi siempre con un final anodino cuando no absurdo (por ejemplo, el final del tercer capítulo, por lo demás bien planteado).
Tras cada decepción, uno continúa viendo la serie con esperanza, puesto que cada capítulo es una historia nueva, y la secuencia de los títulos de crédito es en todo caso digna de ver una y otra vez. Pero no hay nada que hacer. Quizá el problema es que se han empeñado en estirar la duración a los 80 minutos en lugar de conformarse con un formato menos ambicioso; quizá capítulos de 40-50 minutos hubieran mantenido el interés sin mayor problema, no sé.
Como punto positivo de la serie esta la excelencia de la producción: la imagen es maravillosa, recreándose en monumentos y paisajes cuando tiene oportunidad. Al respecto, destaca enormemente el capítulo 6, que es prácticamente un documental turístico sobre la ciudad de México, incluyendo un detallado análisis del mural de Diego Rivera en el Palacio de la Gobernación, que también se utiliza en la originalísima escena final. Y con la imagen, también hay que destacar la música, donde destaca la utilización de obras de compositores rusos, como debe ser.
Por lo demás, las historias que se nos cuentan rara vez descansan en la ascendencia de los protagonistas, lo que es una pena. De hecho, parte de la gracia de cada capítulo es enterarse de quién es el Romanoff, ya que los apellidos están camuflados, bien por ser mujer y haberlo perdido al casarse, o bien por haberlo cambiado voluntariamente el padre o el propio protagonista. En suma, con un par de excepciones, las aventuras se podrían haber contado sin utilizar un Romanoff.
La serie consta de 8 capítulos de 1 hora y 20 minutos. No es descartable que haya segunda temporada; sí que yo la vea.
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