Leon Tolstoi es uno de los grandes de la literatura universal, y su novela Guerra y Paz una de mis novelas preferidas de todos los tiempos. Así que no me hice mucho de rogar tras conocer la existencia de este relato en una lectura reciente. Dicho y hecho, conseguido y leído, sin pena ni gloria.
Narra un acontecimiento histórico, yo diría que anecdótico, sucedido en la guerra del Caúcaso librada por los rusos contra el Imán Shamil a mediados del siglo XIX. Tal evento es la entrega del personaje que da título al relato, un lugarteniente mal avenido de Shamil, a los rusos, con la idea de que estos el proporcionaran fuerzas para acabar con la revuelta. Tolstoi se acuerda de la historia en un paseo campestre, al contemplar un cardo superviviente al paso de un carro. El carácter anecdótico del episodio nos lo da el hecho de que los ruiseñores continúen cantando tras la muerte del personaje, como si nada hubiera pasado.
Se podría calificar esta como una novela de secundarios: aparecen muchos personajes, pero la mayor parte de ellos solo tienen presencia en un capítulo. Será el caso del zar Nicolás y su ministro de la Guerra, por un lado, y del propio Imán Shamil, por otro. Más destacado es el papel que desempeña Vorontsov, importante personaje al mando de las fuerzas rusas, y al que decide entregarse Hadyi Murad. Pero luego aparecen otros secundarios, a los que sorprendentemente se les dedica similar atención, como a los soldados rusos Butler y Petrush Avdeyev; de este último, tiroteado accidentalmente durante la entrega de Murad, llegaremos a conocer hasta a su familia!
Así pues, Hadyi Murad se entrega a los rusos en compañía de sus cuatro seguidores más fieles. Su compromiso es confrontar y derrotar al imán Shamil con las fuerzas que los rusos le den, aprovechando su conocimiento del rugoso terreno (Daguestán) y su popularidad en el área. El problema es que Shamil tiene rehenes a su famila, el hijo Yusuf entre ellos. Y lo que quiere Murad es que se negocie un intercambio de rehenes para ponerles a salvo antes de la expedición.
Es en la toma de esta decisión donde se interpondrá la burocracia rusa y su dejadez, y el heraldo de la inevitable tragedia. Pues, en algún momento, cansado de esperar la decisión que nunca llega, Murad recuperará su odio por los rusos y tratará de escabullirse para rescatar a su familia, lo que nos llevarál al esperado fin del relato.
Por medio, dos capítulos destacables. En primer lugar, la escena de la corte en Tiflis, en la que asistimos a una cena de gala para presentar al prisionero en sociedad. En ella, Tolstoi trata con maestria las sutilezas en las conversaciones e intrigas de los cortesanos, como la alusión a distintos episodios más o menos exitosos, hace que unos y otros comensales transiten por las preferencias del mando, el gran Vorontsov (a la sazón, construyéndose un megapalacio en Crimea, que según parece ha llegado hasta nuestros días).
Es mejor si cabe la escena que transcurre en el Palacio de Invierno, entre el zar y su ministro de Guerra, Chernyshov, para la toma de diversas decisiones, entre ellas como proseguir la guerra del Caúcaso ante la entrega de Hady Murad. Tolstoi no tiene reparos en describirnos al zar Nicolás como un verdadero tirano, a la par que incompetente y negligente, que "estaba plenamente convencido de que todas sus disposiciones, tan insensatas, injustas y opuestas entre sí, resultaban sensatas, justas y equilibradas sólo porque eran suyas." Quien haya observado a Pedrito en acción durante estos últimos meses, habrá podido constatar unas maneras muy similares. Y es que todos los tiranos tienen las mismas ínfulas. No le va a la zaga este momento, ya terminado el despacho con su ministro: "Al igual que la gente de este mundo, Dios, por mediación de sus ministros, recibió y alabó a Nicolás, quien aceptó ese tributo como algo que le era debido aunque fuera fastidioso."
Como se dice ahora, esta novelita es "sin más". Es del gran Tolstoi y es corta, lo que juega a favor de leerla; pero tiene poca chicha y no está bien traducida, así que cada uno vea qué hacer.
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