Esta novela parecía interesante porque el relato se construía en torno a un juicio inquisitorial, reconstruido a base de documentación histórica por la autora, que es abogada. Este es al atractivo que prometía, en mi caso enfatizado por comprobar si lo que dice Barea en sus libros (como Imperiofobia y leyenda negra) es cierto: que la Inquisición Española era una organismo relativamente serio en comparación con lo que en la época se estilaba por Europa. Esperaba ver si el detalle del proceso revelaba esos momentos para que el encausado de defendiera.
Y, sí, me he encontrado ese proceso inquisitorial y bien descrito. Pero sepultado en tal cúmulo de insensateces que poco más podré decir positivo sobre esta novela (aunque alguna cosa sí). Como es lógico, Aza tiene que construir una trama en la que tenga sentido el juicio inquisitorial que plantea describir. No podía esperar que la novela fuera el proceso y ya, ni tampoco lo quería.
Lo que no me esperaba es que Aza nos inundará de detalles inconexos con la trama, a fin de describir la sociedad de la época. Hombre, algunos apuntes no está de más darlos y se agradece, y mucho. Lo que en cambio ya no es tan normal es que nos haga todas las descripciones de lo que viste cada personaje en cada momento, incluyendo secundarios e incluso recuerdos. Es que son descripciones de esta guisa: "Vestía greguescos de burato gris marengo, jubón de lana adamascada, ropilla de terciopelo azul, rígidos brahones que robustecían los hombros, lechuguilla blanca, borceguíes de cordobán negro y, protegiendo los borceguíes, alcorques de seda verde, un tipo de calzado sin punta ni talón cuya suela de corcho resistía bien la lluvia o la nieve." La primera está bien, pero a la tercera te sobra el párrafo, y tantos otros.
Y es que a la señora Aza le gusta adornarse hasta la prolijidad. Vean si no estos dos párrafos, el primero sobre el tocador de una dama, y el segundo sobre una cocina: "Enfrente, un bufete de ébano de medidas generosas acogía un espejo de cristal veneciano enmarcado en plata y un arsenal de enseres desperdigados en derredor: pomos de agua de azahar, salserillas de aceite de violetas, de estoraque y de benjuí, pasta de almendras, peinecillos de boj, agujas de cabello, pastillas de alcorza que enmascaraban el mal aliento, cintas de raso, tenazuelas depilatorias y las dos clases de afeites que toda dama utilizaba para maquillarse: blanduras y mudas."
"apenas se veían, sin embargo, enterrados como estaban bajo alcuzas, damajuanas, calderos, sartenes de cobre, lebrillos de barro, chocolateras, bacías de cerámica, pailas y un sinfín de bártulos culinarios."
Evidentemente, esto no es malo, aunque pueda serlo el abuso y la prolijidad. Digo, que no es malo si está metido en una buena ambientación y trama. Para conseguir lo primero, Aza utiliza una especie de estilo del siglo de oro, en que los personajes hablan así: "¿Os supondría cruzada singular abrir la puerta como sujetos normales y cerrarla presto?" O así se presenta un niño de clase baja, como si fuera un abogado:"—Yo soy Juan de la Calle y, aunque me complace haber alegrado el día a vuestro hermano, temo no meritar esa incondicional veneración suya que auguráis."
Conforme se avanza en la lectura, se descubre que los pareados que dicen los distintos personajes, en realidad son obra de la autora, con lo que se desinfla parcialmente la ambientación que tanto trabajo hace por conseguir. Es como si los refranes que decía Sancho Panza en El Quijote se los hubiera inventando Cervantes. Y siendo hasta cierto punto coetáneo, estaría más justificado, pero es que Aza no vivió en la época de la que nos cuenta. Por lo mismo, me sobran todos esos insultos que presumo inventados y con los que se imprecan constantemente los personajes en sus diálogos. O esas referencias a los monarcas anteponiendo el ordinal al nombre ("Segundo Felipe" en vez de Felipe II), que no había oído nunca, y que presumo tan falsas como los insultos.
Y luego están los excursos que nos hace. Hombre, están bien muchos detalles y curiosidades que nos cuenta sobre el Madrid de la época (ya decía que alguna cosa positiva más había) e incluso se le pueden perdonar los excesos que hace con las historias de las calles y su conexión con el Madrid actual. Pero que se ponga a explicarnos el origen de la Navidad o el proceso químico para obtener plata, es abusar un poco-bastante- del recurso, en una novela que ya es bastante larga. Eso, sin contar el par de capítulos que dedica a los naipes y a los dados.
Lo que me lleva de vuelta a la trama, que es con todo lo que de verdad mata a la novela. Todo lo otro es llevadero y hasta gracioso si adorna una buena trama. Pero si lo que tienes es una acumulación de absurdos, con unos personajes inverosímiles, lo único que desea el lector es terminar la novela o que nos cuente cosas del proceso de la Inquisición. Por cierto, sobre terminar la novela: esté avisado el lector que no concluye ni de lejos la trama, que queda mucho partido después de este enorme volumen, que obviamente un servidor ya no conocerá. No daré detalles sobre la trama: aunque sea ridícula, no quiero hacer posibles spoilers.
¿Qué queda cuando quitas todo lo anterior de la novela? Pues algo interesante y bien escrito, el desarrollo de ese proceso inquisitorial que nos prometía la autora, junto con algunos apuntes sobre la normativa de la época. Un ejemplo: "los inmuebles podían fraccionarse y este inconveniente obligó a clasificarlos en materiales y no materiales. Los materiales admitían parcelación y a los dueños se les adjudicaba un huésped; los no materiales, llamados «de composición de aposento», resultaban indivisibles y, a cambio de un canon anual, los propietarios se libraban del huésped." Sí, ya sé que suena a libro de texto, pero me resulta interesante y contextualiza bien alguna escena de la novela.
En cuanto al propio proceso inquisitorial, la verdad es que da verdadero miedo. No hay opciones prácticamente de que el encausado pueda defenderse de lo que se acusa, algo que desconoce hasta bien avanzado el proceso. Este empieza con las moniciones, tres, en que básicamente el encausado tiene que adivinar de qué le acusan, para así atenúar su pena. Después de estas, si fracasan, el fiscal formula su acusación y se le asigna al encausado un defensor de oficio, a sueldo de la propia Inquisición.
La aceptación de pruebas es completamente asimétrica, y, en realidad, la única posibilidad que tiene el encausado parece ser resistir la tortura (1h 15minutos) sin confesar, como prueba de que es inocente, al haberle dado Dios fuerzas para superar el tormento. Eso sí, todo el proceos queda debidamente acreditado y tramitado, con un escribano de oficio. O sea, los Inquisidores están en lo correcto pues siguen el procedimiento dictado por las altas instancias, imagino que divinas.
Viendo la seriedad con que los Inquisidores se toman el trámite de tortura como algo en defensa del encausado, uno no puede evitar pensar en los desmanes que contendrá el derecho administrativo actual, y sin embargo lo imbatible que será para el administrado por venir de fuentes democráticas, la nueva divinidad. Un atisbo de lo que digo se puede experimentar leyendo a Dickens o a Kafka.
Dejo solo este extracto para que se pueda contemplar al absurdez en todo su esplendor: "Según la ley procesal del Santo Oficio, una confesión solo se reputaba válida si, amén de reconocer la falta, el acusado delataba a los cómplices." Como esto era difícil, y menos si se pretendería que se denunciara a allegados, entonces: "se le advertía que el tribunal anhelaba prodigar misericordia; tanto lo anhelaba que utilizaría cualquier mecanismo capaz de arrancar la confesión y la delación, incluida la tortura espiritual y el tormento corporal."
Si la señora Aza hubiera sido capaz de disminuir su adorno y montaje, y hubiera cuidado un poquito la trama y los personajes, esta novela podría haber sido de las que no se olvidan, porque talento narrativo tiene. Lo prueba la descripción del proceso, en que abandona las supercherías, y el propio hecho de que un libro tan largo no se haga pesado. Pero como se dedicó a meter relleno en torno al hueso, uno al final se harta de relleno y chorrada, y no quiere ni el hueso. Mucha suerte con las continuaciones de esta novela, las cuales yo ya no leeré.
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