Al señor Heyerdhal le conocía por sus estudios sobre la isla de Pascua, y también por su supuesta teoría sobre las pirámides de Güimar en Tenerife (por cierto, quizá asoladas por los recientes incendios), según la cual conectarían con las pirámides de las culturas americanas. Dicho sea de paso, es una cantamañanada, cualquiera que visite las "pirámides" de Güimar verá que son terrazas de cultivo muy similares a las que hay en toda la zona cercana.
Pensaba que este libro tendría que ver con sus investigaciones sobre la isla de Pascua, pero no es así, aunque haya una conexión evidente. Lo que nos cuenta es una aventura en toda regla, pero una aventura real, la de él y cinco compañeros, que navegaron en una balsa construida con tecnología preincaíca desde la costa del Perú hasta la Polinesia francesa, con la idea de probar si era posible la teoría que postulaba Heyerdhal sobre el origen de los habitantes de ésta.
Así, Heyerdhal documenta numerosas manifestaciones culturales en común entre las culturas andinas (más concretamente la del lago Tititcaca) con las polinesias, destacando entre ellas las esculturas de cabezas (desarrolladas a su máxima expresión en la isla de Pascua) y el nombre de sus dioses (Tiki). Al parecer, unos tipos blancos barbudos habrían extendido tal cultura por los Andes, para luego desaparecer en el mar rumbo al oeste, llevando sus costumbres allende los mares. Claro, lo único que le falta al noruego Heyerdhal es probar que dichos tipos blancos barbudos son vikingos y así radicar el origen de todas las civilizadiones en su escandinavia natal.
Dejando de lado la broma, lo cierto es que Heyerdhal nos proporciona un relato apasionante y sin descanso, más próximo de una peli de Indiana Jones que de Moby Dick, algo a lo que invitaba a pensar por la temática. Las aventuras empiezan mucho antes de la singladura, pues Heyerdhal tendrá que buscar acompañantes y financiación para su locura.
Más en concreto, tendrá que buscar madera de balsa para su embarcación, algo que solo encontrará en las selvas de Ecuador (una zona llamada Quevedo), a la que ni corto ni perezoso llegará desde Guayaquil en época de lluvias y tras atravesar los Andes. Ya aquí se muestra el perfil del personaje, aventurero de los que ya no quedan (¿o sí?), aunque para mí lindante en la locura. Y no se olvide que la acción ocurre en 1947, no había Hummers ni casi aviones de línea regular.
No será este el único obstáculo que se le presente antes de empezar a navegar, y muchos de ellos los supondrán, por supuesto, los Gobiernos, para los que el autor tiene simpáticas reflexiones: "Los problemas del transporte son hoy distintos de los de la época incaica. Ahora tenemos aviones, automóviles y agencias de viaje, pero para no hacer las cosas tan fáciles, hay también unos obstáculos llamados fronteras, con matones uniformados que ponen en duda nuestros comprobantes, maltratan nuestro equipaje y nos abruman con papeles sellados,"
Tal será la situación que aparece la preocupación de la madre del autor, con cierta sorna eso sí: "Mi madre debió tener una clara idea de las dramáticas condiciones en que vivíamos durante la preparación, pues me escribió una vez: "Y solamente desearía saber que ya todos los seis estáis a salvo en la balsa.""
Construyen la balsa con madera de balsa, y empieza la expedición, de más de tres meses por las aguas del Pacífico, que Heyerdhal consigue hacer muy amenas con su relato. Y es que Heyerdhal escribe bien, muy bien, o al menos lo hace su traductor al español. Aquí un par de muestras:
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