sábado, 24 de noviembre de 2018

Serie: Ozark

Esta serie la tenía guardada como oro en paño para una ocasión especial. Y cuando empecé a verla pensé que mi apreciación era cierta, pues el primer capítulo es fantástico, al nivel de esos capítulos que se te quedan fijados en la memoria hasta el fin de la serie, tipo los de Breaking Bad y The Walking Dead. Tenemos el giro argumental que rompe la previsión inicial (en forma de la aparición del cartel méxicano) y sobre todo la escena final con esa panorámica elevándose sobre el embalse Ozark, en que va a transcurrir el resto de la acción y que da nombre a la serie.

Desafortunadamente, la impresión causada por estos capítulos se va difuminando conforme avanza la serie, y ahora que he terminado con la segunda temporada (cada temporada son 10 capítulos de 1 hora de duración), tengo serias dudas sobre si proseguiré cuando salga la ya anunciada tercera. A estas alturas de la serie lo único que la salva, en mi opinión, es Jason Bateman, el protagonista y padre de la familia metida en líos. Esos silencios de reflexión, esos rostros de ceño ligeramente fruncido, con que recibe Bateman cada nuevo contratiempo, son los mejores momentos de la serie desde su mismo comienzo, pero quizá no justifican una hora de visionado.

La historia que se nos cuenta es la de la familia Byrde (marido, mujer-Laura Linney, hija e hijo). que se ven obligados a huir de su vida en Chicago, y lo hacen con destino a la región del embalse Ozark, solo gracias a que la labia de Bateman en relación a un folleto inmobiliario a sus pies en el momento crítico, le permite salvar la vida. El precio a pagar es blanquear 8 millones de dólares en tres meses, en este sitio desconocido para él.

Su llegada a Ozark será saludada por un creciente plantel de personajes a cual más oscuro: una familia de rateros de baja estofa, otra de productores de heroína (los Snell) y distintos propietarios de negocios. Todos ellos se unen al cartel méxicano y al FBI en hacer la vida de nuestros protagonistas un verdadero infierno.

Y de ello trata la serie, de ver cómo van saliendo de estos conflictos crecientes (nuevos agentes de presión aperecen en la segunda temporada), con la familia viva y unida. Por ello es impagable la interpretación de Bateman (Martin Byrde): todos estos problemas son saludados desde la reflexión, sin stress apenas, muchas veces con un mero pestañero, antes de decir la frase que hay que decir, aunque muchas veces el espectador no se la espere. Esta frialdad, esta capacidad de gestión y planificación, es la que nos hace ver a Martin como un nuevo tipo de héroe, de gran atractivo sobre todo al principio de la serie.

El tema es que los problemas y conflictos se hacen cada vez más exagerados, por no decir peregrinos (véase la trama relacionada con el predicador, por ejemplo). Y, claro, ni siquiera la interpretación de Bateman es capaz de mantener el interés ante el creciente chorro de tonterías. Por cierto, sería injusto olvidar que a su lado, tanto en interpretación como asociada a sus desventuras, está también Ruth Langmore (Julia Garner), que trata de ayudar a Bateman a sostener el interés del espectador.


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