Este libro es la prolongación natural de la trilogía de la Reconquista de este autor, que tanto me gustó. Era cuestión de tiempo que le hincara el diente, y por fin lo he hecho. El disfrute de su lectura ha estado a la altura de lo esperado, aunque lo que nos cuenta en esta ocasión parece más interesante y tiene aún mayores ribetes de epopeya.
Esto es así porque en la trilogía nos cuenta los casi 800 años que llevó a los reinos cristianos reconquistar la península ibérica de los musulmanes. Sin embargo, en este libro se nos cuenta lo que los mismos protagonistas hicieron con todo un continente en menos de 100 años, desde el descubrimiento por Colón. La verdad es que aquellos personajes, nuestros ancestros (alguien me dijo alguna vez que mi familia materna desciende de Cabeza de Vaca), constituyeron una generación de héroes.No creo que haya habido en la historia de la humanidad tal cúmulo de gentes extraordinarias. Quizá porque pocas naciones han tenido la oportunidad que se dio a España de conquistar y colonizar un continente entero.
Lo cierto es que a uno se le va la pinza cuando lee las cosas que hicieron estas gentes. Pensemos que se lanzaban a expediciones con una probabilidad de éxito casi ridículo. En las más exitosas tal vez sobrevivían el 20% de los expedicionarios. Y, claro, realmente no sé si nos ha llegado un registro de las que fracasaban. Lo que nos cuenta Esparza está basado en las historias que escribieron sus componentes, o contaron sus supervivientes. Pero, ¿qué pasó con todas aquellas aventuras en que no había escribano que las narrara, o en las que nadie volvió para contarlo? En fin, cabe esperar que el ratio de éxito fuera similar al de las innovaciones de los productos, y ya sabemos cuán bajo es este porcentaje.
Porque si una cosa queda clara de la lectura de Esparza es que sus protagonistas eran emprendedores en el sentido actual del término. Las expediciones que montaban, empezando por la de Cristóbal Colón, tenían un claro sentido económico de búsqueda de beneficios. Sí, necesitaban el permiso y la garantía real (que concedía la Casa de Contratación), pero toda la inversión corría por cuenta de los aventureros. Si la cosa salía bien, se quedarían con las riquezas encontradas y el dominio de los territorios, y deberían entregar el 20% de lo obtenido (el quinto real) a la corona. Obsérvese, una tasa fiscal muy inferior a la que en la actualidad padecemos.
Por ello mismo, discrepo de la opinión que Esparza comparte con nosotros a poco de empezar el libro: según él, el gran impulso de la conquista de América provino de una especia de misión de extender el cristianismo por el mundo (de ahí, el título que da al libro) y sin éste impulso no hubiera sido posible. Para mí está claro que dicha labor religiosa se asumió por parte de los emprendedores/conquistadores como una carga adicional que tenían que soportar para llevar a cabo su empresa (como las regulaciones actuales que se imponen a las empresas), debido al testamento de Isabel la Católica, pero que la conquista se hubiera producido en todo caso por el impulso de los emprendedores españoles. Para mí, la conquista de América es una secuencia de actos de emprendimiento individuales, siempre asumiendo unos riesgos enormes (incluso vitales), en pos de un enriquecimiento conforme (o no) al riesgo asumido. Aunque los conquistadores verdaderamente heroicos son aquellos que prosiguieron en su afán descubridor incluso una vez se habían hecho increíblemente ricos (hay muchos ejemplos en el libro). Y digo heroicos porque, insisto, se jugaban literalmente la vida. Zuckerberg o Bezos siguen emprendiendo pese a ser increíblemente ricos, pero su emprendimiento no les supone riesgo vital, por lo que no lo puedo calificar de heroico.
Junto con las hazañas de los conquistadores, Esparza se ocupa también de clarificar las instituciones en que se apoyó la conquista. Lo va haciendo conforme avanza la historia, pero también le dedica un capítulo final (que quizá hubiera sido más adecuado poner al principio). Hace especial hincapié en el equilibrio de poderes que se creaba, Por un lado, en las tierras conquistadas, se tenía un virrey o gobernador, que era la representación del poder monárquico. En cada ciudad que se fundaba, se creaba un cabildo, en representación de sus ciudadanos. Además, se fundaban audiencias en las que se hacía justicia. Y, por si fuera poco, se tenía a la Iglesia ejerciendo su contrapoder, especialmente en lo referente a evitar los abusos sobre los indígenas en las famosas encomiendas. Este juego de contrapoderes debía de crear un entorno de gran libertad y muy propicio al arriesgado emprendimiento que requería la conquista. Esparza dedica, asimismo, una atención especial a las llamadas Leyes Nuevas (en el fondo, una expropiación de los derechos de los conquistadores) y las consecuencias de su implantación. Por último, cabe señalar el altísimo nivel de los políticos de la época: la gente que nombraba el Emperador para cargos públicos en América eran de contrastada valía y tenían ya el reconocimiento general. La comparación con la situación actual es para echarse a llorar. Pero sí, hubo una época en que los políticos españoles estaban a la altura de nuestros emprendedores.
Hecha esta reflexión institucional (para mí, de lo más interesante del libro), lo cierto es que con lo que disfruta uno en esta lectura es con los "forjadores de América", sus aventuras, sus desventuras y sus hazañas. En el universo que nos pinta Esparza aparecen los megastars (Colón, Núñez de Balboa, Hernan Cortés, Pizarro, Magallanes y Elcano), pero también muchos "secundarios" a lo que tenía menos ubicados. Una de las grandes virtudes de este libro es que pone a cada uno en su sitio, y en relación con los otros conquistadores. Nombres como Ponce de León, Valdivia, Almagro, Alvarado, Belalcázar, Cabeza de Vaca, Hernando de Soto, Orellana o Coronado, pasan de ser calles o estaciones de metro, a encontrar su sitio y protagonismo en la historia de España (y es indignante ver a qué tipos les estamos dando calles en los últimos tiempos, estoy recordando a Zerolo).
Además, Esparza tiene la virtud de retratar muy bien lo que podía ser la América del descubrimiento. Un lugar poblado de náufragos, de barcos a la deriva que aparecen momentos insospechados, de nuevos animales y plantas de efectos insospechados, de inmensas selvas y ríos, de sorprendentes voces españolas en los sitios más inesperados... Parece mentira que consiguieran sobrevivir tantos como el 20% antes citado.
Y, por supuesto, a mí me ha resultado revelador de muchas cosas que no conocía. Por ejemplo, que la primera ciudad en el continente la fundó Núñez de Balboa en el Darien, zona selvática que aún hoy en día sigue sin urbanizarse. O que la historia del eclipse para engañar a los nativos, que en tantas novelas y películas se ha utilizado, la hizo Colón en su segundo viaje. O que Cabeza de Vaca fuera el primer europeo en ver las cataratas de Iguaçu, en una expedición que montó tras haber sobrevivido 8 años en solitario por tierras del norte del Caribe. Amazing. Me ha sorprendido la historia de la guerra entre españoles que hubo en el Perú, entre Almagro y Pizarro, así como las incursiones de Cortés en el mismo territorio, sin demasiado éxito. Tampoco era consciente de la cantidad de recursos que se habían invertido buscando Eldorado en las actuales tierras de Colombia y Venezuela.
Ya más a lo grande, tampoco era consciente del alcance de las expediciones de Hernando de Soto y de Coronado en los actuales Estados Unidos. El primero entró por Florida (de los primeros territorios hollados por los españoles tras el descubrimiento, aunque no se colonizó) y llegó a Oklahoma, cruzando el Mississipi. El segundo entró por el oeste, y tiene pinta de que llegó a Wyoming.
Pero sí he de quedarme con una sorpresa, esta sería el dominio que tuvieron los españoles del Pacífico, al que llegaron a llamar el "lago español". Empezando por la travesía de Elcano, se suceden los periplos de Jofre de Loaisa, quien llegó a las Molucas; de Saavedra, quien, enviado por Hernan Cortés, encontró la forma de cruzar el Pacífico de vuelta a América; de Legazpi y Urdaneta, quienes conquistaron las islas Filipinas; de Juan Fernández, quien llegó a Nueva Zelanda y encontró la ruta marina "corta" entre Lima y Valparaiso; y de Sarmiento de Gamboa y Mendaña, que descubrieron las islas Salomón y las Marquesas, entre otras. Todo ello culminó con la institución del Galeón de Manila, que transportaba, una vez el año, valiosas mercaderías entre Asia y América (y eventualmente Europa), lo que convirtió a Manila en un centro comercial de primera magnitud.
Queda claro que este libro de Esparza me ha parecido magnífico, casi de lectura obligada. Por sacarle algún defecto, diré que abusa, como en los anteriores libros, de las recapitulaciones al principio de cada capítulo e, incluso, de sección. El otro punto negativo es que se hace repetitivo al final: ¿por qué? Porque las aventuras tienden a ser las mismas. Cada periplo que empieza vuelva a sufrir de idénticas calamidades: enfermedades, naufragios, encuentro con tribus hostiles, carencia de alimentos, tormentas en altar mar...No hace la aventura menos heroica, pero sí la lectura más aburrida. Lo siento por los héroes españoles a los que le tocan estos rescoldos, porque su empresa seguramente fuera tanto o más meritoria que las de aquellos que los precedieron en la narración.
Como cierre, hay que decir que Esparza no pierde oportunidad para atacar la Leyenda Negra que persigue a este incomparable cúmulo de hazañas. Ya anticipa algunos de los argumentos que desarrolla espléndidamente Elvira Roca Barea, en su "Imperiofobia y Leyenda Negra". Pero se nota que esa no es su guerra, sobre todo por lo suavecito que trata al gran impresentable fray Bartolomé de las Casas. No preocuparse, doña Elvira le pondrá debidamente en su sitio.
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