Con Fracasología, Roca Barea vuelve a conseguir que uno se sienta orgulloso de ser español; o, mejor dicho, dota al español de muchas más razones para dicho orgullo de las que uno pueda tener o conocer. Su principal mérito es, como en "Imperiofobía y Leyenda Negra", desmontar mitos sobre la historia de España al mismo tiempo que desmonta, como parte necesaria, los existentes en la historia de otros países. Es algo en que doña Elvira se ha especializado y de lo que uno nunca se cansa de leer.
La tesis fundamental de Roca Barea es que en España predomina una visión negativa de nuestro país por una razón: la historia de España la escriben los extranjeros desde el siglo XVIII. Así, llama la atención sobre el gran número de hispanistas existentes, frente a la escasez de "anglicistas" o "galicistas". Esta historia se ha escrito muchas veces tratando de proteger los intereses locales frente a los extranjeros, lo que es perfectamente comprensible. No cabe esperar de un francés que escriba contra Francia (como el historiador Guizot "Y esto siendo él mismo hijo de un ciudadano decapitado, además de hugonote y también exiliado. Pero ni su condición de huérfano del Terror, ni su pertenencia a una minoría secularmente perseguida en Francia, ni el ostracismo en Inglaterra hicieron nunca escribir a Guizot sobre una Francia intolerante y fanática."), o que un inglés lo haga contra Inglaterra, o un norteamericano contra los EEUU.
Lo que es llamativo y distintivo es que ese discurso negativo sea aceptado por el país destinatario de forma acríticas, y esto es lo que ha ocurrido en España. Lo que se enseña a los españoles de la historia de España es lo que han escrito franceses, alemanes e ingleses sobre España. ¿Por qué ocurre esto? Doña Elvira lo tiene muy claro: el origen del problema hay que buscarlo en la toma de poder por los Borbones tras la muerte de Carlos II.
Y es que los Borbones llegan con un discurso devastador para la anterior dinastía, la de los Austrias, como propaganda para legitimarse en el trono. Todo lo anterior está mal, es un desastre, y hay que reformarlo cuanto antes. Ninguno de los prohombres españoles del momento se atreverá a ir contra esta corriente so pena de no salir en la foto, esto es, quedarse fuera de los círculos del poder. Así pues, las élites del momento compran la mercancía averiada para mantenerse en el poder; ello conlleva la ruptura entre élites y resto de la población, que no obtienen ninguna ventaja de hacer la pelota a los franceses.
Como ejemplo, resulta muy ilustrativo el reinado de Carlos II. ¿Qué sabía yo de este monarca antes de leer Fracasología? Pues lo que casi todo el mundo: que estaba enfermo y degenerado por los lazos de consanguinidad de sus predecesores, y ni idea de lo que hizo durante su reinado. Pues resulta que dicho reinado duró la friolera de 35 años, lo que no está mal para un ser tan enfermizo como nos lo han pintado, y además mantuvo sin decadencia esa obra magna que es el Imperio Español, algo que no supieron hacer sus sucesores, tan modernos y reformistas ellos.
Dentro del mito contra las Austrias está la eliminación sistemática de todo el saber científico desarrollado durante su reinado. España, como potencia mundial, algo de ciencia desarrollaría. Por supuesto, tenemos la Escuela de Salamanca para economía, filosofía o derecho. Pero, ¿en ciencias puras no había nada? Resulta que sí, que había un gran número de "novatores" con importantes aportaciones científicas en muchísimos campos. Por ejemplo, Hugo de Omerique, citado por el mismo Newton debido a sus tratados sobre geometría. Otra gran aportación a la humanidad: "el calendario que hoy rige el mundo salió del trabajo de matemáticos y astrónomos de la Universidad de Salamanca en el siglo XVI." Como bien dice doña Elvira, si hubiera salido de una universidad británica o francesa hubiera llevado incorporado el patronímico (¿no tenemos el meridiano de Greenwich?), pero ya se encargaron los franceses de borrar toda atisbo de adelanto en la España que les precedía.
La situación se extiende hasta las Cortes de Cádiz, donde se origina, ni más ni menos, el constitucionalismo europeo mientras sufren el asedio napoleónico. De allí surgirá el liberalismo, de origen español incluida la palabra, y contra ello se situarán los "modernos" afrancesados defendiendo el régimen absolutista y privilegiado de la corona. Entre otras muchas figuras, destaca Roca la de un tal Torrero, un extremeño padre de la Constitución de Cádiz. El problema es que "Torrero es un centauro y no se le puede calificar de otro modo: un cura liberal. ¿A quién puede interesarle hoy, ideológicamente hablando, este hombre?" Y, claro, ningún intelectual español se atreve a reivindicar la figura.
Gran parte del esfuerzo de doña Elvira se dedica a demostrar que España es un país más, con sus capítulos negativos y positivos. O más bien, que los otros países tienen también sus capítulos negativos, muy negativos, muchas veces más negativos que España, pero jamás lo asumen con un fracaso histórico, sino como un paso necesario. Sus historiadores reconocen el hecho, pero no lo magnifican, como sí ocurre en España; esto es así, porque su historia la hacen ellos, no se la hacen.
Por ejemplo, doña Elvira se refiere al "fracaso" de las colonizaciones francesas, un verdadero desastre en todos los casos. Respecto a la parte americana de las mismas, nos cuenta, con su habitual ironía, algo que no sabía: "La aventura americana del país vecino dejó tras de sí tantas ciudades y universidades que todavía hoy causan asombro. Por poner un ejemplo, mencionaremos el Barrio Francés de Nueva Orleans, que se construyó durante la administración española de la Luisiana." Vamos, que ni el barrio francés de Nueva Orleans lo es realmente.
En la misma línea, no hay que perderse en análisis sobre "tolerancia" comparada, del que la España de los Austria sale muy bien parada, aunque no espere el lector que esto los hagan franceses, ingleses u holandeses, a los que se les hinchará la boca hablando de nuestra intolerancia. El padre Juan de Mariana es un buen ejemplo, que aquí sobrevivió a su glosa del tiranicidio, algo que jamás hubiera pasado en los otros países citados.
El premio a la hipocresía, no obstante, parece que habría que dárselo a la universidad de Stanford. Roca Barea nos cuenta con todo lujo de detalles la anexión de California a los EEUU y el genocidio indígena que llevaron a cabo los estadounidenses en ese Estado español hasta 1851. Y luego entra a saco con Leland Stanford, quien amasó su fortuna explotando a la mano de obra china, a la que traía esclavizada para tender ferrocarriles y a la que oprimía y discriminaba de todas las formas posibles gracias al poder político. Sí, este tipo, con una fortuna de tal catadura moral, fundó la universidad ante cuyo nombre muchos hacen genuflexiones. Pues bien, hace unos pocos años, sus responsables no tuvieron ningún problema en eliminar la calle dedicada a Fray Junípero Serra, este sí un señor personaje. Para doña Elvira lo más llamativo es que no hubiera ninguna protesta formal desde España, Baleares o México, lo que prueba, de alguna forma, que nuestras castas políticas siguen con sus complejos.
Por cierto, dentro del capítulo de la hipocresía norteamericana, no hay que perderse el origen de esto de arrancar cabelleras. Pista: no fue a los indios a quienes se les ocurrió.
Aunque el libro tiene grandes momentos, y el estilo de Elvira Roca Barea es adictivo, con su socarronería andaluza siempre presente, hay un par de cosas que no me han gustado. La primera es que da la sensación de que son ensayos dispersos, a los que se ha forzado una estructura hasta consumar una obra más o menos coherente; eso hace que haya bastantes ideas repetidas, e incluso algún que otro estrambote que no viene mucho a cuento (la sección dedicada al flamenco, por ejemplo, no acabo de ver para qué sirve).
Y la segunda tiene que ver, otra vez, con la teoría económica. No le gusta a doña Elvira la economía, (se queja de que la historia se está transformando en historia económica) y eso se trasluce en errores de bulto, como confundir las ideas del libre comercio con la eliminación del proteccionismo, como si solo fueran esto último y no mucho más. Y, claro, se queja de que nuestras élites comprarán esta mercancía y abrieran las fronteras del imperio al comercio con otros países, mientras los ingleses, defensores de la idea, mantenían sus monopolios. Me temo que aquí doña Elvira se columpia, y quizá explique por qué en un artículo de más extensión, porque aquí no es el momento.
En la misma línea, le mete un viaje a Antonio Escohotado y su "Los Enemigos del Comercio" (por cierto, también Pérez Reverte se lleva el suyo a cuenta de la Enciclopedia Francesa, aunque no es tan brillante como la leche que le mete en Imperiofobia por el Gran Inquisidor de su capitán Alatriste). De lo que se queja es de que, según ella, Escohotado asume el discurso de la superioridad moral del protestantismo en el origen del capitalismo. Yo he leído la trilogía de Escohotado (aquí, aquí y aquí) y no creo que sea así. Más bien, creo que doña Elvira confunde el anticlericalismo manifiesto de Escohotado con un anticatolicismo.En todo caso, ello no quita para que este libro deba de ser lectura obligatoria para todo español que quiera estar mediamente informado sobre nuestra historia. y quiera tener argumentos con los que responder a los guiris cuando digan chorradas.
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