Lo de esta serie es increíble. Ha llegado a la cuarta temporada, a la que pocas series llegan manteniendo el nivel, y encima ha conseguido una temporada aún mejor que las anteriores, que ya eran bastante buenas. Pero es que en esta, cada una de las tramas que nos propone es a cual mejor. Impresionante.
Se pueden identificar cuatro tramas, tres de las cuales terminan convergiendo. Una de ellas va sobre ciberseguridad e Inteligencia Artificial, ahí es nada. En otra, tenemos a Malotrou escapado y perdido por Moscú, en tratos con la inteligencia rusa. Mientras tanto, en Francia, aparece un tal Jean Jacques (Mathew Amalric), una especia de asuntos internos de la agencia de infiltrados, que nos ayudará a ver la cara oscura de Malotrou, algo inesperado y para lo que viene bien algo de ayuda.
Con todo, y aún siendo super interesantes cada una de las tramas anteriores, la mejor es la que protagoniza el agente Jonas (Victor Artus) a la caza de terroristas franceses por los entornos más hostiles. De hecho, protagonizará estupendas escenas de acción en Túnez o en Siria, lo que no deja de ser paradójico, dado que su perfil es más bien el de agente intelectual, gordo y gafotas.
Se nota que el presupuesto de la serie va aumentando, pues cada vez hay más escena de exterior y de acción. Como ya he dicho, las mejores corresponden a la trama de Jonas. Una de ellas tiene lugar en Rakka: una escuadra de soldados kurdos (creo) tiene que guiar a Jonas y su guardaespaldas a través de las paredes del laberinto de casas arruinadas en que se ha transformado la ciudad. La otra cierra el capítulo 9, y transcurre en Túnez. Junto a las escenas de acción, son también magníficos los interrogatorios de los terroristas, en que se muestra la inteligencia emocional de Jonas. Interrogar a cada uno de los sucesivos terroristas es un verdadero reto que resuelve en cada caso de forma magistral.
Por su parte, la peripecia de Malotrou nos lleva a una prisión rusa, por ejemplo. Y también son apasionantes las intrigas relacionadas con la seguridad de los dispositivos y las infiltraciones en los ordenadores. Para ello, introducen a un nuevo personaje, César (Stefan Crepon) un jovencito super experto en IA. No está mal. A la que dejan todos un poco tirada es a nuestra conocida Marina, metida en la misma trama, pero casi de secundaria.
Otra excelente temporada de una serie que nos aterriza Homeland en la realidad del funcionariado francés. Disfruten ustedes.
jueves, 27 de diciembre de 2018
miércoles, 26 de diciembre de 2018
Serie: The haunting of Hill House
Extraña serie esta producción de Netflix. En principio, el título invita a pensar en una serie de terror (una casa encantada). Y es cierto que hay muchos fantasmas y hasta algún que otro susto, pero no es una serie de terror. ¿Un drama psicológico quizá? ¿Representan los fantasmas de la casa las fobias, miedos y rencillas de los protagonistas? Tampoco sabría decirlo.
El caso es que estamos ante una serie de una factura espectacular, de una producción muy cuidada y original. Consta de 10 capítulos de 1 hora de duración (en promedio, hay un capítulo de 40 minutos y dos de hora y 10). Uno se queda enganchado al aspecto visual cuando empieza a verla. Llaman la atención muchas de las escenas en el interior de la casa, en que el tipo de encuadre hace que el personaje ocupe poco espacio en la escena, con lo que toman protagonismos las paredes, los muebles, los pasillos o las escaleras de la casa. Y es que, de hecho, la casa es el verdadero protagonista de la serie, como irá descubriendo el espectador.
Se nos cuenta la historia de la familia Crain, cinco hijos y sus padres. Esta historia se desdobla en dos momentos: el actual (con su selección de flashbacks), marcado por la muerte de la pequeña de los hermanos (Nell, interpretada por Victoria Pedretti, desconocida hasta ahora para mí); y la estancia que hicieron de pequeños en la casa Hill, precisamente hasta el otro acontecimiento trágico que marca la serie, la muerte de la madre Olivia (Carla Gugino).
Los cinco primeros capítulos se dedican respectivamente a cada uno de los hermanos, de mayor a menor. Nos cuentan cómo es su vida en la actualidad, y los momentos más traumaticos en la referida estancia de su infancia. Por supuesto, aparecen ya aquí numerosos momentos de conjunción, tanto entre las historias actuales de los hermanos, como en la pasada. La verdad es que estos primeros capítulos a mí se me hicieron bola, casi no supero el tercero. La culminación en el quinto, dedicado a Nell, que nos aporta una escena final de antología. Aquí ya la narración empieza a coger ritmo, aunque nunca llegará a ser tan apasionante como yo esperaba de esta serie.
El sexto capítulo supone un punto de inflexión, al mismo tiempo que un alarde técnico. Una vez presentados los protagonistas, llega el momento de desarrollar la trama, que básicamente nos debería conducir a entender qué pasó y por qué pasó lo que pasó. Este capítulo 6 nos cuenta el funeral de Nell, y recuerda al rodaje de la peli clásica de Hitchcock, La Soga, en el sentido de que el capítulo es una sola secuencia (bueno, al final se interrumpe). Lo que pasa es que, contrariamente a La Soga, en esta única secuencia cambia el escenario y el momento de la narración, cuando en un momento dado el padre se interna en un pasillo del tanatorio y acaba en la Hill House, con los protagonistas de jóvenes. Magnífica escena en todo caso.
A partir de aquí, la trama se torna previsible en cuanto a estructura de capítulos. Todo va a estar muy bien contado, pero nada de lo que cuentan a mí me resulta satisfactorio para llevar esta serie al climax que se merece. Prácticamente ninguna de las incógnitas relevantes para mí quedan explicadas: ¿por qué cada niño ve a un fantasma y no a otros? ¿Cómo se explicita el encuentro con cada fantasma en los efectos de su vida actual? ¿Por qué leches la familia Nell no abandonó la casa, sabiendo que todos los niños y la madre lo estaban pasando mal? ¿Y por qué está encantada la casa?
No sé, a mí me parecía que la serie iba a cerrar estos temas. Pero no lo hace, y tenemos un final que casi se podría calificar de Deus-ex-Machina, en que los guionistas no saben cómo salir del lío, y se inventan un final feliz poco verosímil habida cuenta de lo acontecido. Eso sí, de una factura espléndida.
En este sentido, es muy llamativo el hallazgo de entrecruzar escenas, como el que hacen al principio del último capítulo (en que se nos enlazas dos escenas ya mostradas en distintos momentos, como ocurriendo simultáneamente, lo que explicaría sendos acontecimientos sobrenaturales). Cuando uno vez esta escena antes de los títulos de crédito se relame pensando en lo que puede dar de sí el desenlace, si esas van a ser las explicaciones de lo ocurrido. Por desgracia, no siguen por ahí los derroteros y terminamos en el ya descrito Deus-ex-Machina. Una pena.
El caso es que estamos ante una serie de una factura espectacular, de una producción muy cuidada y original. Consta de 10 capítulos de 1 hora de duración (en promedio, hay un capítulo de 40 minutos y dos de hora y 10). Uno se queda enganchado al aspecto visual cuando empieza a verla. Llaman la atención muchas de las escenas en el interior de la casa, en que el tipo de encuadre hace que el personaje ocupe poco espacio en la escena, con lo que toman protagonismos las paredes, los muebles, los pasillos o las escaleras de la casa. Y es que, de hecho, la casa es el verdadero protagonista de la serie, como irá descubriendo el espectador.
Se nos cuenta la historia de la familia Crain, cinco hijos y sus padres. Esta historia se desdobla en dos momentos: el actual (con su selección de flashbacks), marcado por la muerte de la pequeña de los hermanos (Nell, interpretada por Victoria Pedretti, desconocida hasta ahora para mí); y la estancia que hicieron de pequeños en la casa Hill, precisamente hasta el otro acontecimiento trágico que marca la serie, la muerte de la madre Olivia (Carla Gugino).
Los cinco primeros capítulos se dedican respectivamente a cada uno de los hermanos, de mayor a menor. Nos cuentan cómo es su vida en la actualidad, y los momentos más traumaticos en la referida estancia de su infancia. Por supuesto, aparecen ya aquí numerosos momentos de conjunción, tanto entre las historias actuales de los hermanos, como en la pasada. La verdad es que estos primeros capítulos a mí se me hicieron bola, casi no supero el tercero. La culminación en el quinto, dedicado a Nell, que nos aporta una escena final de antología. Aquí ya la narración empieza a coger ritmo, aunque nunca llegará a ser tan apasionante como yo esperaba de esta serie.
El sexto capítulo supone un punto de inflexión, al mismo tiempo que un alarde técnico. Una vez presentados los protagonistas, llega el momento de desarrollar la trama, que básicamente nos debería conducir a entender qué pasó y por qué pasó lo que pasó. Este capítulo 6 nos cuenta el funeral de Nell, y recuerda al rodaje de la peli clásica de Hitchcock, La Soga, en el sentido de que el capítulo es una sola secuencia (bueno, al final se interrumpe). Lo que pasa es que, contrariamente a La Soga, en esta única secuencia cambia el escenario y el momento de la narración, cuando en un momento dado el padre se interna en un pasillo del tanatorio y acaba en la Hill House, con los protagonistas de jóvenes. Magnífica escena en todo caso.
A partir de aquí, la trama se torna previsible en cuanto a estructura de capítulos. Todo va a estar muy bien contado, pero nada de lo que cuentan a mí me resulta satisfactorio para llevar esta serie al climax que se merece. Prácticamente ninguna de las incógnitas relevantes para mí quedan explicadas: ¿por qué cada niño ve a un fantasma y no a otros? ¿Cómo se explicita el encuentro con cada fantasma en los efectos de su vida actual? ¿Por qué leches la familia Nell no abandonó la casa, sabiendo que todos los niños y la madre lo estaban pasando mal? ¿Y por qué está encantada la casa?
No sé, a mí me parecía que la serie iba a cerrar estos temas. Pero no lo hace, y tenemos un final que casi se podría calificar de Deus-ex-Machina, en que los guionistas no saben cómo salir del lío, y se inventan un final feliz poco verosímil habida cuenta de lo acontecido. Eso sí, de una factura espléndida.
En este sentido, es muy llamativo el hallazgo de entrecruzar escenas, como el que hacen al principio del último capítulo (en que se nos enlazas dos escenas ya mostradas en distintos momentos, como ocurriendo simultáneamente, lo que explicaría sendos acontecimientos sobrenaturales). Cuando uno vez esta escena antes de los títulos de crédito se relame pensando en lo que puede dar de sí el desenlace, si esas van a ser las explicaciones de lo ocurrido. Por desgracia, no siguen por ahí los derroteros y terminamos en el ya descrito Deus-ex-Machina. Una pena.
lunes, 17 de diciembre de 2018
Serie: The Night Manager
Vaya año llevo de reivindicación de las series inglesas. Primero Peaky Blinders, luego Line of Duty (con el apéndice The Bodyguard) y para remate Upstart Crow. Todas ellas magníficas, por encima de cualquiera de las series americanas que he visto este año, en sus respectivos géneros.
Contra este fondo, The Night Manager, también de la BBC, es capaz de brillar con luz propia, aunque, claro, no llega a deslumbrar. El caso es que se trata de otra excelente producción, con momentos espectaculares, y un reparto a base de grandes, encabezado por Hugh Laurie (Black Adder, pero sobre todo Dr. House), y seguido por Tom Hiddleston (el Loki de Marvel) y Elizabeth Debicki.
Con estos mimbres, no puede salir nada malo. Y así añadimos los excepcionales títulos de crédito, ya tenemos para aguantar esos dos primeros capítulos de comienzo dudoso, hasta que la cosa coge vuelo ya en el tercero. La historia nos lleva en esta ocasión al contrabando de armas con la aquiescencia de los gobiernos inglés y americano, que permite a gente sin escrúpulos (como el protagonista. Mr Roper) forrarse de verdad sin jugarse una libra esterlina.
Frente a trama tan poderosa, se alza una agente solitaria, Ángela Burr (Olivia Coleman, la compañera de David Tenant en Broadchurch), que poco a poco irá perdiendo los escasos apoyos que tiene. Su baza ganadora es Jonathan Pine (Tom Hiddleston) a quien ha infiltrado en la organización del malo.
Así que ya tenemos la típica historia policíaca - espías - intriga. La trama nos lleva por Mallorca, Turquía y Egipto, y tiene sus giros inesperados. Poco más cabe contar sin desvelar más. Eso sí, no me olvido de una espectacular escena que ocurre en un lugar indeterminado entre Siria y Turquía: la exhibición de armamento que hace el magnate a sus potenciales clientes.
Son seis episodios de una hora de duración. Y teóricamente habrá segunda temporada, aunque está anunciada para 2018 y no tiene pinta de ir a salir. Eso sí, algunos flecos quedaron sin cerrar, por lo que no es descabellado que Mr. Roper vuelva a aparecer en nuestras pantallas.
Contra este fondo, The Night Manager, también de la BBC, es capaz de brillar con luz propia, aunque, claro, no llega a deslumbrar. El caso es que se trata de otra excelente producción, con momentos espectaculares, y un reparto a base de grandes, encabezado por Hugh Laurie (Black Adder, pero sobre todo Dr. House), y seguido por Tom Hiddleston (el Loki de Marvel) y Elizabeth Debicki.
Con estos mimbres, no puede salir nada malo. Y así añadimos los excepcionales títulos de crédito, ya tenemos para aguantar esos dos primeros capítulos de comienzo dudoso, hasta que la cosa coge vuelo ya en el tercero. La historia nos lleva en esta ocasión al contrabando de armas con la aquiescencia de los gobiernos inglés y americano, que permite a gente sin escrúpulos (como el protagonista. Mr Roper) forrarse de verdad sin jugarse una libra esterlina.
Frente a trama tan poderosa, se alza una agente solitaria, Ángela Burr (Olivia Coleman, la compañera de David Tenant en Broadchurch), que poco a poco irá perdiendo los escasos apoyos que tiene. Su baza ganadora es Jonathan Pine (Tom Hiddleston) a quien ha infiltrado en la organización del malo.
Así que ya tenemos la típica historia policíaca - espías - intriga. La trama nos lleva por Mallorca, Turquía y Egipto, y tiene sus giros inesperados. Poco más cabe contar sin desvelar más. Eso sí, no me olvido de una espectacular escena que ocurre en un lugar indeterminado entre Siria y Turquía: la exhibición de armamento que hace el magnate a sus potenciales clientes.
Son seis episodios de una hora de duración. Y teóricamente habrá segunda temporada, aunque está anunciada para 2018 y no tiene pinta de ir a salir. Eso sí, algunos flecos quedaron sin cerrar, por lo que no es descabellado que Mr. Roper vuelva a aparecer en nuestras pantallas.
jueves, 13 de diciembre de 2018
Serie: The Big Bang Theory (Temporadas 1-4)
El final de la temporada 4 es tan buen momento como cualquier otra para hacer un comentario de esta serie. Desde luego, no procede esperar a terminar la serie, porque hay un riesgo de que no la termine, o de que decaiga tanto (eso he oído) que tampoco la haga justicia.
Por otro lado, es difícil escribir algo que no se haya dicho ya sobre esta serie, uno de los grandes blockbusters de los últimos diez año. Lo bueno es que como no he leído nada, a mí me parecerá todo original, así que disculpad si no lo es.
The Big Bang Theory es una sitcom norteamericana de largo recorrido, de esas que tanto gustan allende los mares. Estamos hablando de 12 temporadas de 24 episodios, frente a las 3 o 4 de 6 que suelen tener las sitcom británicas.
TBBT sigue una larga tradición (claro, a base de series de 10 temporadas), cuyo comienzo trazo a Seinfeld (1989, 9 temporadas de 23 episodios), evoluciona a Friends (1994, 10 temporadas de 24 episodios) y culmina con la magnífica How I met your mother (2005, 9 temporadas de 24 episodios).
Seinfeld introduce el concepto de sitcom de treintañeros amigotes, cuyo interés revuelve al 80% en torno a sus relaciones con el otro sexo: la búsqueda del amor, los mis ligues, las decepciones... Lo hace desde una óptica muy cotidiana y, si se quiere, simple. Friends ofrece un punto más de complejidad, sobre todo al introducir paridad con las féminas, y caracteres más diferenciados y más ricos. Aún así, hay poca trama larga y muy poca auto-referencia. La evolución es How I met your mother, en que se añade la complejidad de una trama labrada a lo largo de 9 temporadas, con una auto-referencia omnipresente (el concurso de tortas, por ejemplo, las fiestas de Halloween, o, por supuesto, la trama principal), y algunos capítulos sencillamente geniales. Está claro que How I met your mother lleva al género a lo más alto, y lo agota. Y deja un vacío para este tipo de series.
Que es reclamado por TBBT. ¿Cuál es el aporte esencial, lo novedoso? Tiene nombre propio: Dr. Sheldon Cooper (Jim Parsons): Un tipo en una sitcom de amigos al que no le interesa el sexo. Un gran riesgo y un gran hallazgo.
Ya en el primer capítulo el televidente observa que Sheldon es un personaje ganador, que va a ser el gran protagonista de la serie, precisamente porque es él que aporta algo nuevo. Y no lo digo tanto por su implausible sabiduría en todos los campos del conocimiento teórico, como por el hecho de que le resbalan las "tías". Un soplo de aíre fresco. Los otros protagonistas irán ganándose nuestro cariño, pero en ellos se puede vislumbrar a sus predecesores en las series antes citadas. Leonard (Johny Galecki), Howard (Simon Helberg) y Raj (Kunal Nayyar), podrían ser cualquiera de los Friends. Y lo mismo la simpar Penny (Kaley Cuoco), que en esta cuarta temporada encuentra por fin amigas para no estar sola ante el peligro freaky: Bernadette (Melissa Rauch) y la contraparte para Sheldon (Mayim Bialik).
Así pues, la serie no tarda en orbitar en torno a las salidas de tono del Dr. Cooper. He de decir que, en mi opinión, el actor mejora con el tiempo. La actuación en esta cuarta temporada es magnífica.
El otro gran atractivo de la serie son los temas de conversación, otra cosa completamente nueva en el género. Aquí se bromea sobre superhéroes, El Señor de los Anillos, las pelis de Star Trek o los videojuegos de la serie Halo. Entiendo que esto es un gancho sin escape para mucha gente. Pero también lleva a abusar del chiste tonto y fácil: ¿por qué hay carcajadas cada vez que juegan al Magic y uno de los personajes echa una carta y dice su nombre?
Lo que nos lleva a la principal crítica a esta serie: la insufrible carcajada continúa. ¿Por qué se ríe el público? Muchas veces no se sabe. ¿No tienen los guionistas confianza en su trabajo, y quieren hacernos creer que todo lo que dicen sus personajes es gracioso? ¿Por qué cada vez que Sheldon hace su ritual de la tripe llamada (Penny... Penny... Penny) hay que reírse? Hombre, quizá fue gracioso la primera vez, pero a la n-ésima ya no. La verdad es que tanta carcajada estúpida es desconcertante hasta que te acostumbras.
Porque, para más inri, TBBT no es una serie de desternillarse, no es una serie gamberra. Es más bien una serie simpática, de las que invitan a la sonrisa cómplice más que a la carcajada desmesurada (compárese con la recién comentada Los Informáticos). Este es un género que se está poniendo de moda y desplazando a las sitcom. Series como The Good Place, Master of None o Trial and Error entran en este género y, sabéis qué, prescinden de las molestas carcajadas guía. Me pregunto por qué no puede hacer lo mismo esta serie.
De lo que llevo visto, la serie ha ido en clara mejora. El primer capítulo me pareció muy bueno, pero el resto de la primera temporada y la segunda me parecieron flojas. En la tercera la cosa se empezó a animar, pero no ha sido hasta esta cuarta temporada donde por fin he podido comprender el gancho de la serie. La verdad es que ha habido un par de capítulos magníficos, insisto, sin llegar a la carcajada. La incorporación de Amy Farrah Fowler (la contraparte de Sheldon) es un verdadero hallazgo, y los diálogos que tiene con Sheldon son memorables.
No soy capaz de recordar mucho momentos memorables (jajajaja, suena a coña), pero sí me acuerdo del diálogo que tienen al principio de un capítulo sobre quién es el ser más valiente del universo Marvel: el jardinero sin papeles del Capitán América, defiende uno de ellos. Buenísimo.
Hala, ahí han quedado unos cuantos párrafos más sobre esta serie. Volveré a escribir sobre ella cuando me canse, o termine, de verla.
PS: Por cierto, el interesado en vez cuán pedante puede llegar a ser el creador de una sitcom solo tiene que quedarse hasta el final de los títulos de crédito. Justo en ese momento aparece una pantalla con un texto de Chuck Lorre sobre sus paranoías varias. Hay que ponerlo en Pausa para que dé tiempo a leerlo. Lo hice con los dos primeros capítulos, luego reaccioné.
Por otro lado, es difícil escribir algo que no se haya dicho ya sobre esta serie, uno de los grandes blockbusters de los últimos diez año. Lo bueno es que como no he leído nada, a mí me parecerá todo original, así que disculpad si no lo es.
The Big Bang Theory es una sitcom norteamericana de largo recorrido, de esas que tanto gustan allende los mares. Estamos hablando de 12 temporadas de 24 episodios, frente a las 3 o 4 de 6 que suelen tener las sitcom británicas.
TBBT sigue una larga tradición (claro, a base de series de 10 temporadas), cuyo comienzo trazo a Seinfeld (1989, 9 temporadas de 23 episodios), evoluciona a Friends (1994, 10 temporadas de 24 episodios) y culmina con la magnífica How I met your mother (2005, 9 temporadas de 24 episodios).
Seinfeld introduce el concepto de sitcom de treintañeros amigotes, cuyo interés revuelve al 80% en torno a sus relaciones con el otro sexo: la búsqueda del amor, los mis ligues, las decepciones... Lo hace desde una óptica muy cotidiana y, si se quiere, simple. Friends ofrece un punto más de complejidad, sobre todo al introducir paridad con las féminas, y caracteres más diferenciados y más ricos. Aún así, hay poca trama larga y muy poca auto-referencia. La evolución es How I met your mother, en que se añade la complejidad de una trama labrada a lo largo de 9 temporadas, con una auto-referencia omnipresente (el concurso de tortas, por ejemplo, las fiestas de Halloween, o, por supuesto, la trama principal), y algunos capítulos sencillamente geniales. Está claro que How I met your mother lleva al género a lo más alto, y lo agota. Y deja un vacío para este tipo de series.
Que es reclamado por TBBT. ¿Cuál es el aporte esencial, lo novedoso? Tiene nombre propio: Dr. Sheldon Cooper (Jim Parsons): Un tipo en una sitcom de amigos al que no le interesa el sexo. Un gran riesgo y un gran hallazgo.
Ya en el primer capítulo el televidente observa que Sheldon es un personaje ganador, que va a ser el gran protagonista de la serie, precisamente porque es él que aporta algo nuevo. Y no lo digo tanto por su implausible sabiduría en todos los campos del conocimiento teórico, como por el hecho de que le resbalan las "tías". Un soplo de aíre fresco. Los otros protagonistas irán ganándose nuestro cariño, pero en ellos se puede vislumbrar a sus predecesores en las series antes citadas. Leonard (Johny Galecki), Howard (Simon Helberg) y Raj (Kunal Nayyar), podrían ser cualquiera de los Friends. Y lo mismo la simpar Penny (Kaley Cuoco), que en esta cuarta temporada encuentra por fin amigas para no estar sola ante el peligro freaky: Bernadette (Melissa Rauch) y la contraparte para Sheldon (Mayim Bialik).
Así pues, la serie no tarda en orbitar en torno a las salidas de tono del Dr. Cooper. He de decir que, en mi opinión, el actor mejora con el tiempo. La actuación en esta cuarta temporada es magnífica.
El otro gran atractivo de la serie son los temas de conversación, otra cosa completamente nueva en el género. Aquí se bromea sobre superhéroes, El Señor de los Anillos, las pelis de Star Trek o los videojuegos de la serie Halo. Entiendo que esto es un gancho sin escape para mucha gente. Pero también lleva a abusar del chiste tonto y fácil: ¿por qué hay carcajadas cada vez que juegan al Magic y uno de los personajes echa una carta y dice su nombre?
Lo que nos lleva a la principal crítica a esta serie: la insufrible carcajada continúa. ¿Por qué se ríe el público? Muchas veces no se sabe. ¿No tienen los guionistas confianza en su trabajo, y quieren hacernos creer que todo lo que dicen sus personajes es gracioso? ¿Por qué cada vez que Sheldon hace su ritual de la tripe llamada (Penny... Penny... Penny) hay que reírse? Hombre, quizá fue gracioso la primera vez, pero a la n-ésima ya no. La verdad es que tanta carcajada estúpida es desconcertante hasta que te acostumbras.
Porque, para más inri, TBBT no es una serie de desternillarse, no es una serie gamberra. Es más bien una serie simpática, de las que invitan a la sonrisa cómplice más que a la carcajada desmesurada (compárese con la recién comentada Los Informáticos). Este es un género que se está poniendo de moda y desplazando a las sitcom. Series como The Good Place, Master of None o Trial and Error entran en este género y, sabéis qué, prescinden de las molestas carcajadas guía. Me pregunto por qué no puede hacer lo mismo esta serie.
De lo que llevo visto, la serie ha ido en clara mejora. El primer capítulo me pareció muy bueno, pero el resto de la primera temporada y la segunda me parecieron flojas. En la tercera la cosa se empezó a animar, pero no ha sido hasta esta cuarta temporada donde por fin he podido comprender el gancho de la serie. La verdad es que ha habido un par de capítulos magníficos, insisto, sin llegar a la carcajada. La incorporación de Amy Farrah Fowler (la contraparte de Sheldon) es un verdadero hallazgo, y los diálogos que tiene con Sheldon son memorables.
No soy capaz de recordar mucho momentos memorables (jajajaja, suena a coña), pero sí me acuerdo del diálogo que tienen al principio de un capítulo sobre quién es el ser más valiente del universo Marvel: el jardinero sin papeles del Capitán América, defiende uno de ellos. Buenísimo.
Hala, ahí han quedado unos cuantos párrafos más sobre esta serie. Volveré a escribir sobre ella cuando me canse, o termine, de verla.
PS: Por cierto, el interesado en vez cuán pedante puede llegar a ser el creador de una sitcom solo tiene que quedarse hasta el final de los títulos de crédito. Justo en ese momento aparece una pantalla con un texto de Chuck Lorre sobre sus paranoías varias. Hay que ponerlo en Pausa para que dé tiempo a leerlo. Lo hice con los dos primeros capítulos, luego reaccioné.
miércoles, 12 de diciembre de 2018
Una historia breve del mito ("A short history of myth"), de Karen Armstrong
Me tropiezo por casualidad con este libro en mi biblioteca, y como es cortito (lo dice el propio título) y el tema me parece muy interesante, me lanzo a su lectura. De los mitos, y en general, de la moral, me interesa investigar sus orígenes para vez qué relación tiene con la estructura de la psicología evolutiva del ser humano.
En este ensayo no se habla de este origen evolutivo, aunque sí hay algunos apuntes que pueden unirlos. Aunque la estructura es clara y la autora no escribe mal, he encontrado este ensayo un poco desordenado y algo repetitivo. Pero el principal problema es el voluntarismo en la interpretación que hace de los mitos que describe: ¿por qué es esa y no otra? Además, es muchas veces una interpretación compleja. Por cierto, descubro una vez leído el libro que la autora es una reputada historiadora de las religiones, pasó varios años en un convento, y se le entregó en 2017 el Premio Princesa de Asturias. Vamos, que no es una desconocida casual.
Para describir la historia de los mitos, Armstrong divide la historia de la humanidad en varias etapas sucesivas, cada una de las cuales requiere de sus mitos específicos. Una vez el mito no es capaz de satisfacer las necesidades para las que se plantea, se abandona. Por ejemplo, explica Armstrong, el "dios cielo", existente en todas las culturas, se ve cómo demasiado alejado de la realidad humana y por eso fracasa en todas ellas (menos en la China), y es despedezado por sus sucesores para la creación del mundo.
¿Qué son los mitos? Para la autora, los mitos son guías de comportamiento. No son eventos históricos. Deben mover a la actuación y a la participación, no a la contemplación. Los libros de mitos no son para una lectura fáctica (también posible, por ejemplo, en la Biblia), sino para una lectura ritual; son terapéuticos, no históricos.
Los mitos nos reconcilian con la dura realidad, tratan de dar sentido al sufrimiento de las personas. En palabras de la autora, resuelven "problemas perennes" de la humanidad. Por ejemplo, en las primeras sociedades de cazadores, conciliaban a los varones con el riesgo que corrían en cada cacería, y con el hecho de tener que matar animales para sobrevivir. Así interpreta Armstrong la actividad del Chaman y sus incursiones en las cuevas pintadas tipo Altamria o Lascaux. Coherentemente, la mujer asume el rol de la estabilidad y aparece una diosa madre: los cazadores pueden morir buscando la comida, pero lo que da sentido a su acción es la continuidad de la tribu, materializada en dicha diosa.
Cuando la sociedad pasa a ser sedentaria, con la agricultura, estos mitos se van sustituyendo paulatinamente por otros. Ahora, el miedo es que la tierra se agote. Aperecen mitos de sacrificio y regeneración de la vida, como el de Demeter y Perséfone, asociados también a las estaciones.
En la tercera etapa, aparecen las ciudades y con ellas las guerras. Los dioses se alejan de los hombres, ya no está presentes en cada objeto (para los cazadores, cada árbol, cada piedra, es una epifanía de una fuerza oculta), porque muchos de ellos son obra del ser humano. Pero siguen teniendo que buscar el sentido a catástrofes, como las batallas o las inundaciones (específicamente, en Mesopotamia).
Tras ésta, ocurre la revolución Axial, en la que aparecen las grandes religiones orientales: Confucio, Lizao, Buda, el judaísmo. Surgen en respuesta a la crisis del mito tradicional, que ya no da respuestas a las inquietudes humanas. Los nuevos ritos ya no se centran tanto en la divinidad, sino en el propio individuo: le invitan a la introspección, a la reflexión. Y se comienza a unir la historia con el mito, hasta ahora clara y completamente separados. Ejemplos lo constituyen la épica de Gilgamesh o el Yavé de los judios.
En la cuarta etapa aparecen las religiones monoteistas (cristianismo, Islam, judaísmo) y aquí sí se produce una transformación de la historia en mito. Por ejemplo, Jesús es un personaje histórico, que adquiere su fuerza mítica gracias al trabajo, por ejemplo, de San Pablo. Cabe suponer que de esta manera creían fortalecer el mito en las mentes de los individuos, pero estaban sembrando la semilla de su crisis final y actual.
Y es que con la llegada de la ciencia y el predominio científico, y precisamente por haber imbricado los mitos con la historia, se pasa a exigir del mito lo mismo que si fuera ciencia. Esto es, pruebas de la existencia de Dios, por ejemplo. Y, evidentemente, el mito no está a esa altura, porque es otra cosa, como bien claro tenían los filósofos griegos, que oponían mito y logos.
Sí, hay crisis del mito, pero el ser humano no ha evolucionado al mismo ritmo. Seguimos siendo, en palabras de la autora, "Myth making creatures" y seguimos necesitando de los mitos para superar determinados momentos críticos de nuestras vidas, esos momentos en que queremos, necesitamos, ver algún sentido a las mismas. El hueco que dejaron los mitos fue rellenado por las ideologías, con los terribles resultados que hemos visto en el siglo XX. Ahora, son novelas, actores, cantantes o series las que actúan como mitos. Pero esto mitos fracasan, según la autora, pues no cumplen con los criterios que es establecieron/descubrieron en la época Axial.
En resumen, un librito interesante. Aunque, como dije, muchas de las cosas dichas son poco convincentes; parece repetirse a veces, y la autora tiene algunos errores olímpicos (como cuando se refiera a los grandes trágicos griegos, y lista a Sócrates, Platón y Aristóteles).
martes, 11 de diciembre de 2018
Una casa de muñecas ("A doll's house"), de Henrik Ibsen
Segunda lectura que hago animado por las apreciaciones de Paul Johnson en sus Intelectuales. En esta ocasión, se trata de apreciar la supuesta genialidad de Henrik Ibsen, el universalmente conocido dramaturgo noruego, quien, al parecer, rompió moldes con sus obras de teatro.
Para apreciar tal, he optado por "Una casa de muñecas", su obra más conocida. La leo traducida al inglés, aunque lo cierto es Ibsen escribía en noruego. Quiero pensar que esta versión a lo mejor fue bendecida de alguna forma por el autor y será más próxima a su obra que la traducción española. Por otro lado, habida cuenta de narrativa y estilo, tampoco creo que la traducción se deje cosas en el tintero: digamos que la genialidad de Ibsen no está en sus recursos estilísticos o en su capacidad de hacer verso, por lo que ni se pierde la rima, ni lo otro.
Leyendo esta obra uno se pasa la mayor parte del tiempo preguntándose qué es lo que hizo clic para que resultara un bombazo. Prácticamente hasta el 15% final, la obra es perfectamente convencional; lo único que parece revolucionario es ese discurso final de la protagonista, Nora Helmer, para lo que el resto es mera preparación.
La historia es muy sencilla: Nora se tuvo que endeudar para pagar la curación de su marido, Torvald Helmer. Esto lo hizo sin conocimiento de éste, y encima falsificando la firma de su padre (de ella) como avalista. Lo hizo por amor a su marido, al no ver otra salida. En el momento de los sucesos, Torvald acaba de ser nombrado director del banco y tiene que reconfigurar su plantilla, lo que va a aprovechar para ajustar a un tal Krogstad. Resulta que éste es el prestamista de Nora, y amenaza a ésta con denunciar su falsificación en caso que no convenza a su marido de que reconsidere su despido.
En el acto final, Krogstad cumple su amenaza, y deja en el buzón una carta explicando lo sucedido. El marido se indigna enormemente con Nora al enterarse: la consecuencia es que le impedirá la educación de los niños, aunque seguirán viviendo juntos por las apariencias. Lo que para Nora era un acto de amor, para Helmer es ignominioso. Al poco, llega otra misiva en que Krogstad se retracta de lo dicho y, de hecho, le devuelve el documento falsamente firmado. Torvald procede a su destrucción y le dice a Nora que todo está bien, y que pueden seguir cómo estaban.
Y entonces se produce la reacción furibunda de Nora, que es el gran momento de la obra: Nora, ante estas veleidades, se ve como una muñeca (de ahí el título) con la que primero jugaba su padre y ahora juega su marido, sin tenen nunca voz ni voto. "Nunca me has amado. Solo has pensado que era agradable estar enamorado de mí", le suelta.
Nora ve cómo única solución auto-educarse, salir al mundo a darse de bruces con él. Rechaza la propuesta de su marido de ser él quien la eduque, por absurda. Tiene que formarse ella para tener sus propias opiniones, y así decidir su papel como esposa o lo que que se tercie. En su discurso, Nora llega al anarquismo, planteándose si las propias leyes que aduce el marido son correctas. Es algo que ella también tendrá que evaluar como parte de su formación.
Por último, Helmer acude al honor, y Nora le dice que lo tendrá que sacrificar si quiere tener oportunidad de que vuelva como esposa, a lo que se sucede este intercambio magistral (traducción propia)
HELMER: "Peor ningún hombre sacrificaría su honor por aquella a la que ama"
NORA: "Es una cosa que cientos de miles de mujeres han hecho"
Para apreciar tal, he optado por "Una casa de muñecas", su obra más conocida. La leo traducida al inglés, aunque lo cierto es Ibsen escribía en noruego. Quiero pensar que esta versión a lo mejor fue bendecida de alguna forma por el autor y será más próxima a su obra que la traducción española. Por otro lado, habida cuenta de narrativa y estilo, tampoco creo que la traducción se deje cosas en el tintero: digamos que la genialidad de Ibsen no está en sus recursos estilísticos o en su capacidad de hacer verso, por lo que ni se pierde la rima, ni lo otro.
Leyendo esta obra uno se pasa la mayor parte del tiempo preguntándose qué es lo que hizo clic para que resultara un bombazo. Prácticamente hasta el 15% final, la obra es perfectamente convencional; lo único que parece revolucionario es ese discurso final de la protagonista, Nora Helmer, para lo que el resto es mera preparación.
La historia es muy sencilla: Nora se tuvo que endeudar para pagar la curación de su marido, Torvald Helmer. Esto lo hizo sin conocimiento de éste, y encima falsificando la firma de su padre (de ella) como avalista. Lo hizo por amor a su marido, al no ver otra salida. En el momento de los sucesos, Torvald acaba de ser nombrado director del banco y tiene que reconfigurar su plantilla, lo que va a aprovechar para ajustar a un tal Krogstad. Resulta que éste es el prestamista de Nora, y amenaza a ésta con denunciar su falsificación en caso que no convenza a su marido de que reconsidere su despido.
En el acto final, Krogstad cumple su amenaza, y deja en el buzón una carta explicando lo sucedido. El marido se indigna enormemente con Nora al enterarse: la consecuencia es que le impedirá la educación de los niños, aunque seguirán viviendo juntos por las apariencias. Lo que para Nora era un acto de amor, para Helmer es ignominioso. Al poco, llega otra misiva en que Krogstad se retracta de lo dicho y, de hecho, le devuelve el documento falsamente firmado. Torvald procede a su destrucción y le dice a Nora que todo está bien, y que pueden seguir cómo estaban.
Y entonces se produce la reacción furibunda de Nora, que es el gran momento de la obra: Nora, ante estas veleidades, se ve como una muñeca (de ahí el título) con la que primero jugaba su padre y ahora juega su marido, sin tenen nunca voz ni voto. "Nunca me has amado. Solo has pensado que era agradable estar enamorado de mí", le suelta.
Nora ve cómo única solución auto-educarse, salir al mundo a darse de bruces con él. Rechaza la propuesta de su marido de ser él quien la eduque, por absurda. Tiene que formarse ella para tener sus propias opiniones, y así decidir su papel como esposa o lo que que se tercie. En su discurso, Nora llega al anarquismo, planteándose si las propias leyes que aduce el marido son correctas. Es algo que ella también tendrá que evaluar como parte de su formación.
Por último, Helmer acude al honor, y Nora le dice que lo tendrá que sacrificar si quiere tener oportunidad de que vuelva como esposa, a lo que se sucede este intercambio magistral (traducción propia)
HELMER: "Peor ningún hombre sacrificaría su honor por aquella a la que ama"
NORA: "Es una cosa que cientos de miles de mujeres han hecho"
En fin. El discurso de Nora es duro, y debía de ser rompedor en la época, aunque yo creo que puede seguir teniendo mucha vigencia. Lo cierto es que lo único de interés en esta obra. Es más, su aparición es hasta cierto punto inesperada. No hay "calentamiento" previo que invite a pensar que Nora tengo esto en su carácter, incluso hasta el momento en que estalla. Yo diría que es casi una especie de "Deux-ex-Machina". Pero, claro, con Eurípides habías tenido una trama magnífica y convoluta que no había forma de romper; aquí parece lo contrario, una banalidad de trama que pueda justificar el exabrupto de Nora, que es lo único que parece interesar a Ibsen.
lunes, 10 de diciembre de 2018
La batalla ("La bataille"), de Patrick Rambaud
Se trata de un relato relativamente corto, centrado completamente en una batalla de las libradas por Napoleón en suelo austriaco. Me refiero a la batalla de Essling, que ocurrió cerca de Viena. La primera pregunta que le surge al lector es por qué sobre esta batalla, y no sobre algunas de las más conocidas del emperador galo, tipo Austerlitz o Marengo.
La respuesta la da el autor, aunque hay que esperar al apéndice para que la revele. Por un lado, se trata de retomar la idea nunca acabada del gran Honoré de Balzac, que hizo varios intentos por concluir una relato sobre la misma, sin llegar a terminarlo. Pero eso sigue sin resolver la cuestión de por qué esta y no otra. Lo que nos lleva a la razón de fondo: tanto Balzac como Rambaud consideran que esta batalla marcó un punto de inflexión, tanto en la carrera de Napoleón (al que por primera vez se le veía flaquear) como en la propia historia bélica, pues en ella fue la primera vez que se produjo una verdadera hecatombe de víctimas, hasta 40.000 fallecidos. A partir de ésta, las batallas libradas por Napoleón seguirían derroteros de este estilo.
La narración se centra exclusivamente en el lado francés, los rivales austriacos son poco más que el escenario. Eso sí, este lado nos lo cuenta con un gran lujo de detalles, que además se extiende a todos los niveles: el propio Emperador, sus generales más allegados (Massana, Berthier, Lannes, Bessières), mandos intermedios y soldados rasos. Además, recoge protagonistas en cada una de las armas del ejército: infantería, artillería y caballería, pero también en el área sanitaria e incluso logística. Incluso incorpora a un espía, un tal Schulmeister, que opera bajo la cubierta de arrendador de catalejos(!) para que los vieneses puedan "disfrutar" del visionado de la batalla. Añado, además, que el autor utiliza un vocabulario muy rico, con montones de palabras que no había encontrado en previas lecturas.
Todos los personajes están razonablemente bien retratados, no solo sus acciones durante la batalla, sino que también se hace una introspección de algunos de ellos, llegando hasta sus pensamientos más íntimos. Como curiosidad, me ha llamado la atención el uso de argot italiano por parte de Napoleón, que contribuye a su humanización.
En cuanto a la batalla en sí, prácticamente todo la acción se desarrolla en torno al puente que quiere construir Napoleón para comunicar las dos orillas del Danubio a través de la isla Lobau, y de las artimañas de los austriacos para impedir que los intentos lleguen a buen fin, incluido el uso de un molino (sí, un molino) en llamas llevado por la corriente del río.
Sin embargo, los momentos que más me han impactado son los trágicos, como el suicidio de uno de los protagonistas, algo que se reprodujo muchas veces durante los dos días de la batalla. O el tratamiento que dan a los caballos. O, y sobre todo, esa fría decisión de los altos mandos de emborrachar a sus soldados para que pierdan el miedo a combatir. Estas son las cosas que hacen terribles a la guerra, y muestran una vez más sus contradicciones y absurdos: ¿cómo es posible que gente normal, como nosotros, coja sus armas contra otros, como nosotros, contra los que no tenemos disputa? Bueno, pues estas borracheras impulsadas por los mandos son parte de la respuesta. Otra parte la dan los oficiales en la retaguardia vigilando que nadie escapa o huya, y amenazando a los soldados propios con bastones. Y otra la dan esos suicidios y deserciones.
Y es que, como es lógico, si la gente tuviera libertad, no habría guerras. Esta solo obedecen a los instintos megalomaniacos de determinadas personas, cuya misma existencia justificaría que no hubiera Estados, aunque fuera para evitar que esos perfiles pueden hacerse con el poder.
La respuesta la da el autor, aunque hay que esperar al apéndice para que la revele. Por un lado, se trata de retomar la idea nunca acabada del gran Honoré de Balzac, que hizo varios intentos por concluir una relato sobre la misma, sin llegar a terminarlo. Pero eso sigue sin resolver la cuestión de por qué esta y no otra. Lo que nos lleva a la razón de fondo: tanto Balzac como Rambaud consideran que esta batalla marcó un punto de inflexión, tanto en la carrera de Napoleón (al que por primera vez se le veía flaquear) como en la propia historia bélica, pues en ella fue la primera vez que se produjo una verdadera hecatombe de víctimas, hasta 40.000 fallecidos. A partir de ésta, las batallas libradas por Napoleón seguirían derroteros de este estilo.
La narración se centra exclusivamente en el lado francés, los rivales austriacos son poco más que el escenario. Eso sí, este lado nos lo cuenta con un gran lujo de detalles, que además se extiende a todos los niveles: el propio Emperador, sus generales más allegados (Massana, Berthier, Lannes, Bessières), mandos intermedios y soldados rasos. Además, recoge protagonistas en cada una de las armas del ejército: infantería, artillería y caballería, pero también en el área sanitaria e incluso logística. Incluso incorpora a un espía, un tal Schulmeister, que opera bajo la cubierta de arrendador de catalejos(!) para que los vieneses puedan "disfrutar" del visionado de la batalla. Añado, además, que el autor utiliza un vocabulario muy rico, con montones de palabras que no había encontrado en previas lecturas.
Todos los personajes están razonablemente bien retratados, no solo sus acciones durante la batalla, sino que también se hace una introspección de algunos de ellos, llegando hasta sus pensamientos más íntimos. Como curiosidad, me ha llamado la atención el uso de argot italiano por parte de Napoleón, que contribuye a su humanización.
En cuanto a la batalla en sí, prácticamente todo la acción se desarrolla en torno al puente que quiere construir Napoleón para comunicar las dos orillas del Danubio a través de la isla Lobau, y de las artimañas de los austriacos para impedir que los intentos lleguen a buen fin, incluido el uso de un molino (sí, un molino) en llamas llevado por la corriente del río.
Sin embargo, los momentos que más me han impactado son los trágicos, como el suicidio de uno de los protagonistas, algo que se reprodujo muchas veces durante los dos días de la batalla. O el tratamiento que dan a los caballos. O, y sobre todo, esa fría decisión de los altos mandos de emborrachar a sus soldados para que pierdan el miedo a combatir. Estas son las cosas que hacen terribles a la guerra, y muestran una vez más sus contradicciones y absurdos: ¿cómo es posible que gente normal, como nosotros, coja sus armas contra otros, como nosotros, contra los que no tenemos disputa? Bueno, pues estas borracheras impulsadas por los mandos son parte de la respuesta. Otra parte la dan los oficiales en la retaguardia vigilando que nadie escapa o huya, y amenazando a los soldados propios con bastones. Y otra la dan esos suicidios y deserciones.
Y es que, como es lógico, si la gente tuviera libertad, no habría guerras. Esta solo obedecen a los instintos megalomaniacos de determinadas personas, cuya misma existencia justificaría que no hubiera Estados, aunque fuera para evitar que esos perfiles pueden hacerse con el poder.
sábado, 8 de diciembre de 2018
Serie: Los Informáticos (The IT Crowd)
Se trata de un sitcom (comedia de situación) británico de mediados de los 2000. Ha tenido cuatro temporadas de seis episodios de 25 minutos, y un especial de cierre en 2012, de 50 minutos. Los protagonistas son los componentes del departamento de informática, algo no difícil de adivinar a la vista del título. Su ubicación es el sótano del edificio, desde donde atiendes las solicitudes de sus usarios, en la empresa Reynholm Industries.
El creador de la serie es Gary Lineham, con el que ya tuve ocasión de desternillarme en la brillante Father Ted. No obstante, en esta se supera a sí mismo, y consigue algunos de los momentos más hilarantes de la historia de los sitcom. En particular, me refiero al primer capítulo de la segunda temporada, al que no dudo en calificar como clásico del humos, y en el que tendrás 5 minutos seguidos de carcajadas hasta el hipo. Y eso que era la segunda vez que lo veía.
Los protagonistas son Roy (Chris O'Dowd), Moss (Richard Ayoade) y Jen (Katherine Parker). De los tres, el que más me gusta es Moss, un claro precedente e inspiración para el ultra conocido Sheldon Cooper (The Big Bang Theory). Y aún siendo buenísimos, mi preferido es uno de los secundarios, el primer jefe de Reynholm Industries, interpreteado por Christopher Morris, quien saltó a la fama como presentador de otra serie divertidísima, The Day Today (que también fue el trampolín de Alan Partridge, por cierto). Su hijo, interpretado por Matt Berry, le sucede en la presidencia al comienzo de la segunda temporada, y aunque también dará buenos momentos, no consigue que olvidemos a su predecesor.
El caso es que, como digo, es una serie divertidísima, de las de carcajada. No hay grandes reflexiones, aunque alguna hay, y sus mejores sketches no pasarían posiblemente el filtro de lo políticamente correcto. Solo añadiré que el momento antes citado tiene que ver con minusválidos en sillas de ruedas en un teatro gay.
Las temporadas 1 y 2 son magníficas, y es donde la serie alcanza su cenit. La temporada 3 se sostiene razonablemente, y en la temporada 4 la cosa se viene abajo, aunque remonta en un sensacional último episodio en que pasarán por el estrado judicial todos los protagonistas, y donde Moss hará una escena memorable. Y el especial está a la altura de los mejores momentos de la serie, esta vez con un señor bajito.
Si no la has visto, no sabes lo que te pierdes. Yo ya he visto esta serie dos veces, y no descarto volver a verla en el futuro.
El creador de la serie es Gary Lineham, con el que ya tuve ocasión de desternillarme en la brillante Father Ted. No obstante, en esta se supera a sí mismo, y consigue algunos de los momentos más hilarantes de la historia de los sitcom. En particular, me refiero al primer capítulo de la segunda temporada, al que no dudo en calificar como clásico del humos, y en el que tendrás 5 minutos seguidos de carcajadas hasta el hipo. Y eso que era la segunda vez que lo veía.
Los protagonistas son Roy (Chris O'Dowd), Moss (Richard Ayoade) y Jen (Katherine Parker). De los tres, el que más me gusta es Moss, un claro precedente e inspiración para el ultra conocido Sheldon Cooper (The Big Bang Theory). Y aún siendo buenísimos, mi preferido es uno de los secundarios, el primer jefe de Reynholm Industries, interpreteado por Christopher Morris, quien saltó a la fama como presentador de otra serie divertidísima, The Day Today (que también fue el trampolín de Alan Partridge, por cierto). Su hijo, interpretado por Matt Berry, le sucede en la presidencia al comienzo de la segunda temporada, y aunque también dará buenos momentos, no consigue que olvidemos a su predecesor.
El caso es que, como digo, es una serie divertidísima, de las de carcajada. No hay grandes reflexiones, aunque alguna hay, y sus mejores sketches no pasarían posiblemente el filtro de lo políticamente correcto. Solo añadiré que el momento antes citado tiene que ver con minusválidos en sillas de ruedas en un teatro gay.
Las temporadas 1 y 2 son magníficas, y es donde la serie alcanza su cenit. La temporada 3 se sostiene razonablemente, y en la temporada 4 la cosa se viene abajo, aunque remonta en un sensacional último episodio en que pasarán por el estrado judicial todos los protagonistas, y donde Moss hará una escena memorable. Y el especial está a la altura de los mejores momentos de la serie, esta vez con un señor bajito.
Si no la has visto, no sabes lo que te pierdes. Yo ya he visto esta serie dos veces, y no descarto volver a verla en el futuro.
viernes, 7 de diciembre de 2018
El arte de tener razón ("Die Kunst, Recht zu Behalten"), de Arthur Schopenhauer
Hace unos meses pude ver una excelente película francesa "Una razón brillante" (Le brío). En ella, Daniel Auteuil interpreta a un profesor de retórica que se ve obligado a formar a una estudiante de ascendencia árabe para que participe en el concurso universitario de debates.
Pues bien, nada más comenzar esa formación, Auteuil le recomienda a su alumna este libro de Schopenhauer. Así que, ni corto ni perezoso, decidí aprovechar para, además, leerlo en alemán. Dos pájaros de un tiro: mantener el nivel de alemán y aprender trucos para discutir y tener razón. Y, de paso, segunda lectura de un filosofo alemán en su idioma, tras haberlo hecho hace un par de años con Nietzsche.
Sin embargo, este ensayo, pese a ser muy corto, es bastante más difícil de leer que lo que he leído de Nietzsche. El estilo utilizado es de frases más largas y desordenadas, y referencias a conceptos filosóficos comunes y supuestamente ya conocidos para el lector. Además, hay referencias textuales en griego (por ejemplo, algunos conceptos).
En todo caso, resulta una interesante e incluso amena lectura, amena sobre todo por los ejemplos que pone en algunos de los Kunstgriff o estratagemas para la discusión. En total, Schopenhauer nos revela 38 trucos para argumentar, algunos tan simples como insultar al contrincante, otros más complejos como el retorsio argumenti.
Aún siendo interesantes las estratagemas (más adelante me referiré a algunas con más concreción), más relevante me han parecido las reflexiones con que inicia y concluye el ensayo. Así, al principio define la "dialéctica erística", como el arte de defender nuestra opinión respecto a la de un rival. Y deja claro que el tener razón en una discusión no significa que se haya descubierto la verdad sobre algo. Para esto último, la herramienta es la lógica, no la dialéctica. Esto va de vencer en un duelo, no de convencer a nadie o de hacer avanzar la ciencia: se discuten las frases, no la verdad. Y por eso valen trucos de todo tipo.
Schopenhauer defiende la erística porque la considera necesario, incluso para defender opiniones que creemos equivocadas. Porque muchas veces ocurre que damos la razón a alguien que no la tenía, por ejemplo, porque en el momento de la discusión no se nos ocurrió el argumento. O también pasa que, aún creyendo nosotros no tener la razón, sí que la tenemos.
Son muy relevantes también las reflexiones que hace al hilo de la estratagema 28, en la que se sugiere apoyarse en opiniones comúnmente aceptadas para argumentar. Esta sugerencia parece razonable, pero Schopenhauer la acompaña de una crítica demoledora a este tipo de "sabiduría". Cita a Aristóteles diciendo que no hay opinión tan absurda que los hombres no acepten como propia si arguye que tal opinión es aceptada universalmente. Y ello lo justifica con una frase magistral: "Denken konnen sehr weniger, aber Meinungen wollen alle haben" ("Pensar pueden muy pocos, pero opiniones quieren todos tener", traducción propia).
En cuanto a los trucos en sí, Schopenhauer empieza clasificando los argumentos en ad re (sobre el concepto) y ad hominem (sobre el argumento y contexto del adversario). También ofrece una clasificación de la forma de hacerlo: directa (sobre razones o implicaciones) e indirecta (sobre consecuencias de lo argumentado por el rival).
Aquí dejo varios de los trucos, algunos ciertamente burdos: extrapolación (argumentar contra una generalización de lo dicho por el rival), homonimía (usar otro sentido para una palabra utilizada por el adversario), generalización de afirmaciones relativas, dispersión de las premisas para facilitar su aceptación una por una, asociar un argumento con alguna ideología generalmente odiada (por ejemplo, nazismo o, algún día, comunismo), argumentos ad auditorem (esto es, argumentar con un recurso sencillo contra algo que sabemos cierto pero que es difícil explicar a menos que el auditorio tenga una gran formación) y, finalmente, los argumentos ad personam (el insulto).
Concluye Schopenhauer con un triste colofón: que no merece la pena discutir con nadie para alcanzar la verdad, a menos que esa persona tenga características excepcionales que rara vez se ven. Pues, en otro caso, o bien no surgirán argumentos útiles, o bien terminarán odiándose los debatientes.
Pues bien, nada más comenzar esa formación, Auteuil le recomienda a su alumna este libro de Schopenhauer. Así que, ni corto ni perezoso, decidí aprovechar para, además, leerlo en alemán. Dos pájaros de un tiro: mantener el nivel de alemán y aprender trucos para discutir y tener razón. Y, de paso, segunda lectura de un filosofo alemán en su idioma, tras haberlo hecho hace un par de años con Nietzsche.
Sin embargo, este ensayo, pese a ser muy corto, es bastante más difícil de leer que lo que he leído de Nietzsche. El estilo utilizado es de frases más largas y desordenadas, y referencias a conceptos filosóficos comunes y supuestamente ya conocidos para el lector. Además, hay referencias textuales en griego (por ejemplo, algunos conceptos).
En todo caso, resulta una interesante e incluso amena lectura, amena sobre todo por los ejemplos que pone en algunos de los Kunstgriff o estratagemas para la discusión. En total, Schopenhauer nos revela 38 trucos para argumentar, algunos tan simples como insultar al contrincante, otros más complejos como el retorsio argumenti.
Aún siendo interesantes las estratagemas (más adelante me referiré a algunas con más concreción), más relevante me han parecido las reflexiones con que inicia y concluye el ensayo. Así, al principio define la "dialéctica erística", como el arte de defender nuestra opinión respecto a la de un rival. Y deja claro que el tener razón en una discusión no significa que se haya descubierto la verdad sobre algo. Para esto último, la herramienta es la lógica, no la dialéctica. Esto va de vencer en un duelo, no de convencer a nadie o de hacer avanzar la ciencia: se discuten las frases, no la verdad. Y por eso valen trucos de todo tipo.
Schopenhauer defiende la erística porque la considera necesario, incluso para defender opiniones que creemos equivocadas. Porque muchas veces ocurre que damos la razón a alguien que no la tenía, por ejemplo, porque en el momento de la discusión no se nos ocurrió el argumento. O también pasa que, aún creyendo nosotros no tener la razón, sí que la tenemos.
Son muy relevantes también las reflexiones que hace al hilo de la estratagema 28, en la que se sugiere apoyarse en opiniones comúnmente aceptadas para argumentar. Esta sugerencia parece razonable, pero Schopenhauer la acompaña de una crítica demoledora a este tipo de "sabiduría". Cita a Aristóteles diciendo que no hay opinión tan absurda que los hombres no acepten como propia si arguye que tal opinión es aceptada universalmente. Y ello lo justifica con una frase magistral: "Denken konnen sehr weniger, aber Meinungen wollen alle haben" ("Pensar pueden muy pocos, pero opiniones quieren todos tener", traducción propia).
En cuanto a los trucos en sí, Schopenhauer empieza clasificando los argumentos en ad re (sobre el concepto) y ad hominem (sobre el argumento y contexto del adversario). También ofrece una clasificación de la forma de hacerlo: directa (sobre razones o implicaciones) e indirecta (sobre consecuencias de lo argumentado por el rival).
Aquí dejo varios de los trucos, algunos ciertamente burdos: extrapolación (argumentar contra una generalización de lo dicho por el rival), homonimía (usar otro sentido para una palabra utilizada por el adversario), generalización de afirmaciones relativas, dispersión de las premisas para facilitar su aceptación una por una, asociar un argumento con alguna ideología generalmente odiada (por ejemplo, nazismo o, algún día, comunismo), argumentos ad auditorem (esto es, argumentar con un recurso sencillo contra algo que sabemos cierto pero que es difícil explicar a menos que el auditorio tenga una gran formación) y, finalmente, los argumentos ad personam (el insulto).
Concluye Schopenhauer con un triste colofón: que no merece la pena discutir con nadie para alcanzar la verdad, a menos que esa persona tenga características excepcionales que rara vez se ven. Pues, en otro caso, o bien no surgirán argumentos útiles, o bien terminarán odiándose los debatientes.
lunes, 3 de diciembre de 2018
Adios a las armas ("A farewell to arms"), de Ernest Hemingway
Paul Johnson consiguió con sus "Intelectuales" despertar mi curiosidad sobre autores modernos clásicos para los que nunca encontraba tiempo. Me refiero a Hemingway, Ibsen y también Sartre.
Esta es la primera lectura debida a este impulso. Escogí esta novela del autor por ser la que le lanzó a la fama, y por desarrollarse en la Primera Guerra Mundial, escenario siempre interesante. Aunque, visto ahora, quizá hubiera sido mejor decantarse por sus obras más conocidas, "El viejo y el mar" o "¿Por quién doblan las campanas?".
En este libro, Hemingway nos cuenta su experiencia biográfica en el citado conflicto, que él vivió como conductor de ambulancias en el frente italiano (cuando Italia ya se había separado de la alianza austro-alemana), más en concreto, cerca de Udine. La novela se estructura en cinco libros, solo dos de los cuales desarrollan propiamente en el frente. Al final del primero, es herido por una granada, por lo que el segundo se desarrolla en el hospital hasta recuperarse. Vuelve al frente en el tercero, que termina con un repliegue de las fuerzas italianas, momento en que el autor se ve "obligado" a desertar (so pena de ser ejecutado sumariamente por carabinieri a la busca de desertores). De aquí llega a Milán y al lago Maggiore, donde vivirá una pequeña historia de amor con Catherine, enfermera a la que había conocido en su convalecencia y a la que deja embarazada. Dicha historia termina de forma trágica en Suiza, con la muerte durante el parto de la chica, y de su bebé.
Esta historia nos la cuenta Hemingway con su peculiar estilo. Cada capítulo se estructura en un solo párrafo (sin puntos y aparte), en el que se integran los diálogos con cada intervención entrecomillada y seguida. Las frases son también cortas, en general. Así pues, aunque el texto es denso, la narración resulta muy dinámica, especialmente los diálogos, que al lector le parece estar viviéndolos.
De hecho, en estos diálogos no nos priva Hemingway de ninguna respuesta de los intervinientes, incluso las más nimias, lo que contribuye a esa sensación de realidad vivida.
En cuanto a la historia, la verdad es que se cuenta muy poco del frente, y sobre todo a base de los diálogos con los compañeros. Así, los compañeros tienen interesantes discusiones sobre si es mejor rendirse o continuar la guerra ("The last country to realize they were cooked would win the war" - "El último país en darse cuenta de que están cocidos ganará la guerra"), sobre la capacidad del ejército austriaco (según el autor, "creado para ser derrotado por Napoleón"), sobre la del ejército alemán o sobre mil cosas más, no necesariamente bélicas, con las que entretienen sus momentos de paz los soldados. Como curiosidad al respecto del ejército alemán, cuando están en el repliegue antes citado, pueden ver un cuerpo militar en bicicleta. Yo no sabía que hubiera.
Lo cierto es que estos diálogos, como sobre todo la escena con los carabinieri, contribuyen a mostrarnos lo absurdo de la guerra. No obstante, los mejores momentos de la novela son los de introspección del protagonista, una vez más, narrados con gran realismo. Destaco dos en particular: cuando está escondido en el tren camino de Milán al final del libro 3, con gran riesgo de que le pillen, y en los momentos previos al parto cuando le asalta la posibilidad de que Catherine muera, con esa sucesión de "If she would die".
También hay momentos divertidos, aunque menos. Destaca la discusión que tienen los guardias fronterizos suizos a la hora de recomendar a la pareja un destino dentro de su país. La exquisita educación con la que debaten ("I beg to differ") es un contrapunto agudo a la brutalidad que se percibe en el frente, y parece increíble que esté ocurriendo a tan poca distancia del mismo, tanto físicamente como en el libro. Lo mismo que las partidas de billar que tiene pocos días antes con un conde, de cuyas conversaciones rescato esta perla: "Are you a croyant?" "At night." O esta otra, sobre la sabiduría de los ancianos: "They do not grow wise, they grow careful".
En todo caso, el final nos deja un regusto amargo. Parece que el autor pasa de reflexionar sobre lo absurdo de la guerra, esas muertes sin sentido, a generalizar la reflexión a lo absurdo de la vida en general, donde tampoco la muerta parece tener especialmente más sentido, como lo prueban la de su amante y su hijo en el parto.
He de decir que no me ha entusiasmado este libro. Lo he leído con interés, pero no con pasión, y, desde luego, no me incentiva a continuar leyendo cosas de su autor. Por otro lado, para el interesado en la vida en el frente durante la Primera Guerra Mundial, es mucho mejor "El desertor", de Lajos Zihaly, o incluso, pese a su vena paródica "Las aventuras del buen soldado Svejk", de Jaroslav Hasek.
Ambos tienen su respectiva entrada en este blog.
Esta es la primera lectura debida a este impulso. Escogí esta novela del autor por ser la que le lanzó a la fama, y por desarrollarse en la Primera Guerra Mundial, escenario siempre interesante. Aunque, visto ahora, quizá hubiera sido mejor decantarse por sus obras más conocidas, "El viejo y el mar" o "¿Por quién doblan las campanas?".
En este libro, Hemingway nos cuenta su experiencia biográfica en el citado conflicto, que él vivió como conductor de ambulancias en el frente italiano (cuando Italia ya se había separado de la alianza austro-alemana), más en concreto, cerca de Udine. La novela se estructura en cinco libros, solo dos de los cuales desarrollan propiamente en el frente. Al final del primero, es herido por una granada, por lo que el segundo se desarrolla en el hospital hasta recuperarse. Vuelve al frente en el tercero, que termina con un repliegue de las fuerzas italianas, momento en que el autor se ve "obligado" a desertar (so pena de ser ejecutado sumariamente por carabinieri a la busca de desertores). De aquí llega a Milán y al lago Maggiore, donde vivirá una pequeña historia de amor con Catherine, enfermera a la que había conocido en su convalecencia y a la que deja embarazada. Dicha historia termina de forma trágica en Suiza, con la muerte durante el parto de la chica, y de su bebé.
Esta historia nos la cuenta Hemingway con su peculiar estilo. Cada capítulo se estructura en un solo párrafo (sin puntos y aparte), en el que se integran los diálogos con cada intervención entrecomillada y seguida. Las frases son también cortas, en general. Así pues, aunque el texto es denso, la narración resulta muy dinámica, especialmente los diálogos, que al lector le parece estar viviéndolos.
De hecho, en estos diálogos no nos priva Hemingway de ninguna respuesta de los intervinientes, incluso las más nimias, lo que contribuye a esa sensación de realidad vivida.
En cuanto a la historia, la verdad es que se cuenta muy poco del frente, y sobre todo a base de los diálogos con los compañeros. Así, los compañeros tienen interesantes discusiones sobre si es mejor rendirse o continuar la guerra ("The last country to realize they were cooked would win the war" - "El último país en darse cuenta de que están cocidos ganará la guerra"), sobre la capacidad del ejército austriaco (según el autor, "creado para ser derrotado por Napoleón"), sobre la del ejército alemán o sobre mil cosas más, no necesariamente bélicas, con las que entretienen sus momentos de paz los soldados. Como curiosidad al respecto del ejército alemán, cuando están en el repliegue antes citado, pueden ver un cuerpo militar en bicicleta. Yo no sabía que hubiera.
Lo cierto es que estos diálogos, como sobre todo la escena con los carabinieri, contribuyen a mostrarnos lo absurdo de la guerra. No obstante, los mejores momentos de la novela son los de introspección del protagonista, una vez más, narrados con gran realismo. Destaco dos en particular: cuando está escondido en el tren camino de Milán al final del libro 3, con gran riesgo de que le pillen, y en los momentos previos al parto cuando le asalta la posibilidad de que Catherine muera, con esa sucesión de "If she would die".
También hay momentos divertidos, aunque menos. Destaca la discusión que tienen los guardias fronterizos suizos a la hora de recomendar a la pareja un destino dentro de su país. La exquisita educación con la que debaten ("I beg to differ") es un contrapunto agudo a la brutalidad que se percibe en el frente, y parece increíble que esté ocurriendo a tan poca distancia del mismo, tanto físicamente como en el libro. Lo mismo que las partidas de billar que tiene pocos días antes con un conde, de cuyas conversaciones rescato esta perla: "Are you a croyant?" "At night." O esta otra, sobre la sabiduría de los ancianos: "They do not grow wise, they grow careful".
En todo caso, el final nos deja un regusto amargo. Parece que el autor pasa de reflexionar sobre lo absurdo de la guerra, esas muertes sin sentido, a generalizar la reflexión a lo absurdo de la vida en general, donde tampoco la muerta parece tener especialmente más sentido, como lo prueban la de su amante y su hijo en el parto.
He de decir que no me ha entusiasmado este libro. Lo he leído con interés, pero no con pasión, y, desde luego, no me incentiva a continuar leyendo cosas de su autor. Por otro lado, para el interesado en la vida en el frente durante la Primera Guerra Mundial, es mucho mejor "El desertor", de Lajos Zihaly, o incluso, pese a su vena paródica "Las aventuras del buen soldado Svejk", de Jaroslav Hasek.
Ambos tienen su respectiva entrada en este blog.
domingo, 25 de noviembre de 2018
Serie: House of Cards
House of Cards es la gran serie de Kevin Spacey y verdadera serie bandera de Netflix durante unos años. Pero en algún momento la desgracia se cebó en ella, y ha terminado de una forma completamente indigna para sus protagonistas, Spacey y Robin Wright (La Princesa Prometida y después la novia de Forrest Gump).
La serie ha tenido 6 temporadas, cinco de trece capítulos y esta última de 8. La duración de los mismos fue cayendo, empezó siendo de 1 hora, aunque en las temporadas 4 y 5, andaba más bien por los 50 minutos. En esta última está entre los 55 y la hora.
Aún recuerdo la primera vez que vi sus créditos iniciales, con esa música elevada y esas magníficas panorámicas de Washington. Se notaba que estábamos ante una serie de clase alta, de calidad. Y en cuanto empezaba y veías a sus protagonistas, los ya citados Spacey y Wright, acicalados hasta el techo con sus trajes, se confirmaba lo esperado. Pero lo que es la marca ineludible de la serie son esas declaraciones que Spacey dedica directamente a la cámara, como confiándole un secreto al espectador. (Viene SPOILER) Solo en el último capítulo de la quinta temporada, hace Robin Wright otro tanto, cuando queda confirmada como nueva Presidente de los USA.
No obstante su elegancia, la pareja son malas personas, amorales, dispuestos a todo para conseguir sus fines, hasta fines poco imaginables y nunca vistas en series políticas, (Viene SPOILER) como el asesinato de una periodista por el propio Spacey.
La serie tiene/tenía un acabado impecable, desde los ya citados créditos iniciales hasta el final, con todas las escenas y personajes exquisitamente cuidados. No obstante, para el espectador español, no habituado a los procedimientos políticos estadounidenses, la cosa era un poco difícil de seguir y por momentos aburrida, pues las trama se centraba en este tipo de intrigas, que uno no acaba de valorar con precisión.
En algún momento de la serie, quizá la cuarta temporada, las tramas se aligeran y se hacen más sencillas, al tiempo que se aceleran los acontecimientos. Por supuesto, la serie gana en dinamismo, pero pierde en profundidad y esa garantía de trama cuidada. Empieza a parecerse a una serie de buenos y malos al uso, en que los amorales Underwood (los buenos a efectos de la serie) van derrotando con cada vez menos sutileza a sus enemigos. El tema es que los Underwood son muy intrigantes, y en cambio sus rivales parecen hermanitas de la caridad. Qué se lo digan a su rival republicano por la presidencia en la cuarta temporada, al que lían de una forma indigna de las primeras temporadas de la serie.
Pero lo lamentable ha sido el colofón que le han dado. Ya la quinta temporada se me había hecho bola y estaba a punto de abandonar la serie. Pero cuando pillaron a Spacey en no sé qué escándalo de esos que se llevan ahora, y se decidió concluir la serie sin su actor insignia con una sexta temporada corta, decidí que si me había tragado 65 episodios, podía chuparme otros 8 y completar la serie.
En mala hora. Eliminado Spacey del reparto, todo el protagonismo recae sobre Wright (con la ayuda del fiel ayudante Doug Stamper-Michael Kelly). Creo que ella hubiera podido sostener el tipo con un guión digno, pero es que le han hecho una verdadera chapuza. (Vienen SPOILERS) Para empezar, la presencia de Francis es inmanente, aunque no puedan sacar ni una imagen de él. Se lo han quitado del medio con un asesinato o accidente, pero no hay ninguna imagen del evento o de noticias, o de nada. Ese precio estaba claro que había que pagarlo. Pero, claro, de eso a embarazar (!) a Claire para resolver el problema de la herencia de Francis, o a crear un gabinete de ministros a base de féminas para resolver las intrigas palaciegas, hay un trecho grande. Se ha pasado de una serie de política-ficción de high standing a una telenovela chusca.
Ese es el remate de esta gran serie. El único punto que parecía que podía salvar la temporada es que los "malos" son en esta ocasión unos intrigantes que persiguen, parece que honestamente, reducir el tamaño del Gobierno, para lo que es necesario echar a Claire de su puesto. Pero, bueno, la cosa no pasa de una declaración de intenciones en uno de los primeros capítulos, y no hay más.
Ay, si Kevin Spacey (y tantos otros grandes actores que han participado en esta serie: Mahershala Ali, Paul Sparks, Molly Parker, Elizabeth Marvel o Joel Kinnaman) levantara la cabeza.
La serie ha tenido 6 temporadas, cinco de trece capítulos y esta última de 8. La duración de los mismos fue cayendo, empezó siendo de 1 hora, aunque en las temporadas 4 y 5, andaba más bien por los 50 minutos. En esta última está entre los 55 y la hora.
Aún recuerdo la primera vez que vi sus créditos iniciales, con esa música elevada y esas magníficas panorámicas de Washington. Se notaba que estábamos ante una serie de clase alta, de calidad. Y en cuanto empezaba y veías a sus protagonistas, los ya citados Spacey y Wright, acicalados hasta el techo con sus trajes, se confirmaba lo esperado. Pero lo que es la marca ineludible de la serie son esas declaraciones que Spacey dedica directamente a la cámara, como confiándole un secreto al espectador. (Viene SPOILER) Solo en el último capítulo de la quinta temporada, hace Robin Wright otro tanto, cuando queda confirmada como nueva Presidente de los USA.
No obstante su elegancia, la pareja son malas personas, amorales, dispuestos a todo para conseguir sus fines, hasta fines poco imaginables y nunca vistas en series políticas, (Viene SPOILER) como el asesinato de una periodista por el propio Spacey.
La serie tiene/tenía un acabado impecable, desde los ya citados créditos iniciales hasta el final, con todas las escenas y personajes exquisitamente cuidados. No obstante, para el espectador español, no habituado a los procedimientos políticos estadounidenses, la cosa era un poco difícil de seguir y por momentos aburrida, pues las trama se centraba en este tipo de intrigas, que uno no acaba de valorar con precisión.
En algún momento de la serie, quizá la cuarta temporada, las tramas se aligeran y se hacen más sencillas, al tiempo que se aceleran los acontecimientos. Por supuesto, la serie gana en dinamismo, pero pierde en profundidad y esa garantía de trama cuidada. Empieza a parecerse a una serie de buenos y malos al uso, en que los amorales Underwood (los buenos a efectos de la serie) van derrotando con cada vez menos sutileza a sus enemigos. El tema es que los Underwood son muy intrigantes, y en cambio sus rivales parecen hermanitas de la caridad. Qué se lo digan a su rival republicano por la presidencia en la cuarta temporada, al que lían de una forma indigna de las primeras temporadas de la serie.
Pero lo lamentable ha sido el colofón que le han dado. Ya la quinta temporada se me había hecho bola y estaba a punto de abandonar la serie. Pero cuando pillaron a Spacey en no sé qué escándalo de esos que se llevan ahora, y se decidió concluir la serie sin su actor insignia con una sexta temporada corta, decidí que si me había tragado 65 episodios, podía chuparme otros 8 y completar la serie.
En mala hora. Eliminado Spacey del reparto, todo el protagonismo recae sobre Wright (con la ayuda del fiel ayudante Doug Stamper-Michael Kelly). Creo que ella hubiera podido sostener el tipo con un guión digno, pero es que le han hecho una verdadera chapuza. (Vienen SPOILERS) Para empezar, la presencia de Francis es inmanente, aunque no puedan sacar ni una imagen de él. Se lo han quitado del medio con un asesinato o accidente, pero no hay ninguna imagen del evento o de noticias, o de nada. Ese precio estaba claro que había que pagarlo. Pero, claro, de eso a embarazar (!) a Claire para resolver el problema de la herencia de Francis, o a crear un gabinete de ministros a base de féminas para resolver las intrigas palaciegas, hay un trecho grande. Se ha pasado de una serie de política-ficción de high standing a una telenovela chusca.
Ese es el remate de esta gran serie. El único punto que parecía que podía salvar la temporada es que los "malos" son en esta ocasión unos intrigantes que persiguen, parece que honestamente, reducir el tamaño del Gobierno, para lo que es necesario echar a Claire de su puesto. Pero, bueno, la cosa no pasa de una declaración de intenciones en uno de los primeros capítulos, y no hay más.
Ay, si Kevin Spacey (y tantos otros grandes actores que han participado en esta serie: Mahershala Ali, Paul Sparks, Molly Parker, Elizabeth Marvel o Joel Kinnaman) levantara la cabeza.
sábado, 24 de noviembre de 2018
Serie: Ozark
Esta serie la tenía guardada como oro en paño para una ocasión especial. Y cuando empecé a verla pensé que mi apreciación era cierta, pues el primer capítulo es fantástico, al nivel de esos capítulos que se te quedan fijados en la memoria hasta el fin de la serie, tipo los de Breaking Bad y The Walking Dead. Tenemos el giro argumental que rompe la previsión inicial (en forma de la aparición del cartel méxicano) y sobre todo la escena final con esa panorámica elevándose sobre el embalse Ozark, en que va a transcurrir el resto de la acción y que da nombre a la serie.
Desafortunadamente, la impresión causada por estos capítulos se va difuminando conforme avanza la serie, y ahora que he terminado con la segunda temporada (cada temporada son 10 capítulos de 1 hora de duración), tengo serias dudas sobre si proseguiré cuando salga la ya anunciada tercera. A estas alturas de la serie lo único que la salva, en mi opinión, es Jason Bateman, el protagonista y padre de la familia metida en líos. Esos silencios de reflexión, esos rostros de ceño ligeramente fruncido, con que recibe Bateman cada nuevo contratiempo, son los mejores momentos de la serie desde su mismo comienzo, pero quizá no justifican una hora de visionado.
La historia que se nos cuenta es la de la familia Byrde (marido, mujer-Laura Linney, hija e hijo). que se ven obligados a huir de su vida en Chicago, y lo hacen con destino a la región del embalse Ozark, solo gracias a que la labia de Bateman en relación a un folleto inmobiliario a sus pies en el momento crítico, le permite salvar la vida. El precio a pagar es blanquear 8 millones de dólares en tres meses, en este sitio desconocido para él.
Su llegada a Ozark será saludada por un creciente plantel de personajes a cual más oscuro: una familia de rateros de baja estofa, otra de productores de heroína (los Snell) y distintos propietarios de negocios. Todos ellos se unen al cartel méxicano y al FBI en hacer la vida de nuestros protagonistas un verdadero infierno.
Y de ello trata la serie, de ver cómo van saliendo de estos conflictos crecientes (nuevos agentes de presión aperecen en la segunda temporada), con la familia viva y unida. Por ello es impagable la interpretación de Bateman (Martin Byrde): todos estos problemas son saludados desde la reflexión, sin stress apenas, muchas veces con un mero pestañero, antes de decir la frase que hay que decir, aunque muchas veces el espectador no se la espere. Esta frialdad, esta capacidad de gestión y planificación, es la que nos hace ver a Martin como un nuevo tipo de héroe, de gran atractivo sobre todo al principio de la serie.
El tema es que los problemas y conflictos se hacen cada vez más exagerados, por no decir peregrinos (véase la trama relacionada con el predicador, por ejemplo). Y, claro, ni siquiera la interpretación de Bateman es capaz de mantener el interés ante el creciente chorro de tonterías. Por cierto, sería injusto olvidar que a su lado, tanto en interpretación como asociada a sus desventuras, está también Ruth Langmore (Julia Garner), que trata de ayudar a Bateman a sostener el interés del espectador.
Desafortunadamente, la impresión causada por estos capítulos se va difuminando conforme avanza la serie, y ahora que he terminado con la segunda temporada (cada temporada son 10 capítulos de 1 hora de duración), tengo serias dudas sobre si proseguiré cuando salga la ya anunciada tercera. A estas alturas de la serie lo único que la salva, en mi opinión, es Jason Bateman, el protagonista y padre de la familia metida en líos. Esos silencios de reflexión, esos rostros de ceño ligeramente fruncido, con que recibe Bateman cada nuevo contratiempo, son los mejores momentos de la serie desde su mismo comienzo, pero quizá no justifican una hora de visionado.
La historia que se nos cuenta es la de la familia Byrde (marido, mujer-Laura Linney, hija e hijo). que se ven obligados a huir de su vida en Chicago, y lo hacen con destino a la región del embalse Ozark, solo gracias a que la labia de Bateman en relación a un folleto inmobiliario a sus pies en el momento crítico, le permite salvar la vida. El precio a pagar es blanquear 8 millones de dólares en tres meses, en este sitio desconocido para él.
Su llegada a Ozark será saludada por un creciente plantel de personajes a cual más oscuro: una familia de rateros de baja estofa, otra de productores de heroína (los Snell) y distintos propietarios de negocios. Todos ellos se unen al cartel méxicano y al FBI en hacer la vida de nuestros protagonistas un verdadero infierno.
Y de ello trata la serie, de ver cómo van saliendo de estos conflictos crecientes (nuevos agentes de presión aperecen en la segunda temporada), con la familia viva y unida. Por ello es impagable la interpretación de Bateman (Martin Byrde): todos estos problemas son saludados desde la reflexión, sin stress apenas, muchas veces con un mero pestañero, antes de decir la frase que hay que decir, aunque muchas veces el espectador no se la espere. Esta frialdad, esta capacidad de gestión y planificación, es la que nos hace ver a Martin como un nuevo tipo de héroe, de gran atractivo sobre todo al principio de la serie.
El tema es que los problemas y conflictos se hacen cada vez más exagerados, por no decir peregrinos (véase la trama relacionada con el predicador, por ejemplo). Y, claro, ni siquiera la interpretación de Bateman es capaz de mantener el interés ante el creciente chorro de tonterías. Por cierto, sería injusto olvidar que a su lado, tanto en interpretación como asociada a sus desventuras, está también Ruth Langmore (Julia Garner), que trata de ayudar a Bateman a sostener el interés del espectador.
viernes, 23 de noviembre de 2018
Intelectuales ("Intellectuals"), de Paul Johnson
Paul Johnson es un historiador inglés de bastante prestigio y, yo diría, tendencia claramente conservadora y religiosa. En este libro recoge biografías cortas de una serie de destacados intelectuales, comenzando por la de Jean Jacques Rousseau, quien para él es el fundador de la categoría.
El principal rasgo de los individuos a los que Johnson agrupa bajo la categoría de "Intelectuales" es que se ven como salvadores del mundo gracias a sus ideas, que proclaman como ciertas por encima de las costumbres y la religión. Su origen es lógicamente el periodo de la Ilustración, en que se ponen en cuestión la mayor parte de las ideas tenidas por ciertas hasta ese momento, y sobre todo las figuras del monarca y de Dios. Pues bien, los "intelectuales" a la Johnson son aquellos personajes que tratan de llenar ese vacío mediante el uso de su razón.
Johnson no hace una narración neutra de su biografía, sino que desde el principio pretende confrontar la vida que llevaron con las ideas que propugnaban para la humanidad a la que tanto decían amar.
De hecho, la frase que a poco de empezar endiña a Rousseau, se repite de una forma u otra para sus compañeros de libro, especialmente para Karl Marx:
El principal rasgo de los individuos a los que Johnson agrupa bajo la categoría de "Intelectuales" es que se ven como salvadores del mundo gracias a sus ideas, que proclaman como ciertas por encima de las costumbres y la religión. Su origen es lógicamente el periodo de la Ilustración, en que se ponen en cuestión la mayor parte de las ideas tenidas por ciertas hasta ese momento, y sobre todo las figuras del monarca y de Dios. Pues bien, los "intelectuales" a la Johnson son aquellos personajes que tratan de llenar ese vacío mediante el uso de su razón.
Johnson no hace una narración neutra de su biografía, sino que desde el principio pretende confrontar la vida que llevaron con las ideas que propugnaban para la humanidad a la que tanto decían amar.
De hecho, la frase que a poco de empezar endiña a Rousseau, se repite de una forma u otra para sus compañeros de libro, especialmente para Karl Marx:
"But loving as he did humanity in general, he developed a strong propensity for quarrelling with human beings in particular." (Pero amando como amaba a la humanidad en general, desarrolló una gran propensión a pelear con los seres humanos en particular, traducción propia).
El libro tiene una gran carga irónica que se muestra constantemente en el tratamiento que da Johnson a los protagonistas de su libro. Dicha carga empieza a hacerse incómoda una vez superada la vida de Marx (que era un verdadero bicho malo) e impropia quizá de un historiador. De hecho, en mi caso terminó volviéndose contra las intenciones del autor, hasta el punto de que he cobrado simpatía e interés por algunos de estos personajes. Sobre todo en el caso de Sartre, al que tenía conceptuado como gran rojo sinvergüenza.
Y es que pese al claro ataque contra la vida de estos intelectuales, probablemente merecido, Johnson nos hace un buen resumen de la aportación y valor de cada uno de los protagonistas. Así, casi seguro que mis próximas lecturas van a ser de alguno de estos autores, debido al interés que me ha despertado Johnson. Hablo de Hemingway, Ibsen, Chomsky o el ya citado Sartre.
Algunos ataques me parecen desaforados, como el que hace a Ibsen, cuyos planteamientos me parecen perfectamente coherentes: nos lo pinta como anarquista y luego se queja de que esté contra a democracia! Y es que para Johnson la democracia es intrínsecamente buena. La dura vida que llevó Ibsen y su capacidad de superación creo que pueden justificar todos los posibles excesos que cometiera cuando le llegó el éxito.
Completan el elenco del libro, junto a los ya citados, Shelley, Tolstoi, Bertrand Russell, Berthold Brecht y luego una serie de intelectuales que a mí me parecen menores, quizá por desconocidos, tipo
Edmund Wilson, Gollancz, Lillian Hellman (con Dashiell Hammet) y otros.
Una cosa que tienen casi todos ellos en común, empezando por el propio Rousseau, es su capacidad de hacerse auto-marketing. Por ejemplo, con sus costumbres o su forma de vestir. Dejaban su impronta allí donde fueran. Ello me hace preguntarme hasta qué punto su obra fue especialmente genial e innovadora, o simplemente que eran los que mejor sabían vender su producto en un entorno de productos similares o incluso mejores. Todos estos intelectuales "geniales" conocieron el éxito y la fama en vida, lo que contribuye a la sospecha.
Termina Johnson advirtiéndonos sobre los peligros que representan los intelectuales para nuestro modo de vida. Recomienda no solo no fiarte de ellos, sino tener especial precaución. Y nos llama la atención de qué gente que ha conseguido prestigio en campos muy específicos (Chomsky en lingüística o Russell en matemáticas) de repente se sientan legitimados para decirnos cómo vivir nuestras vidas. No puedo evitar un recuerdo al premio Nobel Krugman, metido a consejero aúlico de los gobiernos en cosas sobre las que no le dieron tal premio. Y es que las ideas pueden ser parecer buenas, pero como dice Johnson "The cruelty of ideas lies in the assumption that human beings can be bent to fit them" (La crueldad de las ideas yace en la asunción de que se puede doblar a los seres humanos para que encajen en ellas, traducción propia).
Termino con una selección de frases que dedica el autor a algunos intelectuales.
- De Marx: "He was not interested in finding the truth but in proclaiming it. There were three strands in Marx: the poet, the journalist and the moralist. "
- "Shelley was an exceptionally thin-skinned person who seems to have been totally insensitive to the feelings of others (a not uncommon combination)."
- Sobre Brecht: "The actors became mere political instruments, men-machines rather than artists, and the characters in the plays were not individuals but types, performing highly formalized actions. Such artistic merit as this art form possessed lay in the brilliance of the staging, at which of course Brecht excelled" (añado, con grandes cantidades de dinero público).
- Sobre Russell (creo): "The person who is in the weakest moral position to attack the state is he who has largely ignored its potential for evil while strongly backing its expansion on humanitarian grounds and is only stirred to protest when he falls foul of it through his own negligence." .
lunes, 19 de noviembre de 2018
Serie: Daredevil
Daredevil es uno de los superhéroes más originales del universo Marvel, y a la vez de los más verosímiles. Se trata al final de un tipo más o menos normal, buen gimnasta, con una ceguera que compensa con el hiperdesarrollo de los otros sentidos, especialmente el oído. O sea, que casi todo el tiempo su vida, en el barrio neoyorkino de Hell's Kitchen, es razonablemente normal.
Lógicamente, no podía permanecer ajeno al alud fílmico a que nos ha sometido Marvel desde hace unos años, gracias al recientemente fallecido (y genial) Stan Lee. Para Daredevil y otros superhéroes similares (Los Defensores: Jessica Jones, Luke Cage, Ironfist), Marvel y Netflix optaron por el formato de serie, dado que pretendían hacer algo más serio y más para adultos que sus películas.
Y la cosa empezó francamente bien. La primera temporada de Daredevil fue excelente, y la de Jessica Jones, sobresaliente. Muy buenas ambas. Así las cosas, uno esperaba con fruición Luke Cage, Ironfist y las siguientes temporadas de los dos primeras, y, por supuesto, su culminación en los Defensores. Y es que estas series tienen muchos puntos de conexión, que las hacen constituir casi un continuo. Como digo, Stan Lee era un genio, y una de sus grandes innovaciones fue mezclar unos superhéroes en las vidas de otros, de forma que el lector de comic no podía perderse ninguno so pena de quedarse descolgado en su favorito. Por cierto, también ha usado el truco de forma inclemente en las películas.
El caso es que con Luke Cage la cosa se empezó a torcer. Quizá debido a que es una serie dirigida al público afroamericano (la verdad es que no sé cómo poner "negro" sin ofender a nadie), pero el caso es que a mí no me gustó. Pero lo peor llegó con la segunda temporada de Daredevil y, sobre todo, con Ironfist. Ambas son infantiloides y dejaban mucho que desear respecto a las primeras series. Claro, cuando la cosa llegó a los Defensores, ya uno no podía tener demasiadas ilusiones. El único ancla era Jessica Jones, todavía impoluta. Y aunque la mujer aguanta como puede, al final Defensores también la corrompe hacia una superheroína convencional, y no la magnífica que vimos en la primera temporada. Desgraciadamente, la segunda temporada también decayó, aunque no hasta los extremos de la de Daredevil.
El universo se completa con una sorpresa, la excelente The Punisher, no prevista originalmente. Aquí tenemos al Shane de los Walking Dead haciendo de veterano militar acosado por los remordimientos.
¿Qué lecciones se pueden aprender de estos éxitos y fracasos? Pues una muy sencilla: en las series y pelis de superhéroes, lo más importante es el "malo". En la primera de Daredevil es Fisk o Kingpin, y en la primera de Jessica Jones tenemos al espectacular David Tenant (Dr. Who) haciendo de Kilgrave.
En Ironfist, Daredevil 2 y Defensores, los malos pasan a ser The Hand, y la cosa pierde mucho.
Afortunadamente, en esta tercera temporada de Daredevil, han recuperado a Fisk como malote, que a los pocos capítulos encontrará compañía en otro de los malos clásicos de Marvel, que no desvelo por no hacer spoiler. Y aunque no llega a los niveles de la primera, la serie mantiene su interés. Y consigue hacernos esperar con una moderada dosis de interés la cuarta temporada, en que seguramente el rival de Daredevil pase a ser el segundo. Tal vez lo más interesante sea la sorpresa que nos da el complot preparado por Walter Fisk, algo que descubrimos en el tercer o cuarto capítulo.
Y la mejor escena de la temporada es, sin duda, la batalla de la cárcel, algo reminiscente de la clásica escena del barrio de drogas en True Detective 1.
Como he dicho, Daredevil completa así su tercera temporada. Son temporadas largas, de 13 episodios, cada uno de 50 minutos a 1 hora de duración.
Lógicamente, no podía permanecer ajeno al alud fílmico a que nos ha sometido Marvel desde hace unos años, gracias al recientemente fallecido (y genial) Stan Lee. Para Daredevil y otros superhéroes similares (Los Defensores: Jessica Jones, Luke Cage, Ironfist), Marvel y Netflix optaron por el formato de serie, dado que pretendían hacer algo más serio y más para adultos que sus películas.
Y la cosa empezó francamente bien. La primera temporada de Daredevil fue excelente, y la de Jessica Jones, sobresaliente. Muy buenas ambas. Así las cosas, uno esperaba con fruición Luke Cage, Ironfist y las siguientes temporadas de los dos primeras, y, por supuesto, su culminación en los Defensores. Y es que estas series tienen muchos puntos de conexión, que las hacen constituir casi un continuo. Como digo, Stan Lee era un genio, y una de sus grandes innovaciones fue mezclar unos superhéroes en las vidas de otros, de forma que el lector de comic no podía perderse ninguno so pena de quedarse descolgado en su favorito. Por cierto, también ha usado el truco de forma inclemente en las películas.
El caso es que con Luke Cage la cosa se empezó a torcer. Quizá debido a que es una serie dirigida al público afroamericano (la verdad es que no sé cómo poner "negro" sin ofender a nadie), pero el caso es que a mí no me gustó. Pero lo peor llegó con la segunda temporada de Daredevil y, sobre todo, con Ironfist. Ambas son infantiloides y dejaban mucho que desear respecto a las primeras series. Claro, cuando la cosa llegó a los Defensores, ya uno no podía tener demasiadas ilusiones. El único ancla era Jessica Jones, todavía impoluta. Y aunque la mujer aguanta como puede, al final Defensores también la corrompe hacia una superheroína convencional, y no la magnífica que vimos en la primera temporada. Desgraciadamente, la segunda temporada también decayó, aunque no hasta los extremos de la de Daredevil.
El universo se completa con una sorpresa, la excelente The Punisher, no prevista originalmente. Aquí tenemos al Shane de los Walking Dead haciendo de veterano militar acosado por los remordimientos.
¿Qué lecciones se pueden aprender de estos éxitos y fracasos? Pues una muy sencilla: en las series y pelis de superhéroes, lo más importante es el "malo". En la primera de Daredevil es Fisk o Kingpin, y en la primera de Jessica Jones tenemos al espectacular David Tenant (Dr. Who) haciendo de Kilgrave.
En Ironfist, Daredevil 2 y Defensores, los malos pasan a ser The Hand, y la cosa pierde mucho.
Afortunadamente, en esta tercera temporada de Daredevil, han recuperado a Fisk como malote, que a los pocos capítulos encontrará compañía en otro de los malos clásicos de Marvel, que no desvelo por no hacer spoiler. Y aunque no llega a los niveles de la primera, la serie mantiene su interés. Y consigue hacernos esperar con una moderada dosis de interés la cuarta temporada, en que seguramente el rival de Daredevil pase a ser el segundo. Tal vez lo más interesante sea la sorpresa que nos da el complot preparado por Walter Fisk, algo que descubrimos en el tercer o cuarto capítulo.
Y la mejor escena de la temporada es, sin duda, la batalla de la cárcel, algo reminiscente de la clásica escena del barrio de drogas en True Detective 1.
Como he dicho, Daredevil completa así su tercera temporada. Son temporadas largas, de 13 episodios, cada uno de 50 minutos a 1 hora de duración.
jueves, 15 de noviembre de 2018
Serie: The Deuce
The Deuce es la última serie de David Simons, el creador de The Wire, para los despistados, aunque también el de Treme, Generation Kill o Show me a Hero. Todas las he visto, me han gustado, y todas llevan la marca personalísima de Simons, ese estilo a mitad entre drama y documental.
En The Deuce, Simons retrata la Nueva York de finales de los 70, centrada en el mundo de la prostitución, el sexo y la pornografía. The Deuce es, de hecho, el nombre del barrio en que se produce toda la acción.
Y para tal retrato, como siempre hace Simons, elige prototipos de cada uno de los estamentos participantes. Aquí tenemos prostitutas, chulos, productores de cine, dueños de bares, mafiosos, policías y, como siempre, políticos tendentes a corruptos. Para dar carne a tanto personaje, Simons utiliza un buen número de actores, algunos de sus fetiches clásicos que ya vimos en The Wire. Esta vez deja descansar a Clarke Peters, un fijo en sus producciones.
Pero los protagonistas absolutos y coproductores son James Franco, que encarna a los hermanos gemelos Martino, y Maggie Gyllenhaal (la novia de Batman en la segunda peli de la trilogía de Nolan), que hace de Candy, una prostituta con sueños y personalidad, la única sin chulo del barrio. A estos hay que añadir a Emile Meade, que actúa como Lori, otra prostituta que devendrá actriz porno, y que sostiene ella sola la segunda temporada, haciendo de Caperucita Roja en una peli.
La primera temporada fue magnífica. Simons limaba bastante sus defectos (lentitud de la acción y la narración, sobre todo en los primeros capítulos de cada temporada de sus series) y nos ofrecía una serie al ritmo de los tiempos, pero con su habitual rigor documental y narrativo. En esta primera temporada hay una escena de esas que son inolvidables y que pueden catapultar una serie a clásica. Creo que ocurre en uno de los últimos capítulos, y tiene como protagonista a la referida Candy, mientras es acosada por un chulo para que empiece a trabajar con él, en el momento más bajo de su vida como prostituta. La escena es sencillamente sobrecogedora y te dejará sin aliento y al borde de las lágrimas. Todo, gracias a la interpretación de Gyllenhall.
En esta segunda temporada, Gyllenhaal se vuelve a llevar las escenas de impacto (su entrevista con la TV, o cuando tiene que convencer al Martino malo para que le deje dinero para su película), pero no llegan al nivel de la antes descrita.
Además, en esta temporada, Simons parece haber perdido el ritmo narrativo que tan bien lleva en la primera, y hay momentos en que la cosa resulta algo aburrida. Es previsible la paulatina toma de importancia de mafiosos en el escenario, así como la creciente participación de policía y políticos.
Pero, desafortunadamente, muchas tramas carecen de interés. El principal aliciente será el rodaje de la película porno de high standing por Candy, en la que, como ya he dicho, Lori nos da los mejores momentos de la temporada. Y es que el pelirrojo le sienta de cine a esta chica.
Ni siquiera la secuencia final de la temporada, algo en que Simons siempre ha destacado (no olvidemos esos finales tendidos de cada temporada de The Wire al ritmo de buena música, que actúan como apéndice para ver dónde queda cada uno de los protagonistas), está a la altura de su producción previa. Es que realmente es un final con poco que finalizar.
La serie tiene de momento dos temporadas, una de 8 y otra de 9 capítulos, en ambos casos de 1 hora de duración. Hay anunciada ya una tercera de otros 8 para el próximo año, que, por supuesto, veré.
En The Deuce, Simons retrata la Nueva York de finales de los 70, centrada en el mundo de la prostitución, el sexo y la pornografía. The Deuce es, de hecho, el nombre del barrio en que se produce toda la acción.
Y para tal retrato, como siempre hace Simons, elige prototipos de cada uno de los estamentos participantes. Aquí tenemos prostitutas, chulos, productores de cine, dueños de bares, mafiosos, policías y, como siempre, políticos tendentes a corruptos. Para dar carne a tanto personaje, Simons utiliza un buen número de actores, algunos de sus fetiches clásicos que ya vimos en The Wire. Esta vez deja descansar a Clarke Peters, un fijo en sus producciones.
Pero los protagonistas absolutos y coproductores son James Franco, que encarna a los hermanos gemelos Martino, y Maggie Gyllenhaal (la novia de Batman en la segunda peli de la trilogía de Nolan), que hace de Candy, una prostituta con sueños y personalidad, la única sin chulo del barrio. A estos hay que añadir a Emile Meade, que actúa como Lori, otra prostituta que devendrá actriz porno, y que sostiene ella sola la segunda temporada, haciendo de Caperucita Roja en una peli.
La primera temporada fue magnífica. Simons limaba bastante sus defectos (lentitud de la acción y la narración, sobre todo en los primeros capítulos de cada temporada de sus series) y nos ofrecía una serie al ritmo de los tiempos, pero con su habitual rigor documental y narrativo. En esta primera temporada hay una escena de esas que son inolvidables y que pueden catapultar una serie a clásica. Creo que ocurre en uno de los últimos capítulos, y tiene como protagonista a la referida Candy, mientras es acosada por un chulo para que empiece a trabajar con él, en el momento más bajo de su vida como prostituta. La escena es sencillamente sobrecogedora y te dejará sin aliento y al borde de las lágrimas. Todo, gracias a la interpretación de Gyllenhall.
En esta segunda temporada, Gyllenhaal se vuelve a llevar las escenas de impacto (su entrevista con la TV, o cuando tiene que convencer al Martino malo para que le deje dinero para su película), pero no llegan al nivel de la antes descrita.
Además, en esta temporada, Simons parece haber perdido el ritmo narrativo que tan bien lleva en la primera, y hay momentos en que la cosa resulta algo aburrida. Es previsible la paulatina toma de importancia de mafiosos en el escenario, así como la creciente participación de policía y políticos.
Pero, desafortunadamente, muchas tramas carecen de interés. El principal aliciente será el rodaje de la película porno de high standing por Candy, en la que, como ya he dicho, Lori nos da los mejores momentos de la temporada. Y es que el pelirrojo le sienta de cine a esta chica.
Ni siquiera la secuencia final de la temporada, algo en que Simons siempre ha destacado (no olvidemos esos finales tendidos de cada temporada de The Wire al ritmo de buena música, que actúan como apéndice para ver dónde queda cada uno de los protagonistas), está a la altura de su producción previa. Es que realmente es un final con poco que finalizar.
La serie tiene de momento dos temporadas, una de 8 y otra de 9 capítulos, en ambos casos de 1 hora de duración. Hay anunciada ya una tercera de otros 8 para el próximo año, que, por supuesto, veré.
miércoles, 14 de noviembre de 2018
Serie: Upstart Crow
Ya anticipo que esta serie me ha entusiasmado como pocas, y como hacía mucho que no me entusiasmaba un sitcom inglés. Es un retorno a los elementos clásicos de este tipo de serie, y con enorme éxito.
Upstart Crow nos narra en tono cómico la vida de Shakespeare, interpretado por un magnífico David Mitchell, desconocido por mí hasta ahora. No pretende ser biográfica ni de lejos, pero sí se desarrolla en torno a la obra del autor. Por ejemplo, sigue cronológicamente la producción de sus obras, y también refleja determinados sucesos reales de su vida. Asimismo, los personajes que le acompañan, imagino que son reales en general. Tenemos a su mujer y sus tres hijos, sus padres, su ama de llaves (Kate) y su criado (Bottom), su mejor amigo (Wallace), los actores de su compañía y su enemigo (Robert Green). Todos ellos hacen un papel memorable, cada uno con sus rasgos distintivos que rápidamente nos acostumbramos a esperar. Mi preferido es, sin duda, el malvado Green, con su Guuuuuud Day al llegar e irse, y su enfática pronunciación del nombre del protagonista. Muy cerca le siguen Bottom y Kate.
Con estos magníficos mimbres, Ben Elton, el guionista y de quien me he leído toda la obra, como podréis comprobar si miráis otras entradas de este blog, encuentra una mina para hacer chistes y sketches, sobre tantos temas como os podáis imaginar. Ejemplo, sin ánimo de ser exhaustivo, de cosas que podemos esperar en cada capítulo:
- Chistes sobre el tráfico y la situación de las carreteras, cada vez que Shakespeare viaja entre Londres y Stratford.
- Referencias a costumbres y eventos actuales, tratados como absurdos desde la perspectiva de la época.
- Chistes con los comentarios que se han hecho sobre la obra y persona del protagonista.
- Chistes sobre determinados momentos extraños en las obras concretas de Shakespeare. Cada capítulo se enfoca en una de ellas, lo que además contribuye a despertar la curiosidad del espectador sobre la obra, en caso de que no las haya leído. No os perdáis el capítulo que se dedica a Hamlet, que es simplemente desternillante.
- Chistes sobre la situación de la mujer en la época y, en particular, sobre la prohibición para actuar en teatro. De estos, es Kate la gran protagonista.
- Chistes sobre interpretaciones de las obras. En particular, los sonetos dan mucho juego, sobre los homenajeados y sobre la sexualidad del propio Shakespeare.
- Juegos de palabras y uso extemporáneo de metáforas por el protagonista, que nadie entiende.
- La hija mayor es un prototipo de adolescente cabreada, y el padre el prototipo de patán. Ambos dan mucho juego para chistes y bromas.
No sigo. Las risas son continúas. Digo, las risas de verdad, no las impostadas como las que nos endosan en The Big Bang Theory.
Y he de decir que solo hablo de lo que pillo. Al fin y al cabo, no vivo en Inglaterra y no estoy inmerso en su cultura televisiva. Para que os hagáis una idea del nivel: uno de los comediantes (Kempe), al parecer, parodia a David Brent/Rick Gervais, el protagonista de The Office (que acabo de comentar). Otrosí: en el capítulo 1 de la tercera temporada, Kate se tiene que prometer a un noble anciano; pues bien, este anciano es interpretado por uno de los actores de The Young Ones (serie del propio Ben Elton, gran éxito en los 80). También creo que hay referencias a la otra gran serie de Ben Elton, Black Adder, que lanzó a la fama, ni más ni menos, que a Rowan Atkinson (Mr Bean) y a Hugh Laurie (Dr. House).
De verdad, no os la perdáis. La disfrutaréis de principio a fin. Por cierto, de momento son tres temporadas de seis capítulos de 30 minutos, más un especial de Navidad de unos 50. Hay anunciado otro especial para estas Navidades, e imagino que la serie seguirá, porque de momento le quedan muchas obras al protagonista por escribir.
Upstart Crow nos narra en tono cómico la vida de Shakespeare, interpretado por un magnífico David Mitchell, desconocido por mí hasta ahora. No pretende ser biográfica ni de lejos, pero sí se desarrolla en torno a la obra del autor. Por ejemplo, sigue cronológicamente la producción de sus obras, y también refleja determinados sucesos reales de su vida. Asimismo, los personajes que le acompañan, imagino que son reales en general. Tenemos a su mujer y sus tres hijos, sus padres, su ama de llaves (Kate) y su criado (Bottom), su mejor amigo (Wallace), los actores de su compañía y su enemigo (Robert Green). Todos ellos hacen un papel memorable, cada uno con sus rasgos distintivos que rápidamente nos acostumbramos a esperar. Mi preferido es, sin duda, el malvado Green, con su Guuuuuud Day al llegar e irse, y su enfática pronunciación del nombre del protagonista. Muy cerca le siguen Bottom y Kate.
Con estos magníficos mimbres, Ben Elton, el guionista y de quien me he leído toda la obra, como podréis comprobar si miráis otras entradas de este blog, encuentra una mina para hacer chistes y sketches, sobre tantos temas como os podáis imaginar. Ejemplo, sin ánimo de ser exhaustivo, de cosas que podemos esperar en cada capítulo:
- Chistes sobre el tráfico y la situación de las carreteras, cada vez que Shakespeare viaja entre Londres y Stratford.
- Referencias a costumbres y eventos actuales, tratados como absurdos desde la perspectiva de la época.
- Chistes con los comentarios que se han hecho sobre la obra y persona del protagonista.
- Chistes sobre determinados momentos extraños en las obras concretas de Shakespeare. Cada capítulo se enfoca en una de ellas, lo que además contribuye a despertar la curiosidad del espectador sobre la obra, en caso de que no las haya leído. No os perdáis el capítulo que se dedica a Hamlet, que es simplemente desternillante.
- Chistes sobre la situación de la mujer en la época y, en particular, sobre la prohibición para actuar en teatro. De estos, es Kate la gran protagonista.
- Chistes sobre interpretaciones de las obras. En particular, los sonetos dan mucho juego, sobre los homenajeados y sobre la sexualidad del propio Shakespeare.
- Juegos de palabras y uso extemporáneo de metáforas por el protagonista, que nadie entiende.
- La hija mayor es un prototipo de adolescente cabreada, y el padre el prototipo de patán. Ambos dan mucho juego para chistes y bromas.
No sigo. Las risas son continúas. Digo, las risas de verdad, no las impostadas como las que nos endosan en The Big Bang Theory.
Y he de decir que solo hablo de lo que pillo. Al fin y al cabo, no vivo en Inglaterra y no estoy inmerso en su cultura televisiva. Para que os hagáis una idea del nivel: uno de los comediantes (Kempe), al parecer, parodia a David Brent/Rick Gervais, el protagonista de The Office (que acabo de comentar). Otrosí: en el capítulo 1 de la tercera temporada, Kate se tiene que prometer a un noble anciano; pues bien, este anciano es interpretado por uno de los actores de The Young Ones (serie del propio Ben Elton, gran éxito en los 80). También creo que hay referencias a la otra gran serie de Ben Elton, Black Adder, que lanzó a la fama, ni más ni menos, que a Rowan Atkinson (Mr Bean) y a Hugh Laurie (Dr. House).
De verdad, no os la perdáis. La disfrutaréis de principio a fin. Por cierto, de momento son tres temporadas de seis capítulos de 30 minutos, más un especial de Navidad de unos 50. Hay anunciado otro especial para estas Navidades, e imagino que la serie seguirá, porque de momento le quedan muchas obras al protagonista por escribir.
viernes, 9 de noviembre de 2018
Serie: Oficina de Infiltrados
Oficina de Infiltrados es una serie francesa, de título original Le Bureau des Legendes, bastante más evocador. En estos momentos se está emitiendo la cuarta temporada. Las temporadas son de diez episodios de duración 50-55 minutos.
Es una serie excelente, que no puedo dejar de recomendar, aunque los dos primeros episodios cuestan lo indecible. Estuvimos a punto de abandonarla aquí, y menos mal que no lo hicimos.
Se trata de una serie de espías (de hecho, más que espías, estamos hablando de infiltrados, la gente que se encarga de captar espías), pero a la francesa. O sea, arrastrada por la realidad de un oficio que, no lo olvidemos, desempeñan funcionarios y burócratas. Vamos, es como Homeland, pero de verdad.
Y es precisamente esa verosimilitud la que se agradece y se valora. Uno tiene la sensación de estar viendo una historia de espías, sí, pero de espías de verdad, de los que te puedes cruzar por la calle sin identificarlos, de los que tratan de sobrevivir como los demás humanos, tienen su sueldo, y sus reuniones de trabajo, su jefe y sus vacaciones.
Los personajes son sobrios, duros, y cuesta tomarlos cariño, pero poco a poco se consigue. Son dos los principales: Malotrou y, algo menos, Phenomene. El primero es un espía de muchísima experiencia, uno de los más brillantes del departamento, pero que se ve envuelto en una serie de circunstancias que pondrán a prueba todo su ingenio y sabiduría hasta extremos insospechados. De hecho, hasta el punto de poner en crisis el control que las agencias de espías pueden ejercer sobre sus trabajadores.
Por su parte, Phenomene es una recién llegada al departamento. Es experta en sismología y, al comienzo de la serie, está terminando de formarse antes de su primera misión. A esta también le tocan buenos marrones, en las que tendrá que demostrar una sangre, no ya fría, congelada, y una gran astucia, siempre tras un rostro de mosquita muerta.
La acción ocurre en países africanos y del Medio Oriente: Argelia (primera temporada), Irán, Turquía, mucho en Siria, Azerbayán. Y el Estado Islámico está omnipresente una vez superada la primera temporada. Pero, por supuesto, la mayor parte de la narración ocurre en las oficinas de Paris, desde donde se gestiona a los infiltrados y se toman las decisiones que condicionan sus vidas, como quienes son los objetivos de sus actuaciones.
La interpretación es muy sobria, los actores son muy secos, puramente funcionarios franceses. Pero poco a poco se van conociendo sus intimidades, y cobran su verdadera dimensión. Sobre todo, Malotrou (Matthew Kassovitz), en torno a cuya historia de amor con la siria Nadia El Mansour (Zineb Triki) se construye prácticamente toda la narrativa. Malotrou se vuelve un verdadero héroe trágico, perseguido por todos y con único punto de referencia en la vida, en esa vida de espía en que tan fácil resulta perderse.
Las historias que se nos cuentan, razonablemente entrelazadas, son muy atractivas. Yo me quedo, no obstante, con los momentos en la DSO francesa se tiene que relacionar con otras agencias de espionaje, sea la CIA, el Mossad o los servicios iraníes. Me da la impresión de que son especialmente descriptivos de ese mundo de sombras en que tienen que vivir estos funcionarios. Que al final son como nosotros, pero en otro trabajo, seguramente mal pagado para el riesgo que corren.
Es una serie excelente, que no puedo dejar de recomendar, aunque los dos primeros episodios cuestan lo indecible. Estuvimos a punto de abandonarla aquí, y menos mal que no lo hicimos.
Se trata de una serie de espías (de hecho, más que espías, estamos hablando de infiltrados, la gente que se encarga de captar espías), pero a la francesa. O sea, arrastrada por la realidad de un oficio que, no lo olvidemos, desempeñan funcionarios y burócratas. Vamos, es como Homeland, pero de verdad.
Y es precisamente esa verosimilitud la que se agradece y se valora. Uno tiene la sensación de estar viendo una historia de espías, sí, pero de espías de verdad, de los que te puedes cruzar por la calle sin identificarlos, de los que tratan de sobrevivir como los demás humanos, tienen su sueldo, y sus reuniones de trabajo, su jefe y sus vacaciones.
Los personajes son sobrios, duros, y cuesta tomarlos cariño, pero poco a poco se consigue. Son dos los principales: Malotrou y, algo menos, Phenomene. El primero es un espía de muchísima experiencia, uno de los más brillantes del departamento, pero que se ve envuelto en una serie de circunstancias que pondrán a prueba todo su ingenio y sabiduría hasta extremos insospechados. De hecho, hasta el punto de poner en crisis el control que las agencias de espías pueden ejercer sobre sus trabajadores.
Por su parte, Phenomene es una recién llegada al departamento. Es experta en sismología y, al comienzo de la serie, está terminando de formarse antes de su primera misión. A esta también le tocan buenos marrones, en las que tendrá que demostrar una sangre, no ya fría, congelada, y una gran astucia, siempre tras un rostro de mosquita muerta.
La acción ocurre en países africanos y del Medio Oriente: Argelia (primera temporada), Irán, Turquía, mucho en Siria, Azerbayán. Y el Estado Islámico está omnipresente una vez superada la primera temporada. Pero, por supuesto, la mayor parte de la narración ocurre en las oficinas de Paris, desde donde se gestiona a los infiltrados y se toman las decisiones que condicionan sus vidas, como quienes son los objetivos de sus actuaciones.
La interpretación es muy sobria, los actores son muy secos, puramente funcionarios franceses. Pero poco a poco se van conociendo sus intimidades, y cobran su verdadera dimensión. Sobre todo, Malotrou (Matthew Kassovitz), en torno a cuya historia de amor con la siria Nadia El Mansour (Zineb Triki) se construye prácticamente toda la narrativa. Malotrou se vuelve un verdadero héroe trágico, perseguido por todos y con único punto de referencia en la vida, en esa vida de espía en que tan fácil resulta perderse.
Las historias que se nos cuentan, razonablemente entrelazadas, son muy atractivas. Yo me quedo, no obstante, con los momentos en la DSO francesa se tiene que relacionar con otras agencias de espionaje, sea la CIA, el Mossad o los servicios iraníes. Me da la impresión de que son especialmente descriptivos de ese mundo de sombras en que tienen que vivir estos funcionarios. Que al final son como nosotros, pero en otro trabajo, seguramente mal pagado para el riesgo que corren.
jueves, 8 de noviembre de 2018
Serie: The Office (UK)
The Office es una de esas series de culto que cualquier amante que se precie del género debe poder decir que ha visto. Se trata de una serie atipica, incardinada dentro del género cómico.
Su formato es especialmente novedoso. Está rodada como si fuera un documental: un cámara se va a a pasar una temporada en las oficinas de la sucursal de una empresa cualquiera (una empresa de papel, en este caso) y el resultado son los capítulos de esta serie, dos temporadas de 6 capítulos de media hora, más dos especiales de Navidad de unos 50 minutos.
Así, junto a las escenas propias de lo que ocurre en la oficina, se intercalan preguntas a los protagonistas, a modo de extractos de entrevistas, puntualizando lo que la cámara nos ha mostrado. Es un recurso que, bien utilizado, da mucho juego. El otro recurso es el comportamiento de los personajes, una vez ha pasado la escena, las caras que ponen, que son captadas por el documentalista; además, los personajes no pueden evitar estar pendientes de la cámara, como ocurriría en un documental real, lo que da de nuevo mucho juego para la narración.
Por cierto, otra de las grandes series cómicas de los 2000, Parks and Recreation, inició su andadura con un formato similar (en este caso, se trataría de un documental sobre una oficina gubernamental). No obstante, P&R evolucionó de este formato a uno más convencional, y pasó de ser una serie mediocre (la primera temporada es para olvidar) a una sobresaliente.
Volviendo a The Office, una vez descrito el formato, toca hablar de sus protagonistas. El principal, sobre el que órbita la narrativa, es David Brent, el director de la sucursal, interpretado por Rick Gervais, que también es el director y creador de la serie. El éxito que tuvo en Reino Unido permitió a Gervais emigrar a los EEUU donde hizo un remake de la serie que duró bastantes temporadas, que yo no he visto. Por eso, el título de esta entrada incorpora un UK entre paréntesis, para diferenciarlo de la otra serie.
Pues bien, el tal David Brent es el típico jefe que va de colega y graciosillo, pero que es un verdadero hijo de p. Así que ya podéis imaginar el juego que da el amigo, y de las reacciones de los trabajadores a, por un lado, sus bromas, y, por otra, a sus decisiones de gestión (por así llamarlas). Es cabróncete y ridículo hasta la vergüenza ajena.
Aunque aún dan más vergüenza algunas de las escenas en que participa su principal fiel, Gareth Keenan, interpretado por Mackenzie Crook, luego secundario de lujo en Los Piratas del Caribe. Eso sí, la mejor interpretación la hace el hobbit Martin Freeman, claramente el mejor preparado y más noble de los personajes, que se pasa la vida haciendo bromas al pobre Keenan.
Las temporadas convencionales de la serie se completan con un especial de Navidad partido en dos entregas, que básicamente sigue el mismo estilo, aunque nos cuenta lo que ha pasado dos años después del rodaje del documental inicial. Aquí tendremos una especie de conclusión de la historia con algún momento realmente emotivo.
Al ver esta serie, uno puede comprender la sensación que causó. El formato es novedoso, y también lo es que el protagonista sea odioso. Ahora bien, reírte, reírte, no te ríes mucho. Te sonríes, pero a veces te avergüenzas. Personalmente, el episodio más divertido me pareció el primero. Luego ya hay menos momentos. Eso sí, cada vez que el Keenan se acerque a una mujer prepararos para la burrada. Y también son muy provechosas las caras de Freeman ante algunas de las acciones o frases de sus compañeros.
Su formato es especialmente novedoso. Está rodada como si fuera un documental: un cámara se va a a pasar una temporada en las oficinas de la sucursal de una empresa cualquiera (una empresa de papel, en este caso) y el resultado son los capítulos de esta serie, dos temporadas de 6 capítulos de media hora, más dos especiales de Navidad de unos 50 minutos.
Así, junto a las escenas propias de lo que ocurre en la oficina, se intercalan preguntas a los protagonistas, a modo de extractos de entrevistas, puntualizando lo que la cámara nos ha mostrado. Es un recurso que, bien utilizado, da mucho juego. El otro recurso es el comportamiento de los personajes, una vez ha pasado la escena, las caras que ponen, que son captadas por el documentalista; además, los personajes no pueden evitar estar pendientes de la cámara, como ocurriría en un documental real, lo que da de nuevo mucho juego para la narración.
Por cierto, otra de las grandes series cómicas de los 2000, Parks and Recreation, inició su andadura con un formato similar (en este caso, se trataría de un documental sobre una oficina gubernamental). No obstante, P&R evolucionó de este formato a uno más convencional, y pasó de ser una serie mediocre (la primera temporada es para olvidar) a una sobresaliente.
Volviendo a The Office, una vez descrito el formato, toca hablar de sus protagonistas. El principal, sobre el que órbita la narrativa, es David Brent, el director de la sucursal, interpretado por Rick Gervais, que también es el director y creador de la serie. El éxito que tuvo en Reino Unido permitió a Gervais emigrar a los EEUU donde hizo un remake de la serie que duró bastantes temporadas, que yo no he visto. Por eso, el título de esta entrada incorpora un UK entre paréntesis, para diferenciarlo de la otra serie.
Pues bien, el tal David Brent es el típico jefe que va de colega y graciosillo, pero que es un verdadero hijo de p. Así que ya podéis imaginar el juego que da el amigo, y de las reacciones de los trabajadores a, por un lado, sus bromas, y, por otra, a sus decisiones de gestión (por así llamarlas). Es cabróncete y ridículo hasta la vergüenza ajena.
Aunque aún dan más vergüenza algunas de las escenas en que participa su principal fiel, Gareth Keenan, interpretado por Mackenzie Crook, luego secundario de lujo en Los Piratas del Caribe. Eso sí, la mejor interpretación la hace el hobbit Martin Freeman, claramente el mejor preparado y más noble de los personajes, que se pasa la vida haciendo bromas al pobre Keenan.
Las temporadas convencionales de la serie se completan con un especial de Navidad partido en dos entregas, que básicamente sigue el mismo estilo, aunque nos cuenta lo que ha pasado dos años después del rodaje del documental inicial. Aquí tendremos una especie de conclusión de la historia con algún momento realmente emotivo.
Al ver esta serie, uno puede comprender la sensación que causó. El formato es novedoso, y también lo es que el protagonista sea odioso. Ahora bien, reírte, reírte, no te ríes mucho. Te sonríes, pero a veces te avergüenzas. Personalmente, el episodio más divertido me pareció el primero. Luego ya hay menos momentos. Eso sí, cada vez que el Keenan se acerque a una mujer prepararos para la burrada. Y también son muy provechosas las caras de Freeman ante algunas de las acciones o frases de sus compañeros.
miércoles, 7 de noviembre de 2018
Serie: Better Call Saul
Como es bien sabido, esta serie es un spin-off y "precuela" de la imprescindible Breaking Bad. Básicamente, el objetivo es (parece ser, por lo que vamos viendo) llevarnos al punto de inicio de ésta.
Pero no solo en lo referente al abogado James McGill, el Saul del título, sino también respecto a otros personajes míticos, como Gustavo Brigg (el dueño de los Pollos Hermanos) o su asistente para todo Mike (Ehrmantraut), versión revivida del gran Henry Lobo de Pulp Fiction, o el malvado paralítico Hector Salamanca, sin olvidar a los gemelos matones.
Y este es sin duda el gran atractivo de la serie: conocer el pasado de estos personajes. Una está esperando todo el rato que salga alguno de los grandes de Breaking Bad. ¿Por qué no los amigos de Jesse? ¿O el propio Jesse? ¿Y Hank, el policia? O, por qué no, el propio Heisenberg.
El caso es que, con independencia de este aliciente, la serie se puede ver por sus méritos. Vince Gilligan y Peter Gould son garantía de guiones originales y buenos, de historias simples que se vuelven intrincadas por la negligencia y el destino, y de escenas en los Estados Unidos profundos de Santa Fe y Albuquerque, en Nuevo México.
Lo cierto es que las dos primeras temporadas descansan básicamente en las desventuras de McGill (la relación con su hermano, con el bufete y con su amiga), complementadas con la evolución de Mike tras retirarse de la policía tratando de reconstruir su vida. Aunque también es cierto que, en la mayor parte de los momentos, me interesa más lo que ocurre con Mike que con Saul, quizá porque su trama se ve más próxima a los restantes personajes de Breaking Bad. Sobre todo a Gustavo, cuya aparición es un secreto a voces desde que aparecen en acción los Salamanca.
Hay una oposición clara entre ambos protagonistas. Por un lado tenemos a McGill que es básicamente un matado con ideas de bombero; es simpático, pero con ribetes de mala gente; todo lo que le parecen soluciones sencillas termina siendo una chapuza que le fastidia la vida; el genio de los guionistas es especialmente palpable en sus aventuras.
Por el otro, Mike Ehrmantraut, es todo lo contrario. Evita las complicaciones en la medida de la posible; trata de buscar soluciones a largo plazo, para lo que se ayuda de su gran experiencia; evita dejar flecos sin contemplar. Es arisco, pero no parece mala persona, como prueba el cariño por su nieta y sus relaciones con su nuera. Es inevitable por su experiencia que termine en contacto con gentes de mal vivir, pero siempre actúa con eficacia y ciertos principios, algo de lo que parece carecer McGill.
Esta cuarta temporada ya ha puesto a converger la serie hacia un final más o menos cercano. Es aquí donde se nos explica como James McGill va a terminar siendo Better Call Saul, y también los enormes esfuerzos realizados por Gustavo y Mike para construir ese sótano que terminará siendo escenario principal de las aventuras de Heisenberg, incluido el inefable episodio de la mosca.
La temporada es bastante regular, en el sentido de que no hay capítulos que destaquen especialmente, ni tampoco que sean más flojitos. Las interpretaciones siguen siendo magníficas, con un Bob Odenkirk que me atrevería a calificar como actor de moda (pone una voz en Los Increíbles 2, por ejemplo) y Giancarlo Exposito bordando a Gustavo Friggs, ese prototipo de emprendedor eficiente y trabajador, que no tiene reparos en dedicar parte de sus esfuerzos al negocio de las drogas. Un ejemplo para la juventud, salvo por el detalle no ser legal el comercio de droga.
La serie es muy recomendable, excelente, e imprescindible para los que disfrutaron con Breaking Bad. Como digo, esta es la cuarta temporada, hay anunciada una quinta (que me aventuro a decir que será la última, tanto por avance de la trama como por paralelismo con Breaking Bad). Los capítulos duran en torno a 50 minutos.
Pero no solo en lo referente al abogado James McGill, el Saul del título, sino también respecto a otros personajes míticos, como Gustavo Brigg (el dueño de los Pollos Hermanos) o su asistente para todo Mike (Ehrmantraut), versión revivida del gran Henry Lobo de Pulp Fiction, o el malvado paralítico Hector Salamanca, sin olvidar a los gemelos matones.
Y este es sin duda el gran atractivo de la serie: conocer el pasado de estos personajes. Una está esperando todo el rato que salga alguno de los grandes de Breaking Bad. ¿Por qué no los amigos de Jesse? ¿O el propio Jesse? ¿Y Hank, el policia? O, por qué no, el propio Heisenberg.
El caso es que, con independencia de este aliciente, la serie se puede ver por sus méritos. Vince Gilligan y Peter Gould son garantía de guiones originales y buenos, de historias simples que se vuelven intrincadas por la negligencia y el destino, y de escenas en los Estados Unidos profundos de Santa Fe y Albuquerque, en Nuevo México.
Lo cierto es que las dos primeras temporadas descansan básicamente en las desventuras de McGill (la relación con su hermano, con el bufete y con su amiga), complementadas con la evolución de Mike tras retirarse de la policía tratando de reconstruir su vida. Aunque también es cierto que, en la mayor parte de los momentos, me interesa más lo que ocurre con Mike que con Saul, quizá porque su trama se ve más próxima a los restantes personajes de Breaking Bad. Sobre todo a Gustavo, cuya aparición es un secreto a voces desde que aparecen en acción los Salamanca.
Hay una oposición clara entre ambos protagonistas. Por un lado tenemos a McGill que es básicamente un matado con ideas de bombero; es simpático, pero con ribetes de mala gente; todo lo que le parecen soluciones sencillas termina siendo una chapuza que le fastidia la vida; el genio de los guionistas es especialmente palpable en sus aventuras.
Por el otro, Mike Ehrmantraut, es todo lo contrario. Evita las complicaciones en la medida de la posible; trata de buscar soluciones a largo plazo, para lo que se ayuda de su gran experiencia; evita dejar flecos sin contemplar. Es arisco, pero no parece mala persona, como prueba el cariño por su nieta y sus relaciones con su nuera. Es inevitable por su experiencia que termine en contacto con gentes de mal vivir, pero siempre actúa con eficacia y ciertos principios, algo de lo que parece carecer McGill.
Esta cuarta temporada ya ha puesto a converger la serie hacia un final más o menos cercano. Es aquí donde se nos explica como James McGill va a terminar siendo Better Call Saul, y también los enormes esfuerzos realizados por Gustavo y Mike para construir ese sótano que terminará siendo escenario principal de las aventuras de Heisenberg, incluido el inefable episodio de la mosca.
La temporada es bastante regular, en el sentido de que no hay capítulos que destaquen especialmente, ni tampoco que sean más flojitos. Las interpretaciones siguen siendo magníficas, con un Bob Odenkirk que me atrevería a calificar como actor de moda (pone una voz en Los Increíbles 2, por ejemplo) y Giancarlo Exposito bordando a Gustavo Friggs, ese prototipo de emprendedor eficiente y trabajador, que no tiene reparos en dedicar parte de sus esfuerzos al negocio de las drogas. Un ejemplo para la juventud, salvo por el detalle no ser legal el comercio de droga.
La serie es muy recomendable, excelente, e imprescindible para los que disfrutaron con Breaking Bad. Como digo, esta es la cuarta temporada, hay anunciada una quinta (que me aventuro a decir que será la última, tanto por avance de la trama como por paralelismo con Breaking Bad). Los capítulos duran en torno a 50 minutos.
martes, 6 de noviembre de 2018
Serie: Gigantes
Movistar está tratándo de abrirse paso en el competitivo mundo de las series. Y de momento no lo va haciendo mal. Aunque aún no ha conseguido un gran hit, sus series tienen una calidad razonable y es cuestión de tiempo que acierte con más plenitud. Otra cosa es discutir sobre si tiene sentido que Telefínica se dedique a estas cosas, pero de eso no toca hablar aquí.
Gigantes sigue el formato habitual de las últimas series de Movistar, que también es el que está siguendo la BBC con sus series de más éxito. Se trata de una temporada de seis capítulos de unos 50 minutos de duración. Así te garantizas que, aunque la serie no sea muy buena, la gente la termine. Total, son solo 6 capítulos. Ya habrá tiempo de hacer temporadas largas si la cosa interesa.
La historia que se nos cuenta tiene un tinte de "Peaky Blinders", en modo cañí. Se trata de una familia de mafiosos enfrentada a otra de gitanos. La acción transcurre entre Madrid y Cádiz, y sin duda uno de sus alicientes es reconocer las calles del Rastro por las que se mueven los protagonistas.
La familia consiste de un padre, interpretado por José Coronado, y sus tres hijos. El protagonista principal es tal vez el hijo mediano (como en Peaky Blinders), interpretado por Daniel Grao. Curiosamente, el hermano pequeño se dedica al deporte (boxeo, lucha), también como uno de los hermanos Shelby.
El primer capítulo nos sitúa en los 80, y nos describe el origen y crecimiento de la familia. Aquí sí que es Coronado el gran protagonista de la serie. Los cinco restantes se desarrollan más o menos en la actualidad, y en ellos cambia el protagonismo.
La serie tiene una buena estética, con algunas tomas de Madrid magníficas, y algunas escenas de esas que marcan una serie, como cuando los gitanos salen del barrio de Madrid. Desgraciadamente, el sonido sigue siendo una asignatura pendiente, como en tantas series españolas (La Peste la recuerdo con especial horror), y parece mentira que allá veces que no se entiendan los diálogos con claridad. A ver si van a necesitar subtítulos...
Las interpretaciones no son para dar un premio, pero los actores se desenvuelven con mucha dignidad. Las actrices lo hacen peor, para mi gusto, sobre todo la niña. Aunque me temo que el que menos me ha gustado ha sido precisamente Daniel Grao. No sé que transmite, le veo muy hierático.
Por lo demás, la historia carece de grandes sorpresas, no hay giros extraños ni grandes sorpresas en cartera. Una historia más o menos convencional e incluso predecible. Pese a ello, el último capítulo presenta momentos bastante absurdos, que además coinciden con los decisivos. Una pena, porque no se merecía un desenlace tan flojo, máxime teniendo en cuenta que se ha anunciado una segunda temporada.
Gigantes sigue el formato habitual de las últimas series de Movistar, que también es el que está siguendo la BBC con sus series de más éxito. Se trata de una temporada de seis capítulos de unos 50 minutos de duración. Así te garantizas que, aunque la serie no sea muy buena, la gente la termine. Total, son solo 6 capítulos. Ya habrá tiempo de hacer temporadas largas si la cosa interesa.
La historia que se nos cuenta tiene un tinte de "Peaky Blinders", en modo cañí. Se trata de una familia de mafiosos enfrentada a otra de gitanos. La acción transcurre entre Madrid y Cádiz, y sin duda uno de sus alicientes es reconocer las calles del Rastro por las que se mueven los protagonistas.
La familia consiste de un padre, interpretado por José Coronado, y sus tres hijos. El protagonista principal es tal vez el hijo mediano (como en Peaky Blinders), interpretado por Daniel Grao. Curiosamente, el hermano pequeño se dedica al deporte (boxeo, lucha), también como uno de los hermanos Shelby.
El primer capítulo nos sitúa en los 80, y nos describe el origen y crecimiento de la familia. Aquí sí que es Coronado el gran protagonista de la serie. Los cinco restantes se desarrollan más o menos en la actualidad, y en ellos cambia el protagonismo.
La serie tiene una buena estética, con algunas tomas de Madrid magníficas, y algunas escenas de esas que marcan una serie, como cuando los gitanos salen del barrio de Madrid. Desgraciadamente, el sonido sigue siendo una asignatura pendiente, como en tantas series españolas (La Peste la recuerdo con especial horror), y parece mentira que allá veces que no se entiendan los diálogos con claridad. A ver si van a necesitar subtítulos...
Las interpretaciones no son para dar un premio, pero los actores se desenvuelven con mucha dignidad. Las actrices lo hacen peor, para mi gusto, sobre todo la niña. Aunque me temo que el que menos me ha gustado ha sido precisamente Daniel Grao. No sé que transmite, le veo muy hierático.
Por lo demás, la historia carece de grandes sorpresas, no hay giros extraños ni grandes sorpresas en cartera. Una historia más o menos convencional e incluso predecible. Pese a ello, el último capítulo presenta momentos bastante absurdos, que además coinciden con los decisivos. Una pena, porque no se merecía un desenlace tan flojo, máxime teniendo en cuenta que se ha anunciado una segunda temporada.
lunes, 5 de noviembre de 2018
Series
A partir de hoy, junto a los habituales comentarios de los libros que voy leyendo, incluiré también comentarios de las series que voy terminando de ver. Aquellas que abandone sin terminar no serán objeto de este honor.
Confieso que soy un recién llegado a este mundo de las series. Me explico, de pequeño sí que trataba de seguir algunas. Por supuesto, las de dibujos animados (inolvidable Mazinger Z o La Batalla de los Planetas), pero también algunas de carne, más para adultos, como Los hombres de Harrelson, Starsky y Hutch, o Los Ángeles de Charlie.
Conforme me hice mayor, sobre al empezar la vida de estudiante, y también en paralelo a una creciente afición por los videojuegos, abandoné completamente el formato. Las últimas series que recuerdo haber seguido en esa primera época eran El equipo A y la divertidísima Caída y Auge de Reginald Perrin.
Pasaron muchos años sin que supiera de series o me interesarán. Las poquísimas veces que trataba de seguir alguna (típicamente, a su comienzo), o bien se me olvidaba ver el primer capítulo, o bien se me olvidaba alguno posterior. O bien me aburría de esperar. Vamos, que el formato tradicional de series me resultaba muy hostil; eso de un capítulo a la semana no está hecho para mí.
Entonces ocurrieron dos cosas, posiblemente relacionadas causalmente. Por un lado, la calidad de las series ha crecido de forma espectacular e inimaginable. Antaño, eran las pelis las que atesoraban buenas historias, mientras que las series repetían personajes en relatos relativamente simples. Ahora la cosa ha cambiado completamente: son las series las que aportan historias magníficas y complejas, amparándose en la flexibilidad que les da el mayor metraje. Esto por un lado.
Por otro, la tecnología streaming o el disponer de los vídeos para descarga, elimina completamente la dependencia periódica que existía anteriormente. Ahora ya puedo ver todos los capítulos seguidos de cualquier serie, verlas cuando me dé la gana, y recuperar las temporadas anteriores si es que he empezado a verla tarde. Puedo ver, por ejemplo, Los Sopranos o The Wire, si me interesan, o las primeras temporadas de Homeland, si me ha gustado la última. Antes, la única alternativa era comprar los DVDs, si los encontrabas.
Con ambos alicientes, no me importó, un sábado allá por 2013, acceder a ver un capítulo de una serie muy recomendada, para ver si aquello merecía la pena. Y por supuesto que lo merecía. La serie era, ni más ni menos que The Walking Dead. A ésta la siguieron clásicos tan portentosos como Breaking Bad, True Detective (temporada 1), House of Cards (también la primera temporada) o Fargo. Evidentemente, se trata de algunas de las mejores series de la historia reciente, por lo que quedé enganchado de forma inmediata y, de momento, irreversible.
Desde entonces, sigo viendo y sigo buscando aquellas series que me fascinen como éstas lo hicieron. Y alguno encuentro. Aquí iré hablando de todas ellas. Espero que os interese.
Confieso que soy un recién llegado a este mundo de las series. Me explico, de pequeño sí que trataba de seguir algunas. Por supuesto, las de dibujos animados (inolvidable Mazinger Z o La Batalla de los Planetas), pero también algunas de carne, más para adultos, como Los hombres de Harrelson, Starsky y Hutch, o Los Ángeles de Charlie.
Conforme me hice mayor, sobre al empezar la vida de estudiante, y también en paralelo a una creciente afición por los videojuegos, abandoné completamente el formato. Las últimas series que recuerdo haber seguido en esa primera época eran El equipo A y la divertidísima Caída y Auge de Reginald Perrin.
Pasaron muchos años sin que supiera de series o me interesarán. Las poquísimas veces que trataba de seguir alguna (típicamente, a su comienzo), o bien se me olvidaba ver el primer capítulo, o bien se me olvidaba alguno posterior. O bien me aburría de esperar. Vamos, que el formato tradicional de series me resultaba muy hostil; eso de un capítulo a la semana no está hecho para mí.
Entonces ocurrieron dos cosas, posiblemente relacionadas causalmente. Por un lado, la calidad de las series ha crecido de forma espectacular e inimaginable. Antaño, eran las pelis las que atesoraban buenas historias, mientras que las series repetían personajes en relatos relativamente simples. Ahora la cosa ha cambiado completamente: son las series las que aportan historias magníficas y complejas, amparándose en la flexibilidad que les da el mayor metraje. Esto por un lado.
Por otro, la tecnología streaming o el disponer de los vídeos para descarga, elimina completamente la dependencia periódica que existía anteriormente. Ahora ya puedo ver todos los capítulos seguidos de cualquier serie, verlas cuando me dé la gana, y recuperar las temporadas anteriores si es que he empezado a verla tarde. Puedo ver, por ejemplo, Los Sopranos o The Wire, si me interesan, o las primeras temporadas de Homeland, si me ha gustado la última. Antes, la única alternativa era comprar los DVDs, si los encontrabas.
Con ambos alicientes, no me importó, un sábado allá por 2013, acceder a ver un capítulo de una serie muy recomendada, para ver si aquello merecía la pena. Y por supuesto que lo merecía. La serie era, ni más ni menos que The Walking Dead. A ésta la siguieron clásicos tan portentosos como Breaking Bad, True Detective (temporada 1), House of Cards (también la primera temporada) o Fargo. Evidentemente, se trata de algunas de las mejores series de la historia reciente, por lo que quedé enganchado de forma inmediata y, de momento, irreversible.
Desde entonces, sigo viendo y sigo buscando aquellas series que me fascinen como éstas lo hicieron. Y alguno encuentro. Aquí iré hablando de todas ellas. Espero que os interese.
martes, 30 de octubre de 2018
Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister ("Wilhelm Meisters Lehrjahre"), de J. W. von Goethe
Uffff, por fin. Qué placer ver que ya he acabado esta novela, creí que no lo haría nunca. Alguno me dirá que por termino los libros incluso aunque no me gusten. Y poco podré argumentar a favor de hacerlo, pero el caso es que yo lo hago. Me gusta terminar lo que empiezo, aunque sea con sufrimiento. No sería la primera vez que dicha persistencia tiene recompensa: me acuerdo lo que me constó terminar el capítulo introductorio de El Señor de los Anillos, el libro que estaba destinado a ser mi preferido de todos los que he leído (de momento) y que habría de leer cinco veces.
En fin, el caso es que este libro, que me dejó de interesar relativamente pronto, ha supuesto un reto adicional por el hecho de leerlo en alemán, y además no ser especialmente fácil la escritura del autor.
Una de las razones por las que he tratado de aprender alemán es para leer sus obras clásicas en versión original. Ello explica que me embarcara en esta lectura de Goethe, del que ya leí el genial Faust y también Werther, que me gustó bastante menos. Por otro lado, esta obra la tenía conceptuada, erróneamente, como una novela al estilo de Tom Jones o las picarescas.
No es así, claro. Se trata de una novela al estilo clásico, pero con una fuerte carga romántica y sin ningún tipo de concesión a la sonrisa. Se puede estructurar en tres partes claramente diferenciadas, donde la segunda interrumpe la historia del protagonista y sirve de transición para un giro argumental. La primera se enfoca en el teatro alemán y la compañía que trata de poner en funcionamiento el protagonista; la segunda parte es el diario de una dama de fuertes convicciones religiosas; en la tercer parte, nos encontramos de nuevo a Wilhelm Meister, pero ya tras haber abandonado sus pretensiones teatrales. Esta última sirve un poco para explicar el origen de los distintos personajes que han aparecido en la primera, a base de las típicas historias turbulentas propias del género romántico (y que personalmente encuentro muy aburridas a estas alturas de vida de lector).
Lo más interesante está en la primera parte, y no tanto por los sucesos que ocurren, como las reflexiones que se producen. Como digo, en esta parte Wilhelm Meister trata de establecer una compañía de teatro, pasión que tiene su origen en unos títeres que le regalaron sus padres de niño.
Con esta disculpa, Goethe aprovecha para compartir, en medio de las vicisitudes de la compañía, diversas reflexiones relacionadas con el teatro.
En ocasiones, las reflexiones son las especificidades del teatro alemán respecto al de otros países. Se nota aquí el nacionalismo de Goethe, pues este tipo de comentarios no suelen aparecer en otras novelas de tinte similar. Por ejemplo, el Quijote no tiene reflexiones sobre la idiosincrasia española, ni tampoco las recuerdo en obras francesas o inglesas. Pero aquí sí aparecen. Curioso. Parece ser un fenómeno general de la literatura alemana, pues no es la primera vez que lo detecto.
También tiene una interesante diatriba sobre las diferencias entre el desarrollo de una novela y el de un drama teatral. A mí lo más atractivo me ha resultado, aunque confieso que no habré entendido mucho al respecto, es todas las discusiones y reflexiones que surgen cuando están preparando la escenificación de Hamlet, tanto sobre la propia obra en sí, como sobre Shakespeare, como sobre las diferencias del teatro inglés y el alemán.
Hay reflexiones fuera del ámbito del teatro, como las diferencias entre la burguesía y la aristocracia alemana (una vez más, lo alemán), o una discusión sobre el destino a poco de empezar la novela. En todo caso, no hay demasiada diatriba para lo que yo esperaba. La mayor parte de la novela consiste en la narrativa de lo que ocurre o de lo que ha ocurrido, esto es, historias que se cuentan unos personajes a otros.
Lo siento, no me ha gustado, me he aburrido. La obra de Goethe pasa al frigorífico de momento, ya veremos si encuentro tiempo en el futuro para volver a él. Por supuesto, añado disclaimer, quizá no me ha gustado porque no la he entendido bien, dado que era un alemán, si bien no demasiado complejo en vocabulario, sí de frases largas y convolutas.
En fin, el caso es que este libro, que me dejó de interesar relativamente pronto, ha supuesto un reto adicional por el hecho de leerlo en alemán, y además no ser especialmente fácil la escritura del autor.
Una de las razones por las que he tratado de aprender alemán es para leer sus obras clásicas en versión original. Ello explica que me embarcara en esta lectura de Goethe, del que ya leí el genial Faust y también Werther, que me gustó bastante menos. Por otro lado, esta obra la tenía conceptuada, erróneamente, como una novela al estilo de Tom Jones o las picarescas.
No es así, claro. Se trata de una novela al estilo clásico, pero con una fuerte carga romántica y sin ningún tipo de concesión a la sonrisa. Se puede estructurar en tres partes claramente diferenciadas, donde la segunda interrumpe la historia del protagonista y sirve de transición para un giro argumental. La primera se enfoca en el teatro alemán y la compañía que trata de poner en funcionamiento el protagonista; la segunda parte es el diario de una dama de fuertes convicciones religiosas; en la tercer parte, nos encontramos de nuevo a Wilhelm Meister, pero ya tras haber abandonado sus pretensiones teatrales. Esta última sirve un poco para explicar el origen de los distintos personajes que han aparecido en la primera, a base de las típicas historias turbulentas propias del género romántico (y que personalmente encuentro muy aburridas a estas alturas de vida de lector).
Lo más interesante está en la primera parte, y no tanto por los sucesos que ocurren, como las reflexiones que se producen. Como digo, en esta parte Wilhelm Meister trata de establecer una compañía de teatro, pasión que tiene su origen en unos títeres que le regalaron sus padres de niño.
Con esta disculpa, Goethe aprovecha para compartir, en medio de las vicisitudes de la compañía, diversas reflexiones relacionadas con el teatro.
En ocasiones, las reflexiones son las especificidades del teatro alemán respecto al de otros países. Se nota aquí el nacionalismo de Goethe, pues este tipo de comentarios no suelen aparecer en otras novelas de tinte similar. Por ejemplo, el Quijote no tiene reflexiones sobre la idiosincrasia española, ni tampoco las recuerdo en obras francesas o inglesas. Pero aquí sí aparecen. Curioso. Parece ser un fenómeno general de la literatura alemana, pues no es la primera vez que lo detecto.
También tiene una interesante diatriba sobre las diferencias entre el desarrollo de una novela y el de un drama teatral. A mí lo más atractivo me ha resultado, aunque confieso que no habré entendido mucho al respecto, es todas las discusiones y reflexiones que surgen cuando están preparando la escenificación de Hamlet, tanto sobre la propia obra en sí, como sobre Shakespeare, como sobre las diferencias del teatro inglés y el alemán.
Hay reflexiones fuera del ámbito del teatro, como las diferencias entre la burguesía y la aristocracia alemana (una vez más, lo alemán), o una discusión sobre el destino a poco de empezar la novela. En todo caso, no hay demasiada diatriba para lo que yo esperaba. La mayor parte de la novela consiste en la narrativa de lo que ocurre o de lo que ha ocurrido, esto es, historias que se cuentan unos personajes a otros.
Lo siento, no me ha gustado, me he aburrido. La obra de Goethe pasa al frigorífico de momento, ya veremos si encuentro tiempo en el futuro para volver a él. Por supuesto, añado disclaimer, quizá no me ha gustado porque no la he entendido bien, dado que era un alemán, si bien no demasiado complejo en vocabulario, sí de frases largas y convolutas.
lunes, 22 de octubre de 2018
The Poisoned Bride and other Stories, de Robert van Gulik
Esta novela es sorprendente por las razones que ahora explicaré. Son lecturas como ésta las que justifican explorar nuevos autores y lecturas, no cortarse en el surtido de pruebas, salir de nuestra zona de confort.
Van Gulik es un diplomático holandes y buen orientalista. Durante su prolongada estancia en el Pacífico dedicó parte de su tiempo a traducir del chino al inglés un montón de novelas policíacas chinas, en particular, la colección protagonizada por el Juez Dee, de la cual ésta es la primera entrega.
La novela original china es del siglo XVIII, de autor desconocido. Sin embargo, el juez Dee es un personaje real, cuyas hazañas se produjeron en el siglo VIII, durante la dinastía Tang.Van Gulik nos aclara en su magnífico prefacio, que ello no debería ser demasiado obstáculo para que el autor (no lo olvidemos, siglo XVIII), reflejara bien las condiciones, modo de vida y código penal chino, pues éstas apenas habrían variado en ese tiempo.
De hecho, uno de los grandes atractivos para mí ha sido poder experimentar como toman vida los distintos patios, pabellones y edificios en que se estructuran los edificios clásicos chinos, así como constatar el uso de campanas y tambores que en todos los lugares tienen su torre.
Van Gulik también nos explica en la introducción la estructura de la novela policíaca china y su finalidad, nada que ver con su contraparte occidental. En la novela china, no hay incertidumbre sobre el culpable, que se conoce desde el principio. Lo que interesa al autor es describir exhaustivamente de qué forma se le ha descubierto y documentar bien el proceso, de forma que sirva para enseñanza y ejemplo de otros jueces. Es por ello también que sus protagonistas son siempre jueces reales de reconocida fama. Además, la narración no termine con la identificación y arresto del culpable, sino que prosigue con su juicio y termina con la ejecución de la condena.
También nos introduce Van Gulik al código penal chino y al procedimiento judicial, una vez más bastante diferente del occidental. El "detective" de la novela china no tiene reparos en usar la tortura para extraer la confesión de sus sospechosos, a los que también suele tratar de forma despectiva. A cambio, está sujeto él mismo a los rigores de la ley, por lo que cualquier desmán en sus investigaciones puede ser severamente castigado, incluso con la pena de muerta (suya y de sus ayudantes). Es quizá este compromiso constante en sus acciones lo que más interesante resulta en la novela comentada.
En cuanto a la traducción del chino, he de decir que parece buena. No tengo criterio, por supuesto, pero el estilo suena, por decirlo de alguna forma, a cómo debían de escribir los chinos. Es un inglés algo ampuloso, pero normalmente preciso. Está bien escrito en todo caso, y eso es mérito de Van Gulik.
En suma, Van Gulik triunfa en sumergirnos en la China del siglo VIII con el estilo narrativo del siglo XVIII. Gracias a ello, podremos comparar una posada china del siglo VIII con las medievales europeas (por ejemplo, gracias a las descripciones que proporcionan las novelas picarescas) y entender el grado de avance de la civilización china de la época. También podremos asistir con todo lujo de detalles a las diferentes sesiones de los juicios (torturas incluidas) o a la procesión de los condenados una vez terminado el juicio.
En cuanto a la historia en sí, se trata de relato imbricado de tres casos independientes, que son abordados de forma simultánea en el tiempo por el equipo de Dee. Insisto, porque el título puede resultas confuso, no se trata de tres cuentos diferentes, sino de una sola novela sobre los tres casos. Ello da una idea también de la capacidad narrativa del autor, capaz de conducir al lector a través de las complejidades de tres casos distintos sin perderlo en el camino.
También añado, como explica Van Gulik, que la novela china original es excepcional en varios sentidos. Primero, el ya apuntado de que imbrica tres casos. Segundo, los culpables no se conocen hasta que se resuelve el caso (o sea, como en la tradición occidental). Tercero, prescinde de los detalles administrativos y prolijos que documentan otras novelas chinas. Todo ello la hace muy atractiva al lector occidental.
La novela debió de ser un éxito, pues dio lugar a una serie de casos del mismo juez, con numerosas entregas. Yo, por mi parte, sí quiero recomendar la lectura de este libro: por las razones anteriormente apuntadas, creo que mucho tipo de lector lo va a encontrar interesante. Lo que no puedo garantizar es que lea en el futuro algún otro libro de la serie, porque el tiempo es finito y los libros no lo parecen.
Van Gulik es un diplomático holandes y buen orientalista. Durante su prolongada estancia en el Pacífico dedicó parte de su tiempo a traducir del chino al inglés un montón de novelas policíacas chinas, en particular, la colección protagonizada por el Juez Dee, de la cual ésta es la primera entrega.
La novela original china es del siglo XVIII, de autor desconocido. Sin embargo, el juez Dee es un personaje real, cuyas hazañas se produjeron en el siglo VIII, durante la dinastía Tang.Van Gulik nos aclara en su magnífico prefacio, que ello no debería ser demasiado obstáculo para que el autor (no lo olvidemos, siglo XVIII), reflejara bien las condiciones, modo de vida y código penal chino, pues éstas apenas habrían variado en ese tiempo.
De hecho, uno de los grandes atractivos para mí ha sido poder experimentar como toman vida los distintos patios, pabellones y edificios en que se estructuran los edificios clásicos chinos, así como constatar el uso de campanas y tambores que en todos los lugares tienen su torre.
Van Gulik también nos explica en la introducción la estructura de la novela policíaca china y su finalidad, nada que ver con su contraparte occidental. En la novela china, no hay incertidumbre sobre el culpable, que se conoce desde el principio. Lo que interesa al autor es describir exhaustivamente de qué forma se le ha descubierto y documentar bien el proceso, de forma que sirva para enseñanza y ejemplo de otros jueces. Es por ello también que sus protagonistas son siempre jueces reales de reconocida fama. Además, la narración no termine con la identificación y arresto del culpable, sino que prosigue con su juicio y termina con la ejecución de la condena.
También nos introduce Van Gulik al código penal chino y al procedimiento judicial, una vez más bastante diferente del occidental. El "detective" de la novela china no tiene reparos en usar la tortura para extraer la confesión de sus sospechosos, a los que también suele tratar de forma despectiva. A cambio, está sujeto él mismo a los rigores de la ley, por lo que cualquier desmán en sus investigaciones puede ser severamente castigado, incluso con la pena de muerta (suya y de sus ayudantes). Es quizá este compromiso constante en sus acciones lo que más interesante resulta en la novela comentada.
En cuanto a la traducción del chino, he de decir que parece buena. No tengo criterio, por supuesto, pero el estilo suena, por decirlo de alguna forma, a cómo debían de escribir los chinos. Es un inglés algo ampuloso, pero normalmente preciso. Está bien escrito en todo caso, y eso es mérito de Van Gulik.
En suma, Van Gulik triunfa en sumergirnos en la China del siglo VIII con el estilo narrativo del siglo XVIII. Gracias a ello, podremos comparar una posada china del siglo VIII con las medievales europeas (por ejemplo, gracias a las descripciones que proporcionan las novelas picarescas) y entender el grado de avance de la civilización china de la época. También podremos asistir con todo lujo de detalles a las diferentes sesiones de los juicios (torturas incluidas) o a la procesión de los condenados una vez terminado el juicio.
En cuanto a la historia en sí, se trata de relato imbricado de tres casos independientes, que son abordados de forma simultánea en el tiempo por el equipo de Dee. Insisto, porque el título puede resultas confuso, no se trata de tres cuentos diferentes, sino de una sola novela sobre los tres casos. Ello da una idea también de la capacidad narrativa del autor, capaz de conducir al lector a través de las complejidades de tres casos distintos sin perderlo en el camino.
También añado, como explica Van Gulik, que la novela china original es excepcional en varios sentidos. Primero, el ya apuntado de que imbrica tres casos. Segundo, los culpables no se conocen hasta que se resuelve el caso (o sea, como en la tradición occidental). Tercero, prescinde de los detalles administrativos y prolijos que documentan otras novelas chinas. Todo ello la hace muy atractiva al lector occidental.
La novela debió de ser un éxito, pues dio lugar a una serie de casos del mismo juez, con numerosas entregas. Yo, por mi parte, sí quiero recomendar la lectura de este libro: por las razones anteriormente apuntadas, creo que mucho tipo de lector lo va a encontrar interesante. Lo que no puedo garantizar es que lea en el futuro algún otro libro de la serie, porque el tiempo es finito y los libros no lo parecen.
miércoles, 17 de octubre de 2018
La tectónica de los sentimientos ("La Tectonique des Sentiments"), de Éric-Emmanuel Schmitt
Se trata de una obra de teatro bastante conocida, llevada numerosas veces al escenario, y con un título difícil de olvidar. Ya me apresuro a anticipar, como siempre que hago cuando leo teatro, que es difícil apreciar la calidad de la obra simplemente a partir de la lectura, y que es posible que las percepciones así obtenidas cambien mucho si se ve la obra bien representada.
En todo caso, yo lo que he hecho es leerla. Lo primero que me llama la atención es que las acotaciones son narradas, lo que permite al autor deslizar algún apunte algo más psicológico para el comportamiento de los actores. Vamos, que no se limita a decir que el tal personaje entra.
La trama me ha parecido algo insulsa. Los protagonistas son Richard y Diane, una pareja de amantes que llevan su relación a una crisis de una forma un tanto absurda. De resultas de la misma, Diane encarga a un par de prostitutas rumanas que encandilen al tal Richard, no se sabe si por caridad o por venganza. Eline, la más joven, tendrá que enamorarle, mientras que la otra se hará pasar por la madre de Eline.
Tampoco me han parecido de interés los diálogos que la construyen. Apenas hay reflexiones de los personajes sobre lo que les sucede. Quizá se salva el siguiente diálogo, en relación sobre si los padres son quienes mejor conocen a sus hijos:
"Amar no es conocer."
RICHARD (confirmando): "Amar es privilegiar. Todo lo contrario de la ciencia, más bien el comienzo de la ceguera"
El final de la historia es predecible y no lo destriparé más, en parte porque tampoco tiene demasiado interés. Si lo tiene en cambio el epílogo de la obra, en que Schmitt explica esto de la tectónica de los sentimientos, contraponiéndolo a los "mapas" de los sentimientos. Schmitt ve el tema de los sentimientos más similar a los choques que ocurren entre las placas tectónicas, que flotan libremente en la corteza de la tierra, dando lugar a estallidos imprevisibles (volcanes, terremotos...). Estos sucesos reconfiguran el terreno hasta alcanzar una nueva estabilidad, en la que la vida puede seguir por un tiempo, de nuevo como si no hubiera pasado nada. Frente a esta tectónica, los mapas son algo más previsible y transitable.
En todo caso, yo lo que he hecho es leerla. Lo primero que me llama la atención es que las acotaciones son narradas, lo que permite al autor deslizar algún apunte algo más psicológico para el comportamiento de los actores. Vamos, que no se limita a decir que el tal personaje entra.
La trama me ha parecido algo insulsa. Los protagonistas son Richard y Diane, una pareja de amantes que llevan su relación a una crisis de una forma un tanto absurda. De resultas de la misma, Diane encarga a un par de prostitutas rumanas que encandilen al tal Richard, no se sabe si por caridad o por venganza. Eline, la más joven, tendrá que enamorarle, mientras que la otra se hará pasar por la madre de Eline.
Tampoco me han parecido de interés los diálogos que la construyen. Apenas hay reflexiones de los personajes sobre lo que les sucede. Quizá se salva el siguiente diálogo, en relación sobre si los padres son quienes mejor conocen a sus hijos:
"Amar no es conocer."
RICHARD (confirmando): "Amar es privilegiar. Todo lo contrario de la ciencia, más bien el comienzo de la ceguera"
El final de la historia es predecible y no lo destriparé más, en parte porque tampoco tiene demasiado interés. Si lo tiene en cambio el epílogo de la obra, en que Schmitt explica esto de la tectónica de los sentimientos, contraponiéndolo a los "mapas" de los sentimientos. Schmitt ve el tema de los sentimientos más similar a los choques que ocurren entre las placas tectónicas, que flotan libremente en la corteza de la tierra, dando lugar a estallidos imprevisibles (volcanes, terremotos...). Estos sucesos reconfiguran el terreno hasta alcanzar una nueva estabilidad, en la que la vida puede seguir por un tiempo, de nuevo como si no hubiera pasado nada. Frente a esta tectónica, los mapas son algo más previsible y transitable.
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