Se trata del libro más extraño en lengua castellana que recuerdo haber leído, quizá en competición con ese gran tostón infumable que es Rayuela, de Julio Cortázar. Podría referirme también a la obra del guatemalteco Miguel Ángel Asturias, pero no llegué a terminar nada de este señor: salí horrorizado a la tercera o cuarta página de la novela que le empecé a leer.
Con este antecedente, estuve a punto de dejar a Lezama en cuanto la cosa empezó a empinarse, que se pone muy empinada a poco de empezar. Pero por alguna razón fui capaz de superar ese primer puerto, empecé a coger la onda al libro, y he podido terminarlo y hasta difrutarlo por momentos. Aunque me costaría recomendarlos, es más bien por su dificultad que por no ser interesante: no lo recomendaría por lo mismo que no recomendaría Las soledades de Góngora, aunque disfruté mucho su lectura, o el Faust, de Goethe (aquí la primera parte y aquí la segunda), porque son libros cuyo disfrute exige mucho esfuerzo, fondo cultural, y anotaciones.
Son precisamente las reminiscencias gongorinas de Lezama lo que me impulsó a seguir en esos momentos más difíciles. Porque si tuviera que describir esta obra de forma breve sería algo así: es como leer a Góngora en prosa, pero donde las referencias gongorinas se centran en la mitología clásica y algunos coetáneos, Lezama las extiende a las culturas orientales, hispanas y a artes como especialmente la pintura, lo que da una riqueza brutal al libro.
Ejemplos: "Ambos fueron barrocos, pero el barroquismo de Bach, es mineral, combinatorio, mansamente pitagórico, mientras el barroquismo de Shakespeare depende de un intemamiento en el caracol que cruje y levanta el chisporroteo de sus metáforas."
"El ave rok levita a Simbad y lo lleva a l’autre monde, pero Sancho y su rucio gravitan sobre Don Quijote y lo siguen en sus magulladuras, pruebas de su caída icárica."
"En la respuesta de Rialta asomaba la mitología nórdica, el treno de los profetas babilónicos y el eco de los poemas homéricos, traídos graciosamente para desvirtuar la agresiva insistencia de la Abuela."
Si a eso añadimos que se puede discernir su desarrollo en varias partes de La Habana pre-revolucionaria, ciudad en la que estuve no hace mucho, se completa el coctel de intereses y que haya llevado a buen puerto la lectura. Así, iba por la calle "Obispo. Cuando quería caminar más de prisa, molesto por cualquier interrupción, remontaba por Obrapía, para hacer su catarsis deambulatoria con menos paréntesis y excepciones. Le maravillaba que dos calles, en un paralelismo tan cercano, pudieran ofrecer dos estilos, dos ansiedades, dos maneras de llegar, tan distintas e igualmente paralelas, sin poder ni querer juntarse jamás."
¿De qué va la novela? Pues me parece eminentemente autobiográfica, con el señor Lezama encarnado en José Cemi, y traicionado bastantes veces en su estilo para un paso de la tercera a la primera persona, que invita a confirmar la sospecha. Lo que pasa es que tal relato está muy oculto tras el estilo barroco del autor y sus metáforas, que más bien parece querer contarnos sensaciones y pensamientos que realidades, por lo que uno no está seguro en ningún momento de lo que realmente está pasando, y quizá tampoco sea lo relevante. Dejo un par de ejemplos, uno muy visual "Alberto entornó la ventana, decapitando bruscamente la visión.", y este simplemente curioso "La nicotina de aquellos profetas de la decadencia ponía manchas leopardo en la fingida curiosidad."
En la segunda parte tenemos la adolescencia de José Cemi, donde es acompañado por sus amigos Fronesis y Foción. ("Estamos hechos, sin duda, para formar la tríada pitagórica—dijo Fronesis—, el azar me une con Foción en el Hades del cine y el azar nos une con Cemí en la luz.")
Esta parte es la más comprensible, sin llegar a convencional. El problema de esta parte, para mí, es que está dominada por descripciones de relaciones sexuales, tanto hetero como homo. Y aunque es cierto que me gusta como están descritas (recuerdan al Libro del Buen Amor, del Arcipreste de Hita), me resulta un poco cansino el tema. También hay algunos debates filosóficos oscurantistas, pero legibles. Aquí una muestra:"La relajación del túnel a recorrer demostraba en la españolita que eran frecuentes en su gruta las llegadas de la serpiente marina. La configuración fálica de Farraluque era en extremo propicia a esa penetración retrospectiva, pues su aguijón tenía un exagerado predominio de la Iongura sobre la raíz barbada."
Y en la tercera parte desaparece casi José Cemi de la narración, que pasa a estar dominada por la historia de un tal Oppiano Licario (quien, por cierto, da título a la segunda entrega de la novela), junto con otra historia que entrelaza las de un critico de música contemporáneo del autor, y de un legionario romano llamado Atrio Flamigio. Una vez más, se pierde el lector, por ahora ya cerca de culminar la novela, por lo que es obligado seguir hasta el final. En cualquier caso, se ofrecen en estos capítulos escenas surrealistas como las que hasta ahora solo había experimentado en la literatura alemana (Ende, Grass), lo que me resultó un aliciente. ("Contemplados por Cemí, los dos bufones, rendidos al sueño, doblaron sus cuerpos y se abandonaron al éxtasis del lagarto, como si sobre sus cabezas hubiera caído la gota de agua que forman las estalactitas, unida a la gota de la tinta del calamar.")
Y esto es básicamente. No me he enterado mucho de la novela (algo que ya me he acostumbrado desde que leo en alemán) pero sí he disfrutado de muchos de sus pasajes, tratando de comprender las metáforas y atrapando las referencias de todo tipo, con ayuda, eso sí, de las numerosas anotaciones de esta edición. Queda al criterio de cada uno atreverse con esta lectura,
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