Segunda parte de la serie sobre el siglo XX del este académico francés. Aunque con sus altibajos, la primera parte (De la Belle Époque aux Années folles) me resultó lo suficientemente atractiva para adentrarme en la lectura completa de la obra. Tras terminar la segunda entrega, me reafirmo en la decisión de seguir leyendo la serie.
Los episodios escogidos en esta ocasión por Decaux reflejan perfectamente el ambiente previo a la Segunda Guerra Mundial. No hay en esta ocasión historias de emprendedores e inventos, ni de hazañas, y prácticamente todos son mundialmente conocidos, aunque algunos sean de Francia. Solo hay una concesión (relativa) a la frivolidad, la historia de corrupción que nos cuenta el primer capítulo, donde un tal Stavisky es capaz de forrarse a base de robar al erario público de forma desconocida hasta el momento y con la complicidad de los políticos, especialmente, cómo no, de los socialistas, que como vemos no tardaron en mostrar sus dientecitos ("Stavisky a été, par l’intermédiaire de Bonnaure, le bailleur de fonds électoraux du parti radical-socialiste,"). Y este se lo quedaba para él, por si algún socialista contemporáneo español está pensando en atenuar responsabilidades, como tratan de hacer con los ladrones de los EREs andaluces.
El caso es que fuera de esa concesión tanto a lo frívolo como a lo francés, los demás son relatos de asesinatos, revoluciones, y complots. Extraña época la de las entreguerras, donde los Estados están cogiendo todo el poder de la sociedad (ejemplos paradigmáticos son la URSS y la Alemania Nazi, aunque también se han plantado las semillas del mal en las democracias). En paralelo, los ciudadanos, hasta ese momento individuos, también comienzan a experimentar en sus carnes la consecuencias de los actos de esos Estados.
Esto nos dice Decaux de la inflación de la posguerra en Francia: "Ce qui a caractérisé l’après-guerre, c’est une inflation d’autant plus cruelle que ceux qui la supportaient avaient toujours ignoré la seule existence du phénomène. Toute une classe sociale vivait avant 1914 de ses rentes, et celles-ci avaient la solidité du granit. Après 1918, la plupart des rentiers se sont vus à peu près ruinés. Les porteurs d’emprunt russe ont tout perdu." Por cierto, algo que vimos recientemente que era la gran preocupación de Keynes (aquí).
Así, tenemos los asesinatos del rey de Yugoslavia Alejandro I, el de Kirov a manos de un amante despechado (¿o de Stalin?) y el de Trotski. Tenemos los complots urdidos por los Nazis para hacer la guerra a Polonia, y para desplazar al general ruso Toukhatchevski y que Stalin pudiera pactar fácilmente con ellos, además de la Noche de los Cuchillos Largos en que las SS acaban con el poder de las SA engañando a Hitler con respecto a las intenciones de su amigo y confundador del partido nazi Roehm,
A estos episodios se une la historia del canciller Dollfuss en Austria (Millimeternich, que le llamaban los cachondos de la época, debido a su estatura y a sus ínfulas), así como la interesantísima en que Pierra Laval consigue tumbar la república francesa abandarándose con el prestigio del mariscal Petain, y transformar el régimen de Vichy en una especie de dictadura a la moda del momento. Aquí tenemos su plan maestro: "Le Parlement doit être dissous. La Constitution doit être réformée. Elle doit s’aligner sur les États totalitaires. L’institution des camps de travail doit être envisagée. Si le Parlement n’y consent pas, c’est l’Allemagne qui nous imposera toutes ces mesures avec, comme conséquence immédiate, l’occupation de toute la France."
Por cierto, que al señor Decaux le extraña la actitud de los partidos de izquierda ante la tesitura: "Que ceux-là mêmes qui s’étaient voulu les plus fermes soutiens du régime – la majorité des socialistes, la majorité des radicaux, la Chambre issue du Front populaire – aient non seulement prêté la main à l’assassinat de la République, mais y aient applaudi, voilà qui passe l’entendement." En España, como ya sabemos que el PSOE y la Izquierda no pierde oportunidad de traicionar a los españoles, no nos asombra tanto.
Por último, Decaux dedica un capítulo a nuestra Guerra Civil, cosa inevitable. El episodio elegido es, tampoco sorprende, el del bombardeo de Guernica. Siempre me interesa ver la perspectiva de extranjeros al respecto de lo que ocurre en España, por lo que leí este capítulo con curiosidad y cierto desapego, ya que el ramalazo izquierdista de Decaux es innegable. Lo digo, al tiempo que reconozco que sus relatos son bastante neutrales.
Me apresuro a decir que el tratamiento que da a la Guerra Civil española me ha parecido en términos generales correcto. Lo único que cabe recriminarle es que trate en pie de igualdad, durante la República, los atentados de los partidarios de la derecha, con la persecución sistemática que hizo la izquierda desde el Gobierno. O sea, no es lo mismo que unos cuantos delincuentes, por muy organizados que estén, maten a un sindicalista, que que el Gobierno se dedique a hacer checas y a matar monjas. Que no eran grupos espontáneos, era el Gobierno supuestamente democrático gobernando para todos los españoles.
Aparte de eso, muy interesante la discusión que hace del fenómeno propagandista en torno al bombardeo, que es de lo que realmente va el capítulo. Efectivamente, parece que las autoridades franquistas consiguieron confundir a la opinión pública internacional durante un tiempo, y hacerles creer que había sido un incendio provocado por los rojos en su huida del pueblo, precisamente para cargar las tintas contra los rebeldes por su barbarie. Vamos, nada que hubiera hecho pestañear a Stalin, o sea que perfectamente verosímil.
Lo cierto es que sí fueron las fuerzas franquistas las que causaron la barbarie. Pero también parece cierto que fue algo que hizo el ejército alemán como ensayo general para la guerra europea que se auguraba. Vamos, que ni italianos ni españoles esperaban que sus aliados hicieran esta maniobra, lo que no les exime de la responsabilidad.
Bueno, queda claro que ha sido una lectura interesante a la par que amena, y que procede seguir con la tercera entrega. "La guerre absolue".
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