Santiago Posteguillo es uno de esos novelistas a los que "sigo", en el sentido de que en cuanto me entero de que ha publicado novela, la leo. Ello se debe a su magnífica, increíble, trilogía de Escipión el Africano, una de las mejores novelas históricas que he leído, sino la mejor. Aún recuerdo cómo se saltaban las lágrimas de emoción tras leer la batalla de Zama. Para mayor mérito de Posteguillo, he de decir que dicha trilogía la leí nada más acabar con Juego de Tronos, o sea que se enfrentaba a un referente brutal para mantener el tipo. Y vaya si lo mantuvo.
Tras esa primera trilogía, dedicó otra a Trajano, bastante más floja. Creo que ya en este blog hice la entrada de su tercera entrega ("La legión perdida"). Pues bien, en esta novela, que ya no una trilogía, Posteguillo sigue con el imperio romano. Hace un fast-forward y nos coloca al final de la peli "Gladiator", esto es, en los últimos años de Comodo, el sucesor de Marco Aurelio.
La protagonista del libro, la Julia que le da título, es la esposa de Septimio Severo, gobernador del Danubio y jefe de tres legiones, y llamado a ser Emperador de Roma. Los sucesos que se nos cuentan son, precisamente, esta guerra civil ocurrida tras el asesinato de Comodo por su guardia pretoriana.
La historia comienza con Julia en Roma. Comodo tiene claro que el poder militar es la clave para mantenerse en el trono, y su táctica es sencilla. Sí, tiene que tener generales al mando de legiones para defender las fronteras del imperio; pero los puede controlar (impidiendo que dirijan sus legiones contra Roma), manteniendo a sus esposas e hijos como rehenes. La otra clave de su poder es, por supuesto, el mando de la guardia pretoriana, para controlar la capital.
Así pues, lo más útil que puede hacer Julia por las ambiciones de su marido es, precisamente, huir de Roma, porque una vez fuera nada habrá que impida a su marido hacerse con el poder. Algo que no podrá hacer con Comodo, pero sí con su sucesor Pertinax, elegido por la guardia pretoriana tras matar a Comodo. Pertinax, quien supuestamente debería conducir la transición hacia un nuevo emperador de consenso (como había hecho Galba con Trajano), tampoco satisface las ambiciones económicas de sus pretorianos, y corre la misma suerte de su predecesor. El poder pasa a un rico senador llamado Juliano, que sí es capaz de cumplir sus pagos a los pretorianos, pero que poco podrá hacer contra la amenaza de las legiones de Septimio Severo, ya agrupado con Julia, quien no le dejará en el resto de la novela.
Los restantes obstáculos para llegar al trono serán los otros dos gobernadores regionales coetáneos de Septimio Severo, ambos al mando de numerosas legiones también. Por un lado, Pescenio Nigro en el oriente del imperio; por otro, Clodio Albino (negro y blanco, curioso), en occidente (Britania, Hispania y el Rhin). Contra estos enemigos sí tendrá oportunidad Posteguillo de usar su técnica narrativa para las batallas, algo con lo que nos deslumbró en la trilogía de Escipión. En efecto, nos contará una batalla en cada una de las campañas, la batalla de Issos en la guerra contra Nigro, y la de Lugdunum (Lyon), contra Albino. Por desgracia, ninguna de esas batallas está a la altura de las libradas por Escipión contra Anibal, y por tanto tampoco su narrativa alcanza cotas heroicas o dramáticas.
En suma, tenemos unos personajes (Septimio Severo y sus rivales, la propia Julia), relativamente desconocidos, o, de otra forma, sin grandes acciones que los hayan hecho pasar a la historia. De hecho, el gran mérito de Septimio y Julia parece ser haberse dado cuenta de que el control del ejército les permitiría controlar el poder. A partir de aquí, la victoria en las batallas, tal como las cuenta Posteguillo, no fue por genio militar, sino más bien por suerte y arrojo en algún momento.
Así que ¿qué nos queda? Por supuesto, Julia. Julia, detrás de cada acción de su marido (literalmente, no solo en sentido figurado); Julia, intuyendo los ataques a su marido; Julia, la esposa y amante fiel de Severo; Julia, cuya ambición va más allá del imperio, hasta la dinastía. Por supuesto, a Julia hay que buscarle una rival de su mismo sexo. Muerta Livia (la esposa de Augusto y gran protagonista de Yo, Claudio, que hubiera sido una rival digna), Posteguillo se inventa a una tal Salinatrix a la que pone de esposa a Albino, el "malo final" de la novela.
Por si alguno tuviera dudas sobre el enfoque femenino de la novela (confesado explícitamente por Posteguillo en un innecesario epílogo, ¿toma por tontos a sus lectores?) tenemos un repaso de las emperatrices romanas desde la citada Livia hasta la predecesora de Julia, la esposa de Comodo. Excelente repaso, por cierto, aunque un poco forzado en la trama, en este caso, en un diálogo entre dos personajes secundarios. Y, para remachar, tenemos a Galeno en el cierre de su diario repasando las acciones de Julia, recién contadas en la novela. Vamos, como esas películas americanas que nos tienen que explicar las cosas obvias.
Pero bueno, todo esto es anecdótico. La novela se lee muy bien y es muy instructiva. No llega al nivel de los Escipiones, pero mejora algo las dos primeras entregas de Trajano. Y me parece bien (y oportunista) que Posteguillo reivindique una figura histórica femenina, como puede ser esta Julia, aunque no hacía falta que nos lo explicitara. La fuerza de Posteguillo es sobre todo su poder narrativo casi escenográfico, es algo que hace muy bien; por contra, detecto que descuida un poco el lenguaje: hay una frase "Ellos no pertenecían allí" que no es español y suena a traducción directa de "They did not belong there".
Por cierto, los lectores de Posteguillo sabemos que le
gusta incluir a alguna personalidad romana de la época, no directamente
relacionada con el poder. En su primera trilogía el elegido fue el comediante Plauto;
en la segunda, el arquitecto Apolodoro de Damasco. En esta ocasión, como apunté más atrás, le toca a Galeno, quien será el conductor de la trama mediante las entradas en su diario al comienzo de cada una de las cinco partes del libro.
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